Transformaciones y renovaciones del alma:

Las sirenas

Ensayo de Hilia Moreira

hiliamoreira5@gmail.com

Ulises y las sirenas es un cuadro del pintor victoriano Herbert James Draper pintado en 1909.

 

Resumen:

La idea según la cual existe una entidad llamada alma, está en la religiosidad popular de las culturas más diferentes. Esta pequeña investigación estudia algunas representaciones del alma femenina en diversos relatos y creencias en torno a las sirenas. En los mitos homéricos, en los de origen celta, el intento de las sirenas es dar al hombre otra dimensión espiritual, a veces más cercana de la materia, a veces imperecedera. En América, la sirena por antonomasia es lemanjá, quien protagoniza una suma de mitos y ritos donde bañan diferentes culturas. Las sirenas, como sugestiva referencia, también están presentes en la narrativa uruguaya del siglo XX. En la novela Los fuegos de San Telmo (1964), el narrador realiza un viaje a Italia en busca del alma de un ser querido, que ha muerto. El término del viaje es un pueblo del Sur llamado Marina, que baña en la Playa de las Sirenas, espacio numinoso, propicio para el mito, el relato, la escritura, la novela.

Palabras claves: mito, sirena, rito, alma, inspiración, escritura

Abstract:

The idea according to which there is an entity called soul, is present in the popular religiosity of different cultures. This brief research studies some representations of the female soul in the frame of a variety of stories and beliefs concerning the mermaids.The representation of the female soul as a mermaid is persistent. In the homeric and celtic myths, mermaids offer men a new spiritual dimension that may be either closer to the material world or timeless. In America the prototype of the mairmaid is Iemanjá who belongs to different cultures. As a sugestive reference, mermaids are also present in the Uruguayan narrative of the XXth century. In the novel Los fuegos de San Telmo (1964), the narrator goes to Italy searching for the soul of a beloved uncle, who has died. The end of the trip is a village called Marina di Camerota, mythic space which helps writing a legend, a story, a novel.

Key words: myth; mermaids; rite; soul; inspiration; writing

Alma y ciencia

La idea según la cual existe una entidad llamada alma está en la religiosidad popular de todas las culturas. También se encuentra, de modo velado, en los ambientes académicos donde, por lo menos desde el gran empuje positivista del siglo XIX, suele primar una actitud agnóstica. Así, se halla, a hurtadillas, en espacios aparentemente ascépticos como el del psicoanálisis. En El futuro de una ilusión, Freud afirma que, en el porvenir, la fe (según él infantil), en un Padre celeste, deberá sucumbir. También llegará la decadencia de las instituciones religiosas, con su fuerte influencia sobre la intimidad humana, las costumbres y la vida social. Asimismo, sostiene el médico, tales instituciones también son diestras en transformar su influjo ético en dinero, obligando a sus fieles a contribuir con fuertes sumas para salvar el alma, recibir sacramentos y otras formas de presión religiosa. A propósito de esta obra de Freud, el novelista Romain Rolland escribe una carta al médico diciéndole estar casi completamente de acuerdo con las reflexiones recogidas en su libro. Se pregunta, sin embargo, acerca de cuál debe ser la actitud del hombre frente al sentimiento del Misterio (sentimiento Oceánico, lo llama, poéticamente, Rolland). Freud responde que no conoce tal experiencia.

Sin embargo, el nombre del alma (psique) está comprendido en la denominación que da a su propuesta científica: psicoanálisis o análisis del alma.

El alma femenina como sirena

Tanto en la tradición culta como en la popular, las tres manifestaciones principales de la sirena son pájaro, pez y serpiente. Las sirenas de la mitología griega se suponen hijas de la ninfa Calíope, cuyo nombre quiere decir voz bonita. Calíope inspira la poesía épica. De su unión con el río Aqueloo nacen varias hijas a quienes Ceres, diosa de la Tierra, transforma en mujeres aladas. Las hijas de Calíope habitan en lugares escarpados. El mito les atribuye un canto dulcísimo con el cual atraen a los navegantes para devorarlos.

Según algunos, las sirenas representan el aspecto animal de la mujer o la imaginación que se desvía por intrincados senderos hacia los estratos primitivos de la vida. A veces significan los aspectos más dolorosos del deseo, que llevan a la autodestrucción (las sirenas, al tener una cola de pez o alas de ave, no pueden satisfacer el ansia que su bello rostro, su canto y su lácteo pecho suscitan). En una concepción tradicional, parecen simbolizar las tentaciones que surgen a lo largo de la vida, vista como viaje o navegación. Estarían allí para detener la evolución de la persona, con una muerte prematura o con un encantamiento que la mantiene en una isla mágica. Conforme con otras perspectivas, representan renovaciones del alma.

La Odisea y Einstein

Al referirse al simbolismo de las sirenas en la Odisea, algunos teóricos no lo restringen al Canto XII. Allí aparecen descriptas como mujeres aladas que encantan a cuantos hombres van a su encuentro, obligándoles a abandonar esposa e hijos y a morir a su lado. La ninfa Calipso y la maga Circe tienen cuerpo femenino completo. Pero, por su capacidad de seducción, la variedad y abundancia de sus dones y el hábitat aislado en el que se encuentran, ofrecen muchos signos propios de las sirenas. Aunque ambas procuren guardar a Odiseo para sí, también colaboran con su viaje. En el Canto V, obediente a la voluntad de Zeus y de su intermediario Hermes, Calipso no sólo autoriza sino que ayuda a la partida del viajero. Le quería la ninfa sin que él la quisiese, dice el poeta. Sin embargo, era más bella que la esposa y le ofrecía inmortalidad. Otra escucha percibiría tal vez un alma solitaria, que no encuentra o no sabe satisfacerse con sus iguales, buscando la compañía de un ser distinto (él es hombre, ella diosa), a cambio de sus dones generosos. En el Canto X, también Circe intenta retener a Odiseo, como ha detenido a otros de sus compañeros, transformándolos en cerdos. Aquí quedaría clara la idea de sirena como alma primitiva o animal, que impide a los varones seguir su camino.

La arqueología moderna, en cambio, leería acaso otro significado en esta mutación. En cultos preliterarios que se desarrollan en Europa hasta bien avanzada la cristianización, el cerdo es signo de la Gran Madre. Figuras de cerdas aparecen en los altares prehistóricos que la honran. Cerdos eran los animales que se ofrecían a Deméter y a su hija Proserpina durante los rituales de Eleusis. Es posible, entonces, que Circe, deidad poderosa de signo femenino, constituya un vestigio del culto a Dios bajo forma de hembra. Así, la metamorfosis de los varones en cerdos significaría su conversión al culto de la Madre. En todo caso, es innegable que la maga es espiritualmente propicia al Navegante. Lo ayuda en su viaje al reino de los muertos y más tarde, en el Canto XII, facilita la continuación de su travesía.

En el ámbito de la cultura griega, las sirenas no se manifiestan siempre asociadas con un destino fatídico. En el libro X de La República, Platón expone el Mito de Er según el cual, en cada uno de los ocho círculos concéntricos en los que giran las esferas, hay una sirena que emite una nota de tono continuo. Así, los grandes cuerpos celestes producen un sonido a medida que giran en el espacio. Dado que el sonido está presente desde que nacemos y no hay un silencio que lo contraste, no lo percibimos.

La representación del alma femenina como sirena es de las más persistentes. En nuestro siglo, se conoce una ocurrencia de Einstein quien, interrogado acerca de por qué perdía los exámenes de matemáticas cuando estaba en Secundaria, contestó: Me distraía escuchando la música de las esferas (esto es, de las sirenas, o del alma femenina en su plenitud).

Reencarnación

Antes del siglo X, en varias capillas francesas, aparecen representaciones de sirenas pájaro o sirenas de doble cola. La sirena de doble cola puede ser un mero juego: se trataría de una postura de las piernas femeninas. Considerando que el mar significa un abismo inferior, la doble cola sería un conflicto interno. O simbolizaría el sexo femenino, pozo insondable de fascinación y vida. A pesar de surgir generalmente en paisajes acuáticos, suele pensarse que la sirena es la mujer como espíritu de la tierra (porque da vida a niños, como la tierra a árboles, briznas y cosechas).

La sirena podría significar a la madre, quien seduce a las almas que están en la dimensión desencarnada y que, al percibirla, quieren renovar su vida corporal. En su trabajo sobre las leyendas judías, el antropólogo y escritor Robert Graves, recuerda una tradición hebrea medieval. En ella, se habla de los ángeles que bajan a la tierra a causa de la cabellera de las mujeres. Es probablemente a esa tradición a la que alude Pablo en su Primera Epístola a los Corinteos (1 Co 11:5-6). Allí sostiene que ...la mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, le falta el respeto a su cabeza. Si una mujer no quiere llevar velo, que se corte el pelo. ¿Por qué debe cubrirse o raparse? Pablo responde a esta pregunta en el versíulo 10: en atención a los ángeles. Según Tertuliano, la costumbre de cubrirse los cabellos durante los rituales católicos obedece a la necesidad de disuadir a esos ángeles. Probablemente es por ese motivo que, por lo menos en el catolicismo tradicional, hasta el Concilio Vaticano II, la mujer debió entrar a la iglesia con los cabellos severamente resguardados bajo una mantilla. De lo contrario, la magia del alma femenina como sirena se une a la que ejerce su voz al entonar los himnos religiosos.

Tal suma de fascinaciones envuelve el espíritu que la escucha. Entonces, éste puede caer en el océano de las aguas inferiores, las formas nacientes, la vida pululante de las multitudes. En consecuencia, la seductora no es sino la madre potencial que, con su voz y belleza, atrae al alma del hijo hasta que ésta anida provisoriamente en su matriz. La madre debe su imperio a las formas cambiantes que se renuevan con la luna, cuyo creciente brilla sobre la frente de las deidades. Más allá del simbolismo religioso, el hombre de campo sabe bien que el influjo lunar preside siembras y alumbramientos.

Melusina, sirena con cola de serpiente

La sirena no sólo representa al alma que se renueva ofreciendo un cuerpo a otra. También puede significar al alma que se transforma con las mutaciones de su propio cuerpo. En el siglo XIV, en su Crónica de Melusina, Jean d'Arras recoge un conjunto de antiguas leyendas, repetidas de generación en generación. Se trata de historias secretas. El hecho de transmitirlas entraña un grado de prohibición. Su protagonista masculino es un cierto rey Elinas, de Albania. (En este contexto debe leerse Escocia.) Habiendo perdido a su esposa, en su dolor, se interna en un profundo bosque. Ese espacio sombrío significa, acaso, un sentimiento de desconcierto y desamparo que acompaña el inicio de nuevos tramos en la trayectoria del alma.

Acosado por la sed, Elinas se aproxima a una fuente donde oye una hermosa voz femenina. La misma pertenece al hada Presina, de la que el rey se enamora incautamente. Se casan, pero el hada pone una condición: que él se mantenga alejado de ella durante sus alumbramientos. ¿Se trata de un tabú de la sangre femenina como los que impone Moisés en Levítico12? En todo caso, el rey, desbordante de alegría ante el nacimiento de sus tres hijas, transgrede la prohibición. El hada escapa con las niñas y se refugia en una isla escarpada (signo espacial propio de las sirenas). Desde allí, muestra a las hijas el reino de su padre, llenándoles el corazón de amargura. (¿Sería una simbolización del período de crianza, en que la madre suele sentirse aislada con sus pequeños mientras el marido disfruta de una vida social y laboral aparentemente rica?) Entonces Melusina, una de las tres pequeñas hadas, emprende un viaje para castigar a su padre. El episodio del padre puede representar la reactivación del vínculo edípico durante la adolescenecia, con sus reveses de dureza y dulzura. La ambivalencia de tal lazo suele provocar, hasta hoy, una reafirmación del principio de solidaridad entre los esposos. Así, a su victorioso regreso, Melusina no encuentra gratitud materna sino ira resignificada (el odio es signo de amor con vestiduras de veneno). La madre maldice a la hija, dotándola con una cola de serpiente, que aparece y desaparece periódicamente. De nuevo, el simbolismo se ha leído en términos del ciclo menstrual femenino. Al cabo de un tiempo, toda madre traspasa a su hija ese signo de feminidad fecunda. En inglés, el menstruo aún se designa con la palabra curse (maldición). Con su nuevo cuerpo de sirena, Melusina recorre Francia hasta que, en la Fuente de la Sed (o en la de las Hadas), se encuentra con Raimundo de Poitou, rey de Francia, quien la desposa enamorado. Porque la sangre de Melusina no era buena (porque tenía cola de serpiente), sus hijos nacieron deformes. El rey la acusó de su naturaleza de sirena (volvió un insulto su mismísima identidad) y ella lo abandonó. Pero dejó su huella y se apareció a todos los reyes de Francia en el umbral de su pasaje hacia el mundo desencarnado de las almas.

La historia de Melusina parece signada por una cultura de predomino viril, que habría desplazado a la cultura original, de predominancia femenina. El signo matriarcal señala a Melusina como un hada, mientras el marido es un simple mortal. Pero, en un deseo de resignificar negativamente lo femenino, su sexo se transforma en fuente de monstruosidades. Existe una tradición popular de gran vigencia en la Edad Media (y cuyo origen se encontraría en un apócrifo 4 Libro de Esdras, del Antiguo Testamento). Según tal leyenda, el contacto con una mujer menstruante genera seres deformes. En todo caso, también es interesante que la leyenda adjudique toda la culpa a la sangre femenina. No se alude siquiera a la simiente del varón. Se trata, así, de una culpa ambivalente que entraña un desmedido privilegio: la gracia de dar vida correspondería exclusivamente a la mujer. Hada serpiente, auténtica sirena, Melusina es obligada por la doxa de la época a dar el mal. De hecho, su cola de víbora es también signo de una Diosa Madre primordial, resimbolizada en el libro del Génesis como responsable de todas las calamidades del mundo. Tal vez lo que haya que ver en estos mitos sea el triunfo de Tierra y corporalidad, renegados por una visión patriarcal que disfruta del cuerpo pero lo condena.

Sirenas con cola de pez

La sirena con cola de pez es de origen nórdico (se encuentra tanto en el folclore propio de las regiones celtas, germanas y escandinavas como en los frontispicios de algunas iglesias de Francia). Habita islas rocosas y arrecifes, y se comporta tal cual sus hermanas aladas de Grecia. A través de la sabiduría popular de muchas comunidades marineras se conservan creencias relativas a ella hasta la actualidad. En la tradición celta, la sirena tiene cola de pez y torso de bella mujer. Lleva espejo y peine. Por eso, a menudo se la ve peinando su cabellera y cantando con irresistible dulzura en una roca a orillas del mar. Encanta a los hombres y su presencia anuncia tempestades.

De acuerdo con ese conjunto de creencias, la sirena no sólo es ominosa sino que puede provocar desastres, devorando al varón que permanece en su camino. En algunas leyendas, citadas por la foklorista Katherine Briggs, las sirenas son gigantescas, como aquellas registradas en Los anales de los cuatro maestros. No sólo sus colas de pez son largas. También tienen larguísimos cabellos.

Existe una historia celta relativa a Lutey de Cury, quien vivía cerca de la Punta del Lagarto, trabajando como pescador y también como aquél que recupera barcos después de naufragios. Según una poética versión, Lutey se hallaba peinando las playas en busca de tesoros, cuando encontró una hermosa sirena, barada a causa de la baja marea. Ella lo persuadió de que la llevara hasta la playa. Mientras iban, le ofreció cumplirle tres deseos, y él eligió pedirle los dones de romper brujerías, hacer que los espíritus familiares operasen en el bien de los demás y que tales poderes descendiesen sobre su familia. La sirena se los concedió. Porque Lutey había pedido sin egoísmo, le dio su peine, para que pudiese llamarla cuando quisiera. El gesto de entregar el peine equivale al de dar la cabellera. Ésta, tanto según el curanderismo como de acuerdo con la medicina computarizada, contiene un mapa del cuerpo entero. Así, la bella sirena le hace un íntimo don de sí al peinador de playas. Pero, a medida que se acercaban a la costa, se dejó sentir otro costado de su naturaleza. Apretándolo por el cuello, lo urgió a seguirla hasta las profundidades. (¿Debemos entender que se trata de una urgencia carnal o emocional descontrolada, capaz de cualquier violencia para satisfacerse? ¿O acaso es un don de la inspiración creadora, que arrastra hacia las profundidaes antes de encontrar su plenitud?) En todo caso, según la leyenda, era tan grande el poder de la sirena que Lutey la habría seguido, si no hubiera sido por su perro (signo de fidelidad), que le ladró desde la costa.

Vio entonces su cabaña, donde vivían esposa e hijos. Al recordarlos, le pidió a la sirena que lo dejase ir. Aún así, ella lo empujaba. Pero él le mostró su cuchillo. Repelida por el acero, la sirena se sumergió en el mar, llamándolo de este modo: Adios, mi dulzura. Durante nueve largos años permaneceré alejada. Luego, volveré a buscarte, mi amor.

Como se ve, la situación es similar a la que se produce entre Odiseo y Circe. En el caso del mito griego, el viajero le muestra su espada y la maga se retrotrae.

Mucho se ha dicho sobre cuchillo o espada como metáforas del sexo masculino. Sin embargo, ni la maga ni la sirena temen al varón. Más bien parecería que, tanto en el caso del poema griego como en el del celta, esa espada o cuchillo simbolizan una violenta protección de orden sexual relacionada con otras defensas, más misteriosas ( la negación de asumir el riesgo y aventurarse en las profundidades de la interioridad o del propio destino).

En el caso del peinador de mares, la sirena mantiene su palabra. Durante nueve años, los Luteys de Cury son famosos sanadores y prosperan en su arte. Pero, al cabo de ellos, cuando se ha hecho a la mar con uno de sus hijos, una hermosa mujer emerge de las aguas y lo llama. Llegó mi hora, dice Lutey y se sumerge con ella, para no regresar nunca más. Se dice que, desde entonces, cada nueve años, uno de sus descendientes se pierde en el mar (llamado, probablemente, con imágenes interiores de destino). La historia acaso simboliza al hombre, responsable de su hogar e hijos, aun cuando la magia del enamoramiento por su esposa haya cedido. Permanece el tiempo de criarlos. Pero cuando ya tienen edad para valerse (el hijo de Lutey podía pescar como él), se deja llevar por una nueva pasión.

La sirenita de Andersen

Muy diferente es la historia de La sirenita que nos propone Hans Christian Andersen. En su rico y delicado mundo acuático viven seis princesas sirenas, que son autorizadas a subir a la superficie del mar cuando llega su edad núbil. Esa superficie se transforma así en signo de un pasaje de alma y cuerpo hacia una zona de mayor madurez. Mientras espera tal momento, la abuela las entretiene con maravillosas historias de hombres, quienes viven lejos de ellas, en la tierra. ¿Habría aquí signos de dos culturas, la femenina y la masculina, rigurosamente separadas en el marco de muchas tradiciones? ¿O es preciso buscar también un símbolo mas profundo? Según C.G. Jung, todo hombre posee una identidad femenina o ánima y toda mujer una identidad masculina o ánimus. (Más adelante nos referiremos al origen hebreo de tales conceptos.) A la hora de elegir el ser amado, cada cual busca en su pareja a alguien que le proporcione un creíble reflejo de la imagen del otro sexo que lleva en su interior. La sirenita de Andersen tiene un jardín (que, tradicionalmente, representa la doncellez de una joven). En él pasean peces los cuales, en ese mundo, se llaman pájaros. Parecería que se trata de correspondencias entre la dimensión aérea (que en Grecia da sirenas aves) y la región acuática, responsable de las sirenas con cola de pez. O, a nivel más profundo, los peces aves indicarían la aspiración del alma sumida en las honduras, a elevarse hacia regiones celestes.

En su jardín, la sirenita pasa largas horas contemplando una escultura que representa a un joven (su animus, tal vez). Cuando sube por primera vez a la superficie ve, en un barco, al joven que ha sido modelo de esa estatua. Rápidamente se desencadena una tempestad. Pero esta sirena (a la inversa de sus hermanas dentro del propio cuento y afuera, en la gran tradición sirenaica) no trata de llevarse al joven a las profundidades. (Como vimos, el intento de las sirenas es dar al hombre otra dimensión espiritual, a veces más cercana de la materia, a veces imperecedera.) Lo lleva a la costa (lo acepta como lo encuentra en ese momento). Es ella quien cambia cuerpo y alma, sustituyendo su cola por piernas de mujer. En este aspecto semejante a Circe, la pequeña sirenita de Andersen tampoco logra retener al príncipe junto a sí. Entonces, la pequeña sirena adquiere un alma nueva, enteramente aérea y muy cercana a Dios.

Esta parece ser la única historia de sirenas que nos cuenta el destino del alma más allá de esta tierra. En cambio, permanece en el misterio la renovación que viven Lutey y su sirena, en las profundidades del mar.

Iemanjá

Según la escritora ítalo uruguaya Meri Lao, en América la sirena por antonomasia es Iemanjá, quien llega a Brasil con grupos africanos de habla yorubá como los géges, los magós y los minas. Iemanjá es dueña de las aguas, señora del mar. Protagoniza una suma de mitos y ritos donde bañan un número diverso y creciente de culturas. Recoge elementos pertenecientes a la Madre de Agua, de origen amerindio y a la epifanía católica de Nuestra Señora del Rosario, de la Concepción o de la Candelaria. Esta figura marina también se une con el mito de las sirenas, de génesis europea. A veces se la representa con grandes pechos, de los que fluyen los ríos del mundo. En algunos casos, su cuerpo de mujer termina en cola de pez, como una sirena de cuya naturaleza participa. Como muchas sirenas, Iemanjá es ambigua, pues puede mostrarse iracunda y celosa así como brindar estímulo y amparo. A raíz de su capacidad de consolar y ayudar, sus fieles suelen darle el nombre de madre. Socorre a los afligidos, resuelve incertidumbres y problemas de la vida, brinda consuelo a los que sufren. Su nombre viene del yorubá yeye, que significa: madre y ejá: pez...

Los ritos afrobrasileños de posesión se irradian desde Brasil a otros países latinoamericanos. De este modo, las celebraciones en torno a Iemanjá tienen un carácter especial en ciudades como Río de Janeiro y Salvador de Bahía. También es patrona del puerto de La Habana. Desde hace unos veinte años de modo abierto, en Montevideo, la noche del 2 de febrero se le ofrecen variedad de objetos entre los cuales predominan los claveles blancos y los grandes trozos de sandía. Estas ofrendas se colocan en pequeños botes que se lanzan al mar, cada uno con una vela encendida. Así el festejo en torno a la Gran Madre acuática deja las playas de Malvín y Ramírez festoneadas de luz.

La sirena en la narrativa uruguaya

Tradicionalmente, se ha hecho de la sirena la imagen de los peligros de la navegación marítima. Si se compara la vida con un viaje, la sirena representa las emboscadas y espejismos que nacen del deseo. Por surgir de elementos indeterminados como aire y agua, puede verse en ella una invención del inconsciente, sueño fascinante donde se dibujan las pulsiones secretas del hombre, incluida la imagen de su muerte. Por influencia de la cultura egipcia, que representa el alma de los difuntos en forma de pájaro con cabeza humana, se ha considerado a la sirena como representación del alma de un difunto que ha errado su destino. Así, aunque se acostumbre a verla como divinidad infernal, se transforma en deidad del más allá, capaz de encantar con su música a quienes alcanzan las islas Afortunadas.

La palabra inglesa para sirena es mermaid que, literalmente significa Virgen del Mar. Así, la sirena sería una manifestación de Minne, Mari o Marina, divinidad que preside las almas de los navegantes.

Si consideramos la clásica novela Los fuegos de San Telmo a la luz de esta descripción, la misma adquiere un especial significado. Los fuegos de San Telmo narra la historia de un viajero uruguayo que ha atravesado el océano a la búsqueda de signos que le permitan encontrase con el alma de un antepasado navegante. El viaje conduce de Montevideo a Nápoles, donde ese viajero se asoma a las profundidades del lago Averno, puerta del país de los muertos. Sigue así los pasos de Eneas, quien busca la sombra de su padre Anquises. Del mismo modo, en el Canto de la Odisea, otro navegante ilustre, Odiseo, buscó la de su madre Hécuba en las profundidades del mar. El viajero uruguayo desciende por la península italiana atravesando el río Mingardo y bordeando el cabo Palinuro. Desciende por la península italiana atravesando el río Mingardo y bordeando el cabo Palinuro. Cada nombre sugiere un mito. Palinuro es el piloto de Eneas quién, vencido por el dios del sueño, cayó al mar y fue arrojado ala costa italiana, donde murió. Al visitar la morada de los muertos, Eneas lo encuentra en su camino. Finalmente, llega al lugar que debía propiciar el encuentro con el alma querida: un pueblo que se llama Marina. Marina es el nombre de la divinidad que guarda las almas de los navegantes. Pero Marina es, también, una sirena. En ese pueblo, sólo se encuentran signos del ser querido (su casa y su parra, la plaza que atravesaba cotidianamente). El viajero comprende que, movido por el deseo, ha emprendido un largo viaje inútil. Aunque desciende hasta la playa que rodea Marina y que se llama spiaggia delle Sirene, no encuentra allí el alma del ser querido: sólo se oía el rumor de los pasos sobre la grava del camino. Finalmente, llega al lugar que debía propiciar el encuentro con el alma querida: un pueblo que se llama Marina. Marina es el nombre de la divinidad que guarda las almas de los navegantes. Pero Marina es, también, una sirena. En ese pueblo, sólo se encuentran signos del ser querido (su casa y su parra, la plaza que atravesaba cotidianamente). El viajero comprende que, movido por el deseo, ha emprendido un largo viaje inútil. Aunque desciende hasta la playa que rodea Marina y que se llama spiaggia delle Sirene, no encuentra allí el alma del ser querido: sólo se oía el rumor de los pasos sobre la grava del camino.

¿O acaso el carácter de Marina estriba en una cualidad más profunda y verdadera que la de tender una trampa al deseo? Tal vez su condición sirenaica radica en propiciar el espacio para el relato, la escritura, la novela. Como lugar que permite la invención y la creatividad, Marina se transforma en puerta que conduce a la Isla de los Afortunados.

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PLATO (1955). The republic. Londres Harvard University Press

 

Ensayo de Hilia Moreira

hiliamoreira5@gmail.com

Autorizado por la autora

 

Publicado, originalmente, en: Revista de Comunicagao, Cultura e Teoria da Mídia issn 1679-9100

Link del texto: https://www.cisc.org.br/portal/jdownloads/Ghrebh/Ghrebh-%2010/10_moreira.pdf

 

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