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La pintura de Eduardo Vernazza |
De harapos, bufones
y sortilegios |
El artista visual tiene algo en común con los integrantes de algunas culturas no occidentales (zapotecas, wolofs, y tantos otros). No construye apoyándose en el fundamento de Occidente: la palabra. Sus signos se despliegan ante los ojos. O, hirsutos óleos, brillantes acrílicos, apelan a nuestro sentido del tacto, invitándonos a la caricia. El pintor no propone significados denotados. Abre lo que Martin Heidegger llama Holzwege: caminos en el bosque. ¿Cómo pueden ser esos caminos en medio de la intrincada foresta, sino falsos caminos, senderos perdidos?
Los que tienen un objetivo definido, los evitan. Pero los que se
interesan por la espesura, los que la eligen como hogar, siguen la ruta
del bosque porque los lleva a su trabajo, hecho de conjeturas e
incertidumbres, falto de anclaje. |
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Vernazza. No hacemos crítica de arte ni queremos llegar a ninguna conclusión valorativa. Sólo a un ahondamiento en el preguntar. Así, expresiones como tal vez, acaso, aparentemente, signarán este texto. La duda despliega seguridad allí donde menos lo esperamos. A través de técnica tradicional o lenguaje experimental, el arte de Eduardo Vernazza ciñe vastos tramos de experiencia.
Pinta marinas, naturalezas muertas,
árboles secos y florecientes. Hay también retratos, payasos, enanos,
actores y danzarinas vestidos de modo improbable. Los seres fantásticos
alternan con ritmos transformados en color e imprecisa forma. Las
enlazadas figuras de luz y sombra se discontinúan en mugre y desamparo.
Marrón, pardo, negruzco |
El sucio que limpia |
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-Mira, Bendicó, tú eres un poco como las
estrellas, felizmente incapaz de producir angustia.
Pero la posición del bufón no va sin
compensaciones. A diferencia del que imparte órdenes, distribuye premios
y castigos, otorga o niega favores, lo que el bufón tiene es sólo para
dar: risa, imaginación, juego. Para perder, no cuenta con nada. El
inalienable tesoro del carenciado es otra cara de la experiencia humana,
que oficialidad y triunfalismo se esfuerzan por olvidar. Si miramos los bufones del pintor desde la perspectiva de estos narradores y cineastas que lo acompañaron mientras elaboraba su arte, es posible discernir un matiz nuevo. Sus payasos y enanos tienen caras alegres y asombradas. Pero esa alegría no desconoce la ambigüedad. Probablemente ya saben que nadie se ríe con ellos; que, fuera de la diversión, nadie los acompaña. Resisten la mortal prueba del desamor y, a pesar de todo, se asoman al mundo.
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Seres visibles e invisibles Estamos ante una imagen concentrada del mundo, que incluye la representación y actualización de poderes sobrenaturales. Lo que se pinta es un poblado de formas ondulantes y circulares, innumerable incorporación de poderes mágicos. Lo que se muestra es un centro ritual, un umbral de pasaje atravesado por trazos geométricos que se trasuntan en presencias incorpóreas. Los Ritmos apuntan un sentimiento de pasmo frente a poderes y energías que se identifican como |
enigmáticos y cuyos motivos pasionales
permanecen emboscados. Nada marca fin ni propósito a estas escenas.
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Eduardo Vernazza (1910/1991)
Algunos premios |
Internacional de las Naciones, Atlantic City, Nueva Jersey, USA. Teatro Ca Fosean, Venecia,
Italia. Galería Latinoamericana, San Pablo, Brasil. Salón Paulista, San
Pablo, Brasil.
Referencias
Fink, E. Le jeu comme symbole du monde. París: Les éditions de minuit,
1966.
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Hilia Moreira
hiliamoreira5@gmail.com
Artículo publicado, originalmente, en papel en la revista "Relaciones" Nº 163 diciembre 1997
Escaneado e incorporado a Letras Uruguay, por su editor, el día 21 de mayo de 2015.
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