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Dialogamos con Jad Azkoul, guitarrista clásico libanés, en su visita a Uruguay [1]

por Hamid Nazabay
psicolibre@hotmail.com

 

Por medio de Richard Whitaker, cuñado del entrevistado, nos contactamos con este importante artista que visitó familiares en Nueva Helvecia. Este libanés había venido a nuestro país en 1978 a estudiar con Abel Carlevaro, pero además tradujo al inglés y al francés la obra de este, “Escuela de la guitarra”, y fue posteriormente su ayudante. Azkoul hace docencia y ha realizado grabaciones de obras de Carlevaro, así como de otros compositores latinoamericanos. Fue distinguido como Caballero de la Orden Nacional del Cedro, galardón otorgado a los libaneses ilustres.

Jad Azkoul

H.N.: Estamos con el guitarrista Jad Azkoul. La intención es conversar sobre qué lo trae a Uruguay, y su vínculo con la guitarra, para que también nos hable de Carlevaro, por supuesto.

J.A.: Vine al Uruguay para estudiar con Carlevaro. La gente dice “¿por qué fuiste a Uruguay?”, y digo que vine porque Carlevaro era uruguayo, si él hubiera sido chino, hubiera ido a China. Porque quise estudiar su escuela, que es una escuela muy abierta, a pesar de que hay gente que dice que es un tipo de secta –se dice “esta es la gente de Carlevaro”–, pero no lo es para nada, es una manera de visionar la guitarra, no sólo medir el trabajo por horas sino por comprensión. Por ejemplo, no hay discípulos de Carlevaro que tengan problemas de espalda, de brazo o tendinitis. Y también hay una cuestión estética, porque no hacemos esos ruidos en la guitarra al cambiar de posición. Otros guitarristas piensan que es imposible tocar así, porque se llegaría tarde a la posición, pero cuando uno sabe hacerlo lo hace con más facilidad, sin el ruido y sin llegar tarde. Porque si uno llega tarde es peor que el ruido, y no se tiene que estar pensando en eso cuando uno está tocando, porque sino no puedes hacer música; es como si alguien tiene que pensar cada palabra cuando está hablando, no podría hablar. Entonces vine al Uruguay en el 78, estaba el gobierno militar, pero yo no me di cuenta de nada, yo estaba muy metido en la música; me di cuenta pero no sabía el asunto antes de venir. En principio vine por tres meses y finalmente me quedé tres años. Estudié mucho, mucho. Al mismo tiempo para ganar un poco de dinero daba clases de inglés en el Instituto Artigas-Washington, tenía una beca del gobierno uruguayo –fíjate que había uruguayos que no tenían becas para estudiar en el extranjero, pero algunos extranjeros teníamos becas para estudiar en Uruguay–, en eso tuvimos suerte. Quisiera decir también que me quede en el Parque Hotel porque la beca era del gobierno, el hotel pertenecía al gobierno. Pero en 1950 mi padre ya había venido acá, lo enviaron como experto en asuntos en libertad de la prensa, era el embajador libanés ante Naciones Unidas en Nueva York, donde yo nací, soy libanés pero nací allí, por el trabajo de mi padre. En el 50 lo enviaron para un gran congreso sobre libertad de la prensa, estuvo como una semana (…) Conoció muchos libaneses, que fueron a verlo en el Parque Hotel; cuando yo vine en el 78 algunos de ellos que pude conocer recordaban a mi padre. Bueno, me encanto Uruguay, estaba un poco sorprendido, pensaba que era como algunas imágenes clásicas que teníamos de Latinoamérica. Yo iba en el ómnibus y miraba la gente y pensaba que estaba en Italia o en España, el Uruguay no tiene esas características, es muy europeo. Me encantó el Uruguay, conocí a mi esposa Clarisa, de la familia Whitaker. “Whitaker” estaba reconocido porque el abuelo había hecho el Instituto Whitaker, con sus métodos para enseñar inglés. Nos casamos en Europa  y estamos siempre juntos.

H.N.: ¿Cómo conoció a Carlevaro? Y a su vez ¿cómo fue ese pasaje de ser su discípulo a ser traductor de su obra, y asesor?

J.A.: Lo conocí en el 75 en Europa en un seminario. Yo no lo conocía para nada, sólo su nombre, y fui a su clase y la manera que hablaba a los alumnos me resultó curiosa, porque decía que todos teníamos el mismo problema. Yo pensaba como puede ser que este toca mucho mejor que yo y este otro mucho peor y todos tenemos el mismo problema, éramos como veinte o treinta personas. A cinco o seis que tocaron, él decía “muy bien, muy bien, lo felicito; cada persona aquí tiene el mismo problema”. Yo decía ¿pero cómo es eso? O es un loco o tiene algo para contarnos. Lo que sucedía es que nosotros pensábamos en la guitarra como un instrumento sin el cuerpo, que es el primer instrumento. Los deportistas saben de esas cosas, saben como utilizar el brazo o la pierna; los músicos no, van directamente al instrumento y tocan las notas y a veces tienen problemas –los pianistas están en mejor estado, los violinistas también–, pero los guitarristas, a pesar de que tocan música clásica, lo hacen como si estuvieran en el campo, pero el problema es que el que toca en el campo toca media hora, nosotros tocamos seis horas por día y si no tenemos el mecanismo correcto del cuerpo vamos a tener inconvenientes, porque tocar de mala forma diez minutos no tiene ninguna importancia, pero horas y horas y todos los días trae problemas. Entonces, tomé el seminario, fue fantástico, cambié de profesor en París, fui a ver otro uruguayo, porque pensé todos los uruguayos tocan igual, es como los chinos, eso parece, pero no, para nada. Al año siguiente vino Carlevaro otra vez a Francia, para otro seminario de dos semanas, y pensé nuevamente que tenía que cambiar de profesor, y le pregunté “¿Maestro puedo ir a estudiar con usted a Uruguay?”, y me dijo “Sííí, Sííí…, como no, bienvenido, pero viajo mucho, no tengo mucho tiempo…”. Tercera vez, también en Europa: “Sí, con mucho gusto, pero sabes que no tengo mucho tiempo”. Cuarta vez, esa fue en Madrid: “Bueno, como no, pero…” Entonces le dije “Maestro supongo que yo no valgo nada suficientemente, porque usted me dice de no ir”, contestó “No, no, por favor”. A los tres días estábamos comiendo un helado con otros alumnos y él me dijo “¿Porqué no vienes al Uruguay a estudiar conmigo?”, yo dije “¿Qué, maestro, que dice?”. Y dijo “Sí, en octubre hay un seminario de diez días, tú empiezas con eso y sigues”. Así fue. Vine por tres meses y comenzamos a traducir con otro muchacho que era de Venezuela [Bartolomé Díaz], el libro “Escuela de la guitarra”, y me quedé tres años (el libro lo terminamos en seis meses). Fue muy interesante porque coincidía el capítulo que estábamos traduciendo con lo que estábamos estudiando en las clases. Entonces pude aprender muchísimo. Después cuando fui a Europa (por mis estudios, seguí mi vida; tenía 33 años), cuando él iba y daba clases me pedía si podía ayudarlo como asistente, fui su asistente pedagógico. La traducción es una cosa, pero ayudarlo en sus clases, otra. Me decía que yo diera las clases, es un lujo, que el gran maestro solicite eso. Era estar a su lado como alumno, pero casi como colega, y mirar los otros alumnos cómo hacen lo suyo. Como colega se ven las cosas de otra perspectiva, porque cuando uno es alumno esta preocupado por lo que hace; así, seguí aprendiendo. Abel no está más pero está su escuela y sigo aprendiendo, sigo mejorando, es una buena escuela porque uno puede seguir, no es llegué y ya está…Ojalá que hoy sepa menos que mañana…Trabajé en el Conservatorio de Ginebra, enseñe en Norteamérica en la Universidad, después volví a Ginebra, tuve mi puesto otra vez por más de diez años, y ahora enseño en Londres, y estoy escribiendo un libro sobre la guitarra, pero no sobre la técnica.

H.N.: ¿Sobre la historia?

J.A.: Sobre mi historia; vamos a ver lo que da.

H.N.: Ahora una pregunta abierta y tal vez controversial, porque en la historia, la guitarra ha tenido su evolución en lo técnico y en cuanto a su construcción. ¿Considera Ud. que en el caso de Carlevaro la guitarra ha alcanzado su punto máximo en lo técnico, y a su vez en la construcción?

J.A.: Es una buena pregunta, pero son dos cosas realmente independientes. Uno puede preguntar, en Carlevaro como compositor, ¿hay que tocar las obras de Carlevaro, con la técnica de Carlevaro, en una guitarra Carlevaro, para que suene mejor? No creo. En mi primer CD que contiene cinco preludios de Carlevaro [Preludios Americanos], es grabado con la técnica y la guitarra modelo Carlevaro, que es la guitarra que no tiene agujero en el centro pero está abierto alrededor de la tapa, entre la tapa y los aros, es una invención revolucionaria, y la guitarra suena diferente y tiene un equilibrio increíble…

H.N.: Entre bajos y agudos.

J.A.: Sí, y la duración de las notas es mucho mayor que en la mayoría de las guitarras clásicas. Toqué en una guitarra así durante años y ahora no, toco sobre una guitarra tradicional. Porque la guitarra, aún la más barata, tiene algo de cálido, que la guitarra de Carlevaro no tiene, la guitarra de Carlevaro es como siempre un gentleman, es perfecto, pero la vida no es así. Entonces esa guitarra es muy buena, pero no precisamente hay que tocarla para todo y todo el tiempo. Yo ahora por ejemplo toco en una guitarra italiana, que no es pequeña, pero que tienen mucho volumen y esa calidez. La guitarra de Carlevaro es una invención bien original que vale la pena, el problema es que tiene una forma asimétrica y los guitarristas le rechazan. Por ejemplo, los flautistas o violinistas me dicen “¡que linda guitarra, que instrumento fantástico!”,  y yo les digo que a los guitarristas en general no le gusta, y ellos sorprendidos “¿y porqué?” y les contesto si existe un violín asimétrico, y responden que no, que no lo aceptarían; entonces, cuando se trata de su propio instrumento hay toda una memoria y una costumbre de cómo es. Pero aquí mismo estoy tocando en una guitarra modelo Carlevaro hecha en Uruguay por un muy buen luthier, Eduardo Miranda, la devuelvo mañana y le voy a decir lo qué pienso de la guitarra, que realmente es excelente, pero le voy a preguntar… porque yo no estoy convencido de que la asimetría es necesaria, pero es una cuestión empírica, entonces, aunque yo ya no vaya a comprar más guitarras (tengo muchas), le voy a proponer construir una guitarra con esta misma idea pero simétrica, sin agujero en el medio, pero simétrica. Estoy seguro de que si suena igual, o mejor, podría tener más aceptación por los guitarristas. Y en cuanto a la técnica de Carlevaro, es llegar a tener más resultado con menos esfuerzo, pero el esfuerzo al principio es mucho mayor, es un esfuerzo mental para romper, primero, con ideas antiguas, porque nos gusta hacer lo que sabemos hacer, es normal, como uno nada, camina o maneja su auto, si alguien viene a decirle que se hace mejor de tal manera, uno dice “sí, sí, sí, ya sé, pero déjame así”. Entonces, primero aceptar que hay otra forma de hacer las cosas, tener libertad metal y física, y segundo entrenarse, mis alumnos me agradecen porque no les duelen más las manos y la espalda. Esto aparte de la parte estética, porque cada uno tiene su propio sonido, es como si alguien estudia con un profesor de canto, no va a cantar igual que el profesor.

H.N.: Comentó también (off de record) que ha dado conciertos para el Uruguay.

J.A.: Sí, cuando estudiaba una vez me llamaron de Melo, de la comunidad libanesa; habían visto en el diario que di conciertos en Montevideo. Fui en ómnibus, como nueve horas de viaje, y volví en un avión militar. Fue muy agradable tocar para los libaneses, cenar con ellos y almorzar al otro día. También toqué en Florida, y en varias ciudades. Y después ya estando en Europa venía cada dos años con mí esposa para visitar la familia y daba algún concierto. Toqué en la Sala Vaz Ferreira que es magnífica para tocar la guitarra, en el Instituto Cultural Italiano, etc., salieron las críticas en la prensa de la época… Tenemos dos hijos que tienen nacionalidad uruguaya por su mamá, la gente cuando me pregunta de dónde soy le digo “soy medio oriental” (risas), por Medio Oriente, y preguntan “¿y la otra mitad?” (risas).

[En esta parte el entrevistado hace varios chistes referidos a su –también mía–colectividad].

H.N.: Bueno, agradecemos a Jad Azkoul, por esta charla tan amena, para Del Plata.

J.A.: Muchas gracias a ustedes

 

por Hamid Nazabay
psicolibre@hotmail.com

 

[1] Publicado, originalmente, en:

DEL PLATA (pp. 3 y 4), 2ª edición de enero de 2011, Año IV, Nº 123, Rosario (Colonia).

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