Métodos para apoyar a Letras-Uruguay

 

Si desea apoyar a Letras- Uruguay, puede hacerlo por PayPal, gracias!!

 
 

Diciendo sin decir
Hilia Moreira
hiliamoreira5@gmail.com

 
 

Sin la pretensión de plantearse como un estudio semiótico, esta recopilación de pequeñas historias vividas ilustra algunas nociones expuestas por varios autores acerca de un hecho tan axial en nuestras vidas como el de la comunicación no-verbal.

Al integrarme como estudiante al Departamento de Cine de la Universidad de California, conocí, como es natural, a mucha gente. Mis nuevos conocidos me presentaban a sus amistades y yo me inclinaba hacia ellos para intercambiar nuestro proverbial beso de saludo latino. (En Uruguay damos uno, en la región de Turena, Francia, se dan tres, en París, dos, en Lieja, Bélgica, también tres). Pero me enfrentaba una y otra vez a la desagradable situación de balancearme sobre el vacío, ya que parecía que la persona no se inclinaba hacia mí o hasta se retiraba, eludiéndome. No podía evitar "leer" un mensaje implícito de rechazo y hasta de desagrado, que me parecía específicamente dirigido a mi persona. Por otra parte, sola y sin locomoción propia en la gigante área urbana de Los Ángeles, pronto debí un sinnúmero de favores a conocidos recientes. A éstos acostumbraba a saludar efusivamente, palmeándoles los hombros y señalándoles con entusiasmo qué inmensamente serviciales habían sido en tal o cual ocasión. Noté gradualmente que varias de esas personas tendían a apartarse y a mirarme con una cierta desconfianza.

Se plantearon luego algunos casos de advertencia explícita contra esta actitud gestual. En una oportunidad debía mudarme. A causa de mi falta de locomoción, la operación ofrecía dificultades serias. Un compañero de cursos se ofreció a cargar él mismo mis bártulos en su camioneta y llevarlos a mi nuevo domicilio. Había dos valijas pesadas y algunos pequeños muebles, de modo que se trataba de un trabajo duro. Por otra parte, él se encontraba filmando en ese momento.

Yo había estado preocupada durante días por las dificultades de la mudanza lo que me sentía genuinamente reconocida. Fue muy sinceramente que le palmée el hombro al tiempo que le expresaba verbalmente con gran calidez mi agradecimiento. La actitud corporal de mi interlocutor fue rígida y su mensaje verbal, terminante: "Stop that".

Poco tiempo después, un compañero americano-filipino con quien habíamos trabajado durante un día en un ejercicio fílmico, me acercó varios kilómetros en su automóvil hasta la universidad. Cuando me incliné maquinalmente para despedirme con un beso, se apartó y dijo con frialdad "Stop doing that".

Su conducta reticente hacia mí se manifestó luego de varias maneras.

La frialdad de los latinos

Al poco tiempo, esta persona y otras cuatro que pertenecíamos al Departamento de cine, decidimos alquilar juntos una casa en el barrio costero de Santa Mónica. Las dificultades, para mí misteriosas, que habían tenido mis relaciones con el filipino-americano, hacían prever una convivencia no muy tranquila. Por eso, en el momento de mudarnos, tuve con él una conversación de esclarecimiento.

La detallaré aquí porque, en mi opinión, resulta extremadamente interesante desde el punto de vista de la comunicación intercultural.

El compañero explicó que era la primera vez que tenía oportunidad de tratar con una latina y que ese contacto le había permitido comprender que los latinos eran "personas frías", "inclinadas a fingir" y "de pocos sentimientos". "Sólo en el caso de un acontecimiento de importancia vital me permitiría yo abrazar a mi madre del modo que tú abrazas y palmeas a un sinfín de personas que apenas conoces, todos los días".

El compañero explicó que era la primera vez que tenía oportunidad de tratar con una latina y que ese contacto le había permitido comprender que los latinos eran "personas frías", "inclinadas a fingir" y "de pocos sentimientos". "Sólo en el caso de un acontecimiento de importancia vital me permitiría yo abrazar a mi madre del modo que tú abrazas y palmeas a un sinfín de personas que apenas conoces, todos los días".

Estábamos tocando el famoso cuadro comunicacional de Román Jakobson. Para que haya comunicación entre un emisor y un receptor, señala el investigador eslavo en su célebre trabajo sobre funciones del lenguaje, es necesario que exista un código común. Lo que yo no había comprendido, pese a mis estudios teóricos, es que los códigos a través de los cuales se vehiculan las tendencias afectivas son diferentes en las diversas culturas.

El impulso de simpatía y agradecimiento que experimenta una persona tras recibir una ayuda significativa de otra, es, tal vez, semejante en distintas comunidades culturales. Pero la función expresiva o emotiva del lenguaje se manifiesta, en el caso del latino, de un modo diferente que en el caso de un norteamericano. Entonces puede ser "leída" por el norteamericano como frivolidad, fingimiento y hasta frialdad (ya que el segundo supone que el primero expresa afectos que no puede sentir, por lo tanto tal vez nunca sienta afecto).

Fue sólo después de mis lecturas de los textos de Edward Hall que supe que cada cultura tiene un espacio comunicacional diferente. Los miembros de la cultura latina utilizan para comunicarse un espacio menor que los pertenecientes a la cultura anglosajona. De este modo, cuando se produce un contacto intercultural entre personas desprevenidas, el latino se siente rechazado y el anglosajón, invadido o mistificado.

Cuando nos comunicamos, generalmente sólo somos concientes de aquellos que comunicamos verbalmente. Olvidamos que cada acto de comunicación se realiza a través de una serie de canales diferentes (movimientos corporales, expresión facial, distancia al interlocutor y a los objetos que nos rodean, aspectos vestimentarios, tiempo en el que se desenvuelve la comunicación, etc).

Los mensajes que vienen a través de estos cana les pueden apoyar el mensaje verbal de modo coherente o ser contradictorios y perturbarlo. Nos ponemos entonces en la difícil situación de transmitir inconcientemente dos o más mensajes diversos y de distraer así la atención del receptor del mensaje principal. Citaré aquí algunas experiencias ilustrativas.

El ruido de los gestos

De 1981 a 1983 dicté cursillos de semiótica en diversos centros de nuestro país, así como en una universidad del Brasil.

En general, los cursillistas aprobaban mi trabajo, fundamentalmente a "causa de lo que llamaban "la calidez" con que el mismo era realizado. En términos de comunicación no verbal, lo que se denominaba "calidez" era el hecho de que el mensaje verbal se apoyaba en tonos de voz, expresiones faciales y movimientos corporales, que eran percibidos por los receptores latinos como constituyentes complementarios de un único mensaje.

Entre 1984 y 1985 dicté cursos de literatura y composición en el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de California. En las universidades norteamericanas existe una norma de acuerdo a la cual los estudiantes deben evaluar a sus profesores al cabo de cada trimestre. En la primera evaluación que recibí, un estudiante japonés -cuya opinión fue compartida por varios norteamericanos- estimó que "la profesora hacía tantos gestos que era muy difícil atender lo que decía".

Lo que los receptores latinos habían percibido como "calidez", los receptores japoneses y anglosajones lo percibían como desorden. Los mensajes no verbales no apoyaban el mensaje verbal y, de ese modo, "fisuraban" el mensaje global. El receptor sentía que cada canal (manos, rostro, tono de voz, lenguaje verbal) enviaba un mensaje distinto.

Durante el segundo trimestre, alarmada por esta dificultad, traté de suprimir (en la medida de las posibilidades que me dejaba mi cultura latina) los mensajes gestuales, para concentrarme solamente en el mensaje verbal. Otras diversas experiencias pusieron de manifiesto de modo vivido, algo que sabía teóricamente: la enseñanza de una literatura no puede abarcar los textos sin los contextos culturales del escritor y de sus lectores. Pensé entonces que era inútil analizar en español textos hispanoamericanos si yo suprimía todos los otros modos de comunicación utilizados por un hispano hablante nativo.

Por eso, al iniciarse el tercer trimestre, advertí a mis estudiantes que no sólo el curso sería dictado en español sino que, además, se utilizaría el lenguaje no verbal propio de la cultura latina. Los estudiantes eran libres de solicitar explicaciones más amplias sobre los textos hispanoamericanos, pero también eran estimulados a detener a la profesora para analizar el lenguaje no verbal que estaba utilizando. Después de estas advertencias, el curso fue exitoso. Las evaluaciones abundaron en comentarios interesantes y, en general, muy divertidos, sobre el tono de voz y la gestualidad de la profesora, que los estudiantes habían observado como otros tantos elementos a tener en cuenta en la cultura que deseaban aprender.

Enemistad entre el gesto y la palabra

Observa Paul Watslawick en su obra ¿Es real la realidad? que uno de los fenómenos de comunicación que más perturba el comportamiento es el de la confusión. El investigador austríaco entiende por confusión aqueja situación de comunicación en la cual el emisor le transmite al receptor un mensaje verbal muy preciso: pero, a través de otros canales, envían mensajes que no sólo no son complementarios sino que son percibidos como exactamente opuestos al mensaje verbal.

En su película "Danton", Andrej Wajda ha utilizado magistralmente las oposiciones entre los lenguajes verbal y no verbal, señalando al mismo tiempo las consecuencias desastrosas que las mismas pueden acarrear. El clima narrativo de la película se alcanza cuando Danton invita a Robespierre a una cena en la cual los líderes deben solucionar, por el bien del pueblo francés (y la seguridad de sus propias cabezas). los conflictos que los separan. Ambos se reúnen con la intención de lograr un acuerdo, aun al costo de importantes concesiones recíprocas. Pero, mientras Danton expresa verbalmente a Robespierre su deseo de una labor concertada y participativa, en los platos desbordantes que le ofrece (cuando todo París padece hambruna), Robespierre "lee" un mensaje de poder y arrogancia. El discurso verbal de conciliación continúa, al "tiempo que Danton le sirve a su interlocutor una copa de vino tan llena que Robespierre debe inclinarse a beber. Después de este mensaje no verbal, donde Robespierre "lee" su propia humillación, el resto del discurso verbal queda condenado al fracaso, del mismo modo que ambos líderes se condenan.

Lo mismo se transforma en otro

consecuencias positivas y hasta terapéuticas que pueden resultar de una respuesta impredecible en una situación de comunicación estereotipada. Efectivamente, numerosas terapias actúan haciendo que el paciente, que vive situaciones comunicacionales conflicti-vas y reiterativas, dé una vez una respuesta verbal o no verbal imprevisible, que altere ese cuadro. De este modo se cambia la manera de representar la situación global. Esta suele volverse así otra, más aceptable, la eliminación de la agresividad y de los problemas que la misma acarrea pueden ser la consecuencia más inmediata.

Intuitivamente, todos nosotros damos a veces una respuesta imprevisible ante una situación conflictiva. A veces logramos con ello cambiar la percepción de la situación y evitarnos molestias. Como ilustración de lo anterior relataré una pequeña historia que me ocurrió en el tiempo en que era estudiante en París. Viajaba una mañana a la hora pico en un metro atestado, junto a mí quedó libre un asiento. Cuando hice el gesto de sentarme, la señora que viajaba a mi lado, ocupó vigorosamente el lugar. Pensando que yo había intentado competir con ella por el sitio, me miró indignada e inició un discurso en el cual se manejaban aproximadamente estas nociones: "Tengo edad, estoy cansada tengo derecho a viajar sentada, mucho más derecho que Ud. porque yo viajo en esta línea a mi trabajo desde hace cincuenta años ¡cincuenta años!"

En este punto, su monólogo fue interrumpido por el comentario siguiente: "¡50 años! ¡Cuánto debe amar esta línea, señora!" La respuesta imprevisible introdujo una nueva imagen de la situación. Ese fragmento de realidad no sólo podía ser representado como una rutina penosa. Asimismo era posible aprehenderlo como una relación de afecto construida por el tiempo entre un medio y su usuario. La reacción de la señora también fue sorprendente. Cambió completamente de tono, contó anécdotas de su vida y, al despedirse de su interlocutora, le tomó las manos y le deseó buena suerte. La respuesta imprevisible introduce una nueva aproximación a la realidad, que puede amortiguar o saldar el conflicto.

Lectura de la amenaza

En la obra ya citada, Paul Watslawick se ocupa especialmente de una situación de comunicación particularmente importante de resolver: la amenaza.

Para que una amenaza sea eficaz, dice Watslawick, debe reunir tres condiciones: ser creíble; el amenazado debe poder realizar lo que se le solicita; la amenaza debe alcanzar al amenazado. Si expresamos esta tercera condición en el lenguaje de Román Jakobson, diremos que el emisor y el receptor deben compartir el código.

De acuerdo a la experiencia de muchas personas en una situación de comunicación. si el mensaje que emite A supone consecuencias no deseables para B, y B pretende no comprender el código que usa A. las consecuencias no deseables son eludidas.

Las mujeres que viajan solas recurriendo al método del autostop, conocen la eficacia de este recurso. Cuando, en una carretera solitaria, un conductor recoge a una "autostoppeuse" con visibles intenciones de seducción (y ella no desea ser seducida), la autostoppeuse puede no "leer" el código del seductor y responder con el código de cortesía que utilizaría en una reunión formal. La colisión de códigos disipa el intento de seducción.

La eficacia de este recurso también es conocida por las mujeres que trabajan o estudian hasta altas horas dé la noche y deben volver solas a sus casas. Cuando se sienten seguidas en su camino de regreso, se dirigen al "seguidor" y le solicitan cortésmente que las escolte hasta su casa para protegerlas de posibles entrometidos.

Es mi opinión que numerosos delitos pueden ser prevenidos a través de la no-lectura o de la lectura imprevisible del código del delincuente potencial. Si la víctima potencial pretende no comprender el mensaje del victimario y, al mismo tiempo, a través de los distintos canales de comunicación de que dispone (actitud corporal, expresión facial, etc.). no se da a "leer" como víctima, el delito generalmente no se produce.

Al respecto, realicé la siguiente experiencia. Había oído que algunas gitanas piden prestado a sus ocasionales "clientes" un billete relativamente elevado para realizar un acto de magia. Probablemente valiéndose de una maniobra de prestídigitación, devuelven a la indignada víctima un trozo de papel. Cuando se me presentó la ocasión, acepté el ofrecimiento de una joven gitana de adivinarme la suerte "por nada" mientras otras cuatro gitanas ofrecían sus habilidades en las inmediaciones. Mi interlocutora me solicitó algunos billetes que debían actuar como instrumentos mágicos y que, me aseguró, me serían entregados luego. Un momento más tarde me devolvía un trozo de papel. Inmediatamente, las demás gitanas iniciaron en conjunto un mensaje de amenaza verbal y no verbal. Elevaron el tono de voz, me rodearon, estableciendo una distancia física menor a la de la comunicación verbal habitual en nuestra cultura. El mensaje verbal, más o menos inteligible, se refería a los efectos positivos de la magia, de valor incomparablemente mayor al del dinero invertido y a la maldición que recaería sobre mí si reclamaba mi dinero.

Traté primero de que mi mensaje no verbal fuera no previsible y coherente con mi mensaje verbal. Me coloqué de frente a mi principal interlocutora, con el cuerpo erguido y relajado, las palmas vueltas hacia afuera y los ojos fijos en ella. El mensaje verbal, emitido en tono de voz normal, con claridad y sin vacilaciones, era el siguiente: "Estoy segura de que tu trabajo es muy valioso. Pero tú seguramente por error, ofreciste hacerlo gratis. De modo que ahora, seguramente me devolverás el dinero". Al cabo de aproximadamente un minuto, el dinero me fue restituido.

Insultos disipados

La no lectura del código por parte del receptor también opera neutralizando los insultos y disipando así sus enojosas secuelas.

La antropóloga italiana Melina Pignato me refería al respecto la siguiente historia. Al comenzar el siglo, un tío suyo, perteneciente a la más rancia aristocracia siciliana, viajó a Milán, donde se casó con una humilde prostituta. De regreso a Sicilia su padrino sólo le prohibió el acceso a la residencia familiar, sino que le cortó los estipendios. El ofendido padre era miembro de un exclusivo club palermitano, una mañana en que se encontraba visitándolo, su nuera logró entrar y solicitarle dinero. El noble, que deseaba expresarle su ilimitado desprecio, pensó que el mejor modo de ofenderla era mostrarle que no condescendía a entrar con ella en una situación de comunicación verbal. Escogió entonces un ultraje no verbal: arrojó una suma de dinero al piso y le volvió la espalda. No había comprendido, sin embargo, que el código no verbal de un noble de situación desahogada no es de ningún modo el mismo que el de una prostituta callejera, cuya niñez ha estado probablemente caracterizada por hábitos de mendicidad. Efectivamente, la mujer se sentó en el suelo, contó el dinero y, tras agradecer calurosamente la largueza de su suegro, se retiró muy contenta del club.

Los objetos hablan

La semiótica ha dedicado extensos estudios al lenguaje de los objetos. Ya Roland Barthes, en sus trabajos sobre literatura, publicidad y fotografía se refería indirectamente al tema. Señalaba cómo la presencia de un montón de colillas de cigarrillos "dice" la nerviosidad de James Bond, así como la presencia del tomate y el perejil junto a los fideos "elogia" la frescura del futuro plato de pastas cubierto de salsa; los libros y los cuadros que rodean a Mauriac en su foto de París-Match comunican su "intelectualidad".

Abraham Moles, Jean Baudrillard y otros han realizado trabajos específicos sobre el lenguaje de los objetos en la sociedad contemporánea. Y, por supuesto, desde siempre los novelistas y poetas, dramaturgos y cineastas han utilizado los objetos para expresar la acción irrevocablemente cumplida o esperada, la naturaleza de un ser o un estado de ánimo. En torno de nosotros, los objetos mantienen su lenguaje silencioso y revelador y, a menudo, conciente o inconcientemente, los utilizamos para expresar lo que no logramos vehicular a través de las palabras. En ese sentido, me referiré a dos experiencias que me parecen suficientemente reveladoras.

Durante mi estadía en Los Ángeles una señora de mi' conocimiento padeció una aguda crisis nerviosa en torno a sus cincuenta años. No lograba aceptar el pasaje del tiempo y su grave estado emocional terminó ocasionándole daños físicos. En una ocasión me encontraba acompañándola cuando llegó el médico. Me retiré a la sala, esperando que terminase la visita del doctor y recorrí con la mirada los objetos allí presentes. En un lugar de privilegio se encontraba un cuadro de amplias proporciones, que representaba a una mujer joven frente a un espejo. La mujer se encontraba inclinada, casi "vertida" sobre su propia imagen, con ambas manos colocadas en las mejillas a modo de pantallas, de manera que su mirada estuviese más exclusivamente dirigida sobre la figura de su "doble". No muy lejos, en un estante, se hallaba la fotografía de la dueña de casa. El cristal que protegía dicha fotografía se encontraba atravesado en diagonal por una fisura. La situación emocional de la persona estaba así fielmente representada por los objetos que la rodeaban.

Mi primer año en Los Ángeles estuvo marcado por alojamientos precarios. Uno de mis domicilios circunstanciales fue la casa de una anciana señora austríaca a quien alquilé una habitación. Sus condiciones (no podía utilizar la ducha, la cocina o el teléfono entre las nueve de la noche y las ocho de la mañana) eran muy duras. Pero en ese tiempo me encontraba tan ocupada que me pareció que, teniendo un lugar donde dormir, cualquier condición era buena. Un día encontré sorpresivamente en mi habitación, un enorme espejo de marco dorado. Era decididamente un mueble que no necesitaba y ocupaba un gran lugar en el cuarto, pero pensé que mi casera, Frau María, no tendría otro sitio donde colocarlo, de modo que no dije nada. Al poco tiempo, apareció en mi dormitorio una inmensa cómoda, también con relieves dorados, cuya presencia tampoco discutí. Rápidamente, las condiciones impuestas por mi casera se revelaron imposibles de cumplir, lo que determinó un creciente malestar en nuestras relaciones.

En una de las discusiones originadas porque yo recibía llamados telefónicos después de las nueve de la noche, Frau María me recriminó, no sólo mi incumplimiento de las normas sino mi total falta de afecto para con ella, a pesar de sus expresivas manifestaciones de cariño. Esta afirmación me desconcertó, pues la señora me había tratado siempre con parquedad y distancia extremas. Apenas si cambiábamos los saludos diarios, a los que yo solía agregar algún comentario sobre el tiempo o la actividad, siempre estrellados contra respuestas monosilábicas. Traté de averiguar entonces cuáles habían sido esas manifestaciones de afecto. La señora señaló los grandes muebles, perfectamente inútiles, que habían aparecido en mi habitación. Sin duda éstos querían expresar los mensajes afectivos que ella no podía comunicar a través del lenguaje verbal o gestual.

Durante los primeros meses de mi estadía en Los Ángeles la presencia de los objetos me afectó como una agresión. En el Weswood Boulevard muchas vidrieras están adornadas con gigantescos billetes de dólares, hay tiendas que venden una boca o un labio solo, de paño o de plástico, uno o varios dedos, un ojo gigante. En una oportunidad, en la gran tienda Bullock's, una empleada me ofreció un cepillo de dientes musical.

En ese tiempo un amigo uruguayo trabajaba como chofer en la casa de una acaudalada señora. Ella vivía en Bel Air. Este barrio, según se dice en Los Ángeles, es el más caro del mundo. Y, según el semiólogo de la arquitectura Charles Jenks, es uno de los que realiza de modo más perfecto la idea de Kitsch. Jamás entré en la casa de dicha señora, pero una vez que acompañé a mi amigo a su lugar de trabajo, debimos atravesar dos especies de murallas automáticamente corredizas para llegar al garaje. La señora estaba siendo atendida por un especialista, pues sus uñas se habían caído debido al uso permanente de uñas postizas.

Acababa de llegar de Uruguay y esa agresiva presencia del objeto oneroso e inútil me sublevaba y se me imponía como una forma de violencia. En esos días conocí, en una cena, a un americano de mediana edad y le pregunté si se sentía orgulloso de ser norteamericano. Los "very" que antecedieron a "proud" no finalizaban nunca. Le pregunté si estaba orgulloso de las mansiones de Beverly Hills y Bel Air, de la multitud de objetos superfluos, de las montañas de desechos, del derroche fabuloso. No era un hombre rico y lo que asociaba a Estados Unidos era la tradición democrática, la nación construida y abierta a millones de inmigrantes, la oportunidad tendida a todos. Hablamos luego de Europa. Con nostalgia y entusiasmo recordé la Ciudad Universitaria de París, las doradas paredes de Roma, las estrechas callecitas de Urbino. Entonces mi compañero de mesa hizo esta observación: "Cuando hay ciudades interiores no se necesita tanto de lo exterior. Pero cuando, como ocurre con frecuencia, no hay habitaciones en el interior de las personas, es imprescindible construirlas fuera".

De acuerdo a esta afirmación, el lenguaje del objeto oneroso y superfluo (que de ningún modo es privativo de la sociedad norteamericana) estaría comunicando en algunos casos una carencia afectiva, una frustración en las actividades de la imaginación y la memoria. Las residencias aparatosas, los comercios extravagantes, las mercancías absurdas podrían ser a veces otros tantos signos de una vida afectiva, contemplativa o creativa trunca que, de desarrollarse, ya no los produciría.

Lecturas del tiempo

En la sociedad contemporánea, sobre todo en las últimas décadas, las relaciones intergeneracionales han sufrido modificaciones importantes. Cuando los ancianos conviven con sus hijos o los visitan en ocasión de una fiesta, ocupan, en general, un lugar relegado. Los nietos no sienten ningún interés por sus abuelos y tienen a menudo conductas agresivas hacia ellos o hacia los mayores en general. Estas conductas de indiferencia u hostilidad constituyen un mensaje hacia su propio porvenir, que los niños leen inconcientemente. La desvalorización del viejo comunica implícitamente una desvalorización del futuro en general.

En ese sentido, los niños que han hecho una experiencia de aprendizaje o iniciación a nuevas actividades o experiencias a través de la figura de un tío, un padre o un abuelo, han recibido además del mensaje explícito en ese aprendizaje, un mensaje implícito de promesa. Algún día, ellos alcanzarán la edad de ese adulto o de ese anciano y obtendrán esa cualidad de experiencia y sabiduría. De ese modo, el respeto y la admiración por el mayor operan como formas de reconciliación con el tiempo. El desprecio por el viejo que se verifica en nuestra sociedad y el culto de la juventud, que los medios de comunicación exaltan hasta el extremo, implican un mensaje de no aceptación del porvenir que constituye poderosa fuente de angustia.

El mensaje de los alimentos

Nuestros hábitos constituyen otros tantos mensajes que transmiten datos implícitos sobre nuestra percepción de diversos problemas vitales. Entre ellos, los hábitos alimenticios son particularmente comunicativos.

En la Facultad de Humanidades, la licenciada Esther Ferrando hizo la siguiente observación: "Un niño solo, que pide comida, no me apena tanto por su hambre. Me apena sobre todo por su desamparo afectivo. Al rehusársele el alimento, se le está diciendo que no es amado". Más tarde, en París, un experto senegalés en educación comunitaria comentó que uno de los aspectos de la cultura occidental al que más le costó adaptarse, fue a la costumbre de calcular la cantidad de alimento que ha de cocinarse de acuerdo a un número fijo de comensales. También le costó habituarse al reparto de las porciones en platos diferentes, aislados. En África Occidental se pone diariamente una cantidad no calculada de arroz o couscous (sémola preparada de un modo especial que se consume en el norte y el oeste de África) en una gran olla. Sería un acto de desamor para con un semejante, conocido o desconocido, llegado imprevistamente, el no tener alimento para compartir con él. Tampoco se separa el alimento en porciones. Todos se sirven de una fuente común, que es un modo de simbolizar la presencia materna.

Más tarde, tuve oportunidad de visitar a Seye en su país. Entonces conocí la rica experiencia de sentarme sobre la tierra (otro símbolo materno), y extraer alimento de la gran olla común, a veces en compañía de amigos, a veces en la de desconocidos que abrían sus puertas de acuerdo a los hábitos de hospitalidad del África. Por ese tiempo, Seye publicó un artículo a propósito de la poca popularidad de la psiquiatría y el psicoanálisis en Senegal. "Pocas personas se sienten aquejadas de angustia o soledad en mi país", observaba Seye. Y añadía que, en conversaciones con profesionales franceses, éstos señalaban los hábitos alimenticios como uno de los factores determinantes de la relativa ausencia de estos sentimientos.

En la actitud hacia el alimento se "lee" la presencia de una madre común original, la de una comunidad y una alianza fraternal duradera. Al tomar su alimento, el individuo está percibiendo también un mensaje que le dice, justamente, que él no es un individuo solo, desamparado, desvinculado de todos los demás. Aunque se lleve a la boca unos pocos puñados de couscous o arroz, ese gesto, realizado en común, le comunica un intenso significado de grupo integrado, compromiso colectivo, unión.

Un itinerario personal
 

Comienzos de la década del 70.

En la Facultad de Humanidades y Ciencias de Montevideo, los estudios semióticos aplicados a los textos literarios producían una fascinación notoria en los estudiantes. Se trabajaba, sobre todo, con el instrumental ofrecido por los formalistas rusos (Propp, Jakobson, Tomashevski, etc.) y los estructuralistas franceses y francoeslavos (Barthes, Bremond, Todorov, etc.). Los estudiantes se ejercitaban en reconocer aquellos signos que en un texto trasmiten datos psicológicos, socio-históricos y relativos a la acción propiamente dicha, debían establecer también las formas de interrelación entre esos signos. Señalaban desde qué punto de vista estaba narrado un relato, a qué distancia se ubicaba el narrador con respecto a! mundo narrado y cómo estaba presentado y organizado el tiempo que transcurría en el interior de ese mundo. Se sentía entonces la euforizante sensación de comprender no sólo qué comunicaba el texto, sino cómo lo comunicaba.

Segunda mitad de la década del 70. En la universidad francesa tales exploraciones del texto estaban cayendo en desuso, En cambio, existía una verdadera eclosión de seminarios e investigaciones sobre otros campos de aplicación de la semiótica. Los estudiantes de Todorov y de Violette Morin analizaban los artículos y fotografías relativos a una misma noticia, aparecidos en diarios de las más diversas ideologías. Se observaba cómo se comunicaba la actitud ideológica a través de la selección de datos, organización del discurso, elección y elaboración del material fotográfico.

El estudio de la edificación carcelaria y hospitalaria y de la legislación concerniente a los regímenes de reclusión e internación permitía dibujar la imagen cambiante que el occidental se ha hecho del delincuente y del enfermo.

Minuciosas investigaciones sobre la iconografía relativa al niño o a la pareja (en sus variantes homo, heterosexual, etc) delineaban el devenir de la concepción europea de la infancia o la sexualidad.

Entre estos investigadores de la comunicación no explícita, Julia Kristeva ya había llamado la atención por su libro Semiotiké (1969). Estudia allí zonas de comunicación que, aparentemente, poco tienen que ver con ella, como la moda. O zonas de comunicación. difícilmente codificables, como la gestualidad.

En su capitulo referido a la gestualidad. Kristeva describe las disciplinas especialmente dedicadas al estudio de la comunicación a través del espacio y de los movimientos corporales (proxemia y quinesia). La semiótica franco-búlgara plantea la complejidad de toda situación de comunicación; explica que el mensaje lingüístico, que pasa intermitentemente entre el emisor y un receptor, es sólo parte de un mensaje mayor que se vehicula de modo permanente a través de los movimientos corporales, expresiones faciales, distancia entre ambos interlocutores, etc.

Kristeva revisa las investigaciones realizadas en el campo de la antropología, la psiquiatría y el psicoanálisis, la psico y la sociolingüística para plantear caminos de profundización en los estudios de la comunicación no verbal.

Aun cuando la cultura francesa es muy diferente de la nuestra, las culturas latinas utilizan el espacio y los movimientos corporales para vehicular significados muy similares. Por lo que el uso de esos poderosos instrumentos de comunicación no es percibido concientemente por los miembros de dichas culturas. De este modo, las características de la comunicación en países como Uruguay, Francia o Italia, no me impusieron la necesidad de conocer y valorar los lenguajes no verbales.

1983, UNIVERSIDAD DE CALIFORNIA. Alguien que recién llega se encuentra en situaciones en las cuales no sólo comunica datos que no desea transmitir, sino que no esta segura de los datos que comunica. Se le impone entonces como una necesidad, el extender sus estudios semióticos del campo literario o fílmico a otros más directamente relacionados con la experiencia cotidiana, tomando contacto con los textos de Ray Birdwhistle y, sobre todo, de Edwara Hall y Paul Watslawick. Algunas nociones extraídas de estos textos permiten aguzar la observación sobre las situaciones comunicacionales que se viven diariamente, así como reflexionar sobre otras situaciones comunicacionales anteriores.

 

Hilia Moreira
hiliamoreira5@gmail.com

 

Artículo publicado, originalmente, en papel en la revista "Relaciones" Nº 35 abril 1987

 

Escaneado e incorporado a Letras Uruguay, por su editor, el día 22 de mayo de 2015.
 

 

Ir a índice de ensayo

Ir a índice de Moreira, Hilia

Ir a página inicio

Ir a índice de autores