Rubén Loza Aguerrebere: literatura y familia

entrevista de Lucio Muniz

L.M. —Vos sos de Minas.

R.L. —Minuano. Nací a cuatro cuadras de la Plaza Libertad y viví mi infancia con mis padres en la casa de mi abuela, doña Jacoba Zebalios de Aguerrebere. Esa casa quedaba frente a la de Morosoli y ahí lo conocí sin saber que era escritor. Yo era muy chico y lo recuerdo cuando volvía de la barraca y se sentaba a la puerta de su casa a tomar mate. Recuerdo que tuve sólo una conversación con él, que me pidió que le explicara de qué se trataba un juego de la época que se llamaba "el rescate" y que jugábamos en la calle.

—Yo jugaba a "la billarda", que tenía algo de béisbol y en el que perdía pagaba prenda.

—En "el rescate" también se pagaba. Él me pidió que lo ¡lustrara sobre el juego porque nos veía correr en diagonal y no entendía nada. Fue mi única conversación con él. Nunca tuve conciencia de que estaba frente a un escritor.

—¡Y qué escritor!

—Sí, ¡qué escritor!... era amigo de mis padres y de mi abuela, vecino de años. A unos metros de su casa nacía "el callejón de los bomberos", y más allá, una cancha de básquetbol que era del Club Deportivo Bomberos. Era la zona del cuartelillo; había muchos árboles y una inmensa churrasquera que tenían los bomberos para asar. Recuerdo a los sargentos Arriola y Amestoy que participaban en las conversaciones con ellos. Eran vecinos, también.

—En ese tiempo Minas sería medio pueblo, calles de tierra.

—No. Ahí no. El hormigonado empezó por los años 50; antes había adoquín.

—Vos tuviste bastante amistad con Dossetti.

—Con Dossetti, si; él vivía a unas cinco cuadra de allí, frente a la Plaza Rivera. Yo iba todas las tardes a su casa, y estuviera o no, él o su señora —doña Mangacha, una maestra entrañable— yo abría la puerta y entraba. La puerta estaba siempre sin llave. Allí empecé a leer, en la biblioteca de Dossetti. Además él era el Director de la Biblioteca Municipal de Minas. En alguna medida me guiaba en la lectura. Una guía —digamos— bastante anárquica, como él, porque fijate que pasaba de Hemingway a Hornero o a "Peloduro" o igual a un ensayo de Alfonso Reyes que le gustaba mucho. Yo aprendí a leer con ese mismo desorden.

—Yo también, y creo que hay un orden del desorden.

—Puede ser.

—Uno almacena los datos y después los une.

—Pero da más trabajo.

—También libertad.

—No tiene tanta rigidez. Lo que yo recuerdo es que leía casi todos los libros de su biblioteca que estaban dedicados por los autores, como por ejemplo "Huasipungo", firmado por Jorge Icaza. Él estaba al día con las publicaciones e incluso me dejaba leer los libros que compraba para la biblioteca antes de ingresarlos. Ahí conocí la obra de Cortázar, de Vargas Llosa, de García Márquez. "Cien años de soledad" en la primera edición, que era de Dossetti y que ahora es muy buscada. Recuerdo que tenía en la carátula un barquito. Ahora es inhallable y cuesta mucho dinero.

—¿Y tus relaciones con otros escritores de Minas como Guillermo Cuadri?

—A los viejos no los conocí. Cuando desperté a la literatura, ya habían fallecido. Hubo una experiencia muy linda en el año 25.

—Claro, claro, "Bajo la misma sombra".

—"Bajo la misma sombra" publicado por Cuadri, Morosoli, Magri, Cajarville.

—Y Julio Casas Araújo.

—Eso. Años después —por el 65, creo— entre seis amigos escribimos un libro con esas características. Se llamó "Seis".

—¿Entre ellos estaba "Neno" Farina?

—No, en esa época él estaba en Montevideo estudiando notariado. Los que estaban eran Martínez Lucero, Argimiro Beovide, Zulma Sosa, Ariel Muniz, Néstor Piada y yo.

—Vos para tu desarrollo tenías un ambiente propicio.

—Sí, sí, ese grupo de amigos. Además yo tenía una frecuentación de amigo como si tuviéramos la misma edad, con don Santiago Dossetti. Había también un profesor de liceo que me importa mencionar, que era Ramón Zabaleta. Fue profesor, mío de Literatura y de Filosofía; era y sigue siendo un erudito en cine. Con él aprendimos a mirar. Muchas de las clases él las dedicaba a explicar una película que podía ser de Kurosawa o de Bergman, como "El séptimo sello".

—"Detrás de un vidrio oscuro", "Luz de invierno". Todas con Max Von Sidow.

—Exacto, exacto. Además estaba el diario "La Unión" que dirigía Dossetti y donde yo empecé a escribir justamente de cine.

—"La Unión" es el decano de la prensa nacional. Yo publiqué algo, ahí.

—Es el más viejo y sigue saliendo. Yo allí hacia comentarios de películas y luego una página literaria con cuentos y notas sobre libros, y conmigo colaboraban los amigos que te dije, y entre todos hacíamos la página porque Dossetti nos permitía y nos apoyaba. Él fue el que publicó el libro colectivo que hicimos y titulamos "Seis". Salió con los auspicios de la Biblioteca Municipal. Fue una edición chiquita que se agotó en una semana. Y vos sabés que sucedió una cosa muy linda y fue que con motivo de ese libro. Dossetti llevó por un fin de semana la "Feria del Libro" de Nancy Bacelo. La "Feria" se hizo en la Galería de Irisarri. Hicimos la presentación del libro sin lectura ni conferencia, sino con un conjunto de rock de amigos nuestros, entre los que estaban Gonzalito Ounié, Zelmar Ricceto hijo, Saúl Garófalo...

—¿Y con Zelmar Ricceto tenías amistad? Yo leí "Ciudad del aire", de él.

—No tanto como con Dossetti pero solía ir a su casa a hablar de poesía. Vivía en el "Barrio Olímpico".

—Sí, si, donde están las palmeras.

—Donde están las palmeras, sí.

—Y de tu ascendencia vasca ¿qué recuerdos tenés? ¿Qué memoria rescataste de la cosa familiar?

—"Lo vasco" es por el lado de los Aguerrebere. Me han dicho que Loza escrito con "z", es vasco. Pero mi bisabuelo Loza no era vasco sino italiano y el apellido se escribía con doble "s" y fue transformado. Yo no tuve mayor información sobre los vascos porque en casa no se hablaba demasiado del origen, o de pronto se hablaba y yo por ser muy chico no prestaba atención. Al vasco, que era mi bisabuelo, no lo conocí ni sé de él mucho. Pero sabés que yo fui a Bilbao por lo siguiente: una editorial vasca me editó un libro de cuentos, y la historia de esa publicación vale la pena ser contada por lo curiosa. Un escritor venezolano que se llama Guillermo Morón —que me había editado un libro de ensayos— me envió un libro suyo que acababa de salir en la Editorial Plaza y Janes, y me decía que el director de la editorial —que se llama Juancho Armas Marcelo— estaba interesado en una novela mía inédita. Yo no sabía cómo Armas Marcelo se había enterado de mi novela inédita, que era conocida sólo en el ambiente familiar. Esa novela, dicho sea de paso, sigue sin publicarse porque no me termina de gustar. El asunto fue que me comuniqué con él y me dijo que se lo había dicho Bryce Echenique, el escritor peruano, y la novia de Bryce que es la hija del escritor Torrente Ballester, el autor de "Los gozos y las sombras". Yo le comenté que Bryce no la había leído, pero me contestó que no me preocupara, que allá a alguien le iba a gustar. Yo a mi vez le dije que no quería publicarla porque entendía que tenía una talla que no descubría dónde estaba, pero que le enviaba un libro de cuentos. Me contestó que lo que le importaba era la novela, pero que siendo así, le enviara los cuentos. Más adelante me dijo que no lo publicaba, pero que la Editorial Layda estaba interesada, según su director, Germán Yanke. Yo a Yanke lo había conocido cuando estuvo de paso por Montevideo. En definitiva, mi libro de cuentos apareció en Layda y no en Plaza Janes. A raíz de la publicación, el Instituto Vasco de Artes y Letras de Bilbao, me dio un premio por ese libro y fui invitado a recibirlo en Bilbao. Fui y conocía varios escritores como Sáez Valdivieso, y con ellos fuimos hasta el pueblo de mis orígenes que se llama: Irurita. Queda lejos de Bilbao y tiene unas cincuenta casas. En una de ellas, que era muy antigua, en la pared, del lado de afuera, decía: "Familia Aguirreberry". Eso fue lo más cercano a Aguerrebere que vi, y en la guía telefónica había un Aguerrebere al que no pude conocer porque estaba ausente. Ese es el pueblo de mi bisabuelo. Lo que noté en Bilbao, más que en cualquier otra ciudad, fue que ahí está la gente más parecida a nosotros, los uruguayos. Mujeres parecidas a mi abuela, de tez blanca y con los pómulos casi rosados- Los bilbaínos son los que más se nos parecen. También estuve en San Sebastián, pero ésa ya es una ciudad muy grande.

—Los pagos de Pió Baroja.

—Y de Unamuno.

—No, Unamuno es de Bilbao.

—Qué dije, claro, claro, si yo anduve haciendo los recorridos de Unamuno e incluso subí por una escalera muy pronunciada que lleva hasta la Iglesia de la Virgen Patrona de Bilbao. Por ahí iba todos los días él con su misal. Estuve también en la Plaza Central de Bilbao, a la que Unamuno le dedicó poemas. Es parecida a la Plaza de Madrid.

—¿Estuviste en Pamplona?

—No, no. En Bilbao y en San Sebastián. Sabes que viendo esas zonas quebradas de Bilbao, pensé que tal vez muchos vascos vinieron al departamento de Lavalleja, donde en mínima dimensión hay cosas parecidas.

—Claro, acá no tenemos los Alpes sino unos cerritos.

—Pensé que eso tenía que ver con el afincamiento, y al comentarlo me han dicho que sí, y que incluso hay algún libro publicado que lo dice.

—Posiblemente el que escribieron Martha Marenales Rossi y Juan Carlos Luzuriaga.

—Yo me sentí como en casa tanto en Bilbao como en San Sebastián.

—Es que además del premio literario se trataba de tu apellido vasco.

—Ni bien me presentaban a alguien, me decía que los Aguerrebere somos de Irurita; en seguida me invitaban por ejemplo a los txocos, que son sociedades gastronómicas donde hacen las comidas, donde comen pescado, como el "bacalao al pil-pil". Una vez me convidaron con un vino extraordinario: Vega-Sicilia, que es de una bodega pequeña que hace ese vino exquisito y extraordinariamente caro y exclusivo. Estuve en un txoco en el que el que me invitó había ganado un torneo de cocina y decía que él era el que preparaba mejor el rabo de toro. Fue extraordinario. Entramos a las dos de la tarde y salimos a las nueve de la noche. Pasé unos momentos muy agradables, porque además de la exquisitez de la comida y la bebida, después, en la sobremesa, cantaban canciones vascas. Sabes que una de las canciones decía:

"Al Uruguay no voy, ¡ay!, jay!

porque temo naufragar".

—Algún suceso de la emigración.

—Es posible- Yo se lo comenté al Ministro Mercader —no por Ministro sino porque es amigo— y él me recordó que en la película española "¡Ay! Carmela", se canta esa canción. Lo que cantaban era en general bastante nostálgico, y además había gente que había estado alguna vez acá o en Buenos Aires y que también cantaba algún tango; incluso escuché uno que jamás había oído.

—Me decías antes que andabas por los lugares donde habían transitado Baroja y Unamuno. ¿Visitaste sus casas?

—Sí, sí, las de los dos.

—Buscabas ese misterio que hay en los lugares y objetos de los que se admira...

—Por ese misterio, sí, porque yo aprendí a admirar a esa gente desde que comencé a leerlos. Sobre todo a Baroja de quien Dossetti tenía muchas obras. Incluso era como si lo conociera, porque al referirse a Baroja, decía: "don Pío". También citaba frases de él. Es curioso que en el sepelio de Baroja hubiera tan poca gente.

—Uno de los que estaba era Hemingway que había ¡do a visitarlo en su lecho de muerte. Incluso Hemingway que era Premio Nobel, además de manifestarle su admiración le dijo que ese premio se lo tendrían que haber dado a él.

—Yo leí en un libro de Camilo José Cela que en el sepelio de Baroja, Hemingway lloraba. Dice también que alguien lo invitó a bajar el cajón por la escalera pero que él manifestó que era demasiado honor y que eso correspondía a los amigos. El que lo invitó es un director de orquesta que se llama Beto Portu, que dirigió acá la Orquesta del Sodre hace dos años. También Cela comenta que Baroja dejó muy poca cosa: una manta en la que se envolvía, una boinita de vasco. Dice que estaba muy pobre. Claro que dejó además una obra extraordinaria. Yo vi fotos del sepelio. Había un grupito...

—Y tu relación con los vascos además de la publicación y el viaje, ¿cómo es acá?

—Acá soy socio del Euskal Erría y tengo amigos vascos como Soruet, que fue el que me hizo socio y que es el secretario de Martín Aguirre, el director del diario "El País",

—Hablemos de tu obra. ¿Cuántos libros publicaste?

—Ocho libros: cuentos, ensayos y uno de viajes.

—¿Y cuál querés más?

—Yo te diría que hay dos que me importan por igual: "El hombre que robó a Borges", donde hay cuentos que me gustan como el que da nombre al libro. Creo que me quedó muy bien y además evoca a Borges con quien tuve una buena amistad y me ayudó a publicarlo. El otro es un libro de ensayos y se llama "Palabras abiertas", que es sobre escritores diversos del mundo, que no es ni "ancho ni ajeno", porque todo está en relación a mi punto de vista, fruto de esas lecturas sin orden que hice, un poco anárquicas. Siento mucho ese libro: ahí están Kafka, Canetti...

—El de "Auto de fe". Me gustó "El otro proceso de Kafka".

—Las memorias de Canetti me parecen formidables.

—¿Proust y Faulkner?

—Proust no me gusta mucho; sí Faulkner y Hemingway; Aldous Huxley...

—¿Steinbeck?

—Sí, sí, y Scott Fitzgerald. También me gusta la poesía española del 27: Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Aleixandre.

—García Lorca y Miguel Hernández; Salinas...

—Los tres, sí: mucho Salinas el de "La voz a ti debida". A mí me hubiera gustado ser poeta. Soy un poeta frustrado. Nunca escribí un poema; no sé cómo se hace. Le he preguntado a poetas, como vos, y no saben... he leído dos o tres veces "El arte y la lira" de Octavio Paz, en el que explica el proceso creador de un poema, pero no me explico cómo funciona un poeta. Me creo escritor de cuentos y ensayista, pero lo que más hubiera querido ser es poeta y lo que más leo es poesía y ensayo. Más que narrativa; el ensayo para descansar.

—En caso de elegir: ¿Onetti o Felisberto Hernández?

—Onetti.

—No me extraña la respuesta ya que antes dijiste que Proust no te gusta mucho, porque creo que hay cierto parentesco.

—No me había dado cuenta de eso, pero Felisberto no me atrapa. Onetti me parece desgarrador, terrible, gris, pero me gusta cómo escribe, me gusta más la forma de hacer la frase que el tema que trata. No me gustan los personajes que han perdido el rumbo en la vida, pero me gusta la forma del relato. Además esa puntuación rara. Me gustan los cuentos.

—También a mí. Me sucede lo mismo con Cortázar.

—Son muy buenos cuentistas. El que me parece extraordinario es García Márquez. Yo no sé si esto es medio petulante o equivocado, pero para mí hay dos escritores que son...

—¿Borges y García Márquez?

—Eso, para mí son genios literarios. Cualquier libro de Borges es genial, y "Cien años de soledad" es una novela imbatible.

—¿Y qué opinás de la literatura uruguaya actual?

—Por suerte cada vez hay más escritores, novelistas de primera como Tomás de Mattos.

—¿Levrero?

—Levrero.

—¿Y son muchos escritores, o son buenos?

—Creo que son buenos.

—Te parece que a eso ha ayudado ¿qué?, ¿talleres?, ¿cenáculos?

—Yo tuve un taller literario-periodístico con Alvaro Casal que fue de los primeros, acá en Montevideo. Pero no creo mucho en eso. Hay que hacer en todo caso un aprendizaje corto, pero fundamentalmente hay que leer y escribir. Es como más se aprende. Recuerdo que Graham Green que es otro grande, decía que cada vez que escribía una novela le resultaba más difícil. Creo que es verdad. Cada vez hay mayor exigencia.

—Y cada obra es ésa.

—Es ésa, y te enfrentas a las cosas como con miedo e incluso no sabes cómo empezar. Parece que cuanto más larga es la experiencia menos sirve. Por otra parte uno quiere hacer algo distinto y sintetizar. Yo creo que es García Márquez el que dice que es más difícil escribir un cuento que una novela.

—Largo y corto aliento. Lo que pasa es que él hace bien las dos cosas. En lo que podemos estar de acuerdo es en lo que decía Quiroga del cuento: "depurado de ripios". Sin duda que existe una gran podadera.

—Creo también que si la novela es muy larga, atenta contra el lector de hoy, porque es todo más urgente y el tiempo...

—A no ser que sea tan buena como una que acabo de leer y que tiene alrededor de 600 páginas: "El legado de Humboldt".

—¡Aaaahhh!, ¡síiii!, de Saúl Bellow, ¡es notable! Es uno de mis escritores.

—Me gustó "El diciembre del decano" que es como una sonata; la otra es una sinfonía.

—Sabés que Bellow era también uno de los preferidos de Dossetti. Yo una vez hice una lista que me pidieron de las seis novelas que más me habían gustado o que consideraba muy importantes. En realidad las más importantes no sé cuáles son, pero seleccioné las que me resultaron más placenteras: tres, de italianos: y esas novelas son: "Herzog" de Saúl Bellow, "Cien años de soledad", "Crónica familiar" de Vasco Pratolini, "El desierto de los tártaros", de Dino Buzzatti, "Cristo se detuvo en Eboli" de Carlo Levi, y "El viejo y ei mar" de Hemingway.

—¿Qué pasa con tu futuro literario?

—Estoy en un libro de artículos, una recopilación que se llamará "Antiolvidos", y como segunda línea, digamos, "Borges, Nueva York y Octavio Paz". Además hay otros escritores y ciudades, pero sobre todo lo que te nombré. También creo que antes de fin de año aparecería en Banda Oriental un libro de cuentos titulado "Amores impropios". Son pocos cuentos y de unas 15 carillas.

—Vos en este momento también estás en la Comisión Directiva del Sodre, en Agadu y en el diario "El País".

—El Sodre me lleva mucho tiempo. Soy el director del Museo de Agadu, tarea que realmente me encanta. En "El País" hago la página literaria de "Sábado Show" y soy el asesor literario de la página literaria del suplemento dominical. Tengo una columna en la página editorial. Después, te diré que leo bastante porque me gusta y para estar al día para escribir. Es un trabajo lindo porque hago lo que me gusta. Además que soy escritor porque en este país no se puede ser director de cine.

—Lo mismo me confesó Ernesto Aroztegui.

—¡Ah!, ¿Si? Sabes que yo los cuentos los he escrito por no tener una máquina para filmar. Claro que después que entré en la literatura, descubrí los secretos y el encanto que tiene y que me fascina. A esta altura elegiría ser escritor y no cineasta. Para hacer una película tenés que lidiar con actores, extras y otras cosas; en cambio para escribir estás solo aunque te llenes de personajes.

—El asunto es cómo manejarlos, de lo contrario los tenés que ir matando, ¿no? (risas).

—(Risas). Cierto, cierto, cuando querés acordar se te hace una colmena.

La última pregunta: ¿estás conforme con lo que has hecho?

—Con mi obra literaria, no. Siempre pienso que mi libro mejor será el que viene. Con lo que estoy conforme y no cambiaría es con mi familia a la que quiero mucho. Mi esposa y mis hijas son las que me hacen sentir feliz y realizado.

Montevideo. 18 de agosto de 1993

 

entrevista de Lucio Muniz

Uruguayos de raíz vasca
Edición de: "Centro Euskaro-Español"
Montevideo, Uruguay, 1994

Ver, además:

                     Ruben Loza Aguerrebere en Letras Uruguay

                                                                      Lucio Muniz en Letras Uruguay

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