Julio C. Da Rosa: escritor de memoria
entrevista de Lucio Muniz

Nació en Costas de Porongos, departamento de Treinta y Tres en 1920. Su obra narrativa se compone de varios libros de cuento y dos novelas. También abordó el ensayo y además es autor de una Antología del Cuento Criollo, en colaboración con su hijo Juan Justino. Ha sido director de radio; periodista; diputado; Director de Espectáculos Públicos de la Intendencia Municipal de Montevideo; miembro de la Academia Nacional de Letras y Premio Nacional de Literatura.

 

L. M. Vamos a comenzar por los recuerdos suyos que anteriormente usted fijó en un libro que se llama "Recuerdos de Treinta y Tres" y que también se reflejan a lo largo de lo que conozco de su obra. ¿Usted nació en?

 

J. C. Da R. La Segunda Sección, Costas del Arroyo Porongos, en la casa de mis abuelos paternos, en campaña mismo, y asistió a mi madre mi bisabuela paterna que era comadrona; ella le había dicho a mi madre: "eu voite a asistir", y mamá le tenía un poco de reserva, porque claro, era muy mayor.

 

—¿Brasilera?

 

—Brasilera, y usted sabe que llegó el día y las cosas se apuraron y ella se hizo el gusto.

 

—¿Qué edad tenía Ud. cuando llegó a "33"?

 

—A la ciudad veníamos a menudo cuando éramos gurises, ¿no? este... pero a radicarme con trece años y medio; tuve que abandonar allá porque en campaña había solamente hasta 3er. año; allá se hacía el tercer tercero; bueno, entonces mi padre habló con Santos Pintos -mi gran maestro- y le pidió a ver si me podía preparar, quién sabe si así yo no podía enchufar en sexto año en la escuela de varones.

 

-La Severo Ramírez...

 

-Ahora se llama Severo Ramírez porque yo lo propuse cuando fui diputado y tuve la satisfacción de que me oyeran... este... a los tres años y pico me fui y entré en la escuela dirigida por Salustiano Becerra, un maestro muy conocido allá, y bueno, con el propósito de ver si enchufaba, pero no; el maestro Becerra al mes me dijo: "mira, no va la cosa"; y entonces estudié y me preparé porque el asunto era que con lo que me „ había dado Santos Pintos pudiera nivelar sexto, pero no; había baches. Estudié con Dominga Sánchez y con Honoribaldo Piedra que fueron mis maestros preparadores de ingreso, y bueno, anduve. Anduve bien y con catorce años entré al liceo. Y en Treinta y Tres cuando quise aclimatarme -porque había ya sufrido un gran desarraigo con la pérdida del solar nativo, donde me había hecho niño y tenía mis mejores recuerdos- bueno, de la noche a la mañana tuve que trasplantarme de nuevo; y yo era una planta, un verdadero pedazo de piedra de aquellos lares, de modo que llegué muy crudo a Treinta y Tres, éramos gente muy incomunicada, nosotros éramos muy canarios, muy rústicos y este... de modo que nos chocó mucho la presencia ésa, con mucho dolor por lo perdido y con dolor por el contraste y por la burla que nos hacían, porque los gurises nos perseguían por las calles. Cuando llegué a la escuela de varones -que era la No 2- no sabe usted lo que fue el recibimiento: la carcajada duró media hora.

 

—Y eso, sicológicamente ¿qué le hizo?

 

—Y, me produjo un gran dolor, una gran desazón porque me sentía rechazado y extrañaba aquello, ¿no? a mi madre, a mis seres queridos... pero, de a poquito me fui aclimatando, hice el liceo, hice grandes amigos, tuve aventuras de estudiante, andanzas, asistí al crecimiento de la aldea treintaitresina porque era una verdadera aldea, a las costumbres, a las serenatas, a las retretas en la plaza los domingos; los primeros amores, en fin, ya estaba bastante aclimatado, pero cada vez que podía me iba a casa. Eran sesenta kilómetros y yo los hacia a caballo en una noche, así fuera para estar veinticuatro horas.

 

—¿Rumbo a Melo?

 

—Rumbo a Melo por la ruta ocho hasta la mitad, donde hay un desvío y ahí estaba mi casa.

 

—¿Cuando entró al liceo quién era el director?

 

—Era don Héctor Cutinella que era mi profesor de gramática, de idioma español y mi conductor... yo le tengo un gran reconocimiento. Yo fui un mal principiante. No andaba pero tenía un gran bagaje de casa, donde se leía mucho. Mi padre -aunque era un paisano salido de segundo año de escuela rural- era un hombre que siempre andaba con libros en la maleta. En casa siempre había gran cantidad de libros, y la biblioteca de la escuelita rural No 10, donde me eduqué, tenía un centenar de libros que me sirvieron extraordinariamente. Yo allí leí no solamente literatura vernácula sino también universal. Allí conocí una versión -por supuesto que sintetizada- de "La Ilíada" "Don Quijote" de modo que...

 

—Tuvo más suerte que Serafín...

 

—lAh! si, pobre Serafín... a esa altura no tenía nada. Bueno, y usted sabe que en esas cosas que empecé a hacer, esos escritos, Cutinella empezó a estimularme y a darme muchos más libros, a hacerme leer, y en esa forma muy incipiente empezó todo: unos versos amorosos horrorosos; unos cuentos malísimos que de a poquito yo fui quemando. Empecé a escribir según mi satisfacción recién después de leer a Morossoli, allá por los veintitantos años.

 

—¿Usted lo considera su maestro?

 

—(Ah! sí, Morossoli me abrió un camino, ¿sabe?

 

—Y antes, no lo había impactado por ejemplo, ¿Quiroga?

 

—Si, pero poco, yo era medio romanticón, tenía una gran afición romántica, era rimbombante, palabrero, y la lectura de Morossoll me enseñó a condensar, a economizar, a decir mucho con poco, y eso me sedujo.

 

—Al principio era muy retórico.

 

—Exacto.

 

—¿Y en el liceo estuvo cuatro años?

 

—Estuve cinco porque perdí un año por enfermedad. Yo tuve una difteria horrible que terminó en una parálisis que me llevó unos cuatro o cinco meses. A los cinco años me vine a Montevideo trayendo conmigo ese mundo del desarraigo, no? El choque del canario medio pulido en una ciudad como esta... una cosa espantosa.

 

—Entonces, vámonos a Treinta y Tres al rescate de cosas. Usted dijo hace un rato que "33" era una aldea. Yo la conocí más o menos aldeana porque no estaba asfaltada ni la calle principal. Descríbame un poco esa aldea.

 

—Cuando yo llegué recién estaban haciendo los trabajos de aguas corrientes, no había saneamiento en el centro y de la periferia ni qué hablar. La luz eléctrica era muy precaria, no había radio todavía. Yo tenia un año de residente cuando empezaron a llegar las primeras radios. Cerca de una escuela, -donde vivía Ema Da Rosa, la maestra, la escuela del altillo, que le llamaban allá en el Barrio Tanco- bueno, ahí había una radio que había donado la Comisión de Fomento para que los niños escucharan, y la gente se juntaba así (une los cinco dedos con la mano hacia arriba) a escuchar la radio; había otra en la casa de un médico y no sé qué otra más. Y fíjese el teléfono: nosotros vivíamos a unas doce leguas del pueblo y para hablar teníamos que hacer cuatro leguas hasta la comisaría para hablar a "33" donde había muy pocos teléfonos. Bueno, después estaba la vía, porque no había autos. La gente estaba incomunicada, se conversaba mucho pero en el bar, en el boliche y en el club, y en aquella época el club que había era muy aristócrata.

 

—¿El Progreso?

 

—El Progreso, al cual nosotros, rigoreados por la falta de adaptación, por la falta de indumentaria -porque había que entrar de traje negro y esas cosas- nos íbamos a los barrios, a los prostíbulos y ahí bailábamos, ahí hacíamos amores, hacíamos nuestra vida y nos encontrábamos cómodos. Pocos antes de yo venirme fundamos el otro, el Centro Democrático donde se abrió el abanico y ahí sí, la muchachada se encausó. Este... bueno, de asfalto ni qué hablar, yo me vine y los carnavales todavía transcurrían al ritmo de las grandes polvaredas de la calle real.

 

—¿Usted vio las carretas que iban y venían a, y de Montevideo?

 

—No, este... algunas, pero más bien eran las mentas de ellas, ¿no?

 

—El último mayoral fue Ángel Muniz...

 

—De diligencia. Después de las carretas vino la diligencia, después de las diligencias se vinieron las carretillas, que eran carretas de cuatro ruedas tiradas por caballos y entonces andaban mucho más rápido. Después los camiones y después los ómnibus. Así se fueron sucediendo esas cosas. Y ahí vino el crecimiento demográfico del pueblo y el vaciamiento paulatino de la campaña y la marginación de la gente de los alrededores.

—Así que ya en ese tiempo la campaña se venía despoblando.

—¡Ah! sí, usted lo veía a aquello. Yo tenía unos catorce años.

—¿En qué fecha y ano nació usted?

—Yo nací el 9 de febrero del 20... tengo setenta y uno y pico.

—Y en Montevideo va derecho a Preparatorios.

—A Preparatorios, al IAVA, de abogacía; y después a Facultad también, pero con tropiezos, perdí un par de años, salí, dejé de estudiar, después me empleé y reenganché, sentí la necesidad de seguir estudiando y llegué a segundo año de abogacía, pero ahí ya estaba demasiado tomado por la ciudad, por el trabajo, y ya andaba con miras de casarme y la literatura me había apresado y la política también...

—Cuando yo lo conocí usted era secretario de Andebu en Uruguay 1218.

—Sí, allá iba usted, me acuerdo, con sus primeros escritos.

—Allí estaba Atilio Francois.

—Tenía una oficina en la misma casa, gran amigo, muy buena persona, muy meritorio desde todo punto de vista.

—Director de Radio Chuy y usted de CX 32.

—Si señor.

—Así que la literatura con cuántos años...

—A los 25 años yo sentí que hacia algo digno y que se podía mostrar. Yo ya ahí estaba más conforme y fue cuando salieron los primeros cuentos que se publicaron en la revista Asir, cuarteado por Morosoli. Yo se los mandé a Morosoli, Morosoli me vinculó con la revista Asir y ahí salieron mis cuentos que después se convirtieron en mi primer libro "Cuesta arriba".

—En Mercedes.

—La revista salió en Mercedes pero se editaba acá.

—Ahí estaban Bordoli, Onetti...

—Onetti un poco.

—Él publicó "El infierno tan temido", ahí.

—Pero la sede de Asir era la casa de los Bordoli. Allí los domingos puntualmente nos reuníamos Visca, los dos Bordoli, Trillo Pays, Guido Castillo. A menudo caía Roberto Ibáñez, Paco Espínola a veces; bueno y yo ahí era puro oído, yo apenas hablaba y llevaba mis cuentos. Usted no se imagina qué universidad fue para mí, eso; no era una universidad pero, universidad al fin en materia de lectura, tanto por los libros que se mentaban como por los comentarlos que se hacían por parte de gente docta, por gente preparada.

 

—¿Y era gente impulsadora y generosa?

 

—¡Ah! sí, preciosos amigos; yo les debo, pero mucho, intelectual y afectivamente... este... sin ellos yo no sé qué rumbo hubiera tomado. Ellos me condujeron. Después se fundó la Editorial Asir. Nos juntamos con la gente de Número, la otra revista; una revista dirigida por Rodríguez Monegal, por Benedetti, por esa gente. Había cierto contrapunto del punto de vista de la orientación estilística y estética, pero éramos amigos y un buen día nos juntamos todos y fundamos esa cooperativa. Yo puse dinero pero mi libro salió. Cada cual colocaba -creo que eran- veinticinco ejemplares; bueno y se fue publicando y salieron 10 libros: publicó Onetti, publicó Benedetti, Trillo, Visca, Bordoli, yo; en fin, 10 libros.

 

—¿Usted tiene amistad con Benedetti?

 

—¡Comonó! yo lo estimaba mucho, para mí era un hombre de bien aunque tuviera discrepancias, yo lo consideré siempre como una persona de bien, muy de bien, un hombre; estudioso y muy serio en sus cosas, muy amplio. Bueno, y con Monegal nos encontrábamos porque en una época vivíamos los dos en el mismo barrio, en el Buceo, acá abajo (señala). Él vivía creo que en Tiburcio Gómez.

 

—Mi calle.

 

—Su calle, y yo en Saldanha Da Gama. "Marcha" todos los años hacía un número especial y yo publiqué muchos cuentos, entre ellos "Hombre flauta" pedido especialmente por él.

 

—De sus cuentos, ¿ése es el que más quiere?

 

—Los quiero a todos.

 

—Como a los hijos.

 

—Los quiero a todos y no le tengo preferencia, por el contrario, a veces le tengo cierto resentimiento porque me opacó a muchos otros cuentos a los que yo considero tan valiosos como ese.

 

—Pero el personaje...

 

—¡Ah! el personaje desde luego, porque para nosotros los de aquella época Ansín fue una especie de guía en el ámbito musical. Donde él estaba, allá íbamos nosotros a escuchar y a bailar porque era maravilloso cómo tocaba la flauta... y...

 

—Yo lo conocí con los números de lotería que llevaba del comercio que ahora es de Ricardo Torres.

 

—Sí, al final se dedicó a eso cuando ya estaba totalmente desplazado con la flauta por las orquestas profesionales... pero mire que él ganó su platita con la flauta, porque no había baile ni fiesta estudiantil o escolar en que no fuera llamado y le pagaran... y bueno, y por allá abajo él pasaba el platillo y sacaba sus buenas mesadas.

 

—Había otros personajes como "El Sólito" Pérez.

 

—El "Solito" fue un personaje muy especial. Siempre estaba frente a la esquina del bar de Amil. Le cuento una anécdota: dicen que un día se encontraron él y un personaje al que le decían "cuarto litro" y con el que vivían tomando vino juntos y resulta que "cuarto litro" no lo conoció al "sollto", ¿sabe por qué? Porque le faltaba el bar atrás... (risas). Bueno, era una cosa muy curiosa, era un hombre que pensaba hondo pero que desvariaba al hablar; era batllista y católico...

 

—Ese retrato que estoy viendo, ¿es de Domingo Arena?

 

—Domingo Arena.

 

—¿Y por qué Arena y no Batlle?

 

—(señalando) Allá está Batlle. Son dos regalos. Este de Arena yo tuve la suerte de que me lo regalara la autora y que fue segundo premio en un concurso al que llamó la lista 15, y la autora es muy buena pintora y treintaitresina y se llama Nelsa Solano Gorga, ya muerta, y nacida en La Charqueada.

—¿Seguimos con la literatura?

—Sí, señor...

—¿Usted leyó a Proust?

—Hasta el tercer libro, porque no pude más; me aburrió.

—Lo aburrió, ¿así concretamente?

—Así, como usted lo oye, no pude más con él...

—¿Le gusta Felisberto Hernández?

—¡Ah! si, con locura y fui muy amigo de él, al que se le hizo un reconocimiento muy tardío. Eso debe de haberlo

hecho sufrir mucho, ¿no? Porque mire que era hombre lindo, que escribía con fervor aquellas cosas que escribía.

—Y usted no le encuentra cierta cercanía con Proust, ¿a Felisberto?

—No. Tendría que revisar un poco la cosa, pero mis recuerdos no me anuncian nada al respecto.

—¿Y a Joyce?

—A Joyce lo leí, muy duro para mi, muy duro para llegarme pero lo leí todo.

—¿El Ulises?

—El Ulises... este... y después a los clásicos rusos.

—¿Dostoievski?

—Dostoievski, Tolstoi, Andreiev... y a los franceses.

—¿Flaubert?

—Flaubert, Flaubert me hizo mucho bien; Balzac.

—¿Maupassant?

—Maupassant ni qué hablar...

—Le hizo mucho bien a Quiroga, también, porque en el "Decálogo del perfecto cuentista", dice de

Maupassant, Chejov, Poe y Kipling que hay que creer en ellos como en Dios mismo.

—Si señor, los cuatro a mi también me sirvieron, cómo no; los cuatro.

—¿Quiroga y Amorim?

—Quiroga si; Amorim no tanto. Yo a Amorim en algunas cosas lo hallo inauténtico.

—¿Por su ideología política?

—No, no, no; eso a mí me importa un comino. Claro que a veces lo distorsiona.

—Amorim tenia una particularidad que tienen otros escritores, era escritor, estanciero y comunista,

como Mario Arregui, como Ariel Méndez.

—Sabe que a Méndez no lo llegué a conocer aunque sí, leí algo de él; ¿qué puede ser? ¿A ver?

—"La Encrucijada"; "La Otra Aventura"; "La Ciudad Contra los Muros"..

—Esa, esa. La Ciudad Contra los Muros. ¡Ah!, ¿y es estanciero?

—Pero tiene el campo arrendado. Somos amigos, vive en Avenida Italia.

—A Arregui lo considero mucho mejor escritor que a Amorim, pero ¡mucho mejor! Es mucho más profundo, más

arraigado, más... Hombres y Caballos, un libro precioso, es. No nos llevábamos muy bien con Arregui porque él estaba malo conmigo porque lo incluí en una Antología del Cuento Criollo, y él, no quería ni oír hablar del criollismo.

—¿Se lo manifestó a usted?

—No, lo trasuntaba, lo trasuntaba... pero era muy buen escritor, yo lo estimaba como escritor. Además era muy amigo de Falco.

—¡Ah!, si, escribió una belleza sobre Falco, eso es más que un libro, es una preciosura, eso es; y más que un ensayo sobre el escritor -que también es- es sobre el amigo escritor, con toda la cuota literaria que hay.

—Y Falco lo quería mucho. Arito, le decía.

—¿Usted conoció a Pedro Piccatto y a Cuesta?

—A Cuesta no. A Pedro Piccatto si porque era muy mentado en Asir.

Es un tipo que yo quiero sin haberlo conocido.

—Era muy desgraciado por su joroba, muy joven se murió... tenía poemas muy lindos.

—¿Fue amigo de Falco?

—¡Pero! ¡por favor! !fui intimo amigo y lo quería mucho como persona y como poeta ¡ni que hablar! Era un

hombre de un alma cristalina, de una calidez... nos juntábamos la "barra" de Asir y él era persona ineludible. Yo hacía unas porotadas criollas y lo invitaba; a él le gustaban con locura.

—¿Así que es buen cocinero?

—¡Ah! en eso me tengo fe, con patas de chancho, con boniato con buen poroto... este... y nos pasábamos las tardes allá en el Buceo, en esa casita de Saldanha Da Gama, o en la de La Gaceta...

—1280.

—1280 si; bueno, y después se enfermó el pobre, y teníamos que ir a casa de él... allí nos recibía el padre, don Fernando que era un viejo encantador, panadero viejo, periodista, eeehhh... que hacia unas tallarinadas con hongos, formidables y nos invitaba a todos. , . „ . .

—Cuando dijo La Gaceta yo enseguida me acordé de que a aquella casa donde

usted vivía yo llevé una vez a Zitarrosa porque lo quería conocer.

—Si señor, me acuerdo, además él tenia un mensaje para mi de mi hermano porque en Lima había parado dos meses en casa de él.

—Otra noche llevé a Medina Vidal.

—Después perdimos contacto con él... yo lo había visto con cierto desdén por la literatura criolla y sin embargo al contrario, al contrario; después lo vi tan arraigado.

—¿Se acuerda que habló horas sobre el Martín Fierro?

—Es un coloso, es un coloso. Le tengo intelectualmente una gran estima. Sabe muchísimo Yo cuando estaba en el Municipio a menudo lo llamaba como jurado de los concursos... y después allá en su casa, creo que en un cumpleaños suyo.

—Invité a un hermano de mi padre al que usted con el tiempo le prologó "Cañada Seca", su libro de cuentos... José Muniz Rivero, que era también treintaitresino. Yo también había invitado para que se conocieran, a Pepe Monegal que faltó a la cita y a Daniel Viglietti que cantó y tocó la guitarra.

Yo a su tío lo perdí después de vista y hubiera querido estimularlo porque me gustaba mucho cómo escribía... ¿y qué se hizo Viglietti?

—Creo que está en París.

—El padre, murió.

—Cédar; éramos amigos con él y con Lida Indart, la madre, que es pianista.

—A Cédar yo lo quería mucho, tocaba bien la guitarra, unos estilos...

—Publicó dos libros. El Clinudo y otro sobre folklore.

—El Clinudo, me lo mandó. Siempre nos prometíamos visita.

—¿Volvemos a "33"?

—Como no, todas las veces que usted quiera (ríe ancho y fuerte).

 

—Es volvedor.

 

—Volvedor.

 

—¿Cuál es el escritor de "33" que más le importó?

 

—Mire yo creo que en principio Serafín, tanto por la influencia que ejerció sobre mi cuanto por lo que me gustó; después, con selecciones que hubo que hacen claro, porque el tiempo decanta. Pero... para nosotros fue una verdadera revelación, ¿no? Un hallazgo, allá en aquellos tiempos, nos enloqueció a todos los jóvenes, íbamos por las calles gritando los poemas de Tacuruses... este... había un recitador que se llamaba Enrique Ponti, un tipo acicaladito, montevideano, peinadito, pero se mandaba unos recitales con los poemas de Serafín que llenaba el teatro. Bueno, a Serafín yo allá no lo pude conocer, yo era medio inhibido, él bastante mayor que yo y no me le animé a arrimarme. Pero cuando yo estaba acá y publiqué le mandé mi libro y le gustó, me llamó y nos hicimos amigos de toda la vida. Nos visitábamos, hablábamos de todo; era un hombre muy parco, muy sereno, nunca lo vi hablar mal de nadie aunque hubieran hablado mal de él; decía: "a los críticos hay que dejarlos hacer lo suyo", y mire que lo destrataron muchas veces, ¿no?. Después hubo un poeta que sacó un libro que hizo roncha, pero que se olvidó completamente.

 

—¿"Homo ciudad", de Saúl Pérez?

 

—No, no, antes de eso... "Vibraciones", de José Gorosito Tanco.

 

—Espejo...

 

—Después sacó "Espejo".

 

—Fue el que le regaló a mi padre la única guitarra que tuvo, una Miguel Merialdo, constructor de guitarras que hace más de sesenta años estaba en la calle Médanos.

 

—No me diga, así que se la regaló ¿él? ¡Ah! ¿sí?. (Ahí ¿sí? Era muy vanidoso. Eso fue lo que lo mató a él. Si hubiera sido más humilde...

 

—No sabia que era vanidoso, lo que sé es que era muy católico.

 

—¡Ahí si, ¡ah! sí, de familia muy católica. Este... de quién íbamos a hablar recién? eeeh... de Saúl Pérez Gadea, pobrecito...

 

—Nos hicimos amigos cuando vino de Paysandú, donde daba clase. Paraba en un hotel en la calle Rondeau 1545, creo que con su madre. Me contó que una noche bajo efectos del alcohol tiró la máquina de escribir por la ventana y rompió una novela que estaba escribiendo y de la que llevaba como 500 hojas. Al otro día se quería morir.

 

—Después me dijeron que se tiró al agua, ¿no fue?

 

—Lo que tiene el interior es que a falta de cosas que hacer, la gente termina en el boliche.

 

—¡Ah! el boliche es tremendo, tremendo; la caña es tremenda.

 

¿Y Pedro Leandro Ipuche?

 

—Bueno, para mi fue el gran maestro. En aquella época a mí me había impactado más Serafín, pero si ahora tuviera que elegir, elijo a don Pedro. Yo hice un redescubrimiento de don Pedro.

 

El que lo respetaba mucho era Borges.

 

—Si, eran muy amigos.

 

—Pero Borges no lo respetaba por amigo, porque literariamente no se casaba con nadie.

 

—Si, señor, exacto. Si un día tiene oportunidad de encontrar un volumen gordote que se llama "Canto General", que recoge la mayor parte de...

 

—¿Cómo el de Neruda?

 

—No, el de Neruda es ése, el de él es... es... "Todos los Cantos". Pre-cio-so; pre-cio-so.

 

—Yo Juraría que ese titulo es de una publicación de Vasseur; Alvaro Armando Vasseur (se estaba refiriendo, después comprobé, a "Caminos del Canto**): ¿lo leyó a Vasseur?

 

—Lo leí pero no me entusiasmó. Muy hermético.

 

—¿Y al otro Falco? Ángel Falco.

 

—Muy incendiario.

 

Fue muy luchador, como Frugoni.

 

—¡Ah! de eso no hay duda. Con Frugoni si tuve gran amistad. Tuve el honor.

 

—Yo también tuve el honor. Conservó un libro dedicado que me regaló.

 

—Una vez me retribuyó el envío de un libro con uno suyo que se llama "La elegía unánime"; en cuya primera página en blanco me hizo una dedicatoria preciosa y después lo visité en la casa. Un hombre maravilloso, un hombre para recordar, uno de los pro-hombres de este país. Creo que la militancia política le opacó bastante la obra literaria, pero se le está reconociendo.

 

—Fue un hombre muy jugado.

 

—¡Ahí si; ¡ahí sí; un hombre precioso.

 

—¿Y Valentín Macedo y "Coco" Magallanes?

 

—Valentín Macedo fue un recordado profesor de literatura mío en 4° año. No teníamos mucha relación; yo no me destacaba, así que no había motivo para que un profesor me distinguiera en clase. Pasó el tiempo y cuando salió mi primer libro él lo recibió con bombos y platillos. Cuando apareció su libro "Hombre y Campo", se hizo un gran acto allá en "33", al que él me pidió especialmente que fuera y que hablara, y nos reencontramos. "Coco" Magallanes fue un buen profesor de Gramática; muy haraganote, muy raro; con él nos reencontramos en Montevideo y ahí sí tuvimos una buena relación.

 

—Según tengo entendido había una pléyade de profesores que además de en el liceo, daban clases en las reuniones de boliche, como Valentín, "Coco", Nilo Goyoaga.

 

—¡Ese! ¡ese!... fue profesor mío de literatura, de filosofía y de historia. Nilo era digno de figurar en los más altos ambientes literarios. Recuerdo que trataba a todos sus alumnos de usted. Era de una pulcritud y un respeto... lo tironeaba, lo ayudaba... cuando llegaba a dar las tres primeras partes de la clase decía: "bueno, apunten"; y nosotros apuntábamos complementos de las lecciones. No se imagina lo que son esos apuntes. Yo decía en un trabajo que escribí sobre él: "...con esos apuntes se perdieron muchos exámenes en '33' y se ganaron en Montevideo". Yo gané exámenes en Montevideo con apuntes de Goyoaga. (Acá entra su señora y nos sirve dos whiskys ya que él me había dicho anteriormente si se trataba sólo de trabajar o si le podíamos echar algo "al buche"). Escribí después -y no sé si él lo leyó- en un libro que usted no conoce y que se llama "Lejano Pago", complemento de "Recuerdos de 33" ; escribí más recuerdos, y entre ellos uno que se llama: La Parábola del Pan, del Níspero y del... (la señora que lo escucha desde la otra pieza lo ayuda a recordar: "del dulce"), eso: del dulce . Usted sabe que siempre se le hacía malas jugadas a los profesores en clase; jodas, bromitas; y quien más, quien menos se enojaba. Había otros que no. Bueno, pensábamos qué le podíamos hacer a Goyoaga, un hombre tan serio, cómo le voy a decir: no tenía talón de Aquiles (risas y choques de vasos con los respectivos: Salú) hasta que un día a alguien se le ocurrió: -"es gordo, debe ser buen comilón"-. y entonces veníamos entrando del recreo y a alguien se le ocurrió ponerle un níspero encima del pupitre, y otro le puso arriba un pedazo de pan y otro le puso arriba un pedazo de dulce. Bueno... él se sentó, pasó lista, fue llamando. El tema -se trataba de filosofía- era la conciencia; "a ver usted, ¿qué tema era el de hoy?". Y la contestación: "La conciencia, señor". Y él dijo: "no señor, vamos a dejar eso por hoy, vamos a ver qué les sugiere esto", y señaló lo que le habíamos puesto en el pupitre. Y ahí empezó a hablar y a desarrollar el tema y lo empezó a llevar y a llevar... usted no se imagina ¡con qué calidad! y terminó en una clase de filosofía mezclando lo blanco del pan con el verde de la esperanza y el rosado del dulce y fue una cosa maravillosa, ma-ra-villosa.

 

—¿No se enojó?

 

—¡Nooo! al contrario. Nosotros callados; todos temblando. Terminó la clase, cerró la libreta y salió caminando triunfante y nosotros todos, mirándolo (risas).

—¿Usted recuerda los diarios de "33"?

—Me acuerdo de "La Tarde", donde publicó los primeros versos Serafín, que lo dirigía Ledo Arroyo Torres que después prologó "Tacuruses"; era diario colorado. Había otro que se llamaba "La Actualidad" que dirigía el viejo Paseyro y Monegal.

—Donde Felisberto publicó tres poemas sin que se le conozcan otros y además una página que se titula: El Fray, precisamente el seudónimo de Paseyro y con intención de homenajearlo. Eso lo descubrió haciendo trabajos de investigación Mericy Caétano, que también es de "33" y se licenció en literatura.

—Mire, usted, así ¿eh?, ¿así?

—¿Qué función cumplió en Andebu, era secretario?

—Entré de secretario, redactor de actas, escribía cartas y esas cosas, y después me nombraron gerente por darme un cargo y ahí estuve hasta el año 62 en que entré de diputado.

 

—Por"33", por la primera lista 99 de la que fui co-fundador. Después nos abrimos con Renán Rodríguez porque discrepamos.

—¿Qué recuerdo tiene de Michelini?

—Muy buen recuerdo. No era un hombre de grandes concepciones como estadista pero era un rayo, un orador excepcional, un hombre bueno, un político más que vocacional, un político fogoso, inteligente, para él la política era la vida.

—¿Es amigo de la familia?

—Poco porque no los frecuenté mucho. A ella la fui a saludar cuando Di Candía sacó el libro donde uno de los reporteados fui yo. Es vecina mía, aquí (señala). Los gurises eran todos chiquitos, fíjese que Rafael era un pirriaquito.

—Rafael que ya es abogado.

—A él lo conozco más porque es amigo de un sobrino.

—¿Cuando se separó de la 99 continuó la amistad con Michelini?

—Si; no la amistad de antes, ¿no? pero yo lo respetaba; nos respetábamos recíprocamente.

—Le voy a hacer una pregunta fea...

 

—Dele nomás.

 

—Yo me molesté bastante cuando leí en la prensa una cantidad de nombres vinculados con la Secta Moon, entre los que estaba el suyo. ¿no?

 

—Eso fue una infamia. Le voy a decir la verdad. Yo soy masón, antiquísimo, y un buen día hubo una infiltración. Dentro de la Masonería teníamos una Fundación -había gente que quería hacer otras cosas- bueno, y había una lista de gente que alguien sacó y la largó por esos mundos vinculándola con la Moon. Yo ni conozco a la Moon. Me consta que se comentó que había una persona que tenía relaciones con la Moon.

—¿Se puede saber quién es?

—No. No. Lo que en un momento se dijo fue que alguien tenia relaciones, pero comerciales; estrictamente comerciales. Todo fue una infamia que repitió "Brecha", "Mate Amargo"... me asombra que... es la primera vez que me hacen esa pregunta.

 

—¿Lo molestó?

 

—No, en absoluto, hizo muy bien en preguntarme.

—Bueno, en una oportunidad de aclarar eso ya que va a quedar registrado.

—Si me hubieran preguntado antes hubiera contestado con la misma claridad. Yo he sido un hombre honrado y cuidadoso...

—En el tiempo de la dictadura, usted publicó con el apoyo de una llamada comisión patriótica -la del Sesquicentenario- una novela titulada "Mundo Chico". ¿No le pareció que ese era un modo dé colaborar con el oficialismo de turno?

—Yo niego terminantemente; yo era antioflciallsta, y si se diera nuevamente la oportunidad, la volvería a publicar porque la novela es un alegato contra la dictadura y los atentados, ¿no?

—¿Contra la dictadura de Terra?

—Claro, pero contra la dictadura.

—¿Y de qué modo surgió esa publicación?

Bueno, en ese tiempo Arturo Sergio Visca era el director de la Biblioteca Nacional, y esa comisión recurrió a él para buscar colaboradores para la editorial, y Visca que sabía que yo tenía "Mundo Chico" habló conmigo para ofrecerme la publicación y yo ante esa oportunidad agarré viaje, porque sabía que nadie se iba a hacer cargo de esa novela, por la extensión. Yo aproveché la oportunidad que se me brindó, para publicar y nada más.

—Y de su paso por la Cámara, ¿qué recuerdos?

—(Antes de hablar, rió). ¿Sabe quién hizo una definición que es para mí la mejor? Pivel Devoto, que una vez me dijo: "Sabe que usted como diputado fue un buen escritor" (lanza una carcajada estruendosa y franca que me contagia y reímos a dúo).

—¿Y usted qué opina?

—Que tiene razón. Un diputado del interior por idealista que fuera en ese tiempo no tenía forma de dedicarse porque el tiempo de que disponía era para dedicar a contactarse con la gente y recoger problemas. Así mismo, presenté un proyecto importante que tuvo su resonancia y que la sigue teniendo.

—¿El de la yerba?

—Ese. Un día mis nietos lo verán. Hay gente que me escribe cartas, y hay un hombre que tiene campo y quiere dedicarse a la yerba, y a veces viene gente estudiosa a buscar datos. Después presenté proyectos en materia cultural, yo integraba una comisión llamada de Instrucción Pública -lo que es Educación y Cultura hoy- junto con Arismendi, Pla Rodríguez... después integré otra comisión poco compatible con la que le dije que era la de Ganadería y Agricultura, que ahí me nombraron por ser conocedor de las cosas del campo, y colaboré sobre todo con los primeros atisbos de reforma agraria, aquellas primeras leyes que largó Ferreira Aldunate y que yo voté y en cuya redacción participé.

—¿Tenía buena amistad con Wilson Ferreira?

—¡Ah! éramos muy amigos, yo lo estimaba mucho como persona y como talento. Era un hombre muy completo, muy rápido, muy interesado por el país, un hombre vivísimo.

—Tuvo de compañero a Arismendi, ¿qué opinión tiene de él?

—Un gran balero... un gran balero... después presenté otros proyectos para reeditar a Romildo Risso y a Yamandú Rodríguez que no tuvo eco porque yo ya no estuve y nadie continuó impulsándolos.

—Están editados por la Biblioteca Artigas del Ministerio. ¿Y su paso como director de radio?

—Fue breve. En CX 32 yo estuve dos veces. Esa radio fue comprada por el diario "El Día" en el 46, cuando la candidatura de Tomás Berreta. Yo entré como jefe de personal. Pasó el tiempo y yo me desvinculé de la 32 y entré en Andebu. Pasó el tiempo, pasó Andebu, pasó la diputación, pasaron las grandes apreturas económicas y yo volví a la 32 cuando me ofrecieron la dirección y estuve cuatro años. Había buena gente con la que pudimos hacer cosas y levantarla porque estaba muy populachera, y eso, sin quitarle lo popular, pero agregándole cosas; y me ayudó Martínez Trobo.

—Hugo...

—El mismo, que se murió, lamentablemente... ¿no sabe qué le pasó?

—Estaba durmiendo y pasó de uno al otro sueño, en Barcelona, un sincope cardíaco. Casado con Eva Vicens que está en Europa con la hija.

 

—Si señor, si señor, exacto... Hugo fue el gran resurrector de "Juan de los desamparados" que fue una novela que yo escribí a instancias de...

 

—Alfredo Cáceres, el marido de Esther.

 

—Alfredo Cáceres.

 

—A mi me gustó ese libro más que otros de usted.

 

—Anduvo bien ese libro. Tiene como seis ediciones. Cáceres me había contado el hecho con la intención de que se supiera de aquel hombre que lo que hacia era el bien siendo tan pobre. Se lo había contado a Paco y Felisberto y no había tenido éxito, y un día yo caí a "33" y él estaba en lo del doctor Morales -que eran amigos-. Cáceres decía que salía a desintoxicarse de los locos -porque era siquiatra-, Y Morales me mandó llamar y me dijo que había un hombre que quería hablar conmigo:... "¿y quién es?" -"el doctor fulano"-. ¡Pah! y yo iba apurado trabajando en las campañas electorales. Hice un espacio y fui en la noche, y me encontré con aquel hombre barbudo, espléndido conversador que me contó eso. Además yo quería saber cosas de la señora, de Esther que se ha olvidado y tiene cosas preciosas. Bueno... me hizo ese cuento estremecedor de un hombre pobre y humanista que era un protector de los desamparados sin habérselo propuesto, y yo con ese esqueleto, agregué personajes y novelicé. Martínez Trobo conoció las versiones de Cáceres y la mía y no sólo se preocupó de la obra sino también por el personaje. Nos convocó a aquel salón que tenía, a que expusiéramos, y yo le di -por supuesto- la derecha al doctor y después di la versión mía, y Martínez Trobo que ya estaba "picado" por el personaje, un día que se suscitó un concierto de Eva en Mercedes -que era la patria de Carmona y donde había vivido con el doctor- y bueno, allá se largó a acompañar a la mujer, aprovechando para tratar de encontrar a Andrés Carmona -que ese era su verdadero nombre. Y allá preguntó a unos y a otros hasta que al final un lustrador le dijo que lo iba a llevar a donde estaba. Lo llevó a un lugar que se llama "el alto" o "el cerro", lo encontró y le dijo: "sabe que es usted un hombre famoso; se escribió un libro sobre usted porque el doctor Cáceres contó su vida al escritor fulano de tal" y él decía: -"el dotor, el dotor... dígale que venga a verme que estoy muy viejo y jodido" (risas). Se dedicaba a amparar bichos: una paloma sin un ala... un gato rengo...

 

—¿Y usted lo conoció?

 

—Nunca tuve la dicha de conocerlo. Cáceres a veces lo traía a Montevideo y disfrutaba de las cosas con él... salían por ahí... lo metía en un tranvía y recorrían. Un día lo llevó a ver "La Carreta"; le dice: "¿qué te parece?" Dice que la miró..., la miró... "y... de unco" dijo.

 

—¿De?

 

—Unco, o sea junco, el material que se usaba para hacer el techo de las carretas. Después lo llevó a ver el monumento a Artigas. Dice que también lo miró... lo miró... "¿qué te parece?" y contestó: "entero". ¿Sabe qué quiere decir? cojudo (risas), claro, un hombre de campo está acostumbrado a ver un caballo capón, ¿no? (risas) Cáceres lo adoraba...

 

—Cáceres era muy humanista: con Esther le dieron una gran mano a Torres García. Le compraron cuadros que después donaron y que valen un platal... ¿y qué pasó con su actuación en la Intendencia?

 

—A la Intendencia yo llegué en el año 70 llamado por el doctor Raquetti para intervenir el Servicio de Espectáculos Públicos que estaba muy venido a menos, había grandes problemas. Ahí estuve cuatro años. Después quedó vacante una División que se llamaba Promoción de la Cultura, me la ofreció y ahí me quedé. Era un cargo superior, con muy buen sueldo y grandes atribuciones. Creamos una Cátedra de Cultura que funcionaba en la misma Intendencia. Se llamaba a gente vinculada con la cultura nacional. Creamos el Gran Premio Municipal José Enrique Rodó de Literatura; que el primero en recibir fue Sabat Ercasty, después creo que Idea Vilariño y otros más y también yo. Hicimos bibliotecas, distribuimos libros, en fin, hicimos obra.

Ahora está en manos de Mario Delgado Aparaín.

 

—¿Le gusta su literatura?

 

—No todo...

 

—¿"La balada de Johnny Sosa"?

 

—No tanto, me gustó más "El día del cometa". Es muy buena persona.

 

—Cierto... buen amigo también... usted está en la Academia Nacional de Letras...

 

—Yo entré en el año 70, también; tenía 50 años. Actué mucho en lexicografía; trabajamos mucho en la preparación de un diccionario uruguayo en el que tengo la suerte de que fue continuado por mi hijo que es secretario técnico de la Academia y ha aportado mucho. Claro que ahora, con la enfermedad, no sé cómo le va a ir. Bueno, y fui primer vicepresidente, representé a la Academia en el exterior varias veces. Se trabaja muy silenciosa y anónimamente pero se hacen cosas. Se incorporan palabras, se rechazan palabras, se reciben comunicados de toda América de distintos vocablos, se enriquece el idioma.

 

—¿Y qué opina de la anulación de la letra Ñ?

—Eso es un disparate, no tiene goyete, porque figúrese que involucra hasta la palabra España, porque... ¿Espana, vamos a decir?

—Además que el sentido cambia, no es lo mismo decir una que uña, canas que cañas; ¿usted se da cuenta de la cantidad de parientes que voy a tener yo? Porque todos los Muñiz van a ser Muniz.

—Es verdad (risas).

—Usted una vez tuvo un problema con Enrique Estrázulas, ¿qué pasó?

—Hizo una afirmación genérica a propósito de los premios de literatura diciendo que el Premio Nacional o los premios nacionales no se habían dado nunca a los grandes escritores ni a los grandes críticos. Primero, crasa ignorancia, ¿no? aquí ese premio lo recibieron no sólo Onetti, sino Paco Espínola, Arturo Sergio Visca, Zum Felde y no sé cuántos más. Pero yo además no le reconocía ninguna autoridad para salir a hablar de premios ni de jurados por una actitud muy fea que él había tenido (me la cuenta pero me la reservo). No lo quise hacer público en aquel momento para no agredirlo (yo tampoco lo hago para evitar esa agresión y por no actualizar disputas; incluso, porque con los dos tengo amistad). Pasó el tiempo y ya no nos tenemos ningún recelo.

¿Y qué pasa con el boom de la literatura latinoamericana... a quién admira de esa gente? ¿García Márquez?

—De García Márquez yo admiro más "El coronel no tiene quien le escriba", "La hojarasca" y aquella obra que es más que nada periodística pero muy densa, de gran tensión...

—¿"Relatos de un náufrago"?

—Si, ésa, y "Crónica de una muerte anunciada", me gusta.

—¿Rulfo?

—Le tengo una gran admiración como cuentista, a "El llano en llamas", sigo leyéndolo porque para mí es un ejemplo.

—"Nos han dado la tierra"...

—"Diles que no me maten"... digamos que Rulfo es un gran estilista pero que nosotros tenemos el nuestro que es Morosoli y que no lo hemos descubierto. A Rulfo lo admiro como cuentista pero como novelista... A "Pedro Páramo" lo leí tres veces y no lo llegué a penetrar, hasta que un día encontré una declaración del propio Rulfo que decía textualmente "este libro yo lo escribí para despistar a los críticos" (risas) me bastó... me bastó. Y en cuanto a "El gallo de oro" la considero una novelita, nomás.

—¿Cortázar?

—Me pasa casi lo mismo. Me gusta mucho como cuentista, pero como novelista no lo llego...

¿Y Carpentier?

—Carpentier es mi gran metejón.

¿Más que Borges?

—Hasta ahora si; pero me falta mucho por leer de Borges. Carpentier con "Los pasos perdidos", con "El siglo de las luces" y otras obras me ha dejado fascinado, fas-ci-na-do.

—¿Sábato?

—Sábato poco, pero lo voy a continuar leyendo, lo admiro mucho como persona pero lo he leído poco.

—¿Y Bioy Casares?

—Lo voté como candidato al Premio Cervantes, en la Academia.

¿Qué pasa con la literatura policial que es como si fuera de segunda, como sucede con el criollismo en este país?

—Yo no leí nunca literatura policial.

—¿Ni a Simenon ni a Hammett?

—No. No me atrajo. No tuve oportunidad. No porque la rechazara, porque para eso no tengo ni autoridad ni derecho.

—¿Faulkner?

—¡Ah! en un tiempo fue una locura y me influyó aunque parezca mentira. "Absalón, Absalón", "Las palmeras salvajes"...

—"Luz de agosto".

—Fueron tres obras que me llegaron muy hondo.

—¿Y Steinbeck?, ¿John Steinbeck? A mi me parece un gran escritor y que aunque se le concedió el Nobel no está suficientemente valorado, incluso creo que ha influido y mucho en la literatura latinoamericana.

—No lo he leído aunque me lo han recomendado. ¿Sabe quién para mí fue una cosa bárbara? Thomas Mann. "La montaña mágica", deslumbrante, es una novela algo pesada, lenta, pero de una densidad...

—Yo la tengo pero sin leer; leí "El mago" y cuentos. ¿Y los alemanes modernos, como Heinrich Böll?

—Leí "El tambor de hojalata" que me pareció muy novedoso.

De Günther Grass.

—Me atrapó, sí, si; me interesó. Pero no leí nada más de él.

—Tiene atracción por la pintura uruguaya, ¿no?

—Tengo una gran predilección por Cúneo y por Carmelo de Arzadum. Me gustan Barradas y Figari; por supuesto que Blanes.

—¿De Simone?

—Si, ¡claro! con el que todavía no... -aunque le reconozco un gran talento- es con Torres, no todo me llega.

—A mi me está pasando lo mismo que dice Onetti en un reportaje y es que me están gustando más los retratos. Están ahí en la calle Sarandí.

—Me gusta mucho Laroche.

—Amézaga, Echevarne, Pose.

—¿Se acuerda? Severino Pose.

—¿Y los músicos?

—Universales empecemos por Bach y Beethoven y después todos los románticos.

—¿Nacionales?

—Fabini, Brocqua, Lamarque Pons.

 

-Lamarque, ¿eh? es bastante moderno. ¿Y qué pasa con Piazzolla?

 

-Me está llegando; no del todo, pero me está llegando. Usted sabe que hace ya muchos años me encontraba muy desvestido culturalmente, cuando me vine de allá "no? Parodié a Machado: "... ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar" este... sobre todo en materia musical y pictórica, en plástica general. Bueno escuchaba y leía cosas que rechazaba pero insistía porque pensaba que por algo estaba reconocido eso. ¿no? y redescubría cosas. En materia musical. Beethoven me había llegado pero Gardel no se me borraba, entonces yo recurría a cuánta gente que sabia más que yo y me podía asesorar. Y un día -yo era amigo de Paco Espínola con el que charlábamos mucho en casa de él y que fue mi conductor en muchas cosas- bueno, me animé y le dije: "mire lo que me pasa, yo ando desesperado por ubicarme un poco, imibricarme en muchos aspectos del mundo cultural que me han quedado por ahí... en materia musical mis locuras son Beethoven y Gardel. Tras un trago de grappa, otro de mate y alguna chupada al cigarro, me dijo: "ta bien, está bien; son dos hombres muy buenos; dos talentos musicales. Ahora, vos sabés una cosa? A mí me gustan Stravinsky y Amalia de la Vega"; y ya quedé totalmente liberado, ahora si -pensé- encontré un colega (risas).

 

-Hace un año yo anduve por aquí y con respecto a su futuro literario usted me dijo que pensaba escribir una novela más y consideraba con eso cerrar la etapa de la creación. ¿Qué me dice ahora?

 

-Lo mismo: Yo creo que con veintipico de obras estoy cumplido. Tengo mucho miedo de empezar a repetirme. Mi cantera no está agotada pero llega a sus fines, usted sabe que yo soy un escritor memorioso como Funes.

 

-El fraibentino de Borges.

 

-Yo escribí todo en Montevideo en base a mis memorias de "33". Todo tiene que ver con "33", pero fue escrito acá.

 

-¿Y no ha pensado en trasuntar, dar otra imagen de Da Rosa escribiendo algo que tenga que ver con el asfalto? ¿hablando de Montevideo?

 

-Sabe que he tenido la tentación, pero también mis miedos, mis reservas. He sido muy fiel a la autenticidad y

temo no ser auténtico.

 

-Dígame, usted siempre habló del trasplante y del desarraigo, y ahora que está jubilado y con tanta ausencia de "33". ¿por qué no se va?

 

-!Ah! es que ahora no puedo. Eché demasiado raíces acá. Usted no olvide que yo rechacé Montevideo en los primeros tiempos, pero le debo mi vida. Acá encontré mi trabajo, mi mujer, mis hijos, mis nietos; hice mi obra, me radiqué, hice mi casa. De modo que soy montevideano. Ahora sí, de cuando en cuando siento la necesidad de volver a renovar el paisaje perdido, mi visión de ese paisaje que es como un reencuentro conmigo mismo. Yo necesito ver mi cerro, ver mi gente, mi río, mis soles y mis lunas; aquello en lo que crecí.

—¿Usted era amigo de Raúl Gadea?

 

-Íntimo. Uno de mis amigos más queridos y admirado. Lo acompañe al cementerio.

 

-Mire lo que le voy a contar, que cosa más romántica y lugareña. ¿Sabe donde está Gadea? '

—Me dijeron que él quiso que lo cremaran, ¿no?

 

-Sí, y las cenizas están en el Río Olimar. Fue su voluntad. Lo llevaron Lirita y Rosa.

—Está muy bien. Bien propio de él.

—Un retorno que no es quietud porque es viaje.

 

—Qué hombre que "33" desaprovechó; muy loco. ¡pero de una densidad humana! muv inteligente. Fuimos muy amigos y nos quisimos mucho siempre. Bueno... terminado lo que habíamos empezado a hablar, tengo veintipico de libros publicados y algunos que están pidiendo reedición. Algunos tendrán algún cambio y otros no porque son testimonios ¿no? Yo por ejemplo en esos "Ratos de padre", en ellos reconozco una cantidad de errores como conductor familiar.

 

—¿En qué aspecto?

 

—En materia sexual, por ejemplo; eso era tabú. Los gurises me preguntaban "de dónde vienen los hijos, papá?" y yo salía disparando; y bueno les decía que de abajo de un repollo, de París, qué se yo... eran cosas que hoy no ofenden a nadie. Este... mi proyecto culminativo era una trilogía cuyos dos primeros eslabones están dados. Me falta el tercero. Yo quería dar a través de una trilogía la trayectoria de nosotros, los que de allá desde el fondo, quisimos emerger a la civilización, con los dolores y desarraigos que le conté. Primero, la descripción del lugar de nuestros grandes afectos, las costumbres, la familia, la vida en aquellos pagos; esa novela se llama: "Mundo chico". Después quise reproducir en "33" la vida de estudiante, el pueblo que estaba creciendo, esa novela se llama: "Rumbo sur". Yo he querido mostrar cómo nosotros fatalmente tenemos que venir para este lado.

 

—En un país donde todo está centralizado en la capital...

 

—La última y utilizando a veces los mismos personajes se llamaría: "Punto final", se desarrollaría acá en Montevideo. Tengo ya escrito un capítulo y el proyecto de otro, pero no tengo por ahora muchas ganas de seguir escribiendo. Voy a hacer lo posible por cumplir. Hablar de esos centauros de las grandes extensiones que se convirtieron en mandaderos de su casa, en surtidores de boliches, cuando habían sido señores de su imperio, como mi padre, por ejemplo, y por voluntad de él, por imposición de la vida, de la civilización; resignado a la vida de la casa y de la jubilación.

 

—Una última reflexión sobre cualquier tema. Los temas están todos ahí, son diversos y ricos como la vida.

 

—Y... en cuanto a escribir, lo que le digo a los jóvenes siempre. Ponerse la mano en el corazón y preguntarse si realmente es importante y si lo es, hacerlo. Dejar pasar un buen tiempo y volver a preguntarse y si la respuesta es afirmativa, si hay vocación, entonces sí... porque, dígame, ¿qué hubiera sido de usted mismo si no hubiera escrito? ¿quién sería? Eeeeh... bueno, y como le dije antes, voy a tratar de cumplir escribiendo esa novela, y punto final.

 

entrevista de Lucio Muniz

Treinta y Tres en quince nombres
Ediciones de la crítica
Montevideo, Uruguay, 1992

Ver, además:

                    Lucio Muniz en Letras Uruguay

Editado por el editor de Letras Uruguay

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