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Recuerdos de memoria [1]
por Hamid Nazabay
psicolibre@hotmail.com

 
 

Siempre me gustaron los recuerdos, son como piezas de museo que en determinado momento cobran vida. Efectivamente, como si estuviéramos en uno de ellos y de repente los objetos volvieran del pasado para vivir nuevamente e interactuar con los demás, mezclándose. (Al respecto, por ejemplo: no quisiera imaginar los gauchos, a los del Museo del Gaucho y la Moneda, alzándose con el botín, de monedas, claro, y bajando al Club Brasilero a tomarse todo y a cantarles unas milongas a las pulperas garotas).

Es que así funcionan los recuerdos, reviven, uno llama al otro, este a aquel, y se van encaramando, uniendo y desuniendo. Lo primero que evocamos en el recuerdo no encubre -en apariencia- ninguna relación con lo último. En esto guste o no, se está jugado.

Como fuere, los recuerdos se encadenan, pero al tomar cuerpo y hacer presente lo pasado -obsérvese la omnipotencia de los mismos- no siempre somos nosotros los que recordamos, más bien ellos nos poseen, en mayor o menor medida; en mayor vasta recordar, para venir al caso, al finado Funes. Los recuerdos tienen cierta autonomía y cogobierno, que es lo mismo que decir que muchas veces hacen lo que se les antoja con nosotros.

En fin. Siempre me gustó recordar, es como viajar pero dentro de la cabeza, como soñar pero sin despertarse sudando.

Tal es así, mi importancia sobre los recuerdos, que un día opté por sistematizarlos y comencé a investigar en mí mismo. El proyecto debía tener ciertos lineamientos. Primero: comenzar a escribirlos, pero sabiendo que sólo incluiría recuerdos hasta mi infancia, no más, ya que considero son los más trascendentes. Segundo: después de cuantificarlos se debían seleccionar los mejores, los más significativos o los que conglomeraran varios de ellos. Aquí, el número debía ser de diez recuerdos para facilitar, llegado el caso, el cálculo en porcentajes y establecer alguna relación según el tercer y cuarto paso. Tercero: clasificarlos por temática. Y cuarto: hacer algo con ellos, como por ejemplo escribir esto y/o llegar a una conclusión semiterapéutica sobre mi devenir, para darle un mensaje al mundo.

El primer y segundo paso fueron los más extenuantes. Pero así quedó conformada la lista. Veamos:

-El Chocolondo, que muchos ya ni recuerdan y en busca de su sabor muchas obleas han fallecido en el intento.

-Las galletitas María de chocolate, aquellas grandes, como de 12 centímetros de diámetro, que venían en latas. (No confundir con las importadas, confeccionadas con aserrín y cocoa).

-El fainá de la Pizzería Saroldi (la de 21 y Ellauri), el que el gallego -Saroldi-  muchas veces regalaba a los niños que concurrían con sus padres cuando la compra era “para llevar”. (¡¡Grande, gallego!!).

-Los napoleones, otros olvidados de la panificación uruguaya; aunque hay quienes me aseguran con jactancia que aún los han visto. Si así fuere, para mí continúan prófugos.

-Los alfajores del Maestro Cubano (que no se interprete esto con ninguna  tendencia pro Fidel) en su papel celofanado, sabor chocolate. Es verdad que hoy en día la industria alfajorera ha evolucionado mucho, incluso en el tema sabores, los hay hasta de conservantes. Pero yo sigo extrañando los del maestro lampiño con su gorro blanco.

-Los refuerzos de salame de Tito (QEPD), de la cantina del colegio de los Maristas, la combinación pan-salame que jamás se superará.

-La pizza de la abuela, para comer fría, la alta, esponjosa, con abundante salsa de tomate y ni con el mínimo de acidez, la que hurtábamos con mis primos a la siesta.

-Los acolchados (otra vez aparece la vieja) de la casa de la abuela, hechos con retazos, donde uno se metía debajo y parecía estar protegido no sólo del frío sino de la hostilidad del mundo. (Abue: aprovecho para enviarte un saludito).

-Las bombas de dulce de leche de mi madre, las que me disculpará ella, ya no le quedan igual, por lo que se excusa en los cambios químicos, fisiológicos y posmodernos de los ingredientes, además del calentamiento global que influye en su cocción.

Y, por último,

-los sitios baldíos, por la calle Montero hacia la Rambla, donde hoy se yerguen ostentosos edificios. Si los habremos recorrido en nuestra infancia implementando toda la artillería de bandidiadas, instituyendo un decálogo de molestias vecinales.

Bueno, como se leerá, la clasificación es muy simple: ocho de los diez recuerdos están referidos a la comida, uno al dormir y el otro al ocio y a la actividad lúdica.

Esto no necesita ningún análisis; eso sí, como el recordar, y equilibrando levemente los porcentajes, se lo recomiendo a todos.

[1]  Del libro: “Desde el Rincón” (autores varios), pp- 97-101. Ediciones del Rincón, 2010, Montevideo.

por Hamid Nazabay
psicolibre@hotmail.com

 

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