Los ritos solitarios [1]

Ensayo de Hilia Moreira

hiliamoreira5@gmail.com

Ritual y sociedad

Los rituales son más importantes en los grupos pequeños y estrechamente emparentados que en las grandes sociedades occidentales, donde muchas veces no se practican o donde suele olvidarse el significado de sus fases y flexiones. De ese modo, desaparece también su emoción. Sin embrago, suele suceder que en las grandes ciudades los ritos cobren una importancia fervorosa. La gente se agolpa en templos o a la orilla del mar. Agota largas esperas junto a la pequeña casa de una persona de apariencia inocua para pedir, llamar, reparar o asomarse a ese misterio incomunicable que deja tan pequeña la vida humana.

En general, los ritos ayudan a mantener una comunidad y preparan a cada individuo para el papel que en ella le corresponde. Así, los rituales de crecimiento se utilizan para marcar el paso de la adolescencia a la edad adulta. Se llora al niño que fue, muchas veces se le inflige una herida simbólica que debe recordarle que cumplió esa etapa de la vida. Y se celebra a la persona madura surgida de ese niño. Así, con frecuencia, los ritos entrañan un dolor deliberadamente infligido, prueba de fuerza y resistencia para añadir una dimensión física a la invocación simbólica de la muerte y el renacimiento. En el caso de las jóvenes, el ingreso a la madurez supone ritos de fertilidad que comportan movimiento, danza y, a veces, golpes metafóricos, los cuales representan su entrega a las exigencias físicas de la condición femenina. De ese modo, tales ritos de transición implican una ruptura con el mundo de la infancia.

Los ritos también pueden representar una progresión hacia la iluminación o hacia los dioses. Pueden imitar hechos de los dioses. O el viaje a la muerte y a la condición posterior, donde se renuncia al modo de ser presente para pasar renovado a la siguiente etapa de la vida. Otros rituales representan el orden supuesto del reino sagrado y establecen un vínculo más estrecho entre el mundo humano y el divino. También existen rituales de purificación. Sacan de cuerpo o alma una suciedad que se cree ofensiva para los dioses y que se siente dolorosa para los humanos. Hay ritos que consolidan la unión con algo o alguien. Ese algo o alguien representa una unidad más amplia que la tierra de la infancia: la unidad del grupo, de la comunidad.

A veces los ritos representan mitos, historias de la grandeza de un pueblo, de un viento, de un animal o un humano cuyo heroísmo y belleza llaman a imitar o a homenajear. Suele ocurrir que un poeta o un músico acerquen su mensaje con tal intensidad que quien los escucha se sienta convocado a testimoniar, a celebrar. Tal celebración se hace fuera del marco social, desde una zona de completa marginalidad. El individuo funda el rito y lo practica solitariamente. Así, él mismo forma los propios signos rituales. Los códigos inventados palpitan con la pasión, no contenida por colectividad alguna, de tal oficiante. La celebración no puede fijarse, clasificarse, ordenarse. Cada vez tiene un gesto, un grito, un envión nuevos. Es un toque, un roce, una vislumbre que no puede alcanzar una estructura definitiva. Y esa falta de estructura, a la vez que da al culto intensidad de vida, lo acerca a la locura. Es un esbozo en movimiento permanente que busca dejar en algún espacio alto los actos, los sonidos del poeta, del músico, del dios, desplegar algunos de sus rostros posibles.

El culto no busca unir al oficiante con la sociedad sino asomarlo a un infinito misterio. Por eso supone el paso del estado normal al de un sentimiento de abrazo con el universo como templo de los perfumes, los sabores, los contactos, la poesía, la música, aquél o aquello que se ama y se desea honrar. El individuo se presenta o se ofrece ante el meollo del ser, percibido a través de ese músico, de ese poeta, y le da categoría de dios. Y el oficiante lo convoca para testimoniarle su homenaje. Tal homenaje tiene como principio una sacudida de la estructura del individuo social que es, en estado normal, el participante.

Rito y peligro social

De ese modo, el rito es el campo de un arrebato. El poeta, el músico, el dios así honrado reclama una conducta irracional de tumultuoso movimiento. Durante el tiempo que el rito dura, el participante o el fundador del mismo quisiera arrancarse a su individualidad conocida, habitual, social. Por eso, tal rito puede conllevar miedo o angustia. Requiere resolverse a suspender, aunque sea por un tiempo breve, que desde el interior de la experiencia se hace inmensurable, la individualidad segura, reconocida por todos, aceptada como indiscutible que, habitualmente, ostentamos. La puesta en marcha del ritual tiene por finalidad -en el homenaje a ese músico, a ese poeta, a ese dios- ofrecer lo que hay en uno mismo de más íntimo, de más escondido a la red social, de más irrepresentable para el lenguaje, considerado como instrumento de comunicación cotidiana. Lo que emerge es el extraño que nos habita, la faz omitida de nosotros mismos. Es desde ese espacio que no se puede socializar, que muy difícilmente se puede designar, desde donde el rito toma su brío.

Tal práctica puede instaurar un salto por encima de la norma social, porque muestra que el “nosotros” social es problemático, tal vez imposible.

El ritual busca el testimonio y, de ese modo, la cercanía con alguien considerado como infinitamente superior. Pero, en la medida en que ese alguien trae un mundo de valores y elecciones diferentes, hace que el nosotros social y hasta el familiar se sacuda y haga sentir al individuo una rebeldía contra los vínculos y las colectividades. Así, al cuestionar su entorno, en el ritual el individuo se pone a sí mismo en cuestión. Deja de ser lo que habitualmente es para alcanzar un ser más recóndito, que está siempre con él pero de modo no perceptible, a veces alejado. Porque si el oficiante fuese siempre oficiante, moriría. La intensidad del rito es incompatible con una vida cotidiana prolongada. En el ritual se busca olvidar la identidad que confieren el vestido, el cabello, la apariencia corporal: las formas de la identificación social. El oficiante suele buscar herirse, puede intentar abrazar al músico, al poeta, al dios en la rugosidad de un árbol, en el revolcarse sobre un campo cubierto de malezas y espinas. El cuerpo corre y cae sobre los pastizales y hasta se ensucia con la bosta de las vacas que pastan no muy lejos. En la medida en que golpea contra los troncos y se hace ranuras en la piel contra ellos, en que llama a aquel de quien quiere dar testimonio, en la medida en que produce signos que sólo para él significan, se convierte en un extraño. Es ajeno por lo menos para los que no lo conocen íntimamente, para los que no lo aman en lo que es. Se transforma en alguien objetivamente sospechoso, amenazado por un revés. Porque la sociedad, cuando ve a un oficiante solitario e inmoderado, suele señalar, condenar y hasta prohibir tal práctica. Además, si existe en el ser humano una tendencia a imitar, a confundirse con otro, percibido y sentido como superior, está también el imperativo social “¡Imítame!”, que no admite desproporción, que busca una tranquilizadora avenencia. Puede pesar una execración sobre el que insiste en no repetir los modelos sociales.

Por eso, en cierto modo, es mejor que el pensamiento no imagine algo superior a las convenciones.

Pero hay en la naturaleza vital un movimiento que excede los límites. Cuando tal movimiento se manifiesta no puede ser reducido a la parcelación en individuos codificados que caracteriza el orden social. Así, el oficiante busca perderse para acercarse al ser de quien testimonia, a quien rinde su desenfrenado homenaje. Sin embargo, el modelo que propone el dios se considera demasiado alto, demasiado por encima del discípulo. Por eso, en cierto modo, es mejor que el pensamiento no imagine algo superior a las convenciones. No obstante, imaginarlo es experimentado como inevitable.

Rito y fecundación

Por esa voluntad de perderse, la experiencia interior del ritual determina, también, una sensibilidad para la angustia. De ese modo, en tal movimiento se vinculan el deleite extremo y la angustia. Tal angustia puede llevar hasta la náusea. ¿La náusea de una mujer grávida? En el rito, que es de homenaje, de entrega, de prueba, el oficiante experimenta una voluntad de fecundación. Que el viento, que el poeta, que el músico, que el dios dejen una simiente, un eco, una hoja que se haga fermento. Que se redondee una forma de gravidez. El cuerpo se sacude. Espasmo, sudor, piel irisada en la intensidad de un deseo. Para el adolescente que quiere aventurarse en una nueva dimensión, para el ser social que desea arrancarse un instante a su estructura, la experiencia interior se da en el momento en que siente que se desgarra a sí mismo.

Ritual y ética

En la adolescencia muchas veces el ritual surge al primer contacto con una ética nueva, con un modo diferente de captar la vida y con las consecuencias que trae tal conducta. Cuanto más estrecha y protegida, cuanto más tierna y apaciguadora es la relación con los seres amados, el ritual de salutación al poeta, al músico, al dios diferente se hace más descampado y arrebatado en su energía.

El oficiante piensa que debe tener alguna repercusión cósmica ese llamado en medio de los árboles. Agrandando la voz, quiere que ésta se transforme en la convocatoria de toda una multitud que glorifica el nombre del poeta, del músico, del dios. Son honores que lanza al viento acometedor, a las ramas más encaramadas sobre el cielo, al mar que repercute a lo lejos. Sobre la cara cubierta de sudor y tierra, el celebrante se dibuja con los dedos el sol, la luna, los astros para que la bendición y la gloria del universo constelen al poeta, al músico, al dios. Y, cuando lo hace, siente que se acerca a una sabiduría poco compartida, la cual frisa con la locura. Siente que el dios, el poeta, el músico, se ha obstinado en la prosecución de pensamientos que están por encima de lo humano. Ha puesto su mira demasiado alto, sacrificando el gozo que podría haberle deparado un paso más parecido al de los demás. Hay un coraje en renunciar a lo que acepta la multitud. Pero ¿adónde se puede llegar solo y al descubierto? Seísmo, que todo tremole. Que avance la figura del poeta, del músico, del dios.

La reserva de lo revelado

Luego, rueda la reserva de lo revelado. A no ser en una experiencia artística, ésta es del orden de lo incomunicable. La poesía -con su red de analogías que reúnen el mundo-, la música, las artes plásticas pueden conducir a ese sentimiento que, como el erotismo, el ritual provoca: abrazo de los objetos distintos. Así, el ritual hace vislumbrar la perennidad, la reunión arrobada de los seres y los elementos. La poesía es la perennidad. Como le dice la Luna a la Tierra en el Prometeo desencadenado de Shelley: “...cuando tu sombra cae sobre mí, entonces permanezco muda y quieta, cubierta por ti; de tu amor, orbe bellísimo, colmada, colmada a raudales”.

La autora

Doctora en Semiología por la Facultad de Ciencias de París VII. Autora de varios libros de su especialidad como Antes del asco y Caricias, y de artículos en revistas académicas de Francia, Italia y Austria, entre otros países. Docente de las asignaturas “Semiótica”, “Retórica y Persuasión” y “Teoría del Relato” de la Licenciatura en Comunicación, y Catedrática de Semiótica de la Facultad de Comunicación y Diseño, Universidad ORT.

Nota:

[1] En mi presentación para las II Jornadas de Reflexión Académica de 2004, de la Facultad de Comunicación y Diseño de Universidad ORT, me referí a un tema privilegiado por los estudios semióticos y antropológicos: el de los rituales. Esa breve reflexión forma parte de una búsqueda más larga y profunda de la que este artículo es un fragmento.   

 

Ensayo de Hilia Moreira

hiliamoreira5@gmail.com

Autorizado por la autora

 

Publicado, originalmente, en: InMediaciones de la Comunicación Vol. 5 - AGOSTO 2006

Revista InMediaciones de la Comunicación es una revista académica de la Escuela de Comunicación de la Facultad de Comunicación y Diseño de la Universidad ORT Uruguay.

Link del texto: https://revistas.ort.edu.uy/inmediaciones-de-la-comunicacion/issue/view/222

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

Email: echinope@gmail.com

Twitter: https://twitter.com/echinope

facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Ir a índice de ensayo

Ir a índice de Hilia Moreira

Ir a página inicio

Ir a índice de autores