Comentario sobre el libro

Breves poemas con luna y otros poemas” de Lucio Muniz

Nilo Berriel Fernández

Escribir es una actividad curiosa: por un lado puede ser considerado como un acto egoista en ese “difícil oficio de la intimidad”* una especie de “transmutación intelectual de las experiencias vitales”*; y por otro, como un acto generoso donde el poeta se desprende, como piezas de museo, de todos sus trozos de vida.

Pero no creo que el criterio del autor esté en función de teorías o de circunstancias biográficas; sospecho sí en  el deseo de una lectura hedonista (pero es inevitable, todo es muy antiguo o contemporáneo; impersonal o no).

¿Qué es la poesía? Tiende a una respuesta tautológica y que cómodamente podría contestarse: la poesía es la poesía (“una flagrancia o suma que, de una vez para siempre capta y proyecta nuestra espiritualidad necesaria”)*. La suma atención, la comprensión de los versos que piden la hondura de espíritu, la entrega de experimentar este instrumento público (y a veces reservado) que es el lenguaje.

La presencia en el mundo de los poetas, esa identidad borrosa, y a veces hasta atacada por tener un destino sin fijeza, una excomunión voluntaria e involuntaria, una pieza que no participa del engranaje del sistema. El poeta es alguien que no renuncia en medio de la exaltación, la desilusión, la angustia, el aburrimiento; es todo el tiempo que se configura en un verso, en una estrofa, “en una sintaxis que será síntesis”*

El punto a tratar parte de esta sentencia de Anderssen Banchero: “El poeta parecía su poesía”.* Tal enunciación se dirige a eliminar fronteras entre el hombre y el poeta. La ambición de una Obra, como es el caso de Muniz, donde el pensamiento, el mito personal, la música, la plástica (recordemos que la portada del libro es un óleo del autor), forman parte de un todo indivisible e histórico, y se corporizan en las líneas unívocas de un texto como este: “…obsesiones y fidelidades que el  autor fue construyendo a lo largo de estos años…”*

 

“En cada hombre –dijo Mallarmé- hay un secreto que muchos mueren sin conocer”*. No es éste el caso. Esta afirmación se evidencia en el poema “Compromiso” y en el poema 3 de la sección titulada “Otros poemas”. La unidad del libro a partir de un yo poético persistente, inconfundible en sí mismo, reconstruye estados emocionales en el pasado y en el presente (se exime el futuro en este libro a excepción del poema 4 de la sección “En el Sur”).  Suceden estados de ánimo herméticos ante un referente común que es bisagra, una especie de punto de sutura; un vagar interior que abanica símbolos a partir del referente satelital: la luna. El poeta comparte su descubrimiento, que ha de ser también una construcción y, por qué no, una restauración constante: “las palabras primordiales no significan cosas sino que indican relaciones”*. Estas relaciones dan lugar a la existencia y el conocimiento del hombre en un mundo por lo general nocturno, tan querido por el autor.

 

En la mayoría de los poemas se proyectan estados espirituales personales únicos, tal vez para hacerlos más excepcionales o a veces compartiéndolos. Se trata de acciones líricas que se desarrollan en un vagar nocturno, de calles imprecisas con lunas que no se repiten y que imprimen, además de lo escénico, el color interior de la voz poética.

 

La existencia vivida como una perpetua introspección única se traduce en poesía; aunque el desnudo no es total, pues la confesión, aquí, no es el fin. Se despliegan espacios interiores y exteriores probables porque el texto es un poema físicamente abierto y la disposición espacial incide en esa apertura.

 

El ser poético es muy complejo y se defiende y se define a sí mismo a través de los secretos. Descifrar esos secretos es acercarse al ser humano que describe y pretende a su modo una visión de la realidad: “Todos los hombres de la tierra/ nacen sin un pan al hombro/  y traen una cruz bajo del brazo” (Todos los hombres, p. 54). O una visión de la “subrealidad” : “El vidrio dibujó/ con brillo y grises/ el relieve del pájaro/ el canto y el sonido de las alas/ sin lastimar/ lo traspasaron./ Volvió después a su dureza blanda/ muriendo/ en mil pedazos/ y el hombro cantó herido/ y voló el pájaro” (Tríptico subreal, p. 50). Estas visiones son a veces tan delicadas, tan subjetivas en ocasiones, que uno se tienta de poseer la receta que instrumenta esa aprehensión. Asistimos a  una especie de conquista de universos sensibles que viven en el sujeto de la enunciación a partir de lo más común o trivial: lunas, noches, espejos, plantas, silencios, las puertas, el mar, el viento, etc. Y esta conquista a que aludíamos permite crecer hacia adentro y sentirse reconfortado con uno mismo más allá del ingenio de las palabras (aunque a mi entender no hay una total renuncia al artilugio retórico). De todas maneras una poesía (aparentemente) despojada de riquezas expresivas se sustenta en su propia desnudez.

 

Tampoco faltan algunos tópicos: el desamparo (poema 4, p. 16); los temas hondamente humanos, solidarios y acompañados de elementos sagrados (“Todos los hombres”, “Cosmogonía”, que en ese perpetuo contacto con la naturaleza nos hacen rememorar a Whitman); y otros temas no tan claros: la noche intemporal, el hombre amargado, los anhelos frustrados, el amor, presentado en algunas facetas no tan explícitas que – podríamos decir- se respira en el libro. Más que interesante (puede llegar a ser preocupante) es la falta de desarrollo de la idea poética, relacionada sobre todo con el vacío espacial que demarca el formato. Puede turbar al ingenuo antes de que haya posado los ojos en las primeras palabras del poema, para que los siguientes, dispuestos como están, lo lleven a las últimas. Todo esto, sin otra novedad que un esparcimiento de la lectura.

 

Es imposible leer en forma apresurada; no sólo por el alto grado de connotatividad o concentración metafórica, que a veces puede llegar a ser cerrada, sino por generar el deseo de proseguir las imágenes en quien experimenta la lectura. En efecto los espacios en blanco tienen su importancia; impresionan de entrada, funcionan como un silencio en torno, hasta el punto que un fragmento lírico de pocos pies ocupa un tercio de la página: transgrede sí, pero más aún, dispersa. El papel, la página, interviene cada vez que una imagen por sí misma cesa o vuelve a aceptar la entrada de otras; no se trata, por lo tanto de fragmentos sonoros regulares, sino más bien de la concentración de la idea. Creo que el autor manejó un tiempo de fruición poética (de la imagen poética) en el sentido que reditúa una duración más activa y prolongada de lo imaginario. 

 

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Nilo Berriel Fernández, Treinta y tres, 15 de Junio de 2004

 

Notas

 

Alazraki, J.: El dificil oficio de la intimidad. Siglo XXI. 1984.

Maldavsky,D.: Un estudio estilístico sobre la transmutación intelectual de las experiencias vitales.

Mallarmé,S.: Poemas. Plaza &Janés, 1982.

Idem.

Literatura uruguaya, N° 16: Sobre Líber Falco, A. Banchero y otros. La Mañana, 1984.

Genta Dorado, R. : Prólogo a Breves poemas con luna y otros poemas de Lucio Muniz. Montevideo Ed. de la Crítica, 2003.

Mastronardi, Carlos: Prólogo a “Juego” de Orfila Bardesio, Ed Letras, Montevideo, 1972.