El casero
J. J. Morosoli

-La visita que le hicieron sus inquilinos a Don Elías, el comprador de chatarra, huesos y trapos viejos, fue como la que le hicieron los animales al gato montés cuando se descaderó...

-¿Y cómo fue?

-Cuando estuvieron seguros que el gato no podía, moverse fueron a visitarlo. . . ¡Hasta la paloma que nunca pudo ver volar un hijo por culpa de él!...

Alvarez, -el propio narrador, que le debía al enfermo nada menos que tres meses de alquiler, encabezó el grupo.

-Venimos a ofrecernos... Estamos a la orden...

-Don Elías estaba en la cama -puro armazón y poca ropa- con la boca torcida y medio cuerpo inmóvil. Lo tendió "un bruto ataque".

-Lo agarró almorzando, porque el hombre era tacaño que, daba asco pero comía que daba miedo.

El pobre tras el ofrecimiento de Alvarez hace un esfuerzo para mover la boca. Quiere contestar. Pero no puede.

-Uno se va a quedar con usted -dice Alvarez; Y luego, a gritos como sí el enfermo estuviera a tres cuadras:

-¡Ya fueron a buscar el doctor!

Y dirigiéndose a los otros:

-Vamos a retirarnos si no capaz que cree que se va a morir...

Doña Rosaura le hace una seña poniéndose el índice en los labios.

Y Alvarez tranquilo responde:

-¿Usted cree que oye?... ¡Va a ver que el doctor dice que no oye!...

Don Elías es propietario de diez casillas de tablas de cajón y chapas viejas negras de orín. Cobra por estos refugios unos alquileres brocales.

Además se pasa el mes murmurando:

-El mes termina el último día... El primero es otro mes...

Y el primero anda ya con los recibos reclamando su pago.

-Antes que el sol, entra el viejo con el recibo, dicen los inquilinos.

-Un desgraciado que vive peor que nosotros, dice Alvarez.

-Eso es. Tiene rentas... ¿pero le sirven para algo?

-Para hacerse odiar...

-Yo -sentencia otro- prefiero un peso para disfrutarlo que mil para andarlos cuidando...

Está dicho que no lo quiere nadie. Pero ahora el hombre está duro como un palo, caído de espaldas sin poderse dar vuelta, "como una tortuga sobre su cáscara".

-Y compadecerse de un hombre así es una humanidad...

Vino el médico y dijo que había que llevarlo al sanatorio.

Cuando lo fueron a sacar de la casilla clavó la mano muerta en el colchón como una garra.

-El hombre no está entregado -comenta Alvarez- todavía quiere agarrar algo...

-Si se llega a prender del colchón tienen que llevarlo con colchón y todo...

Y otro reflexiona:

-Si sale bien será para vender las casillas...

-¡Seguro!... ¡En el sanatorio!...

Cuando el automóvil partió, Alvarez tomo asiento al lado del enfermo. Los demás hicieron calle como cuando sacan un muerto.

Después fueron entrando en las casillas.

Al otro día advirtieron el cambio tremendo de sus vidas. Era primero de mes. Un primero de mes sin recibos ni persecuciones ni amenazas. Además cada cual se acercó al grifo del agua y sacó toda la que quiso. Corría el agua por el canalón como si fuera agua del cielo y no costara nada. En la tarde Alvarez ensilló el caballo del enfermo.

Es el caballo que tiraba del carro donde el hombre cargaba los hierros viejos.

-Hay que moverlo, pobre animal... Un caballo medio viejo, si no camina se envara...

Al otro día utilizó el carro también.

A los dos o tres días doña Rosaura fue al sanatorio a interesarse por el enfermo en nombre de todos.

-Lo encontré igual, dijo al regresar.

-¿Habla? ¿Mira y ve bien?

-Los ojos los tiene abiertos pero sin miradas...

-¿Hablaste con el dotor?

-No. Pero bien atendido está.

-¡Claro! Tiene bienes y los bienes son pa remediar los males...

Ahora que han pasado dos meses hablan del alquiler y el agua. Porque nunca se ha visto que se pueda vivir así, con el techo gratis y gastando agua sin medirla.

-Esto va a terminar mal, -dice el viejo Bermúdez, un guardia civil jubilado-. Algún día caen con un "procedimiento'' y vamos todos a las guascas...

Otra cosa que les hace pensar es la situación de aquel hombre del que nadie sabe nada de su vida anterior.

Sin parientes ni amigos.

-Hay cristianos así, extranjeros que siguen extranjeros... En esos países raros hay gente así...

-Gente misteriosa-.. Parecen nacidos de güevos guachos...

Y Alvarez, que anda con la imaginación quién sabe dónde, remata:

-¿Pero querés cosa más misteriosa que un muerto?

Doña Rosaura trajo la noticia:

-Bueno. El hombre se fue.

Se reunieron y resolvieron ir juntos al sanatorio a acompañarlo.

Pero allí les dijeron que no lo podían ver.

-Mas bien mañana, cuando lo saquen, lo acompañan.

-Entonces podemos prenderle unas velas, propuso doña Rosaura.

Las trajeron. Y Alvarez -sólo a él lo dejaron entrar- fue a encenderlas.

Cuando volvió le dijo a los otros:

-Es mejor que no hayan entrado... Si lo ven capaz que no duermen esta noche.

Al otro día cuando fueron, ya lo habían llevado para sepultarlo.

-¡Qué lástima! -dijo conmovido Alvarez-, porque nosotros venimos a ser los parientes...

Y regresaron a las casillas.

Cuando los otros se levantaron encontraron a Alvarez ocupando la casilla del muerto. Estaba, sentado en la puerta tomando mate.

-Me cambié pa cuidarla -dijo-. No porque el hombre se haya ido le vamos a abandonar los intereses...

Y agregó:

-Pero estén tranquilos que las cosas van a seguir igual.

Y como viera que doña Rosaura no había cerrado bien el grifo del agua, se levantó y lo tornilló bien.

J. J. Morosoli
Tierra y tiempo - Cuentos
Lectores de la Banda Oriental
Montevideo, noviembre de 1982

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