Hugo Bervejillo: Nacer en Malvín. Renacer en la narrativa. entrevista de Lucio Muniz |
L.M. —¿Naciste en
Malvín? H.B. —En Malvín, que
en ese entonces era un pueblito junto a la costa Sur de Montevideo. Lindo
barrio que ya no existe porque cambió la edificación. Ya no está el
Sanatorio Lussich ni el Hotel "Las Brisas", donde cantó Gardel.
Venía los domingos a comer los ravioles que amasaba la señora Torterolo.
Yo conocí ese barrio con algunas casas en las que había stud de los
caballos que se variaban en Malvín. Era barrio de lavanderas, había un
arroyo que todavía se conserva pero que está muy venido a menos. —Después se hizo
un barrio más "bacán". —Sí, después por el
hecho de ser balneario y no estar muy lejos del centro. Se fue
convirtiendo en un lujo. —Allí hiciste la
escuela, ¿no? —Mis orígenes de
Malvín son irrenunciables. Me bautizó el primer Cura Párroco de Malvín,
que era el padre Joaquín Freire. Fui a la escuela experimental de Malvín
que tenía un programa diferenciado. Allí, en una manzana que es un triángulo
entre las calles Michigan, Decroly y Estrázulas. El programa de la
escuela era distinto a las de todo el país porque estaba basado en un
programa trazado por el doctor Decroly; aparentemente un pedagogo de fama
poco reconocida. Nosotros teníamos en la escuela más permanencia que los
muchachos de ahora. Los que vivían lejos, comían allí. Recuerdo que tenía
una enorme biblioteca; había clases de música, de gimnasia; había coro,
las muchachas aprendían a coser. Tocábamos ciencias como Química,
Biología, Física. Se organizaban competencias sobre todo en el área de
Historia y Geografía. Te estoy hablando de Escuela Pública. Los maestros
se adaptaban a ese plan y la directora era Margarita Queirolo. Yo recuerdo
a todas las maestras con un inmenso cariño. Sé que cuando entré al
liceo tenía un basamento sólido de conocimientos. En esa biblioteca yo
conocí las obras de Monteiro Lobato. —Excelente escritor. —Hasta el día de hoy
lo recuerdo. Ahí descubrí a Ciro Alegría. —Que también era
maestro y fue alumno de César Vallejo, también maestro. —Exacto. Allí también
leí a Serafín J- García. —¿Y en qué lugar
naciste de tu Malvín promocionado? —(Risas) En Michigan
entre Orinoco y la Rambla. Después también fui al liceo en Malvín, que
era el Número 10, que después fue Carlos Vaz Ferreira. De ahí pasé a
hacer Preparatorios de Medicina en el IAVA sin terminar segundo, donde dejé
sin dar tres materias. —Claro que a la vez
leías y tenías algún grupo que te apoyaba. —Sí, sí, entre
juegos de fútbol y de básquetbol nos íbamos conociendo desde la escuela
y el liceo o desde el Club Malvín. Descubríamos las apetencias
personales. El que tenia interés específico por la Literatura era
Giovanetti, que había sido compañero de mi hermano. Era un hombre muy
precoz y yo había perdido un año, así que ahí nos encontramos y hablábamos
de literatura y tocábamos la guitarra. El padre de él era un excelente
pintor. —De la escuela de
Torres. —Exactamente. —Vos además de tocar
la guitarra estudiabas piano y te recibiste de profesor; también de
solfeo. ¿Con quién estudiaste? —Tuve varios
profesores. Empecé con una tía lejana y me recibí en el Conservatorio
Giucci, en una casa que hoy es Monumento Histórico Nacional, Los Giucci
tenían una escuela que venía de Liszt. —Eso me lo contó Héctor
Tosar Errecart.—¿No enseñaste piano? —No. Nunca sentí esa
necesidad. Me hubiera gustado hacer docencia en Literatura. —Lo literario lo
hiciste solo. —Ahí tuve la ayuda
de mi padre que era un hombre muy lector, de una voracidad como no he
visto. Tenía una gran capacidad para despertar curiosidad por los temas. —Vale decir que la
primera presencia importante viene de tu casa. —Sí, sí. A él yo
recurría cuando tenía alguna duda. Además en casa se oía a toda hora
el Sodre, intercalado con audiciones de Gardel. Me crié en una casa con
un clima muy particular. Él me daba libros a leer. La parte moderna, el
Siglo XX, lo aprendí con Giovanetti que estaba más adelantado, más
actualizado en eso que mi padre. Con él conocí a Faulkner, a García Márquez. —Y en fija que también
a Onetti, porque él... —Sí, sí, claro. —¿Cuál fue tu
primer trabajo? —Vendedor de libros
para "Crédito Hispano-Uruguayo", en Florida y Soriano. Después
vendí cursos de inglés audiovisual, fui empleado administrativo en una
mutualista, trabajé en una florería, fui empaquetador... fui locutor en
el Sodre. —Y eso de la locución,
¿cómo fue? —Por un concurso que
di en el año 71, entre las ruinas humeantes del viejo Sodre.
Me llamaron a los dos años.
Trabajé un año. Era muy romántico trabajar ahí, en ese tiempo. —Algo así como que
había quedado algo del espíritu de los grandes artistas que habían
estado allí, actuando. —Claro, y era un
enorme complejo cultural; el coro, el ballet, el teatro, la radio. —¿Por qué te
fuiste? —Conseguí un trabajo
mejor. Pasé a Molinos Arroceros Nacionales, donde estuve un año y pico.
De ahí me sacó el ejército por razones ideológicas y me llevó una
licencia de casi 4 años. Me reintegré a la vida cívica y nuevamente
empecé a trabajar en la construcción; en la venta de servicios corno
afiliaciones a la Unidad Coronaria; luego otra vez en la construcción y
sin tener un trabajo fijo, hasta que afirmé la parte laboral en la
Cooperativa Omnibusera Cooptrol, donde estuve ocho años hasta que cerró,
y los empleados hemos sido absorbidos por otra empresa de transporte en la
que estoy. Fui guarda, luego inspector, y ahora, por razones de
conveniencia he vuelto al puesto de guarda. Tengo una parte en una unidad.
Esa es mi fuente de trabajo actual. —Lo que poca gente
sabrá es que el mismo que le vende boleto es el autor de una novela que
ha tenido buena crítica. —Cierto. La mayoría
de mis compañeros no tienen intereses literarios. Viven más bien en las
cosas laborales que son la forma de sustento. Alguno me ha visto
reporteado en la televisión o me escuchó en la radio. —Vos tenés un
apellido vasco. —Cierto, y por madre
italiano: Besio. Digamos que soy un uruguayo típico. El vasco era mi
bisabuelo, venido de Bilbao. Vino con su hermano y se llamaban Manuel e
Ignacio—como los Oribe—según mi padre. Sé que vinieron por motivos
de la guerra carlista y yo calculo que pagando el pase por uruguayos que
fueron allá, como el Coronel Olave y otros varios que fueron a combatir a
la guerra carlista. Yo creo que vinieron por el año 1866. Sé que
llegaron a Montevideo y viajaron al interior, y según tengo entendido,
junto a otras familias fundan Sarandí del Yí. Manuel, sería mi raíz.
Manuel Bervejillo se casa con una Falcón, que es un apellido que todavía
hay allí. Conserva su oficio: chacarero. En 1870 nace mi abuelo ahí, Ángel,
que es el padre de mi padre. Tuvo una casa de consignaciones acá en
Montevideo. La raigambre vasca de la familia viene por ese lado. —¿Y tu padre hacía
referencia a “lo vasco”? —Sí, sí. Hacía
especial hincapié en el “espíritu vasco”. Lo tenía muy presente.
Incluso un primo de mi padre fue a Bilbao, y a su modo censó 13 familias
con nuestro apellido y también descubrió que a veces cambia la “B”
por “V”, o que se repite. Es difícil saber cómo fue la cronología
del apellido en Bilbao. —Eso dependerá del
Juez de paz. —La grafía es a
veces distinta. Incluso cuando mi abuelo y su hermano vinieron, firmaban
distinto. —Por lo general los
descendientes de vasco son apasionados por su origen. —Mi padre se
glorificaba —como cosa de vasco— que cuando agarraba una verdad no la
soltaba por nada. —¿Y cómo sabía que
era una verdad? —¡Ah!, él tenía,..
si entendía que tenía la verdad no se echaba atrás. —¿Y eso es
patrimonio de los vascos? Porque eso me pasa a mí y que sepa no tengo el
mismo origen. Yo también si tengo razones las defiendo hasta el final. —Él decía que tenía
el apasionamiento de la raza. Era cotidiano. —Me han dicho que los
vascos tienden a la depresión. —Eso en nosotros, no. —Se habla de seriedad
en la comunicación. —Cierta distancia
generacional, sí; aunque nosotros nos tuteábamos. —¿Qué te parece eso
que pasa en Pamplona con los toros? —No me gusta porque
tengo un enorme amor por los animales. —Según me contó Tomás
Cacheiro, a él José Bergamín le dijo que en la tauromaquia existe algo
religioso, cuestión del bien y del mal. —No sé. No me gusta.
A mí me interesaría conocer Bilbao porque se trata de mis raíces. Yo
que le encontré una cosa afectiva a la historia del país, y que la
historia de mi novela la transitaron mi abuelo y mi bisabuelo...
quisiera conocer más de cerca aquello que me conduciría al origen de la
familia. Por lo menos al vínculo que ató a Euskadi con Montevideo y que
es la línea que conduce a mí, a mis hijos y a mi nieta. Me gustaría
alguna vez llegar allá. —Vos fuiste hace años
uno de los fundadores de una revista. —Exacto,
"Universo", una revista hecha por soñadores de veintipico de años.
Ahí estábamos juntos con Giovanetti, Daniel Bentancor, Tarik Carson y
Guillermo Chaparro. —¿Cuántos números
salieron? —Tres volúmenes pero
cuatro números, porque un volumen fue doble. Eso significó aprender
muchas cosas buenas y malas. También eso nos ayudó a conocer el medio
intelectual montevideano. Fue un disparate hacer algo que también dependía
de lo económico. Emprendimos esa aventura sin capital y tuvimos la suerte
de encontrar gente tan romántica como nosotros que nos permitía pagar la
edición a medida que íbamos vendiendo. Por esa revista desfiló gente
entrañable que recuerdo con cariño, como Jorge Medina Vidal que era
asesor. —Gran profesor y
excelente poeta que es también amigo. —Estuvo Alfredo
Frescia; fugazmente, Nora Bordón. Fue una enorme empresa que estaba
signada por el maestro Torres García. Había interminables discusiones en
el taller de Giovanetti padre. —Lo que había
entonces era la Filosofía torresgarciana con su Universalismo
Constructivo, llegando a la poesía, a la narrativa. —Exacto. Se trataba
de hacer poesía con un hálito de universalidad que todavía hoy seguimos
recordando los que escribimos. Tarik exilado económico en Buenos Aires. —Y joyero. —Cierto; y Bentancor
publicista y escritor en Brasil, que había en una lengua y escribe en
otra, cosa que yo admiro. Giovanetti en Montevideo; de Chaparro no tengo
noticias. Había ahí la guía espiritual de Torres. Había mucho color
juvenil, y a veces, se aparecía Tabaré Echeverry y cantaba. —Y tu ex compañera
Cristina Fernández, ¿cantaba? —Cantó siempre con
esa preciosa voz. —Es como que está
obligada a cantar bien y ser la número uno (risas). —Cómo canta. —Hace un año
presentaste tu novela "Una cinta ancha de bayeta colorada” con
mucho éxito. Habláme de eso. —La novela en
realidad nace por una pregunta de mi hijo. Viene del liceo y me pregunta
qué había pasado en Paysandú en el siglo anterior. —"La defensa de
Paysandú". —Exacto. Y por no
confiar demasiado en mi memoria —de la cual me enorgullezco— hice !a
experiencia de recurrir a tres libros de autores diferentes, y resulta que
todos decían cosas distintas, en canchas distintas y con cuadros
diferentes. La experiencia que con respecto a la historia del país le dejé
a mi hijo fue penosa. Quise encontrar una veta coherente y vi que en uno
de los libros había una conexión entre un coronel Suárez—que tuvo que
ver con la muerte de Leandro Gómez—y un general Suárez que había
tenido que ver con la muerte de Venancio Flores. Ahí nació la intriga de
develar un personaje; por develar cómo había sido eso que parecía una
serie de sucesos orientados de una determinada manera. Pero la historia se
me escapaba de las manos. Yo me sentía un poco como el protagonista de
aquella película hermosa de Antonioni, Blou-Ap, basada en un cuento de
Cortázar. —Sí, claro, en
“Las babas del diablo". —Justamente, porque
allí hay alguien que encuentra algo y lo persigue. —Se hace un
perseguidor, cosa que es también de Cortázar (risas). —Cierto, y yo me voy
a la Biblioteca Nacional, donde le único que encontré fue satisfacciones
y buen trato de esa hermosa gente como Universindo Rodríguez y Luis
Batalla, que me abrieron las puertas y entonces pude acceder a documentos
que no imaginaba que pudieran existir. Entonces me enteré de un mundo
hermoso y distinto, nuevo, recién hecho aunque existiera hace quién sabe
qué tiempo pero que la historiografía no reconoce; los historiadores
aparentemente no abrevan en esas fuentes. Una historia del país,
distinta, con una carnalidad de los personajes que yo desconocía. Allí
había el poder de comunicación que tenía un Emilio Salgari que me hacía
vivir a Sandokán. Esa misma capacidad de comunicación que encontré en
Hemingway. Porque vos sabes que yo había aprendido hasta a oler los
perfumes que me decía Salgari, y todo eso me quedó. Me sirvió para
transmitir "La defensa de Paysandú", la "Batalla de
Pedernal" o la "Revolución de Timoteo Aparicio”. No puedo
menos que recordar con cariño las enseñanzas que me dejó Salgari, o
Stephen Crane, en: “La roja insignia del coraje". Porque uno, de
todo aprende y las cosas le van quedando sin que se dé cuenta y se va
formando un sustrato que cuando lo precisa, aparece. —Vos tenés un origen
literario sustentado más que en los rusos, en los estadounidenses. —Sí, sí. —¿Para vos ha estado
más cerca Bret Harte, que Dostoievski? —No, no; cada uno en
un área distinta y en momentos de la vida diferentes. Dostoievski es mi
gran autor de la adolescencia; yo gracias a él descubrí la religión en
el arte; como lo monumental: en Tolstoi. Pero también descubrí la
simplicidad, leyendo a los norteamericanos. —También con Chejov. —Lo que pasa es que a
Chejov lo leí después. La simplicidad la descubrí con Caldwell, con
Carson Mac Cullers; una escuela que se basa en el relato despojado de
adornos; la realidad pura y palpitante.
" —Con Hemingway, cuyo
relato a veces parece zonzo y como que no pasa nada. —Claro, porque hay
algo subterráneo. Cada lectura deja su testamento. Recuerdo también a
Barbusse. —¿Y a Celine? —Su "Viaje al
fin de la noche”. —¿Y qué pasa con
los españoles, como Cervantes? —Gran descubrimiento;
me lo enseñó mi padre. También me enseñó a Quevedo, que era su gran
pasión porque rompía las reglas con su talento y se atrevía a decir lo
que nadie se animaba. —Y era cruel, también. —¡Ah!, sí, sí.
—¿Qué otros?
. —Tuve una gran
atracción por Machado, Miguel Hernández, pero no me importó tanto la
prosa española porque es muy localista. —Javier de Viana, Morosoli y Serafín J. García que sé que te gustan, ¿no lo son? -Hablan el castellano. —Pero un castellano
irregular. —Enraizado en un
territorio. Ejemplo: tanto Cervantes como Pérez Galdós son distintos en
la construcción, el paisaje y la imagen. —En Cervantes es un
español antiguo, es otro tiempo que el de Galdós, es distinto. —Aquello es español
y esto castellano, y ese castellano como en los nuestros está traducido
al sabor de la tierra. Para mí alguien inolvidable es “Paco" Espínola.
Recuerdo que con Giovanetti y Bentancor, lo discutíamos con pasión. La
forma ésa de hacer vivos los animales y los defectos humanos... —Eso viene de la fábula,
me parece: Esopo, Samaniego, Lafontaine, Iriarte... —Lo hicieron ellos, sí;
pero: qué uruguayo y qué universal lo de Paco —utilizando un término
de don Joaquín—- Qué cosa linda que la comarca sea el Universo. A mí
siempre me impactó gente como Paco, Javier de Viana; Onetti en menor
medida aunque con una estatura literaria mucho mayor. Y claro que con
menos afinidad de la que encuentra Giovanetti. Coincidimos con Faulkner
que me produce gran satisfacción al leerlo y ser espectador del mundo que
ofrece. Onetti es un montevideano que yo no comparto, con su mundo triste.
Yo creo que la gran enseñanza de la Literatura es que, al final de
"la caja de pandora", siempre tiene que estar: la esperanza. —Yo recuerdo que Goya
pintando tiene momentos de luz y de anécdota, de colorido, sin embargo
donde más me importa es en la pintura negra. —Porque pinta el espíritu
español, no el pueblo. —No sé si es eso,
pero me importa. Capaz que con los años te gana Onetti. —Tal vez. Alguien que
creo "fuera de serie” y que aún no está dimensionado, es Quiroga;
y digo esto aunque discrepo con algunos de sus juicios.
—¿Y qué podemos
decir de los jóvenes? —Me pones en un
apuro, porque como decía Faulkner, yo me siento más escritor que hombre
de letras. —De alguna manera son
sinónimos; hay matices y diferentes casilleros y actitudes. Entiendo que
querés decir que no te gusta ser crítico. —Exactamente. Miro
poco para mis costados y además el tiempo no me deja. El tiempo que me
queda después del trabajo, lo tengo que ocupar en este otro de escribir.
De todos modos creo que algún día se va a hablar de Tarik Carson, que es
un hombre con un mundo personal y enorme, al que apriorísticamente hay
gente que lo rechaza. Será valorado. También Daniel Bentancor, hombre
con un mundo muy difícil en la creación, pero creado con dolor, que es
el gran maestro de la creación, porque del dolor nacen obras de arte. Te
diría que se hablará de Giovanetti, cuyo aliento es más universalista
que el mío. Creo que también se va a hablar de Hugo Rocca, poeta y
hombre de talento que vincula la poesía con la música, que es un poco la
síntesis de este Siglo XX "problemático y febril". Y si el
olfato no me engaña, hay una muchacha que se llama Andrea Moreira, que
dará que hablar. —Querés decir que
“no todo lo que reluce”... —Al oro hay que
saberlo buscar, por algo los gambusinos, aquellos muchachos de California,
tenían que sacar el agua, la arena, todo lo impuro, para que al final
apareciera "la pepita" y no contundirse con otros metales que a
veces tenían algún brillito pero que no eran valiosos. —Para ir terminando:
¿Estás contento contigo? —Sí, sí, sí; estoy
contento porque logré hacer algo que quería y que ha salido mejor de lo
que esperaba. Estoy por eso, sorprendido. —Pero es fruto del
esfuerzo. —Cierto, pero no
siempre los esfuerzos tienen buenas respuestas. —Y si volvieras a
nacer ¿qué harías?, ¿lo mismo? —Por supuesto. Para mí
la mayor aventura sería volverá leer y a escribir. No tengo dudas. Montevideo, 10 de setiembre, 1993. |
entrevista de Lucio Muniz
Uruguayos de raíz vasca
Edición de: "Centro Euskaro-Español"
Montevideo, Uruguay, 1994
Ver, además:
Editado por el editor de Letras Uruguay
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