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 Del libro "Cuerpo de mujer - Reflexión sobre lo vergonzante"
 
 

La semiótica de la Madre
Hilia Moreira
hiliamoreira5@gmail.com

 
 

En el siglo XIX, primero Bachofen, luego Morgan y Engels, hablan de sociedades prehistóricas caracterizadas por la predominancia femenina. En ellas se rinde culto a una Madre Terrestre, Celeste o Lunar. Sus huellas se encuentran en los mitos patriarcales griegos. En Grecia, la Gran Madre es destronada por Zeus, dios del trueno y del relámpago, venido con invasores del Norte o el Este. Su presencia fragmenta a la Diosa. Cada cualidad femenina da origen a una divinidad. Hera es diosa del matrimonio. Demeter es divinidad de la tierra. Artemisa preside menstruación y parto. Afrodita reina sobre el amor. Pero todas han quedado subordinadas al poder del Dios. Sin embargo, los que la adoran, saben que es una, bajo sus diferentes nombres y manifestaciones. En el siglo II D.C., en El asno de oro, Apuleyo transcribe las que serían palabras de la Diosa:"... mi divinidad es adorada en todo el mundo, de diversas maneras, con diferentes rituales y bajo distintos nombres. Los frigios me llaman Madre de los Dioses. Los atenienses, Minerva. Los ciprios, Venus. Los cretenses, Diana. Los sicilianos, Proserpina. Los eleusinos, Ceres. Para otros soy Juno, Bellona, Hécate. Los egipcios, llenos de conocimiento, conocen mi verdadero nombre: Reina Isis".

Otro tanto ocurre en la religión judía. En el Antiguo Testamento, el mundo aparece presidido por una divinidad abstracta, pero designada a través de formas gramaticales masculinas. Sin embargo, en esos textos bíblicos se conservan signos de la Gran Diosa. De acuerdo con el historiador de la religión

israelita Raphael Patai, "el judaismo oficial enfatiza los aspectos morales e intelectuales de la religión, con un relativo descuido de los aspectos afectivos y emocionales". La importancia del estudio de la Ley sobre la fe llena de sentimiento viene, según Patai, de una sociedad de predominio masculino, generada en tiempos relativamente recientes. Para esa comunidad patriarcal, lo abstracto es más importante que lo concreto y la moral tiene mayor jerarquía que el amor. Pero si los libros del Antiguo Testamento se consideran de cerca, se percibe la reiteración de un nombre: el de Ashera y el de su hija Astarté, Istar o Anat. Ashera es diosa de amor, fertilidad y abundancia. Cuando el profeta Jeremías quiere imponer el culto exclusivo de Yavé entre los judíos de Egipto, éstos contestan que quemarán incienso a la Reina de los Cielos, pues les ha dado pan y felicidad en abundancia (Jer44:16). Desde los albores del cristianismo, el culto a María, Madre de Dios y de todos los hombres, adquiere enorme importancia. Su vigencia hoy en países de tradición agnóstica, como Uruguay, puede comprobarse yendo a Lourdes un día 11 o a Nueva Helvecia el segundo domingo de octubre.

En Montevideo, en estos últimos años, se verifica otro culto a la Madre, bajo forma de Diosa marina o Iemanjá, que pertenece al panteón afroamericano. Al comenzar febrero, en su honor, las playas montevideanas se llenan de gente y de ofrendas florales.

La arqueóloga Marija Gimbutas rastrea los signos de la Diosa Madre en una zona que denomina "Vieja Europa". La misma se extiende desde el mar Egeo al Adriático y de lo que hoy es Polonia meridional al occidente de Ucrania. Ya en el siglo pasado, Lewis Morgan muestra que no sólo en Europa sino en África, Asia y América hay trazas inconfundibles de una Diosa, cuyo lenguaje materno tiene signos similares en distintos continentes. Recientes investigaciones interdisciplinarias confirman que la Diosa está en todas partes. Su sombra protectora se proyecta sobre la cuna del Homo Sapiens, dando testimonio de su nacimiento hace treinta o cuarenta mil años A. C.. Las esculturas de una figura femenina con enormes pechos nutrientes y un gigantesco vientre de vida son conocidas por los estudiosos bajo el nombre de "Venus". Durante esos treinta o cuarenta mil años de prehistoria, de esa "Venus" se espera fecundidad y facilidad en los partos. No sólo protege al humano. Indiscriminadamente, la Diosa nutre a niños, animales y árboles. Es Madre física y espiritual, capaz de compartir con todos los seres sus misteriosas cualidades. Las primeras respuestas a las preguntas "¿Desde dónde?", "¿Por qué causa?", reiteran, de distintas formas, la misma idea: desde el cuerpo de la Madre primordial o con su cuerpo está hecho el Universo.

¿Porqué la Diosa?

Las representaciones de la Diosa son un canto de amor a todas las criaturas. Aparece rodeada de hombres, animales y plantas. O se manifiesta ella misma bajo la forma de un animal o del árbol de la vida. Por eso, la gran literatura que, en los últimos años, se ha escrito en torno a la Diosa no tiene sólo finalidad investigativa. Distintos grupos políticos (ecologistas, pacifistas, feministas) desean difundir sus propios significados a través de esas imágenes divinas de carácter femenino. Recientemente se han publicado "mitologías feministas", que intentan comprender el aspecto que revistió la Gran Madre para culturas hoy degradadas o casi extinguidas, como las comunidades indígenas de América o los pueblos polinesios. También es fuente de inspiración para el arte, la moda y el comercio. En Estados Unidos se hacen "almanaques de la Diosa". Para 1993, la artista Amy Zemer elaboró doce tapices que la representan. El arte de tejer está asociado por excelencia con lo femenino: las mujeres han hilado la ropa de su familia. Las diosas, la textura del destino. Zemer incorpora al hilado materiales como el polyester, que significan la actualidad de lo femenino divinal. La fotografía de un tapiz correspondiente a cada mes forma ese calendario. Así, los meses se asocian con Artemisa, Brigita, Afrodita, rodeadas de plantas y animales simbólicos. En el almanaque de Zemer, cada diosa se vincula con un oráculo, que contesta los asuntos de "mente", "corazón" y "hogar". La parte dedicada a "hogar" explica cómo entrelazar razón y afectividad. De ese modo encontramos hoy a la Diosa entre los datos arqueológicos y los de la revista femenina. Saber sagrado y saber devaluado.

Sin embargo, más allá de moda y comercio, para este fin de milenio, desde su profundidad prehistórica, ella reviste significados opuestos a los que presenta la cultura oficial de Occidente, con su sentido de lucro y mecanización. También se opone a la idea según la cual el ser humano está por encima de todos los otros seres y tiene derecho a explotarlos o destruirlos en provecho de sus propios intereses. El antropólogo Joseph Campbell señala que esa mirada puesta en la Diosa tiene un sentido general de esperanza. La de lograr una vida en armonía con los demás hombres y los otros seres vivos del planeta.

La ignominia de la Diosa

La literatura en torno a la Diosa lleva a reconsiderar imágenes, hoy desprestigiadas, que fueron sus signos resplandecientes. He aquí algunos ejemplos.

La primera menstruación de una muchacha era objeto de festejos rituales, pues señalaba su pertenencia a la Diosa de la vida. Desde hace milenios es un hecho íntimo (sólo se confía a madre y amigas) o rentable (publicidad de toallas higiénicas).

La menopausia transformaba a la mujer en objeto de especiales muestras de consideración y respeto, pues era signo de su participación en la sabiduría de la Diosa. Nuestro tiempo, con su culto de la juventud, generalmente la soslaya como a "vieja" (a no ser que se las arregle para mantener signos juveniles).

Las hierbas vinculaban a la mujer con la Madre como sanadora. Desde el siglo XIX, especialmente en Uruguay, el énfasis en la ciencia asocia esas hierbas con manejos de curanderas ignorantes.

La Diosa solía aparecer como ave de rapiña (la Madre que mata). Pero, en relación con la Madre, la muerte es sólo umbral hacia nueva vida. El ave rapaz (lechuza, buitre, cuervo o corneja) significa el conocimiento que la Diosa tiene de la renovación. Posteriormente, esos pájaros se vinculan con mala suerte y brujería.

La Diosa también se manifestaba como serpiente, que cambia su piel periódicamente como la Madre, que cambia su sangre cada mes. Por otra parte, promete a sus hijos la eternidad del ciclo vital y sus transmutaciones. Desde el Génesis bíblico, esa serpiente se convirtió en signo satánico. En Apocalipsis 12,9, los ángeles echan del cielo a la "Serpiente antigua", que se identifica con el "Diablo o Satanás".

Las vacas y cabras eran manifestaciones divinas pues dan leche, alimento materno. Únicamente en India la vaca mantiene su carácter sagrado. Desde hace mucho se ha olvidado su generosa mansedumbre. Se piensa en ella exclusivamente en términos de industria cárnica (aunque los movimientos ecológicos que hacen propaganda contra el consumo de carne están llegando a Uruguay bajo forma de exitosos restoranes vegetarianos). Sólo los cuernos, dibujados en paredes de cavernas o en jarras y ánforas, eran signo del culto a la Diosa. Desde la Edad Media se han transformado en signo ignominioso que la conducta de la mujer deja sobre la frente del marido.

En las sociedades de predominio femenino, el sexo reviste carácter sagrado pues es vehículo de transmisión vital. Posteriormente, o es monopolio del marido o es ofrecido por la prostituta, personaje tradicionalmente despreciable.

En su novela Mesías en Montevideo (Segundo Premio Municipal de Narrativa, 1990), Teresa Porzecanski muestra cómo emerge la presencia de la Diosa entre lo que generalmente permanece privado de nombre por constituir lo "femenino trivial", lo "insignificante". En esa novela, la vieja Lorenza se encuentra en la cocina cuando siente el llamado de la Madre: "...la grasa de la vajilla se endurecía en la pileta. Lorenza, entonces, se miraba las manos, corría al fondo, subía a la azotea. La cuestión era cómo encontrar a Androisía, oficiante de toda ceremonia. Generalmente la encontraba plantando almácigos o desplumando algún pollo. Lorenza le alcanzaba su bastón y la empujaba hacia la casa. "Vamos, hay que poner ofrendas para la Diosa'". Esas mujeres matan a mano, no industrialmente, y plantan, manteniendo el vaivén muerte vida bajo su cuidado diligente. También viven limpiando "grasa de vajilla", purificando lo cotidiano. ¿El fragmento significa que las sacerdotizas están degradadas? ¿O puede entenderse que, en cada mujer, en cada tarea, aparentemente nimia, está la presencia femenina como dadora de continuidad eterna?

Porzecanski también señala los aspectos supuestamente "ignominiosos" de la Diosa. El lugar de su culto es confundido con un prostíbulo, donde el sexo ha sido despojado de su significado sagrado para ser sólo signo de vergüenza. La sacerdotiza sostiene que hombres impotentes (¿el temor de lo femenino?) vomitan y la llaman "tarántula" y a las demás oficiantes "Hijas de la mismísima". Pero la araña, que saca de su propio cuerpo la sustancia de su tejido, fue sagrado signo materno. ¿Y quién es esa "mismísima"? ¿O esa "gran puta" de los insultos callejeros? ¿Deben entenderse como alusiones a la madre biográfica de cada uno ?¿0 pueden leerse como signos que buscan ofender a la Madre del mundo reconociendo, a hurtadillas, su poder? Es "grande", es la "mismísima", la innominable.

Una semiótica de la ignominia

La noción básica de la disciplina semiótica es el signo. El análisis de las definiciones clásicas del signo muestran hasta qué punto ese concepto es elusivo. En La doctrina cristiana, San Agustín dice que "el signo es algo que, además de ser abarcado por los sentidos, hace que otras imágenes acudan al pensamiento". Por ejemplo, percibimos la temperatura y el sabor de la sopa con la lengua y el paladar. Mientras, el cobijo del hogar y el amor de la madre acuden a nuestro pensamiento. Pero "hacer acudir al pensamiento" constituye un acto difuso, teñido de afectividad, prejuicios o secretos impulsos. Así, si consideramos al cuerpo femenino en tanto que signo, vemos que el mismo aparece asociado con imprecisas y contradictorias imágenes de ignominia y pureza.

Inserto en un sistema social, en relación con otros signos que sin cesar lo ensombrecen o iluminan, el cuerpo femenino ofrece muchas lecturas en permanente devenir. La perspectiva semiótica permite escuchar los significados que otras épocas y culturas le han atribuido. Ellos repercuten en los significados que le confieren hoy la publicidad, la televisión y el cine. También en los que le acordamos nosotros en el diario vivir. La semiótica contribuye a la comprensión de valores presentes y a la aclaración de nuestra sensibilidad, con sus iras, temores y soterrados deseos.

En su Tratado de semiótica general, Umberto Eco reconoce dos grandes corrientes: semiótica de la comunicación, que se ocupa de cualquier proceso social, de la moda al rito, como proceso comunicativo. Por debajo de esos hechos se establecen códigos, estudiados por la semiótica de la significación. Así, en el código de la ciudad de Los Ángeles, en los años ochenta, un chico maquillado significa simplemente "chico". En el código montevideano significa travestí. Finalmente, una semiótica de la expresión estudia signos espontáneos. Julia Kristeva, que es a la vez semióloga y psicoanalista, se ocupa de aquellos signos espontáneos que resultan innombrables. ¿Qué caracteriza a aquel signo que produce un asco, físico o moral, que va hasta la náusea? En Poderes del horror, Kristeva analiza signos triviales (como la nata que se forma sobre un líquido enfriado) o atroces (como los zapatitos de los niños muertos en Auschwitz). ¿Cuáles son los signos de quien se enamora hasta enloquecer? En Historias de amor, estudia los discursos de Narciso, Don Juan y Julieta y los compara con los de sus propios analizantes enamorados. ¿Qué provoca un lapso de dolor insoportable? En Sol negro, investiga pinturas de Holbein, poemas de Nerval y novelas y películas de Margueritte Duras. Kristeva no sólo busca averiguar cómo son los signos de dolor, pasión y asco. También se interroga sobre enamoramiento, sufrimiento y repugnancia en tanto que signos. ¿Qué significados yacen bajo el espasmo del rechazo o el delirio del deseo?

El presente libro no se propone investigar esos signos límites. Su objetivo es estudiar algunos de los signos que el cuerpo femenino emite, inevitable y cotidianamente. O aquellos otros que, según la tradición, suele dejar a su paso. Son signos más o menos triviales. Pero la doxa los tacha de "ignominiosos": privados de nombre por considerarse vergonzantes. Es tarea de la semiótica traer a la palabra y buscar los significados de toda productividad humana, premeditada o involuntaria, palpable o fantasiosa.

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Hilia Moreira
hiliamoreira5@gmail.com

 

Texto publicado, originalmente, en libro "Cuerpo de mujer - Reflexión sobre lo vergonzante" de Hilia Moreira

 

Escaneado e incorporado a Letras Uruguay, por su editor, el día 13 de octubre de 2015. Twitter: @echinope

o echinope@gmail.com 
 

 

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