El sentido de "cerrolarguidad"

en Juana de Ibarbourou

Ensayo de Rubinstein Moreira  

JUANA de Ibarbourou (Cerro Largo, 1892-Montevideo, 1979), continuamente ha estado identificándose con el cielo y la tierra de este gajo del Uruguay iluminado para la creación, vaya a saberse porqué extraña fuerza cósmica o consanguínea. Cerro Largo es su vocación. A él vuelve y sobre él anda. Al ingresar el 7 de noviembre de 1947 en calidad de miembro de número a la Academia de Letras del Uruguay, pronunció: “La muchacha de Cerro Largo no pudo soñar jamás que desde su casa pueblerina llegaría hasta el alto sitial de la Academia de Letras de su patria”. Y antes, en el mismo discurso, ya había confesado: “Hice versos desde una edad que no sé contar, pero que constituye una cifra mínima. Dios sabe cómo serían y por qué fraternal bondad me los publicaba en su diario “El deber cívico”, de Meló, Cacho Monegal, que un día me regaló un ejemplar de la “Retórica y poética”, de Campillo, en el que aprendí de memoria, deslumbradamente, cosas que sólo mucho más tarde pude asimilar y comprender. Después, la vida..., la vida con los sueños, el amor, la fe, las decepciones, la esperanza inmortal, fue haciendo esa obra que ahora tiene este premio: una orla de laureles sobre el borde de la frente”.

En el ser íntimo de Juana de Ibarbourou gravita un profundo sentido de cerrolarguidad (Más que “cerrolarguismo”)[1], sentido que ha invadido señeramente su obra toda, y por el que parece exhalar un enjambre de luz, de memoria “norteña”, de bosque solitario y original. Este sentido de cerrolarguidad, como decidimos denominarlo, aunque tal vez más abstracto, constituye —a nuestro entender— una constante, un delicado acento fijo, un diáfano clima remoto, un “leit motlv” apenas muchas veces sugerido por un aire casi imperceptible de melancolía y de gracia. El amor profundo de la tierra, del árbol, del pájaro, del agua, del paisaje entero de su Cerro Largo circunda su obra y ordena su goce humano y espiritual. Es que en su alma existe una unción casi “exorcizante” por la naturaleza, por su ritmo musical y plástico sobre todo. Evoca sus objetos aun en la proximidad como en el sueño y en la lejanía. Pero siempre los evoca, los suscita.   

Su cerrolarguidad presenta a menudo un sabor salvaje, un ritmo zigzagueante de relámpago, una espontaneidad marcada y suprasensible, un movimiento libre donde las sombras casi no tienen asidero. A través de una lectura detenida de su obra advierte pronto el lector que de la propia poetisa — de su propia sangre y de su propio hueso— emana una mística de la naturaleza; de una naturaleza siempre viva, alerta, sonora y colorida, por donde estiliza las creaciones como soporte de su inconfundible sensibilidad y esencialidad, al fin. Brota de su canto un pleno goce de auscultar lo subterráneo y lo prístino, y aunque a veces la forma parezca ingenua o desaliñada persiste —no obstante— esa densa vestidura humana que todo lo preserva en la visión personal de Juana de Ibarbourou. Esto es: sabe cómo salvar el decir por el afecto mismo, por el sentimiento que oculta su imagen y su estampa, por una implícita “empatia” telúrica asordinada.

Sostiene una invitación por su tierra sin apelar más que a lo familiar, a lo perceptible inmediatamente, a lo sensible y diáfano, todo resumido en un solo acto: profunda capacidad de amar aun las cosas más leves.

Juana de Ibarbourou tiene el “hechizo” del paisaje en su retina y en su alma. Y Cerro Largo con su río de índole musical, pues hasta su nombre posee cadencia justa: Tacuarí, “río de las cañas sonoras" como lo traduce líricamente su coterráneo José Lucas al intitular su libro primigenio; sus cerros ya en forma de campana o de candelabro, sus naranjales acariciando el aire, sus pitangas maduras que ascienden a su boca (“Desde el fondo del alma me sube un sabor de pitanga a los labios”), y en fin, en todo este Cerro Largo sintetiza el amor por la tierra, el hondo instinto vegetal, el conmovido acento lírico nuevo, avasallador y dúctil.

En 1944 publica una de sus más hermosas obras en prosa "Chico Carlo", "maravillosa autobiografía de infancia", como acertadamente anota algún critico. Un aspecto común, hondo y vital en la obra de Juana de Ibarbourou sirve de nexo a todas las estampas de "Chico Carlo": la nostalgia.

Este sentimiento no sólo se trasmite a través de las situaciones temáticas en si, sino también predomina en su lenguaje natural, fresco, espontáneo. Diríamos que tiene un carácter espiritual y hasta filológico.

En "Chico Cario" la nostalgia está inmersa intensamente en cada frase, en cada situación, en cada vocablo. Engendra un sentimiento que se contempla con la emoción del lector haciéndolo vibrar en su propio ámbito de ternura y evocación.

Cerro Largo con su naturaleza plena, melódica, múltiple; con sus escenas cotidianas llenas de luz y de movimiento, con sus criaturas sencillas y animadas, constituye el centro de sus relatos. De aquí, pues, que esta obra sea una recreación de la infancia de Juana: su familia, sus juegos, sus amigos, sus paseos; su negra Felisa; Fioritto, el tendero; su predilecto Chico Carlo; su perro Tilo "con sus orejas puntiagudas, el negro hocico, el pelaje amarillo, las cortas patas, la festiva cola"; todo ello en un ámbito común: su Cerro Largo.

La autora en plena madurez literaria y humana lleva al lector a redescubrir el clima de sus años infantiles y adolescentes. Apoyada en sus propias vivencias, ella —Susana, la protagonista aquí— es la columna vertebral de los relatos y la forjadora del mundo emotivo y traslúcido que domina y trasciende. Sus prosas, nutridas de calor y humanismo: "Las coronas", "La estrella", "La reina”, "Chico Carlo", "La fuente de los sapos", "Chico Carlo y su rifle", nos muestran una aguda sensibilidad capaz de asomarse sin velos y sin pausas a seres humildes, sencillos. A Juana le preocupa más que nada sondearles el alma, alimentar el espíritu de sus creaturas con tierna devoción.

Su capacidad fundamental está, justamente, en saber infundirles vida plena.

"Chico Carlo" —su "primer amor"— que le da nombre al volumen, la deslumbra aun siendo un "rebelde, despectivo, silencioso y huraño”. Ella lo consigna: "Fue mi compañero de toda la infancia, mi doble con pantalones, y la agilidad a veces maligna de un gato montés" (...) "Recuerdo su fina cara morena, su negro y enmarañado cabello, sus ojos crueles". Literariamente, es cierto, hay en este relato muchas cosas, tal vez demasiadas: un breve perfil de Aparicio Saravia, la presencia de sus padres, el canto —que actúa como móvil de toda una situación afectiva—, pero la figura de Chico Carlo es la que resalta hasta hacerla preguntarse: "¿Qué oscuro y recóndito sentimiento me unió a aquel extraño muchacho de mi infancia?" En otro cuento, "Chico Cario y su rifle", complementa exquisitamente, la narración anterior. Lleva ésta una aclaración —al pie de la primera página— ligeramente dolorosa: "Chico Carlo existió realmente (...) Cuando se publicó la edición de este libro, en Montevideo, finalizado el año 1944, algún amigo se lo hizo llegar. Y cuentan que, también entonces, lloré ‘con esos sollozos sin eco que son peores que los huracanes’. Murió poco tiempo después".

Chico Carlo aquí aparece ansioso de ser dueño de un rifle: "Mi Chico Carlo, varón fuerte, quería un rifle, como los hombres que quieren una escopeta para derribar pájaros y un revólver para matar, si pueden, a otros hombres". Al comienzo el cuento posee un levísimo enfoque social mas luego se convierte en un tono ampliamente lírico y mítico, que es predominante en toda la obra.

"Tilo", otra de sus prosas extraordinarias, nos muestra a uno de sus personajes muy queridos: su perro. Aparece también en otros cuentos como en el anterior "Chico Cario y su rifle", "La estrella", "Los duendes de Cerro Largo".

En "La estrella”, relato sensiblemente místico y ligeramente ingenuo, aparece además Alí, su gato persa, su Feliciana "negra de alma blanca a fuerza de candor y de fidelidad", protagonista de "La nodriza y el cielo", de hondo contenido humano y llana vivencia.

Juana ha dado viva unidad a su libro mediante el estilo de sus criaturas, la cotidiana trascendencia de sus actos, la vital capacidad de asombro. Feliciana con su mezcla de portugués y español, ser supersticioso y místico, a la par, es uno de los personajes mejor caracterizados —si no el mejor— de cuantos haya trazado Juana de Ibarbourou.

En "La hermana y el monstruo", narración que la autora ha recordado particularmente en reiteradas ocasiones, tiene como centro a su hermana (Isa), a quien llamaba entonces "El monstruo", y la define como "una delgada y pálida muchacha vestida de luto, con tristes ojos como de terciopelo, y de trenzas oscuras, iguales a las mías”, y de quien va a decir finalmente: "Después, la he adorado". El planteamiento es sencillo y abarca una interesante faceta de la sicología infantil. Pero las frases iniciales del relato son claramente autobiográficas y su interés mayor radica —pensamos— en esa espontaneidad despojada, propia del mundo creativo de Juana.

El cuento con que cierra "Chico Carlo" titulado "Duendes de Cerro Largo" es esencial para coordinar este sentido de cerrolarguidad que sondeamos a través de su obra y de su alma. Nos presenta una nobilísima autobiografía de espíritu, síntesis de todo su mundo sensible y mágico. Nos confía secretos de sus "mínimos duendes familiares" (...), "los duendes de mi piel y de mi sangre". (...) "los duendes de mi hogar de Cerro Largo, cuando aún no sabía leer y era muy sabia". Estos seres de Juana y de su negra Feliciana —o mejor Feli, en su lenguaje íntimo y amoroso— transitan por el mundo del cuento como auténticos, plenos, como estrellas diminutas que se han desprendido de su astro mayor, suprasensible y recóndito.

Un año después de la edición de "Chico Carlo" publica "Los Sueños de Natacha", un fino teatro para niños y también en 1945 saca a luz tres pequeñas semblanzas que intitula "Roosevelt, Sarmiento, Martí”.

"Pero Juana de Ibarbourou va quedando sola — comenta Dora Isella Russell— en medio del tumulto que le trae sin cesar su nombre. El tiempo, que lima pedestales, ha acrecentado el suyo, pero empinándola tan alto que su frente roza la soledad.

Su esposo, el mayor Lucas Ibarbourou, fallece en 1942; su madre, una viejecita inolvidable, en agosto de 1949. Ha ido perdiendo sus grandes ternuras esta mujer de ternura esencial.

Y sin ellas, se siente perdida, perdida. De ahí el título del libro editado en 1950 por Losada, en Buenos Aires. De entonces a acá han nacido "Azor” y "Mensajes del Escriba".

Luego de "Perdida" (1950) aparecen estas dos últimas obras en el volumen de sus "Obras Completas" (Aguilar, Madrid, 1953).

Las palabras preliminares de la edición pertenecen al peruano Ventura García Calderón.

En 1955 publica "Romances del Destino”; al año siguiente reúne en un tomo titulado "Oro y tormenta" (editado por "Zig-Zag", de Santiago de Chile), setenta de sus mejores sonetos; en 1966 obtiene el premio Juan Alcover de la ciudad de Palma de Mallorca, con su breve poemario "Elegía", editado por el Ayuntamiento de la Isla y en 1967 en Buenos Aires publica "La Pasajera", libro que está compuesto, en realidad, de tres poemarios: "La Pasajera", propiamente dicho, "Diario de una isleña” (poemas en prosa) y "Elegía”. En el poema que otorga título al libro y que clausura la primera parte del mismo, nos dice —como apunta el critico argentino Alberto Arbonés— en un tono confesional, patéticamente sincero:

Erguida estoy, sin voz y sin sonrisa,

blanca en la inmensa soledad nocturna,

con la brasa del verso en la garganta

y en el pecho la sed de la aventura'

Nota:

[1] "Cerrolarguismo ni cerrolarguidad" son neologismos gratos al oído, pero respetamos la intención y el contenido que les confiere el autor. D.I.R.

 

Ensayo de Rubinstein Moreira

Especial para EL DIA
 

Publicado, originalmente, en: Crónicas Culturales - Suplemento dominical del diario El Día Montevideo, 7 de agosto de 1988 - N° 2846

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/54442

 

Ver, además:

 

                      Juana de Ibarbourou en Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce

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