Un bicho
cuento de Juan José Morosoli

Funes, que recién había desmontado, le estaba diciendo que venía de parte de don Mario Gómez a buscarlo.

 

-¿Sos de la policía ahora? -bromeó Martín.

 

-No. Lo que pasa es que tu tío te quiere hacer hombre porque vivís como un bicho.

 

Martín replicó:

 

-Seré bicho porque vivo en el monte...

 

-A los bichos con un solo cuero les alcanza.

 

Cierto es que Martín tiene poca ropa y que la vida de él es comer, trabajar y dormir. Pero es cierto también que tiene un revólver, un cuchillo de plata y oro y un caballo “gordo y manso que es un perro".

 

-Sí -dice Funes-, pero con eso no vas a ir a ningún lao...

 

Martín ríe. ¿Con un cabillo, un revólver y un cuchillo no va a ir a ningún lado?

 

Conversaron un rato y Martín resolvió irse.

 

Cuestión de probar, había dicho Funes.

 

-Pues... total nunca he probao cambios..

 

La vida de Martín fue siempre la misma. Era hijo del monte. Vivió siempre con el padre que era monteador y carbonero. De la madre nunca supo nada. El rancho donde vivían era andariego. Iba cambiando de lugar, según el padre iba rozando monte.

 

Cuando entre la vivienda y el carbonal quedaba mucho espacio sin árboles, el padre arrancaba los horcones y los acercaba a los árboles vivos.

 

Tendría diez años cuando el padre se enfermó. Lo llevaron al pueblo. El quedó con Arbelo -otro montaraz- de poca prosa, compañero de trabajo.

 

Un día llegó un guardia civil a avisar "que el pobre Menchaca hacía días que era muerto".

 

Arbelo despidió al chasque, ensilló, llamó a Martincito y lo llevó al boliche del Turco José. Habló algunas palabras con éste y se sentó en un rincón. Apuró tres o cuatro cañas mecido en un silencio que hacía callar al Turco.

 

Después de ir y venir del mostrador a los estantes este llamó a Martincito, le puso una camisa de merino negro y le dio un paquete de caramelos y ticholos.

-Cómalos todos nomás, -le dijo- son de regalo...

 

Arbole pagó, ganó la puerta y ordenó al niño:

 

-Vamos.

 

El Turco abandonó la reja y llegó al resguardo de ramas que le hacía techo. Desde allí se animó a gritar a Arbelo:

 

-Cuídelo, pobrecito...

 

Arbelo ni le contestó.

 

 

Cuando llegaron al rancho miró al niño y le dijo:

 

-Usté sientesé momá ... Yo cocino.

 

Martincito comprendió que algo grande había ocurrido porque Arbelo no era hombre de comedirse para aliviarlo de esta tarea que le correspondía a él...

 

Después se asomó al monte, vio el caballo del padre y se puso a llorar.

 

 

Iban conversando. Se empeñaba Funes en convencerlo "que el vivía que era una desgracia".

 

-Taparse las carnes, le dice, y comer y dormir no es la cosa...

 

También hay que divertirse y vos no sabés lo que es una diversión...

 

-Me he divertido -dice Martín.

 

-No te he visto salir del monte...

 

A Martín le hizo gracia la contestación y replicó:

 

-¿Zambullir en la noche en la laguna de Arreche haciendo callar el monte qué es? ¿Y llevar dos yeguas capadas de contrabando desde lo de Gervasio a lo de Pérez por entre el monte sin trillo, qué es? ¿Y hacer echar al zurdo Arriola cansao como un perro en una monteada, qué es?

 

-¿Y qué ganabas vos?

 

-¿Vos sabés lo que es ver echao de cansancio a un hombre como el zurdo? ¿Y que tenga que cocinar pa todos quince días?

 

-Mira que cosa...

 

-¿Cómo que cosa? ¿El otro cocinando, atendiendo guiso o puchero y vos a lo coronel pitando y tomando mate al lao del fogón?

 

 

Ahora le daba la razón a Funes. Que monte ni monte. La gente que vivía bien era la del pueblo. Él se levantaba a las cinco. Tomaba mate hasta que quería. Después empezaba a trabajar. Al rato nomás "venía” el café con leche y pan fresco. Cualquier cantidad de pan fresco.

 

El trabajo era livianito. De muchacho. Ordeñar la vaca. Picar leña. Ir recibiendo lechones y gallinas y encajonar huevos.

 

El almacén lo atendía el tío, ayudado por un chiquilín de unos doce años, vivo como un rayo, que según aquel "cuando fuera mayor de edá capaz que ya se había comprado hasta la plaza del pueblo".

El no tenía sueldo. El tío lo vestía, lo calzaba y había prometido guardarle unos pesos por mes.

 

Estaba prosiando con "el dependiente", -pues el tío se había ido a surtir a la ciudad-, cuando llegó la vieja de Antúnez:

 

-Mijo, vengo a pedirle un poco de yerba y azúcar.

 

El chico le dijo que el no podía fiar nada.

 

-Esta es la casa de tome y traiga -dijo.

 

A Martín le dio lástima la vieja y ordenó:

 

-Dale un poco de cada cosa...

 

Cuando llegó el tío y se enteró se puso fuera de sí.

 

-¿Cómo? -le dijo-. ¿A usted quién le ordenó dar las cosas?.,. ¿Es suyo el boliche?

 

Y siguió con una retahila de reflexiones. Que él no tenía la culpa que la vieja no tuviera plata. Que había que ver qué elemento era cuando joven... Que "tener" se pelió con "dar".

 

Y remachó:

 

-Que si él estaba remediao era porque no daba... Que los bienes eran pa remediar los males... Que mejor era dar envidia que lástima. Y que todo lo hacía para bien de él, de Martín...

 

 

Después de aquello las cosas siguieron bien. Hasta aquel día que llegó el negro Justino poco menos que de arrastro.

 

-¿Qué le pasa, Justino?

 

-Me pasa que tengo una pierna medio echada a perder... Me voy al pueblo... ¿Y usté sabe lo que es dir a los lamentos y sin fumar?...

 

Le pidió un paquete de tabaco y un poco de creolina suelta para curarse.

 

Entonces Martín le ordenó al muchacho:

 

-Dale tabaco, creolina, salchichón y galleta.

 

Calló un segundo y agregó:

 

-Y me apuntas todo a mí.

 

 

Cuando llegó Gómez y el muchacho le dio cuenta empezó a los gritos.

 

-¡Martín! ¡Martín!

 

Cuando éste llegó, el hombre estaba hecho una furia.

 

-¿No le dije, amigo, que no quiero que dé nada? Que el almacén no es suyo... ¿Qué tiene que proteger a nadie usté? ¿Eh?

 

-El pobre está enfermo...

 

-Qué enfermo ni enfermo. ¡Un negro que no sirve pa nada!

 

A Martín se le levantó la sangre.

 

-Vayasé a la tal por cual -le dijo.

 

Se dio vuelta y ganó el galpón.

 

 

Galopaba en la tarde mansita cuando se encontró con Funes.

 

-¿Y? -preguntó este-, ¿ya dejaste a tu tío?

 

-¿Mi tío?... Más vale ser sobrino de un chancho que de un tío –contestó.

 

Y siguió rumbo al monte donde no había rejas, ni negros, ni tíos.

 

A vivir a lo bicho otra vez.

 

cuento de Juan José Morosoli
De Tierra y tiempo - Cuentos
Lectores de la Banda Oriental
Montevideo, noviembre de 1982

Ver, además:

                      Juan José Morosoli en Letras Uruguay

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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