Alfredo Gravina: El interés por la sustancia
Entrevista de Lucio Muníz

Lucio Muniz: Es sabido que naciste en Tacuarembó, que te viniste a Montevideo y te iniciaste con algunas lecturas que fueron principalmente de Gorky.

 

Alfredo Gravina: Bueno, fundamentalmente, de Gorky y de otros autores que aparecían en publicaciones por entrega, que eran muchos; pero sobretodo lo primero que me impactó fue “La madre” de Gorky. A partir de esa lectura ya seguí caminando sobre la literatura universal.

 

L. M.: ¿Qué estudios realizaste?

A. G.: Primarios y secundarios. Estos últimos, en parte en Tacuarembó y en parte en Montevideo. Luego inicié la carrera de Abogacía y estuve en segundo año de Facultad pero abandoné para dedicarme a algo que me gustaba enormemente, que era el teatro. Entre el trabajo y el teatro, no había muchas posibilidades de seguir la carrera, que ya me había desilusionado. Derecho Civil, consagraba no sé si más tiempo, pero si más calor a los derechos de propiedad que a los derechos del ser humano. En el teatro veía más la humanística, y, me fui desencantando de la carrera de abogado. Yo había soñado con los grandes pleitos, la defensa de los pobres, de los desgraciados, de aquellos que no tenían dónde recostarse, y me di cuenta que no. Del mismo modo que antes, me había inclinado por la arquitectura para después construir edificios para la gente.

 

L. M.: Buscando construir más abrigo que belleza.

A. G.: Más abrigo que belleza, siii… y llegó un momento en que también me desilusioné y paré. Antes, en el liceo, cuando estaba en primero o segundo año, había pensado en la carrera militar.

 

L. M.: Y eso, ¿por qué? Vos tenías un tío o un primo que era General, creo, ¿no?

A. G.: Si, pero eso no tiene nada que ver.

 

L. M.: Claro que a esa edad pensarías en eso como en los cowboys…

A. G.: Por supuesto.

 

L. M.: Vos sos uno de los fundadores de “Teatro del Pueblo” junto con Wilson Armas y José Pampín.

A. G.: Bueno, me consideran uno de los fundadores.

 

L. M.: ¿Y cuando entrás en el teatro, ves alguna posibilidad de realizar lo que pretendías de la arquitectura y de la abogacía?

A. G.: No, porque ya me había inclinado por las letras y simplemente me interesó escribir y hacer teatro.

 

L. M.: Y en el teatro: ¿eras actor, apuntador, maquinista?

A. G.: Cuando entré en el teatro, era de la comisión directiva, actor y profesor de impostación.

 

L. M.: Vos habías estudiado impostación con Américo Mibelli…

A. G.: Con Mibelli, del que fui muy amigo.

 

L. M.: ¿Y las publicaciones?

A. G.: Antes del primer libro, empecé a publicar en la revista “Mundo Uruguayo”. Y me importó más que el teatro la prosa: el cuento y la novela. También la poesía, y tengo una cantidad de poemas que no he publicado. He leído algunos, entre gente amiga. (1)

 

L. M.: ¿Tu primer libro fue de cuentos?

A. G.: Sí, existía una publicación que se llamaba “Amigos del Libro Rioplatense”, que era de Argentina y de Uruguay, Buenos Aires – Montevideo; y entonces, amparado en el hecho de que esa revista me publicaba cuentos (publiqué unos siete u ocho, hasta que me pidieron cuentos de amor, con desenlace feliz) pensé en publicar en “Amigos del Libro” y me presenté. Al cabo de un tiempo me llamaron y me dijeron que me iban a publicar un libro, que fue de los últimos que publicó esa editorial, y que se llamaba; “Sangre en los Surcos”.

 

L. M.: ¿Vos te sentís comprometido, con el campo?

A. G.: No.

 

L. M.: Pero tenés un gusto especial por él.

A. G.: El mismo que tengo por las pequeñas poblaciones y por Montevideo. Eso me lo han adjudicado, no sé…

 

L. M.: Yo no te lo adjudico porque entre otras cosas he leído “Seis pares de zapatos”que no transcurre en el campo. Pero en tu obra hay ambiente rural. Incluso hay un cuento de carácter histórico que a mi me hace acordar a “El combate de la tapera”, y que es: “Los ojos del monte”.

A. G.: Tal vez haya una reminiscencia de Acevedo Díaz, es probable.

 

L. M.: Y en “Borrasca”aparece una zona de arrabal que puede ser de cualquier lugar del país, incluso de Montevideo, como el Puerto Rico.

A. G.: Sí, sí.

 

L.M.: ¿Vos tuviste modelos literarios?

A. G.: No, no. Ni los clásicos, ni…, ni… A mi me interesó Paco, me interesó Morosoli.

 

L. M.: Dosseti y “Los molles”.

A. G.: Si, pero no creo tener influencia de ninguno de ellos.

 

L. M.: Que no sería ningún pecado…

A. G.: No, claro. Pero mi literatura no tiene nada que ver con la de ellos. Esto lo digo como una salvedad. No creo que haya influencia directa aunque difusa la pueda haber de varios.

 

L. M.: ¿ Cómo Javier de Viana?

A. G.: Pudiera ser; también de Quiroga; de Acevedo Díaz como tú señalaste, pero difusa, di-fu-sa.

 

L. M.: ¿Tuviste buena relación con Paco, con Enrique Amorim?

A. G.: Mayor relación con Enrique Amorim.

 

L. M.: ¿Por razones ideológicas y literarias?

A. G.: Yo creo que más literarias que ideológicas, aunque estamos emparentados en eso, aunque nunca militamos juntos, ¿no? Alguna vez, accidentalmente, en algún acto. Además, mi contacto con Amorim  -que fue en Montevideo y en Salto, fundamentalmente-  era mucho más por el lado cultural que por el político. De pronto, me llamaban de Salto para dar una charla sobre un tema cultural determinado, y yo iba y paraba en lo de Amorim.

 

L. M.: En el “Chalet Las Nubes”.

A. G.: En “Las Nubes”. Y bueno, con él tuve más contacto que con Paco, con el que también fuimos amigos.

 

L. M.: ¿Y cómo es tu admiración por Quiroga? Seguramente admirás más al cuentista. Dónde te sorprende más: ¿ en “Los desterrados”?

A. G.: Bueno, yo a esta altura no creo que pueda hacer distinción entre unos libros y otros.

 

L. M.: ¿Ves la obra en conjunto?

A. G.: En conjunto. Yo te diría lo siguiente: pese a mi enorme admiración por Quiroga – porque tal vez sea de los escritores de Uruguay y de América Latina que más admiro..

 

L. M.: Yo también.

A. G.: Pero hay algunos temas…

 

L. M.: ¿Morbosos?

A. G.: No te diría morbosos, pero que lindan con el morbo: “La gallina degollada”.

 

L. M.: “El almohadón de plumas”…

A. G.: También, y algunos otros que aunque no incurren directamente en el morbo…

 

L. M.: ¿Estás pensando en “El hijo”?

A. G.: “El hijo”, “El hijo”… a mi me parece que se pasa, que se va más allá de las posibilidades en que hay que encuadrar un cuento, de los materiales que comprenden no solamente la estructura sino todo aquello que significa la imaginación, la fantasía, los derroteros.

 

L, M.: Si, pero en esos derroteros y en esa fantasía, sucede que lo que hay, es la muerte de un niño  y la desesperación y locura de su padre. No es el padre el que lo mata, que eso si sería morboso.

A.G.: Claro, sí, pero para mi, toda especulación literaria con la muerte de un niño, me produce rechazo, venga cómo y de quien venga. También hay otros cuentos de Quiroga que me dejan estremecido e inventándole otro final, como el cuento aquel de un padre con dos niños que se muere indefectiblemente, con la conciencia de que los hijos se van a morir porque las circunstancias impiden de todos modos que puedan salvarse. No, no. ¿Hasta ahí? No. Porque yo salgo  -sin derecho-  inventándole otro final.

 

L. M.: ¿Y qué final vos inventarías? El hombre antes de morir sabe que los niños van a quedar solos.

A. G.: Pero no es con anterioridad a la muerte que yo pienso, que me obliga el cuento a pensar por su final terrible, angustioso; sino una vez que el hombre ha muerto.

 

L.M.: ¿Y cuál sería el final? Dijiste que la situación te hacía inventarlo.

A. G.: Que pasara una piragua por allí y los recogiera. Eso, para mi consuelo.

 

L. M.: Para tu consuelo ¿como lector, como escritor?

A. G.: Como lector.

 

L. M.: Lo que pasa es que vos le estás cambiando el final porque sos escritor.

A. G.: En este caso, soy exclusivamente lector.

 

L. M.: No creo que te puedas separar del escritor.

A. G.: Es probable que si… Y lo digo porque yo no he escrito ni escribiré ningún cuento en el que exista una tragedia con niños; no. Me es absolutamente imposible.

 

L. M.: Pero el hecho de que a vos te sea imposible y no a Quiroga, no invalida ningún mérito de él.

A. G.: No, yo creo que no. Es una cosa personal, y esto proviene de las lecturas de un escritor norteamericano cuyo nombre no recuerdo, que estuvo muy en boga, pero sí recuerdo el nombre de la novela: “Silas Timberman”.

 

L. M.: ¿De los tiempos de Dreiser?

A. G.: Un poquito posterior… Howard Fast. Y lo que ocurre es que un profesor norteamericano, por supuesto, democrático-izquierdista, le apedrean la casa y una de las piedras le pega en el ojo a un niño que es su hijo. Entonces, durante todo el transcurso de la novela no se sabe si el niño va a perder la vista, o no. Me parece que eso es demasiado, porque uno se traslada del problema del profesor  –que es la figura fundamental–  al del hijo.

 

L. M.: Como que existen dos caminos paralelos y se pierde la dirección.

A. G.:   Exactamente, se pierde la dirección y no es justo.

 

L. M.: Pero vos sabés que en arte hacer llorar, reír, enternecer o violentar es un logro. Que el autor de esa novela y que Quiroga te hayan producido eso hasta el día de hoy, ¿no creés que es haber encontrado de su parte esa zona que conmueve?

A. G.: No creo que sea necesario. No creo que haya que llegar a ciertos límites, aunque es usual, es usual… Pero hay que saber utilizar ese recurso; no echar todo inmediatamente en el caldero y mantenerte durante doscientas páginas pendiente de si el niño va a conservar la vista o se va a quedar ciego.

 

L. M.: Pero no me dirás que eso no tiene un enorme suspenso. Es un logro.

A. G.: Pero ese tipo de suspenso conmigo no anda. El asunto del suspenso no es de lo que a mi me atrae mayormente. A mi, lo que me interesa, es la sustancia. La sustancia siempre tiene suspenso.

 

L. M.: ¿Y el suspenso de Hitchcock?

A. G.: Ni el de Hitchcock ni el que hay en otras lecturas. Cuando la cosa es interesante y va bien dirigida, hay un suspenso no buscado, no rebuscado sino del propio material.

 

L. M.: ¿Y cómo ves ese mundo gris que Onetti propone en su literatura?

A. G.: Gris. Grisoscuro.

 

L. M.: Jamás gris-claro.

A. G.: Jamás gris-claro. Aunque de pronto hay algún momento fugaz.

 

L. M.: ¿Te acordás de ese momento?

A. G.: En el núcleo de personajes de Onetti que son oscuros, personajes traumados, cuya relación con el mundo es escasa, extraña y muy efímera, me parece que hay un personaje con cierta luz; aunque de pronto desapareció esa luz y –como el mismo Onetti habla de sus personajes–  se corrompió. Él suele usar ese tipo de…  no sólo de lenguaje sino de tipo de remate de personajes. Así por ejemplo, en una novela corta, “Los adioses”, termina un relator –que es él, en definitiva– augurándole a uno de los personajes, que es una muchacha joven, un final terrible, de corrupción. Onetti es un escritor que se deja leer muy bien porque escribe bien.

 

L. M.: ¿No por lo que trata?

A. G.: Para mi por lo que trata, no. Escribe bien, pero destrata a los personajes.

 

L. M.: ¿Vos tenés algún escritor de cabecera?

A. G.: No, pero el libro que he releído más veces, es ‘El Quijote”. Eso sí, cuando lo releo no lo hago por partes, lo leo “de cabo a rabo”.

 

L. M.: ¿Y qué opinión tenés de Borges, como escritor?

A. G.: Hace muchos años que no lo releo; digamos que más de medio siglo.

 

L. M.: ¿Y cuál recordás? ¿Al poeta, al ensayista, al cuentista?

A. G.: Más bien recuerdo al cuentista. Por ejemplo en “El hombre de la esquina rosada” que fue trasladado al cine y que también vi hace unos veinte años. No me ha faltado ganas de releerlo para hacerme una opinión. Tendría muchos libros que leer, así que si te dijera que tengo opinión formada, mentiría.

 

L. M.: ¿Quiere decir que no sabés si es o si no es?

A. G.: No sé, no; dicen que es un gran escritor; será… Recuerdo al Borges con invención y con fantasía lo leí con agrado cuando tenía dieciocho-veinte años. También recuerdo haber releído algunos autores a los muchos años y he cambiado de impresión.

 

L. M.: Pero sí tenés una opinión sobre Cortazar.

A. G.: ¡Ah! Sí, sobre Cortazar, sí.

 

L. M.: Sucede que Borges es políticamente conservador y Cortazar de izquierda. ¿Esto tiene que ver con tu conocimiento de él y con las lejanas lecturas de Borges?

A. G.: Es probable que algo tenga que ver.

 

L. M.: ¿Por eso te preocupaste más por leerlo?

A. G.: No, no creo, porque hay textos de gente de la que estoy muy cerca, casi amalgamado en una época en lo ideológico y lo político, y no por eso han de gustarme; y en ese aspecto me refiero incluso a algunas novelas de la época Staliniana.

 

L. M.: ¡Ah! Sí, ¿eh?

A. G.: Sí, sí.

 

L. M.: Y qué Cortazar, ¿el cuentista, el novelista?

A. G.: Los dos por igual. Creo que es un gran narrador.

 

L. M.: ¿Tuviste amistad con él?

A. G.: No diría amistad, pero lo conocí y nos tratamos sin llegar al plano de la amistad.

 

L. M.: Pero sí tuviste amistad con Neruda.

A. G.: Con Neruda, sí. Lo conocí en Chile creo que en 1953 en que se realizó el “Primer Congreso Continental de la Cultura”. Ahí hubo una enorme representatividad de primeras figuras.

 

L. M.: ¿Quién lo promovió?

A. G.: Fue promovido por las fuerzas de izquierda, evidentemente, pero hubo representación de todas las tendencias filosóficas, religiosas, ideológicas. No había otras fuerzas preocupadas por la cultura, capaces de organizar un encuentro de tal magnitud. Ahí conocí a Neruda, y al año siguiente fui, pero ya a su casa y estuve en “Isla Negra”. Después nos encontramos en Europa más de una vez, pero fundamentalmente la amistad se cimentó acá, en Uruguay, porque él hizo un viaje en barco durante la época de “La Guerra Fría”, desde Europa para acá. Venía primero al Uruguay para ver si podía volver a su país, y en el barco, nadie lo reconocía como el gran poeta, se echaban para atrás porque en esa época un Neruda en los barcos de primera “era un peligro”. Era capaz de hacer explotar el barco. Entonces una pareja de amigos, el matrimonio Mántaras, se le acercó presentándose y se hicieron muy amigos. Neruda, durante muchos años venía a veranear a Atlántida, y yo pasaba las vacaciones y los fines de semana en una playa cerca; de modo que iba a verlo y así hicimos una gran amistad.

 

L. M.: ¿Y nunca se enfrió?

A. G.: No, nunca; pero el arquitecto Mántaras construyó un chalet en Punta del Este y entonces Neruda iba allí.

 

L. M.: El tiene un precioso poema escrito al puente de “La Barra”, que tal vez sea de ese tiempo.

A. G.: Ya entonces yo lo veía pero por ejemplo en alguna comida en Montevideo, pero no con la misma asiduidad.

 

L. M.: No me extraña que lo vieras en alguna comida porque es sabido que era un gran comilón que hasta llegó a dar alguna receta en las “Odas”.

A. G.: Por supuesto.

 

L. M.: Y tus viajes, que fueron tantos, ¿fuiste viajero representando a tu partido?

A. G.: Yo no fui un viajero vocacional.

 

L. M.: ¿Obligado?

A. G.: Tampoco obligado; fui muchas veces a la Argentina, a Chile. Pero… en el 54 se cumplía el cincuentenario de Neruda y fui. Mis viajes no eran de orden político. Yo nunca asistí en el exterior a ningún acontecimiento de orden político, porque jamás tuve entidad como dirigente partidario.

 

L. M.: Podrías haber viajado como enviado cultural de los dirigentes.

A. G.: Pero no.

 

L. M.: ¿Y cómo hiciste entonces para viajar a Chile en el cumpleaños de Neruda? No me digas que gastaste el pasaje de ida y vuelta nada más que para darle un tironcito de oreja.

A. G.: La primera vez, el pasaje se pagó sobre la base de la suscripción. Al cincuentenario fui por mi propia cuenta. En el primer caso, bueno; entre amigos: “hay que ir al Congreso y se piensa que yo puedo ir, ¿vos me podés ayudar?”. Así se hizo.

 

L. M.: Vos hiciste otros viajes a muchos países.

A. G.: Si, pero antes estuve en muchos países invitado a nivel cultural. Invitaciones que llegaban a mi propia casa. A los países socialistas viajé más de una vez, con los gastos pagos. Antes de la dictadura y en varias oportunidades, viajé a la Unión Soviética. También fui invitado por el Instituto de Relaciones Exteriores de Rumania; en Bulgaria, estuve tres veces en encuentros de escritores.

 

L. M.: Vos estás traducido a varios idiomas…

A. G.: Diez. En general, tuve buena respuesta económica.

 

L. M.: ¿Creés haber tenido más resonancia en el exterior que acá?

A. G.; Por supuesto que sí. Este país es en general bastante ingrato. Y no es una opinión sólo mía, ¿no? Es un país pequeño, bastante conservador, que para suplir ciertas deficiencias que tiene, necesita de mitos, y de pronto agarra un escritor y ése es el mito.

 

L. M.: ¿Y cuál es el mito?

A. G.: El mito desde hace mucho tiempo ya –no ha sido desplazado– viene siendo Onetti, pero también…

 

L. M.: Benedetti, ¿es un mito?

A. G.: Tanto Benedetti como Galeano, empiezan a convertirse en mitos.

 

L. M.: La diferencia es que Onetti para convertirse en mito se tuvo que ir y no volver. Además hay una cuestión de valoración…

A. G.: Ya existía.

 

L. M.: …porque Benedetti y Galeano son hombres de izquierda y la izquierda siempre se ha interesado por el aspecto cultural; en cambio Onetti no, no.

A. G.: No, eso es cierto, pero el mito Onetti existe desde mucho antes de irse del país. Estando acá ya era mito.

 

L. M.: Vos creés que para llegar a ser mito tuvo mucho que ver su forma personal de ser en cuanto a aparecer poco, a las contestaciones sorpresivas, el rechazo a los periodistas y eso… ¿contribuyó al mito?

A. G.: Puede haber contribuído.

 

L. M.: ¿O será que el mito se funda en su literatura?

A. G.: El mito se funda fundamentalmente en su literatura. Después están todas esas trampitas, como que él no acepta que le hagan reportajes, cuando en realidad, tiene centenares de ellos. En cuanto a las actitudes, eso contribuye, sí.

 

L. M.: Decime: ¿qué opinión tenés vos de un escritor como Julio C. Da Rosa?

A. G.: Tengo buena opinión. Me interesa “Juan de los desamparados” por ejemplo.

 

L. M.: ¿Y qué opinión de Visca?

A. G.: Bueno, yo no puedo separar la figura de Visca de los años en que militamos en “Teatro del Pueblo”’…

 

L.M.: Eso es afectivo.

A. G.: Claro que es afectivo, claro.

 

L. M.: ¿Esa es la respuesta?

A. G.: Esa.

 

L. M.: ¿Y Galeano? Es un gran periodista, tenía 25 años y dirigía “’Epoca”.

A. G.: Galeano es un periodista extraordinario. Es de primera línea en América Latina. No sé si sus novelas alcanzan el nivel del periodista –salvo las últimas cosas que publicó en “Brecha” que son periodístico-literarias y que son verdaderamente de “garra”.

 

L. M.: ¿Y Benedetti? Es de gran amplitud y además buen crítico.

A. G.: Es otro periodista de “garra”. Es buen cuentista, buen poeta. A mi me interesa más su poética que su prosa, aunque también me interesa.

 

L. M.: ¿Dónde?

A. G.: En “La tregua”. Es una novela que está enclavada en la clase media; es representativa de esa clase en general. Tal vez no tenga el final más adecuado… la muerte de la muchacha… pero eso no le quita el valor representativo. Tiene un estilo muy especial que hace que sin saber a quién se lee, uno lo identifica.

 

L. M.: ¿Y un escritor como Garini que no es nada publicitado? Para mi es un grande.

A. G.: Es un gran escritor. Yo fui amigo de él.

 

L. M.: Me acuerdo. Yo también, pese a la diferencia de edad, como contigo. Nos juntábamos en el “Bar Mincho”de Yí y Colonia. Además yo lo veía en la casa de Zum Felde y Clara Silva, en la calle Rivera.

A. G.: Al “Mincho”, íbamos, sí. Para mi está para dewscubrirse, todavía. Es de una personalidad absorvente.

 

L. M.: Gran conocedor de la vida, transpira eso.

A. G.: Transpira, sí: un hombre con una personalidad increíble, con un estilo increíble. Puede utilizar los etcétera que nadie se había atrevido. Un estilo seco. Cortante. Pero cortante como un bisturí que llega profundo.

 

L. M.: Ricci le pega en algunos cuentos de oficina que tienen algo de él.

A. G.: Sí, sí, sí; es muy probable que vengan de ahí.

 

L. M.: ¿Y vos creés que hay otros escritores para descubrirse como pueden ser: Levrero, Galmés, Armonía Sommers?

A. G.: Bueno, esos creo que están en la cresta, siempre.

 

L. M.: No sé hasta dónde, no tienen popularidad.

A. G.: No tienen por qué tenerla de acuerdo a lo que escriben. Es para exquisitos, no es para el público común.

 

L. M.: También lo es Onetti, y está en la cresta.

A. G.: Pero es más llevadero, cuenta historias, cuenta cosas.

 

L. M.: ¿Y cómo me decís que es más llevadero si antes me dijiste que es grisoscuro?

A. G.: Es gris pero es llevadero desde el punto de vista de la anécdota. En cambio los otros, para encontrarles una anécdota… dan tanta vuelta con el lenguaje, que al final no se sabe adónde van ni qué quieren.

 

L. M.: No te gustan mucho.

A. G.: No.

 

L. M.: Volviendo a tus viajes, háblame de alguna ciudad que te haya conmovido.

A. G.: Para mi hay tres ciudades que me han conmovido, que son: París, Praga y Moscú aunque son totalmente distintas. Puede existir cierto parecido entre Praga y París, como que un río las cruza; el Moldava, en Praga.

 

L. M.: Y el Sena, en París.

A. G.: Y el Sena en París. Recuerdo como muy interesante, en Moscú, algo que desde un gran hotel observábamos con Rafael Alberti. Desde el lado de la habitación en que estábamos, había junto a la arquitectura moderna unas viejas iglesias contrastando; esas que se ven con una forma de cebolla arriba, y que fueron entregadas al Estado porque no tenían tantos fieles como para mantenerlas, ¿no?

 

L. M.: Para la conservación.

A. G.: Para eso.

 

L. M.: ¿Y sería que no había tantos fieles? Porque ahora la gente va a las iglesias. ¿No tendrían temor?

A. G.: Tal vez por algún temor, eso no sé… sabés que era todo un espectáculo aquel contraste. Otra cosa; en relación con América Latina, las proporciones son mucho menores; allá te encontrás con la plaza tal, y resulta que es una pequeña rinconada, en cambio aquí, semejantes espacios se llaman plazoleta, como la Plazoleta Viera, que en realidad es semejante plaza, comparando. Claro que también hay enormes plazas, y por ejemplo los Champs Elisées, hoy son una gran avenida. Claro que eso es por el desarrollo.

 

L. M.: En Praga todavía circulan los tranvías.

A. G.: Sí, y son muy veloces.

 

L.M.: ¿Visitaste la casa de Kafka, en Praga?

A. G.: No, porque yo habitualmente quería otras cosas, prefería la calle, el movimiento más que los museos.

 

L. M.: ¿Y para comunicarte?

A. G.: Mirá, una noche me pasó con un escritor soviético que nos quedamos sin intérprete y nos entendimos, hablando él algunas palabritas en inglés y yo otras en francés y después por señas y algunos sonidos. Pero ahora recuerdo que volviendo de Sofía a París, había un hombre al lado y le pregunté en francés si hablaba francés y en inglés si hablaba inglés y las dos veces me hizo que no. Bueno, nos quedamos sin hablar. Nos devuelven los pasaportes –se usaba retenerlos y devolverlos en el vuelo– y me dice: “¡Ah! Pero usted habla español, es uruguayo” (risas). El tipo era búlgaro y su padre que había estado en las Brigadas Internacionales contra Franco, se había caso con una española, y la madre, a este señor, le había enseñado español desde chico. Resulta que transcurrió como hora y media en que viajamos sin comunicarnos, siendo que hablábamos un mismo idioma. En Varsovia andábamos caminando con un médico uruguayo amigo, cuando de pronto viene un tipo y nos habla en polaco, en francés, en varios idiomas, entonces, para sacárnoslo de encima nos metemos en una iglesia porque lo que pensábamos era que quería “cambio negro”. Salimos, y le escuchamos decir con desdén: “capaz que son españoles” (risas).

 

L. M.: Decime, ¿no fuiste entonces al Ermitage?

A. G.: Sí, a los grandes museos, sí, pero preferí en vez de ir a Yasnaia Poliana…

 

L. M.: Tolstoi.

A. G.: Sí, prefer andar por ahí.

 

L. M.: Me habías dicho que estás traducido a diez idiomas; ¿cuáles son?

A. G.: Ruso; polaco; búlgaro; rumano; checo; eslovaco; alemán; húngaro; chino y… no me acuerdo del otro.

 

L. M.: ¿Qué se tradujo al chino?

A. G.: “Fronteras al Viento”. Pero a mi la que más me llega es ‘La isla”, aunque la que me dio más satisfacciones fue “Fronteras al Viento”.

 

L. M.: A mi me gustó mucho “Seis pares de zapatos’.

A. G.: Pero es menor… “La isla” tiene 300 páginas.

 

L. M.: “Si es corto y bueno, dos veces bueno”. Eso me decía Garini… Decime, vos en “Música y dólares” creás una situación… recuerdo un ciego en un tren…

A. G.: Eso es casi todo realidad. Se trata de un viaje nocturno de Rivera a Montevideo.

 

L. M.: ¿Qué opinás de la juventud con respecto a la Literatura al igual que a la música que parecería que se conoce más la de afuera que la nuestra? Incluso a la Literatura se la quiere sacar de los programas de la enseñanza: ¿cuál sería el efecto?

A. G.: Sería absolutamente nocivo, porque la Literatura además de ser formativa, es un complemento de la Historia. Creo que esta tendencia viene junto con otras cosas, como la privatización de las riquezas del Estado. Tirar todo por la borda.

 

L. M.: ¿Vos pensás que eso viene todo orquestado desde afuera?

A. G.: Por supuesto, la Literatura es uno de los índices fundamentales de la identidad. Un pueblo sin Literatura y sin Música, no es un pueblo; pero fundamentalmente sin Literatura, escrita y oral.

 

L. M.: ¿Acá hay una política cultural?

A. G.: Yo diría que anticultural. Hay algunas instituciones particulares que la tienen y con cierta independencia.

 

L. M.: Pero el interior está desprotegido porque todo se centraliza en Montevideo.

A. G.: Cierto, no hay dinero, las bibliotecas son pobres, sin embargo hay gente que hace por la cultura como sucede en el teatro. Hay festivales pero que son sobre todo nucleadores de la gente, pero que no responden a un proyecto cultural serio y globalizador. Yo soy de la época heroica del teatro, en que a veces se ensayaba seis meses una obra para darla una sola vez.

 

L. M.: Estoy de acuerdo, lo mismo nos pasaba en Treinta y Tres en “Teatro Vocacional”.

A. G.: Hay que tener mucha vocación.

 

L. M.: ¿Y cuál es tu futuro literario? “Un pajarito me contó” que estabas escribiendo un anecdotario.

A. G.: Un anecdotario que va a ser algo así como “Anécdotas y episodios de 4 continentes”, de tono crítico, humorístico, con personajes siempre encuadrados dentro de una anécdota.

 

L. M.: ¿Y quiénes van a estar ahí, por ejemplo?

A. G.: Por ejemplo: Carlos Rodríguez Larreta, que escribía hípicas en “El País”; “Carluti”, le decíamos.

 

L. M.: ¿Rafael Alberti?

A. G.: Alberti, no; pero Neruda también va a estar…

 

***

 

Nota: (1) Creo que voluntariamente omitió la publicación en el año 1941 del libro de poesía: “La hora del canto”, Editorial Cultura-Americana, Montevideo; y, en la década del 80, la publicación de poemas escritos en Cuba y publicados en las revistas UNEAC, Casa de las Américas, COOPAL; según la ficha que le corresponde en el Tomo Número 1 del “Diccionario de la Literatura Uruguaya”, editado por Arca-Credisol, en Montevideo, agosto, 1987.

Entrevista de Lucio Muníz Montevideo, Agosto de 1992 (inédita)
En Letras-Uruguay desde el 17 de marzo del 2012 por gentileza del autor.

Ver, además:

                    Lucio Muniz en Letras Uruguay

Editado por el editor de Letras Uruguay

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