Métodos para apoyar a Letras-Uruguay

 

Si desea apoyar a Letras- Uruguay, puede hacerlo por PayPal, gracias!!

 
 

Cuerpo de mujer
Reflexión sobre lo vergonzante
Hilia Moreira

 

Colección Pandora

Ediciones Trilce, 1994

ISBN: 9974-32-072-0
 

 

Contenido
 

La Semiótica como lugar femenino

Un lugar en el mundo. La semiótica como lugar femenino. La semiótica de la Madre.¿Porqué la Diosa? La ignominia de la Diosa. Una semiótica de la ignominia.

Cornudo vientre de la Diosa

De la prehistoria a Brigitte Bardot. Los cuernos de la luna. Cornudo vientre de la Diosa. La pareja como invento del varón. El toro celeste. Los cuernos, signos de Dios. Cuerno y corona, poder y abundancia. Cristo en los cuernos del ciervo. Cuerno de salvación. Los cuernos del diablo. El marido cornudo. Cuernos y homosexualidad. Los cuernos del débil. Los cuernos en la historia oficial. La mujer no es cornuda. El cornudo como mal semiólogo. Cuernos y heroísmo. El cornudo como héroe en cine y tevé.

El manar misterioso

Menstruación y política. Menstruación y evolución de la humanidad. El sagrado tiempo de sangrar. El reino de la luna. Primera menstruación en ritos y cuentos de hadas. Cenicienta no derrama sangre. Sangre ecológica. La diosa lunar y el cine argentino. "Ella que con su sangre creó al mundo." "Nada más inmundo que una mujer..." Menstruación y caridad cristiana. Juana de Arco, María. Menstruación y necesidad de amor. Horror menstrual, "alta cultura" y bestsellers. El macho envidioso. La menstruación es una camelia. Mes femenino, duelo y consolación. Menstruación, historia y lucha popular. La menstruación en la novela. Literatura uruguaya: "menstruación y agua de rosas". La menstruación en La reina de la chatarra. Menstruación y publicidad. Menstrúan las hijas de Grande Pá. El manar milagroso.

 

Reconocimientos 

Un libro lleva la firma de una persona. Pero es la cooperación de muchas la que lo hace posible. Esa ayuda se presenta bajo las formas más diversas y generosas. La cordial invitación de Frank Graziano, de la American University de Washington, y el apoyo del coordinador de Ciencias de la Comunicación, profesor Reyes Abadie, y del ministro de cultura doctor Antonio Mercader, posibilitaron mi reciente gira por Estados Unidos. Gracias a este viaje me puse en contacto con materiales y dialogué con personas que resultaron notablemente inspiradoras para mi trabajo. La hospitalidad de Jorge Ruffinelli me permitió consultar la babélica biblioteca de la Universidad de Stanford y tener enriquecedoras conversaciones con estudiantes y colegas. Gwen Kirkpatrick y los participantes de su seminario en Berkeley me formularon preguntas y me proporcionaron datos que ampliaron considerablemente mi reflexión. El mismo efecto vital tuvieron los colegas y estudiantes de la California State University, que conocí gracias a la gentil invitación del profesor Rafael Correa. También debo agradecer a Gerardo Luzuriaga, Adriana Bergero y Carmenmara Hernández, de las Universidades de California, Los Ángeles e Irvine. Un libro necesita entusiasmo para escribirse. El entusiasmo que demostraron por mis temas los estudiantes de estos queridos colegas aumentó el mío. Como siempre, las estadías en Los Ángeles están signadas por la amistad. Mabel Moraña, de la Universidad del Sur de California, literalmente atravesó la ciudad para traerme fotocopias de libros y artículos. Dennis Doty, de la Escuela de Cine de Los Ángeles, dedicó horas a buscar material fílmico que no puede obtenerse en Uruguay. Desde París, Julia Kristeva ofreció su habitual disponibilidad para leer y comentar mi trabajo. En Montevideo, Ronald Meltzer y Eduardo Correa pusieron a disposición importante información fílmica. Como es común, mis amigas Luce Fabbri y Eleonora Basso dedicaron muchas horas a discutir ideas, buscar libros y hacer fotocopias. Ianai y Ruth Silverstein hicieron traducciones directas del hebreo y proporcionaron materiales sobre el judaísmo que, sin ellos hubiera sido difícil localizar. Jorge Traverso, Ligia Almitrán, Magela Prego y la audiencia de Radio Sarandí me dieron la oportunidad de exponer los temas de mi libro y me incentivaron a repensar cada asunto con sus preguntas inteligentes. Lo mismo ocurrió con Ana Inés Larre y los lectores de Brecha, donde aparecieron síntesis del último capítulo. Ausente y presente, Eduardo y Daisy fueron tan incondicionalmente generosos como siempre. Luis e Hilia escucharon, dieron, solucionaron, e hicieron el espacio y el tiempo necesarios para que este libro se produjera.

A Nick
 

La semiótica como lugar femenino

Un lugar en el mundo

La semiótica es un lugar desde el cual se estudia al Universo, considerándolo como multiplicidad de lenguajes. El filme Un lugar en el mundo cuenta la historia del encuentro entre Mario (Federico Luppi), un maestro rural, y Hans (José Sacristán), un arqueólogo abocado a investigar el suelo argentino. Mario solicita a Hans que explique a los niños de su escuelita en qué consiste la tarea de geólogo. Hans comienza mostrando una piedra a los chicos. "Escuchad, a ver si os dice algo", les pide. Los niños la pasan de mano en mano, atónitos: no hay nada más mudo que una piedra. "Eso es porque no sabéis su lenguaje", afirma. Hans la pone contra el oído pero, obviamente, no salen sonidos de ella. Sin embargo, cuando la mira y la toca, "la piedra le cuenta historias". Es que no hay únicamente un idioma de palabras. También hay lenguajes visuales, táctiles, olfativos, sabrosos. Así, con sus colores y rugosidades, la piedra le habla de "millones de años, de tormentas de viento y de lluvias". Lo que Hans ofrece no es sólo una clase de geología. Es una charla sobre semiótica. Explica a los niños que las piedras llevan signos de "cielos, animales y plantas, de hojas arrastradas por las tempestades". "Nada es insignificante -afirma-, nada es lo que aparenta." Todo es signo de otra cosa y es susceptible de suscitar en nosotros infinidad de imágenes mentales o "significados". El fundador de la semiótica, Charles Sanders Peirce, la entiende como Hans. Según él, es una ciencia que estudia los signos, inmensos o diminutos, que emiten todos los componentes del Universo. Ferdinand de Saussure y Umberto Eco la definen como disciplina que investiga los diversos lenguajes, verbales y no verbales, de las diferentes culturas. Así, un arquitecto puede "leer" una época, un gusto estético y, también, una pasión, un deseo, un prejuicio en un arabesco, en el predominio de determinado material de construcción, en el diseño de un espacio. La iglesia de San Francisco, en Salvador de Bahía, tiene un atrio dispuesto de manera que en él los//esclavos pudiesen rendir culto sin entrar a la iglesia. En la mente del blanco, esa presencia negra estaba asociada con imágenes contaminantes.

De hecho, todos somos semiólogos sin saberlo. Percibimos la diferencia entre un escritorio, considerado propio de una oficina, y una mesa, aceptada como apta para sala familiar. Pensamos que no podemos vestirnos del mismo modo cuando visitamos a un amigo o cuando solicitamos empleo. Reconocemos la diferencia entre un almuerzo informal y un banquete de bodas. Sabemos que al alimento se le pueden atribuir significados religiosos, como ocurre en el sabat o la misa. Más difícil es aceptar que la comida ingerida sobre el suelo y tomada con la mano de la olla común, tal como la practican tradicionalmente los senegaleses y otros pueblos africanos, tiene significados de paz, amor y contacto con la tierra, concebida como madre común. Es más fácil cancelar ese conjunto de imágenes mentales y reducirlo todo al significado "falta de higiene". Resulta más simple, pues responde a la doxa u "opinión común" de nuestra cultura. Según ésta, los signos "contacto directo con alimentos", "contacto con tierra durante la comida" y "no uso de platos individuales" se asocian con la imagen mental de "suciedad". Dicha imagen borra todas las demás. La comprensión de la propia doxa y de la ajena es muy importante para una mayor libertad personal y una mejor convivencia. La ley está escrita, puede consultarse y, eventualmente, modificarse. La doxa es una normatividad difusa. No sólo no está escrita sino que suele no verbalizarse nunca. A través de ella, una sociedad entera o un microgrupo, como la familia o la "barra" de amigos, atribuye valores positivos o negativos a otros grupos sociales, étnicos, generacionales, a conductas, a modas, etcétera. Una actitud es "buena" o "mala" porque viene de una persona joven o mayor, judía o negra, porque es sentimental o erótica. La aprobamos o la descartamos sin haberla considerado conscientemente, porque el grupo en el que estamos nos indica, con gestos, muecas, tonos de voz, los significados positivos o negativos que asocia con edades, sexos, etnias, costumbres.

Uno de los objetivos de la semiótica consiste en cuestionar esa doxa. La semiótica analiza el significado que el grupo social al que pertenecemos atribuye a cada acto, consciente e inconsciente, voluntario e involuntario de nuestra vida. Muestra también que el nuestro es sólo un significado, entre los infinitos posibles.

La doxa también confiere significados a los actos de individuos de otras especies. Mi amiga Suzanne Smith, una joven cineasta estadounidense, está realizando un filme sobre los gatos. A lo largo de una investigación previa, ha encontrado significados sagrados asociados con ese animal (ha sido objeto de culto en muchas civilizaciones antiguas, entre ellas la egipcia). Ha sido torturado y quemado por miles o millones, durante el período de auge de la persecución de las brujas (siglos XV al XVII). Durante esos siglos se le daban significados demoníacos. Todavía hoy aparece comúnmente vinculado con imágenes mentales de "traición", "egoísmo" o "feminidad". Los mismos lo reducen a valores morales o a identidades culturales establecidas por el ser humano.

La película termina con la imagen de un pequeño gato solitario en una gran ciudad. Su supervivencia depende de las imágenes de amor, respeto y solidaridad entre las especies que pueda suscitar en los habitantes de esa ciudad. En este siglo, la etología (investigación sobre el comportamiento de los animales) y la zoosemiótica (rama de la semiótica que estudia los signos animales) tratan de percibir los signos que emiten los animales, esforzándose por no proyectar ideas humanas sobre ellos. En su libro Observando perros, el etólogo Desmond Morris señala que el significado "inmundo", lanzado al perro que se revuelca sobre excrementos, es, de nuevo, un significado humano. Morris se aventura a interpretar que tal vez se trate de un esfuerzo canino por eliminar los signos olfativos que emite su cuerpo, ante el eventual encuentro con una presa. Aunque esté domesticado desde hace milenios y no recurra a la caza para alimentarse, todavía quedarían en él rastros de su antigua conducta lobuna.

La semiótica como lugar femenino

La semiótica muestra que todos los elementos de nuestra vida, por pequeños o "insignificantes" que parezcan, tienen significado. Hay muchos signos que la "historia oficial" no considera importantes. Son los que hacen al diario vivir, a la sensibilidad y a la corporalidad, especialmente la femenina. La cultura se identifica con un macromundo donde la experiencia masculina es ostensible: guerras, viajes y conquistas; monumentos, acueductos y ciudades. Las experiencias tradicionales o biológicas de la mujer (cocinar, hilar y ocuparse de la casa; menstruar, alumbrar y mantener la unión del hogar) no se registran pues carecerían de significado. En ese sentido, el filme de Ettore Scola, Un día muy especial, constituye una óptima clase de semiótica. La película se inicia con un informativo oficial del período fascista. En esa secuencia, se muestra el viaje de Hitler a través de Europa y su arribo triunfal a Roma. Se ven las multitudes que lo vitorean, los ejércitos, simétricamente alineados, las zonas monumentales de la ciudad eterna. Mientras, la voz en off del periodista sostiene que se trata de un "día muy especial. Ningún romano dejará de asistir al histórico evento". La secuencia se corta y la cámara muestra a Antonietta (Sofía Loren), despeinada y mal vestida, que prepara el desayuno para marido e hijos. Les arregla la ropa, los despierta y, buena semióloga, capta cada signo que emite el grupo familiar. Bajo una almohada, descubre la foto de una mujer desnuda que uno de los varones disimula en el reverso de una estampita: signo de que se masturba. Su marido le ordena que le planche un traje para el día siguiente, pues desea "visitar amigos que Antonietta no conoce": signo de que tiene cita con su amante. Cada microsigno de esa jornada de signos grandiosos es percibido por la mirada atenta de la mujer, que permanece al margen de los "acontecimientos históricos". Como Cenicienta, Antonietta no asiste al "gran evento". Se queda a limpiar la casa y traba una relación con Gabriele (Marcello Mastroianni), un homosexual vecino suyo. Mirando un álbum de fotos de Mussolini que Antonietta ha compuesto, Gabriele lee una afirmación del Duce: "Inconciliable con la psicología y la fisiología femeninas, el genio es siempre varón". Antonietta sostiene que lo que dice Mussolini es verdad: "Son los hombres los que llenan los libros de historia". Sin embargo, hay una minoría importante de excepciones. Para citar sólo cuatro, escogidas en el período que se extiende desde la Antigüedad hasta nuestros días, Safo (siglo VIII A.C) hace una importante contribución a la literatura, Trótula de Salerno (siglo XI D.C.) deja una valiosa herencia a la medicina, Mary Woolstonecraft (siglo XVIII) realiza un significativo aporte al cambio social, Marie Curie gana el Premio Nobel por sus descubrimientos científicos.

Pero la mayor parte de los signos femeninos permanece anónima o son efímeros: cesta para recolectar alimentos; tejido de lana hecho a mano, que abriga generaciones durante milenios; guiso, sabroso a pesar de la escasez de materiales; juguete de papel o trapo para los hijos. Como responde Gabriele, "los hombres ocupan demasiado sitio en la historia oficial. No queda lugar para las mujeres".

Sin embargo, en el marco de una reciente curiosidad por la historia femenina, los investigadores encuentran documentos que no siempre las pintan como víctimas. Por el contrario, puestas en situaciones aparentemente fijas (hijas, esposas, madres que se definen exclusivamente en su rol de tales), se adaptan al sistema familiar patriarcal y desarrollan estrategias que les abren otras puertas: agradar, observar, manipular, disimular. Más allá del valor ético de esas actitudes, todas ellas tienen valor semiótico: captar signos mínimos, reacomodarlos para que adquieran otros significados, hacerlos desaparecer o transformarlos. Si aceptamos la definición de muchos antropólogos según la cual "la civilización es la aptitud que demuestra una comunidad para ajustarse a su entorno y desarrollar artes, técnicas y relaciones sociales adecuadas", es evidente que las mujeres han desarrollado una civilización propia. Mayoritariamente ausentes del lugar donde los hombres dejan los signos de la academia o la política, las mujeres trazan o "leen" la civilización de la vida cotidiana. Saben detectar un incipiente embarazo y, en general, reconocen los signos de las enfermedades. Hasta el siglo XVII, la medicina es la única carrera académica que se les autoriza. Como curanderas o comadronas, hasta hoy en algunos casos se las prefiere, descartando al doctor. Biólogas como Giovanna Mérola no sólo investigan sino esperan un mayor reconocimiento de tales "brujas", en un tiempo quemadas y despreciadas por curar a través de medios tradicionales. Esta científica cita un fragmento del historiador Michelet, en el cual se describe esa facultad semiótica que haría a la mujer especialmente apta para cuidar y sanar: "Con sus delicados órganos, su amor del más fino detalle, un sentido tan tierno de la vida, es llamada a convertirse en la confidente penetrante de toda la ciencia de la observación". Las mujeres conocen los signos de ropa, muebles, jardines, limpieza y decoración. Saben, también, los de la diplomacia. Mi amiga Muriel Nazzari, profesora de la Universidad de Bloomington, Indiana, ha escrito una investigación sobre Mujer, familia y cambio social en Brasil (1991). Actualmente está terminando una Historia del concubinato. Su trabajo (y la experiencia vital) indican que, frente a la doxa, el matrimonio es responsabilidad de la esposa más que del marido. En muchas obras didácticas escritas por hombres entre los siglos XV y XVIII se expresa esa idea. Las historiadoras Anderson y Zinsser citan fragmentos de varios tratados conyugales de ese período. En ellos se dice que las esposas "deben aplacar los ataques de mal humor de sus maridos y esforzarse por contentarlos, serenarlos y consolarlos con dulce y modesta voz". También se espera que protejan a sus cónyuges de los defectos de la naturaleza masculina y mitiguen las consecuencias de sus desaciertos: "Con paciencia y palabras amables, destruye la orgullosa crueldad de tu marido. Sutil, cautelosa y gentilmente logra, como esposa, contener sus locuras y su naturaleza irracional". De nuevo, la tarea de esposa aparece como tarea semiótica: detectar y amortiguar ciertos signos del marido; encontrar///aquellos signos susceptibles de apelar a él y modificarlo. En su ensayo sobre la reina María Tudor, el filósofo Juan Luis Vives (siglo XVI) dice que una mujer puede atraer hacia sí a su marido "mediante suaves palabras". (Los signos no son sólo las palabras mismas sino su halo para verbal: tono, volumen, etcétera.) En el siglo XVIII, la reina Catalina, esposa de Jorge II de Inglaterra, trata de ese modo a su esposo. Según el primer ministro Horacio Walpole: "Vuestra Majestad sabe que este país está enteramente en vuestras manos, que el cariño que el rey siente por vos, la estima en la que tiene vuestro afecto y la consideración que experimenta por vuestro juicio son las únicas riendas con las que es posible frenar la violencia natural de su temperamento o guiarle hacia donde se desea que vaya". No se trata de una influencia gratuita sino de una laboriosa tarea. Así lo reconoce otro hombre de la corte: "A él ella le sacrificaba su tiempo, por él modificaba su propia inclinación. Miraba, hablaba y respiraba por él y le gobernaba (si la influencia así ganada puede llamarse gobierno), siendo su esclava. Así es como mandaba: como lo hace cualquier esposa sobre el marido que manda sobre ella". Verdadera tarea científica la de esa reina: esforzarse por desaparecer como sujeto para mejor escuchar y operar sobre el objeto con el que trabaja. Tanto entre la realeza como en el marco de estratos sociales mucho más humildes, se ha esperado de la mujer que obre como mediadora de los afectos. Se la ha asociado menos con ideas, sistemas, modelos (redes sígnicas cuyos significados son precisos o denotados). Ella debe comprender y suavizar emociones, iras y pasiones que acompañan esas ideas. Los signos emocionales son más complejos, pues sus significados son difusos o connotados. Todavía en este siglo, el papel de la mujer como semióloga de lo cotidiano es representado como decisivo en la constitución del hogar. En el filme La familia, Carlo (Vittorio Gassman) dice de su mujer (Stefanía Sandrelli) que, sin ella, "ni esta casa, ni esta familia, nada hubiese existido".

El matrimonio puede aparejar otras actividades semióticas. En los siglos XV y XVI hay esposas que introducen nuevos lenguajes en la comunidad. Son mujeres como Valentina Visconti y Catalina de Médici las que, a través de alianzas matrimoniales, traen a Francia los signos del arte renacentista. En los siglos XVI y XVII, una mujer puede acceder a una posición social importante al margen de matrimonio y familia. Es la cortesana (similar a la hetaira, de la cultura patriarcal griega). Su profesión consiste en hacerse amante de hombres ricos y poderosos. El papel de cortesana requiere cualidades para las que la mujer se ha preparado en el marco de una larga tradición. Si bien las prestaciones sexuales pueden emparentarla con la prostituta, la cortesana debe tejer una red semiótica mucho más compleja. Tiene que atraer a sus amantes no sólo por la vía del sexo. Cuida vestido, moblaje y festines, con el fin de proporcionar un entorno encantador al hombre que la visita. Hasta los más mínimos detalles son signos del placer. En la mesa de una cortesana del siglo XVI, los mangos de los cubiertos suelen representar ninfas o diosas desnudas. También escribe poesía o compone música para deleitar al señor. Es una semióloga del tiempo libre y sus delicias. Por medio de ese manejo de los signos de ropa, casa, comida y ocio, logra gran influencia. Por lo tanto, el puesto de "amante oficial del rey" no tiene sólo significados sexuales o afectivos. De modo más encubierto se asocia con imágenes sociales y políticas.

En Francia, en el siglo XVII aparecen mujeres solteras o separadas de sus maridos, que abren salones y fundan un nuevo lenguaje, lleno de minucioso refinamiento. A causa de su gusto por los signos estilizados y sinuosos, se las conoce como "preciosas". En el XVIII, esos salones, presididos por mujeres o salonières, hospedan a intelectuales y políticos cuyo pensamiento y actividad contribuyen a promover la Revolución Francesa. Así, algunas mujeres instaladas en posiciones periféricas pero influyentes sobre la sociedad central, ayudan a implantar cambios sociales significativos. Pero no son únicamente "preciosas" o salonières quienes cooperan con la cultura oficial, manteniéndola o transformándola. La mujer tiene un papel especial en su difusión porque, como madre, es la primera transmisora de valores sociales, morales y religiosos. Usualmente, el más temprano planteamiento de metas que recibe un niño y el control para que las mismas se cumplan se hace a través de la madre o de una mujer que cumple su función.

Desde ámbitos más humildes, libros como El ama de casa, que aparecen a mediados del siglo XIX constituyen verdaderos tratados de semiótica de la cotidianidad. Explican, por ejemplo, cómo elegir una tela: qué signos hay que buscar para averiguar si es durable, lavable, etcétera. También las revistas femeninas son pequeños manuales de semiótica: ¿en qué signos hay que reparar para saber si la piel necesita hidratación o vitaminas? (¡Cuáles son los signos que caracterizan una mesa elegante? ¿Qué signos vestimentarios dan apariencia juvenil y cuáles otorgan presencia de secretaria?

Es sobre todo la condición de madre o la capacidad de "maternar" las que confieren las pautas de la emisión y captación de signos casi invisibles. En el siglo XIX, Louise Otto Peters escribe en sus memorias: "Madre era madre. Estaba presente como el sol o la lámpara o las cuatro paredes. Su presencia era algo que se daba por hecho; se encontraba al acostarme y al levantarme, en el desayuno preparado, el delantal limpio, las medias secas, en todo lo íntimo y superficial, de la mañana a la noche". Como conocedora de todos los signos que se intercambian en el hogar, los que significan las cosas y los que comunican las personas, como emisora de silentes signos de amor (camisa planchada, sopa caliente, gesto conciliador), la madre aparece como semióloga privilegiada.

La semiótica de la Madre

En el siglo XIX, primero Bachofen, luego Morgan y Engels, hablan de sociedades prehistóricas caracterizadas por la predominancia femenina. En ellas se rinde culto a una Madre Terrestre, Celeste o Lunar. Sus huellas se encuentran en los mitos patriarcales griegos. En Grecia, la Gran Madre es destronada por Zeus, dios del trueno y del relámpago, venido con invasores del Norte o el Este. Su presencia fragmenta a la Diosa. Cada cualidad femenina da origen a una divinidad. Hera es diosa del matrimonio. Demeter es divinidad de la tierra. Artemisa preside menstruación y parto. Afrodita reina sobre el amor. Pero todas han quedado subordinadas al poder del Dios. Sin embargo, los que la adoran, saben que es una, bajo sus diferentes nombres y manifestaciones. En el siglo II D.C., en El asno de oro, Apuleyo transcribe las que serían palabras de la Diosa:"... mi divinidad es adorada en todo el mundo, de diversas maneras, con diferentes rituales y bajo distintos nombres. Los frigios me llaman Madre de los Dioses. Los atenienses, Minerva. Los ciprios, Venus. Los cretenses, Diana. Los sicilianos, Proserpina. Los eleusinos, Ceres. Para otros soy Juno, Bellona, Hécate. Los egipcios, llenos de conocimiento, conocen mi verdadero nombre: Reina Isis".

Otro tanto ocurre en la religión judía. En el Antiguo Testamento, el mundo aparece presidido por una divinidad abstracta, pero designada a través de formas gramaticales masculinas. Sin embargo, en esos textos bíblicos se conservan signos de la Gran Diosa. De acuerdo con el historiador de la religión israelita Raphael Patai, "el judaismo oficial enfatiza los aspectos morales e intelectuales de la religión, con un relativo descuido de los aspectos afectivos y emocionales". La importancia del estudio de la Ley sobre la fe llena de sentimiento viene, según Patai, de una sociedad de predominio masculino, generada en tiempos relativamente recientes. Para esa comunidad patriarcal, lo abstracto es más importante que lo concreto y la moral tiene mayor jerarquía que el amor. Pero si los libros del Antiguo Testamento se consideran de cerca, se percibe la reiteración de un nombre: el de Ashera y el de su hija Astarté, Istar o Anat. Ashera es diosa de amor, fertilidad y abundancia. Cuando el profeta Jeremías quiere imponer el culto exclusivo de Yavé entre los judíos de Egipto, éstos contestan que quemarán incienso a la Reina de los Cielos, pues les ha dado pan y felicidad en abundancia (Jer44:16). Desde los albores del cristianismo, el culto a María, Madre de Dios y de todos los hombres, adquiere enorme importancia. Su vigencia hoy en países de tradición agnóstica, como Uruguay, puede comprobarse yendo a Lourdes un día 11 o a Nueva Helvecia el segundo domingo de octubre.

En Montevideo, en estos últimos años, se verifica otro culto a la Madre, bajo forma de Diosa marina o Iemanjá, que pertenece al panteón afroamericano. Al comenzar febrero, en su honor, las playas montevideanas se llenan de gente y de ofrendas florales.

La arqueóloga Marija Gimbutas rastrea los signos de la Diosa Madre en una zona que denomina "Vieja Europa". La misma se extiende desde el mar Egeo al Adriático y de lo que hoy es Polonia meridional al occidente de Ucrania. Ya en el siglo pasado, Lewis Morgan muestra que no sólo en Europa sino en África, Asia y América hay trazas inconfundibles de una Diosa, cuyo lenguaje materno tiene signos similares en distintos continentes. Recientes investigaciones interdisciplinarias confirman que la Diosa está en todas partes. Su sombra protectora se proyecta sobre la cuna del Homo Sapiens, dando testimonio de su nacimiento hace treinta o cuarenta mil años A. C.. Las esculturas de una figura femenina con enormes pechos nutrientes y un gigantesco vientre de vida son conocidas por los estudiosos bajo el nombre de "Venus". Durante esos treinta o cuarenta mil años de prehistoria, de esa "Venus" se espera fecundidad y facilidad en los partos. No sólo protege al humano. Indiscriminadamente, la Diosa nutre a niños, animales y árboles. Es Madre física y espiritual, capaz de compartir con todos los seres sus misteriosas cualidades. Las primeras respuestas a las preguntas "¿Desde dónde?", "¿Por qué causa?", reiteran, de distintas formas, la misma idea: desde el cuerpo de la Madre primordial o con su cuerpo está hecho el Universo.

¿Porqué la Diosa?

Las representaciones de la Diosa son un canto de amor a todas las criaturas. Aparece rodeada de hombres, animales y plantas. O se manifiesta ella misma bajo la forma de un animal o del árbol de la vida. Por eso, la gran literatura que, en los últimos años, se ha escrito en torno a la Diosa no tiene sólo finalidad investigativa. Distintos grupos políticos (ecologistas, pacifistas, feministas) desean difundir sus propios significados a través de esas imágenes divinas de carácter femenino. Recientemente se han publicado "mitologías feministas", que intentan comprender el aspecto que revistió la Gran Madre para culturas hoy degradadas o casi extinguidas, como las comunidades indígenas de América o los pueblos polinesios. También es fuente de inspiración para el arte, la moda y el comercio. En Estados Unidos se hacen "almanaques de la Diosa". Para 1993, la artista Amy Zemer elaboró doce tapices que la representan. El arte de tejer está asociado por excelencia con lo femenino: las mujeres han hilado la ropa de su familia. Las diosas, la textura del destino. Zemer incorpora al hilado materiales como el polyester, que significan la actualidad de lo femenino divinal. La fotografía de un tapiz correspondiente a cada mes forma ese calendario. Así, los meses se asocian con Artemisa, Brigita, Afrodita, rodeadas de plantas y animales simbólicos. En el almanaque de Zemer, cada diosa se vincula con un oráculo, que contesta los asuntos de "mente", "corazón" y "hogar". La parte dedicada a "hogar" explica cómo entrelazar razón y afectividad. De ese modo encontramos hoy a la Diosa entre los datos arqueológicos y los de la revista femenina. Saber sagrado y saber devaluado.

Sin embargo, más allá de moda y comercio, para este fin de milenio, desde su profundidad prehistórica, ella reviste significados opuestos a los que presenta la cultura oficial de Occidente, con su sentido de lucro y mecanización. También se opone a la idea según la cual el ser humano está por encima de todos los otros seres y tiene derecho a explotarlos o destruirlos en provecho de sus propios intereses. El antropólogo Joseph Campbell señala que esa mirada puesta en la Diosa tiene un sentido general de esperanza. La de lograr una vida en armonía con los demás hombres y los otros seres vivos del planeta.

La ignominia de la Diosa

La literatura en torno a la Diosa lleva a reconsiderar imágenes, hoy desprestigiadas, que fueron sus signos resplandecientes. He aquí algunos ejemplos.

La primera menstruación de una muchacha era objeto de festejos rituales, pues señalaba su pertenencia a la Diosa de la vida. Desde hace milenios es un hecho íntimo (sólo se confía a madre y amigas) o rentable (publicidad de toallas higiénicas).

La menopausia transformaba a la mujer en objeto de especiales muestras de consideración y respeto, pues era signo de su participación en la sabiduría de la Diosa. Nuestro tiempo, con su culto de la juventud, generalmente la soslaya como a "vieja" (a no ser que se las arregle para mantener signos juveniles).

Las hierbas vinculaban a la mujer con la Madre como sanadora. Desde el siglo XIX, especialmente en Uruguay, el énfasis en la ciencia asocia esas hierbas con manejos de curanderas ignorantes.

La Diosa solía aparecer como ave de rapiña (la Madre que mata). Pero, en relación con la Madre, la muerte es sólo umbral hacia nueva vida. El ave rapaz (lechuza, buitre, cuervo o corneja) significa el conocimiento que la Diosa tiene de la renovación. Posteriormente, esos pájaros se vinculan con mala suerte y brujería.

La Diosa también se manifestaba como serpiente, que cambia su piel periódicamente como la Madre, que cambia su sangre cada mes. Por otra parte, promete a sus hijos la eternidad del ciclo vital y sus transmutaciones. Desde el Génesis bíblico, esa serpiente se convirtió en signo satánico. En Apocalipsis 12,9, los ángeles echan del cielo a la "Serpiente antigua", que se identifica con el "Diablo o Satanás".

Las vacas y cabras eran manifestaciones divinas pues dan leche, alimento materno. Únicamente en India la vaca mantiene su carácter sagrado. Desde hace mucho se ha olvidado su generosa mansedumbre. Se piensa en ella exclusivamente en términos de industria cárnica (aunque los movimientos ecológicos que hacen propaganda contra el consumo de carne están llegando a Uruguay bajo forma de exitosos restoranes vegetarianos). Sólo los cuernos, dibujados en paredes de cavernas o en jarras y ánforas, eran signo del culto a la Diosa. Desde la Edad Media se han transformado en signo ignominioso que la conducta de la mujer deja sobre la frente del marido.

En las sociedades de predominio femenino, el sexo reviste carácter sagrado pues es vehículo de transmisión vital. Posteriormente, o es monopolio del marido o es ofrecido por la prostituta, personaje tradicionalmente despreciable.

En su novela Mesías en Montevideo (Segundo Premio Municipal de Narrativa, 1990), Teresa Porzecanski muestra cómo emerge la presencia de la Diosa entre lo que generalmente permanece privado de nombre por constituir lo "femenino trivial", lo "insignificante". En esa novela, la vieja Lorenza se encuentra en la cocina cuando siente el llamado de la Madre: "...la grasa de la vajilla se endurecía en la pileta. Lorenza, entonces, se miraba las manos, corría al fondo, subía a la azotea. La cuestión era cómo encontrar a Androisía, oficiante de toda ceremonia. Generalmente la encontraba plantando almácigos o desplumando algún pollo. Lorenza le alcanzaba su bastón y la empujaba hacia la casa. "Vamos, hay que poner ofrendas para la Diosa'". Esas mujeres matan a mano, no industrialmente, y plantan, manteniendo el vaivén muerte vida bajo su cuidado diligente. También viven limpiando "grasa de vajilla", purificando lo cotidiano. ¿El fragmento significa que las sacerdotizas están degradadas? ¿O puede entenderse que, en cada mujer, en cada tarea, aparentemente nimia, está la presencia femenina como dadora de continuidad eterna?

Porzecanski también señala los aspectos supuestamente "ignominiosos" de la Diosa. El lugar de su culto es confundido con un prostíbulo, donde el sexo ha sido despojado de su significado sagrado para ser sólo signo de vergüenza. La sacerdotiza sostiene que hombres impotentes (¿el temor de lo femenino?) vomitan y la llaman "tarántula" y a las demás oficiantes "Hijas de la mismísima". Pero la araña, que saca de su propio cuerpo la sustancia de su tejido, fue sagrado signo materno. ¿Y quién es esa "mismísima"? ¿O esa "gran puta" de los insultos callejeros? ¿Deben entenderse como alusiones a la madre biográfica de cada uno ?¿0 pueden leerse como signos que buscan ofender a la Madre del mundo reconociendo, a hurtadillas, su poder? Es "grande", es la "mismísima", la innominable.

Una semiótica de la ignominia

La noción básica de la disciplina semiótica es el signo. El análisis de las definiciones clásicas del signo muestran hasta qué punto ese concepto es elusivo. En La doctrina cristiana, San Agustín dice que "el signo es algo que, además de ser abarcado por los sentidos, hace que otras imágenes acudan al pensamiento". Por ejemplo, percibimos la temperatura y el sabor de la sopa con la lengua y el paladar. Mientras, el cobijo del hogar y el amor de la madre acuden a nuestro pensamiento. Pero "hacer acudir al pensamiento" constituye un acto difuso, teñido de afectividad, prejuicios o secretos impulsos. Así, si consideramos al cuerpo femenino en tanto que signo, vemos que el mismo aparece asociado con imprecisas y contradictorias imágenes de ignominia y pureza.

Inserto en un sistema social, en relación con otros signos que sin cesar lo ensombrecen o iluminan, el cuerpo femenino ofrece muchas lecturas en permanente devenir. La perspectiva semiótica permite escuchar los significados que otras épocas y culturas le han atribuido. Ellos repercuten en los significados que le confieren hoy la publicidad, la televisión y el cine. También en los que le acordamos nosotros en el diario vivir. La semiótica contribuye a la comprensión de valores presentes y a la aclaración de nuestra sensibilidad, con sus iras, temores y soterrados deseos.

En su Tratado de semiótica general, Umberto Eco reconoce dos grandes corrientes: semiótica de la comunicación, que se ocupa de cualquier proceso social, de la moda al rito, como proceso comunicativo. Por debajo de esos hechos se establecen códigos, estudiados por la semiótica de la significación. Así, en el código de la ciudad de Los Ángeles, en los años ochenta, un chico maquillado significa simplemente "chico". En el código montevideano significa travestí. Finalmente, una semiótica de la expresión estudia signos espontáneos. Julia Kristeva, que es a la vez semióloga y psicoanalista, se ocupa de aquellos signos espontáneos que resultan innombrables. ¿Qué caracteriza a aquel signo que produce un asco, físico o moral, que va hasta la náusea? En Poderes del horror, Kristeva analiza signos triviales (como la nata que se forma sobre un líquido enfriado) o atroces (como los zapatitos de los niños muertos en Auschwitz). ¿Cuáles son los signos de quien se enamora hasta enloquecer? En Historias de amor, estudia los discursos de Narciso, Don Juan y Julieta y los compara con los de sus propios analizantes enamorados. ¿Qué provoca un lapso de dolor insoportable? En Sol negro, investiga pinturas de Holbein, poemas de Nerval y novelas y películas de Margueritte Duras. Kristeva no sólo busca averiguar cómo son los signos de dolor, pasión y asco. También se interroga sobre enamoramiento, sufrimiento y repugnancia en tanto que signos. ¿Qué significados yacen bajo el espasmo del rechazo o el delirio del deseo?

El presente libro no se propone investigar esos signos límites. Su objetivo es estudiar algunos de los signos que el cuerpo femenino emite, inevitable y cotidianamente. O aquellos otros que, según la tradición, suele dejar a su paso. Son signos más o menos triviales. Pero la doxa los tacha de "ignominiosos": privados de nombre por considerarse vergonzantes. Es tarea de la semiótica traer a la palabra y buscar los significados de toda productividad humana, premeditada o involuntaria, palpable o fantasiosa.

Referencias

Ashe, Geoffrey, The Virgin. Mary's cult and the reemergence of the Goddess, Arkana, Londres, 1988.

Anderson, Bonnie S. y Zinsser, Judith P., Historia de las mujeres. Una historia propia, Crítica, Barcelona, 1991.

Apuleius, The golden ass (Metamorphoses), The Loeb Classical Library, Londres, 1953.

Aristarain, Adolfo, Un lugar en el mundo, 1992. Con Federico Luppi, José Sacristán.

Bachofen, J.J., Myth, religion and mother right: selected writings, Princeton University Press, Princeton, 1967.

Biblia de Jerusalén, Desclée de Brower, Bilbao, 1966.

Carneron, Dorothy, Symbols of birth and death in the Neolithicera, Kenyon Deane, Londres, 1981.

Chodorow, Nancy, The reproduction of mothering. Psychonanalysis and the sociology of gender, University of California Press, Berkeley, 1978.

Eco, Umberto, Tratado de semiótica general, Lumen, Barcelona, 1981.

Engels, Federico, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1986.

Gimbutas, Marina, The Goddesses and Gods of oíd Europe. Myths and cult images. University of California Press, Berkely, Los Angeles, 1982.

Gimbutas, Marija,The language of the Goddess, Foreword by Joseph Campbell, Harper, Nueva York, 1991.

Graves, Robert, La diosa blanca. Gramática histórica del mito poético, Alianza, Madrid, 1988.

Kristeva, Julia, Povoirs de l'horreur. Essais sur l'abjection. Seuil, París, 1980.

Kristeva, Julia, Historias de amor. Barcelona, Siglo XXI, 1987.

Kristeva, Julia, Soleil noir. Dépression et mélancolie, París, Denoel, 1987.

Larrington, Carolyne, The feminist companion to mythology, Pandora, Londres, 1992.

Mérola, Giovanna, Plantas medicinales para la mujer. Medicina popular venezolana, Valencia, 1986.

Moreira, Hilia, "La semiología como interrogación sobre el hombre. Entrevista a Julia Kristeva" La Semana de El Día, Montevideo, 19 de enero de 1980.

Moreira, Hilia, "Conversación con Umberto Eco", Relaciones 43, diciembre, 1987.

Moreira, Hilia, Mujer, deseo y comunicación. Imágenes femeninas en la literatura y el cine, Linardi y Risso, Montevideo, 1992.

Morgan, Lewis, Ancient society, Harvard University Press, Cambridge, 1964.

Morris, Desmond, Dogwatching, Jonathan Cape, Londres, 1986.

Nazzari, Muriel, Disappearance of the dowery. Women, families, and social change in Sao Paulo, Brazil, 1600-1900, Stanford University Press, Stanford, 1991.

Neumann, Erich, The great mother, Princeton University Press, Princeton, 1991.

Patai, Raphael, The bebrewgoddess, Wayne State University Press, Detroit, 1990.

Peirce, Charles Sanders, Semiótica, Testi scelti e introdotti da M.A. Bonfanti e.a. Einaudi, Turín, 1979.

Porzecanski, Teresa, Mesías en Montevideo, Signos y Amauta, Montevideo, 1989.

Saussure, Ferdinand de, Cours de linguistique générale. Payot, París, 1964.

Scola, Ettore, Una giornata particolare, 1977. Con Sofía Loren, Marcello Mastroianni.

Scola, Ettore, La famiglia, 1987. Con Vittorio Gassman, Stefania Sandrelli.

Sóo, Monica y Barbara Mor, The great cosmic mother. Rediscovering the religión of the eartb, Herper, San Francisco, Nueva York, 1987.

Stone, Merlin, Ancient mirrors of woman hood. A treasure of goddess and heroine lore from around the world, Beacon press, Boston, 1990.

Walker, Barbara G., The woman's encyclopedia of myths and secrets, Harper, San Francisco, Nueva York, 1983.

Warner, Marina, Alone of all hersex. The myth and the cult of the Virgin Mary, Nueva York, Vintage Books, 1983.

Cornudo vientre de la Diosa

De la prehistoria a Brigitte Bardot

En las tradiciones primitivas, entre los signos de energía y renovación cíclica, los cuernos ocupan un lugar destacado. A veces, se considera que no son sólo un signo de esa energía sino su misma encarnación. También pueden constituir factores estimulantes en el proceso del devenir. En grutas destinadas a cultos prehistóricos en Dordoña (Francia) aparecen pinturas de mujeres desnudas que representan a la Diosa Madre gestando. Esas mujeres tienen cuernos de bisonte en las manos levantadas. La duración del embarazo en la hembra del bisonte y en la humana es la misma, lo que contribuye a explicar la conexión de ese animal cornudo con la Diosa. La importancia del bisonte se percibe en el hecho de que su cabeza, rodeada de plantas y semillas, frecuentemente se encuentra pintada en el centro de la caverna.

Con el advenimiento de la vida sedentaria, cuernos, estatuillas y vasos en forma de vaca, cabra o toro aparecen por todas partes en Europa y Oriente Cercano. En las pequeñas poblaciones agrícolas que se establecen alrededor del octavo milenio A.C. esas estatuillas representan a la Diosa. La mayoría de los santuarios están presididos por la figura del toro. Inicialmente, éste no es una manifestación masculina sino un signo de la Diosa de la Regeneración. También suele representársela como mujer asociada con animales cornudos. En épocas posteriores, en Grecia y Roma, se pinta y esculpe la imagen de Cibeles o Demeter (que constituye una manifestación de la Diosa Madre) coronada de rayos (asimilables a los cuernos). A menudo aparece en un carro tirado por cabras. Junto con el toro, la cabra es el principal signo del poder regenerativo de la Madre, cuya manifestación es de carácter sexual. En ese tiempo el sexo no tiene significado moral sino religioso: a través de él se renueva el Universo. En la cerámica producida por la civilización minoica (Creta), la cabra se asocia con la luna, las plantas y el árbol de la vida. También se han encontrado piezas de metal que representan, de un lado, un par de cabras copulando. Del otro lado hay una pareja, igualmente entregada al amor. Puede tratarse de representaciones del Matrimonio Divino o de un ritual propiciatorio para el renacimiento vital. La copulación también puede ser el signo mismo de la Diosa, que se manifiesta a través del vigor sexual con que beneficia a sus criaturas. Su culto supone relaciones físicas, cuyo significado es impersonal y sagrado. El culto a la Diosa por medio del sexo subsiste hasta hoy entre los indios americanos. A causa de los significados de "inmoralidad" con que lo han asociado los conquistadores, los inmigrantes y sus hijos, se transformó en uno de los motivos que justifican el exterminio de las poblaciones autóctonas. En cambio, en la mente de quienes practican el culto, el sexo se vincula con imágenes de asimilación de las fuerzas naturales y amor a la vida. En un reciente viaje de extensión universitaria a Carmelo, personas del lugar me informaron acerca de una costumbre practicada por inmigrantes y sus hijos en el Uruguay del siglo pasado. Como existía una pequeña comunidad india en las cercanías de un poblado "humano", sus habitantes atribuían al "culto del cuerpo" un significado prostibulario, del que se aprovechaban. La anécdota pone de relieve la importancia que puede revestir la semiótica para sociedades interesadas en una convivencia cultural más comprensiva y respetuosa.

En imágenes posteriores, la cabra se sustituye por un macho cabrío, de cuya espalda surge una planta. La relación entre cabra, plantas y resurrección es ostensible. Así, en vasos funerarios griegos, aparecen escenas que muestran cabras saltando sobre plantas que florecen. Motivos folclóricos similares subsisten hasta hoy en el arte europeo aunque, en las creencias populares, el papel simbólico del macho cabrío se ha fundido con el del dios indoeuropeo del rayo.

Pero tal vez la forma que más frecuentemente reviste la Gran Madre sea la de vaca lunar, la cual sigue siendo sagrada en India, pues se considera signo de la Diosa Kali. Los himnos védicos son textos milenarios que, según el hinduismo, serían de inspiración divina. En ellos se celebra a la vaca: "La Vaca ha danzado sobre el océano celeste trayéndonos los versos y las melodías. La Vaca es todo lo que es, Dioses y hombres, héroes, sabios y almas de muertos. Ella es inspiración y profecía". O también: "...en ella reside el orden divino, la santidad, el ardor cósmico. Sí, la Vaca hace vivir a los Dioses, la Vaca hace vivir a los hombres" (Ved262-63). Entre los hindúes, en el decir de Gandhi, "la vaca conduce al ser humano más allá de los límites de su especie. Por su intermedio se realiza su identificación con todo lo que vive. En la medida en que millones de niños beben su leche, la vaca se transforma en madre de la humanidad". Por eso, es terrible alimentarse del manso animal que materna al hombre.

Una de las más antiguas diosas indoeuropeas relacionadas con los cuernos y la leche es Marsa o Mara, también llamada Madre de la Leche, Madre de las Vacas, Vieja Pastora de Vacas o Destino de las Vacas. Su presencia les trae fertilidad. Es responsable del fácil nacimiento de los terneros y de la abundancia de leche de sus madres. Cuando se la invoca, puede producir vacas enormes, que son inagotable fuente láctea. También hace crecer el pasto en abundancia. En Egipto las diosas Isis y Hator se representan bajo la forma de mujeres con gran cornamenta. El cuerpo de la Vaca es el firmamento y, diariamente, da a luz al dios Horus Ra, el sol, su ternero dorado. Tal vez Horus sea el becerro de oro que combate Moisés (Ex 32).

El nombre de "Italia" tiene origen polémico. Según algunos estudiosos vendría de la palabra vitello, que quiere decir "becerro". Por lo tanto, Italia sería la "tierra del becerro", lo que la transformaría en otro don de la Diosa Cornuda. En monedas italianas anteriores al predominio de Roma aparece la efigie de un toro. Hera es una de las divinidades más veneradas del Panteón Olímpico. En sus templos se le ofrendan animales cornudos, pues se la asocia con la pastura y las vacas y novillas que pacen en los valles. Homero la llama "cara de vaca" u "ojos de novilla". También posee plantas mágicas y aparece coronada. Su nombre alternativo es lo, cuyo signo es la novilla. Con el advenimiento de una percepción masculina de la divinidad, la Diosa se habría fragmentado. Esos fragmentos rivalizan por conseguir el amor del Dios. Así, en mitos grecorromanos tardíos, Hera e lo compiten por la atención de Zeus. Pero, originariamente, son la misma vaca celeste. Importa destacar que hoy, en italiano popular, vacca, el antiguo nombre de la Diosa, constituye un insulto grosero.

Los celtas que habitaban lo que hoy sería la región de Yorkshire (Inglaterra) adoraban a Verbeia. Su nombre significa algo así como "Ella, la de los ganados". Sus representaciones, encontradas en frisos, la muestran con serpientes sagradas entre las manos. Su imagen está relacionada con una santa irlandesa llamada Brigite, que se asocia con el ganado y lo protege. Esa santa es de existencia histórica improbable. Significativamente, sus milagros están relacionados con alimentos lácteos. Multiplica la manteca para los pobres. Sus vacas dan leche tres veces al día. A veces se confunde con María, la Gran Madre del cristianismo. En Irlanda su popularidad sólo puede compararse con la de San Patricio. También es venerada en Gales, Inglaterra, Francia y Alemania. No sólo es dadora de alimentos físicos: es patrona de poetas y sanadores. En general se la representa con una vaca a los pies que, según la tradición cristiana, significa su juventud, durante la cual era una monja cuidadora de vacas. Aun el Diccionario de santos de Oxford reconoce que Brigite presenta signos característicos de la Gran Diosa Cornuda. Al promediar el siglo XX, el cine francés lanza una "diosa del sexo": Brigitte Bardot, que exhibe grandes escotes o muestra su cuerpo desnudo. Sólo que ese cuerpo se ha trivializado: es sexy. Ha perdido sus significados de preservación y regeneración de la vida. Es "diosa" porque tiene gran éxito de taquilla. Sin embargo, en filmes como Y Dios creó a la mujer, aparece constelada de animales que cuida, especialmente de pájaros, a los que libera. Termina adquiriendo otras prerrogativas divinas. Es su busto el que representa la República en las esculturas oficiales de Francia. ¿Signo del "alma francesa"? ¿Protectora de la población y sus esperanzas? Transformada en mujer mayor, Brigitte usa los medios de comunicación para realizar una campaña por los animales cuyos cuerpos vivos son mutilados y destruidos en provecho de industrias como perfumería, peletería o cosmética.

Se anunció que viajará a Uruguay para apoyar la aparición de una ley que proteja a animales sometidos a experimentos inútiles y atrozmente crueles en la Facultad de Medicina. ¿Una nueva manifestación de la Diosa, que materna por igual a todas sus criaturas, luchando por mantener el equilibrio del planeta?
 

Brigitte Bardot: un signo de la Diosa que vela sobre nuestro planeta, protegiendo el equilibrio entre las especies?

 

Los cuernos de la luna

Como los del bisonte, los cuernos de cabra, vaca y toro constituyen una metáfora de la luna. Según una inscripción camboyana, la luna creciente es el cuerno perfecto, signo de la Madre divina. Por eso, los cuernos siempre están en relación con ella. En las pinturas prehistóricas la luna, bajo estilizada forma de cornamenta, aparece asociada con relámpagos, lluvia y rombos (símbolo femenino). Los cuernos traen imágenes de fuerza vital, creación periódica y vida inagotable, porque la Madre Luna preside la fertilidad de campos, animales y mujeres. En la tradición grecolatina, la luna se llama Artemisa o Diana. A pesar de ser una Diosa Virgen, propicia los partos y, en general, la fertilidad de animales y plantas. Su hermano Apolo, dios solar, vinculado a la inspiración artística, en cultos más antiguos estaba asociado con la luna. El cristianismo preserva la imagen lunar, vinculada con una figura femenina. En el libro del Apocalipsis (o Revelación) se dice que: "Apareció en el cielo una señal grandiosa, una Mujer, vestida de sol, con la luna bajo los pies y en su cabeza una corona de doce estrellas" (Ap 12, 1). Hasta hoy, según la interpretación oficial de la Iglesia Católica, esa mujer es María. En el siglo XVII, Velázquez y otros pintores la muestran de pie sobre la luna y envuelta en luz lunar. En el siglo XIX, la Virgen se aparece a Catherine Labouré, una hermana de caridad. En la visión, el vestido de María y su propio cuerpo tienen el blanco resplandor de la luna. En esa manifestación, la Virgen instaura el culto de la Medalla Milagrosa, muy popular en Uruguay.

Los artistas uruguayos siguen sintiendo el influjo lunar. En la mencionada novela de Porzecanski, los personajes le rinden un culto prohibido: "Eumenio había sido encerrado por haber estado contemplando, durante quince noches, la luna o sus pedazos". En el terreno, considerado pedestre y cotidiano, de los medios de comunicación, la luna continúa vinculándose con la maternidad. En canciones de grupos juveniles como Mecano, se dice que: "Luna quiere ser madre... Si el niño llora menguará la luna para hacerle una cuna".

Cornudo vientre de la Diosa

¿Existen otros motivos por los cuales los cuernos ocupan un lugar tan eminente en el simbolismo del devenir? En su investigación sobre signos de nacimiento y muerte en la prehistoria, Dorothy Cameron muestra un diagrama del aparato reproductor femenino, tomado de un texto cualquiera de medicina contemporánea. Parecería que la clave se encuentra en la similitud que la cabeza cornuda guarda con la matriz y los trompas de Falopio, pertenecientes a dicho aparato femenino. En los frescos de muchas cavernas, la cabeza taurina está pintada en la región pélvica del cuerpo de la mujer. Por lo tanto, parece claro que, en la prehistoria, el toro no significa virilidad, como ocurre en representaciones indoeuropeas más recientes. Su cabeza es una metáfora de los órganos generadores de la mujer. Es probable que los hombres prehistóricos hayan adquirido conocimientos de anatomía mientras separaban la carne de los huesos durante ciertos ritos fúnebres. Cuando el cuerpo femenino se encuentra en posición yacente, las trompas de Falopio se vuelven hacia arriba, como astas. Es en esa posición en que deben haber sido percibidos durante el proceso de descamar el esqueleto. En representaciones del toro que datan del Neolítico, esos cuernos aparecen cubiertos con rosas o estrellas, con lo cual la similitud con los órganos femeninos se acentúa. En Ucrania se han encontrado vasos donde se representan los cuernos, las faces de la luna y, en el centro, una serpiente enroscada. Otras veces, el toro aparece llevando el disco lunar en su cornamenta. En dicho disco hay líneas que lo dividen, probablemente signos de las faces de la luna (relacionadas, como veremos más adelante, con el ciclo menstrual femenino). El toro también aparece asociado con huevos, símbolo por excelencia del principio femenino de la vida. Es interesante señalar que hoy, en español popular, los huevos son metáfora de los testículos. La palabra "huevón" es un insulto. Pero "tener huevos" quiere decir "tener valor". ¿Otras tantas formas secretas de degradación y admiración, de ambigüedad en relación con la Madre? En muchos vasos prehistóricos, de un lado se representa un toro con cuernos enormes. Del otro, se encuentran imágenes de huevos, conectados con los cuernos a través de líneas ondulantes que podrían significar el agua, otro símbolo vital femenino. A veces se representan los huevos en el interior del cuerpo del toro. Otras, aparecen pájaros, generalmente marinos, con huevos en sus vientres. Por encima de esos pájaros hay un par de cuernos, que suelen estar rodeados por una serpiente. Así, en la prehistoria, el toro es fuente de vida. Su relación metafórica (es parecido a ella) y metonímica (es representado en el lugar que ella ocupa) con la matriz explica la asociación del toro con símbolos de regeneración, del mismo orden que la luna y las plantas. También se piensa que del cuerpo muerto del toro surge la nueva vida. Por eso, es frecuente encontrar animales cornudos en sarcófagos: constituyen un símbolo de renovación. De los cuernos puede surgir una abeja, que significa la victoria de la vida. Otras veces, la cornamenta se asocia con serpientes, pues ambas son símbolos de renacimiento eterno.

La pareja como invento del varón

De acuerdo con J.J. Bachofen, en la prehistoria rige el derecho materno. En su marco, las mujeres controlan religión, propiedad y relaciones sexuales. En épocas históricas, el predominio femenino es sustituido por el masculino, en cuyo encuadre los hombres gobiernan y se adora a la divinidad bajo forma de varón. Morgan relaciona el matrimonio monógamo con el nacimiento de la sociedad de predominio masculino. Es interesante pensar que, de acuerdo con una larga tradición, la mujer es la más interesada en el matrimonio y la más responsable de su mantenimiento. Las fantasías femeninas, alimentadas por cuentos de hadas primero y por los medios de comunicación después, giran en torno a la pareja estable y legítima: "se casaron y vivieron felices durante muchos años". El último capítulo de la novela destinada "a señoritas", de la radionovela y el teleteatro, generalmente muestra una fiesta de bodas. Sin embargo, el matrimonio legítimo y duradero sería invento del varón. Hasta hoy, en comunidades donde la mujer tiene respaldo económico, la pareja estable suele ser descartada. En un reciente viaje a Estados Unidos, conocí casualmente a una haitiana, probablemente obrera, pero en situación desahogada. Vive en una casa relativamente amplia, con su madre y su padre, su hermana y una cantidad de hijos y sobrinos. Interrogada sobre los padres de los niños, contestó: "Los maridos van y vienen. Los que permanecen son la madre y el padre de una, sus hijos y Jesús".

Engels sostiene que el surgimiento de la propiedad privada, controlada por un cabeza de familia masculino, conduce al "derrocamiento del derecho materno" y a la "derrota histórica del sexo femenino". El desarrollo de la propiedad privada también llevaría a la guerra con metas de apropiación (de ganados, nuevos territorios, etcétera). Según el historiador de las religiones Geoffrey Ashe, las actividades guerreras no permiten una visión de la divinidad como madre dulce sino como varón violento. (Hay que subrayar, sin embargo, que los trabajos contemporáneos en torno a la Diosa Madre como diosa de la paz están muy influidos por movimientos pacifistas. Al datar de épocas prehistóricas, casi no existe literatura original sobre la Diosa. Pero, aparentemente, Istar o Astarté era una diosa guerrera, justamente por ser Diosa de muerte y resurrección.) De acuerdo con otros investigadores, el pasaje de sociedades de predominio femenino a sociedades patriarcales depende del descubrimiento de la función del esperma, que se habría producido entre el 6500 y el 6000 A.C.. Como las relaciones sexuales no necesariamente implican fecundidad, hasta entonces el sexo viril se habría considerado estimulante pero no necesario para la concepción. El principio masculino en tanto fuerza propiciatoria para la vida se representa bajo forma de un hombre con astas de toro o cabrón. Su influencia contribuye al crecimiento y prosperidad de todas las criaturas. El danzarín extático con máscara de toro o macho cabrío puede ser interpretado como signo del dios Dionisos o como un adorador de la Gran Diosa. Dionisos es un dios muy antiguo, cuyo origen se desconoce. Se piensa que su culto se haya iniciado en Grecia, Tracia, Creta o el Asia Menor. Pero, en la prehistoria, todas esas regiones pertenecían a la misma cultura de la Diosa. Dionisos es un dios toro, de la renovación anual, imbuido de toda la urgencia de la naturaleza. En Las Bacantes de Eurípides hay numerosas manifestaciones del dios bajo forma taurina: "Se encontró un Dios cornudo, un Dios coronado de serpientes". En Tracia el ritual de Dionisos incluye hombres que invocan al dios mugiendo como toros. Las mujeres que lo adoran llevan cuernos durante el culto, pues se piensa que tiene cabeza de toro y así suele representárselo en el arte. Dionisos también se manifiesta bajo la forma del toro Zagreo, despedazado por los gigantes. Entonces baja al mundo subterráneo y luego renace. En consecuencia, la idea de renovación predomina en sus festividades, que tienen lugar durante el pasaje del invierno a la primavera. En ellas, se busca un escenario agrícola orgiástico, que conlleva comida en abundancia, representaciones fálicas y el casamiento del hombre toro Dionisos con la Reina o Gran Diosa. El propósito de esas festividades es exaltar la vegetación y todos los dones de la tierra. El culto a Dionisos también incluye flores, abundantes bebidas y alegría general. El vino se distribuye entre todas las personas que tienen más de cuatro años. Durante la fiesta, la mujer de un hombre revestido de autoridad se casa con el toro. Se trae una imagen de Dionisos o un actor coronado con cuernos aparece para completar los ritos nupciales. Así, aun en cultos a divinidades masculinas, la Diosa de la Naturaleza, pájaro, vaca o víbora, mueve el tiempo de la vida hacia la muerte y de la muerte hacia la vida, de la noche oscura hacia la luna creciente, del invierno hacia la primavera.

En la novela José y sus hermanos, Thomas Mann describe la fe de Jacob en el Dios de Abraham y de Isaac. Sin embargo, la sombra fecunda de la Diosa Madre Istar se proyecta sobre su lecho de bodas, mientras muge en el cielo el toro celeste: "Cuando las videntes manos de Jacob dejaron el rostro de su novia y encontraron su cuerpo y la piel de su cuerpo, Istar los atravesó hasta la médula, bramó el toro del cielo y su aliento era el aliento de los que se abrazaban. Y, durante toda aquella noche ventosa, Jacob encontró en la hija de Labán una compañera gloriosa, grande en el deleite y poderosa en la concepción y ella lo recibió muchas veces, otra vez y otra vez aún, tantas que ya no las contaron, pero los pastores dijeron que eran nueve". No sólo la Diosa Madre confiere deseo y fecundidad a los amantes, haciéndose una con ellos bajo forma taurina. Son pastores, cuidadores de cornudos rebaños, los que cuentan las uniones encargadas de propagar la vida.

El toro celeste

Con el surgimiento de las sociedades patriarcales, la sabiduría y las pasiones del hombre se funden con la figura del toro, que evoca imágenes de vigor irresistible. Su cuerno se transforma en signo de potencia masculina. Aunque brama con ferocidad, su generosa simiente fecunda la tierra. El dios hindú Indra se manifiesta bajo forma taurina. En Irán y Oriente Cercano, los dioses se significan con figuras de toros, cameros y cabrones. De acuerdo con la tradición persa, la luna, bajo forma cornuda, es depositaría de la simiente taurina. Toro y rayo son signos conjugados de divinidades atmosféricas. Uno y otro constituyen manifestaciones de las fuerzas fecundantes. En Grecia, Urano, dios del cielo, se representa como toro, en razón de su fertilidad infatigable. Zeus, divinidad de trueno y relámpago, toma forma de toro deslumbrante para seducir a la princesa Europa. Se le aproxima mansamente y se tiende a sus pies. Ella lo acaricia, reposando sobre su lomo. Al instante, él atraviesa con ella el cielo y la deposita en Creta, donde se unen. (Como ya dije, Creta es una isla en la que, en tiempos anteriores, se adoró a la Madre bajo forma de cabra o vaca. Por lo tanto, es posible que el mito del rapto de Europa constituya otro signo residual de la Diosa.) Además de Zeus y Dionisos, el dios griego Pan también lleva cornamenta. Se manifiesta con cara y torso de hombre, pero con astas y patas de cabra. Es dios de ganados y sexualidad fecunda. Como en griego su nombre significa "todo", en etapas posteriores se pensó que dicho nombre se refería a una deidad universal.

Los cuernos, signos de Dios

Como signo de fuerza creadora, el cuerno representa al dios semítico El (aparentemente, predecesor de Yavé), unido en matrimonio sagrado con la Vaca Ashera. Aunque Yavé prohibe expresamente el culto del becerro, el cuerno y el rayo están entre sus signos más importantes. La palabra hebrea queren tiene esos dos significados. En la primera versión latina de la Biblia (conocida como Vulgata a causa de su función divulgativa), el término "rayos" es traducido en el sentido propio de "cuernos". En traducciones posteriores, los cuernos son casi totalmente borrados del texto bíblico. Tal desaparición se debe, probablemente, a significados "ignominiosos" adheridos a ellos en tiempos más recientes. También es interesante destacar que Yavé "baja a la vista de todos sobre el monte Sinaí"(Ex 19,11). La denominación de dicho monte viene de Sin, nombre de un dios lunar mesopotamio. El toro blanco parece haber sido una de las formas en que se encarna Sin, cuya sagrada montaña escala Moisés para recibir las tablas de la ley. Cuando Moisés desciende del monte después de haberse puesto en presencia de Yavé, "no sabía que de su rostro salía un rayo (cuerno)" (Ex 34, 29:35). Por eso los artistas de la Edad Media representan a Moisés con cuernos, que tienen el aspecto de la media luna. También Miguel Ángel lo muestra bajo forma cornuda en la escultura que puede apreciarse hoy en la iglesia de San Pedro Encadenado, en Roma. En consecuencia, resulta sorprendente que, en su artículo sobre "El Moisés de Miguel Ángel" (1914), Freud cite a críticos que afirman que Miguel Ángel se habría inspirado en estatuas del dios griego Pan. La versión escultórica de Miguel Ángel es traducción fiel del mensaje bíblico. En las palabras con que Moisés bendice a José antes de morir, el toro reaparece: "Como el primogénito de su toro es su gloria" (Deut 33,17). La llegada de Yavé al Sinaí se anuncia tocando un cuerno (Ex 19,13 y 19). En el monte, el Señor se manifiesta por medio del trueno y el rayo (Ex 19,16). Los cuatro cuernos del altar de los holocaustos, situado en su templo, designan las cuatro direcciones del espacio: el carácter ilimitado del poder divino (Ex 27, 2). En el cántico que entona David a Yavé por haberlo librado de sus enemigos, le dice: "Dios me defiende y el cuerno (rayo) de Ishaí está a mi espalda" (2 Samuel 22, 2). En los Salmos, el cuerno simboliza la iuerza divina, que es la más poderosa defensa de quienes la invocan. Para designar a Yavé, en el Salmo 18, 3, se usan expresiones similares a las de David: "Roca en que me refugio, mi escudo y mi cuerno de liberación". En el Salmo 132, 17, Yavé le dice a su pueblo que "hará retoñar el cuerno de David". Cuando ora, el profeta Habacuc habla de la mano divina, de la que surgen cuernos: "Su fulgor es como la luz/ surgen cuernos de sus manos" (Hab5: 4,5). En 1 Samuel 2,1, Ana agradece a Dios por el nacimiento de su hijo Samuel, diciendo: "Mi cuerno es exaltado en el Señor". También afirma que Yavé "exaltará el cuerno de su Ungido" (1, Sam 2, 10). Por otro lado, el cuerno puede simbolizar la altivez de los arrogantes, a quienes rebaja el Señor: "No levantéis al cielo vuestros cuernos" (Sal 75, 6). Yavé también ordena que se le ofrezcan animales cornudos. Así, en Levítico 1ó, 5, manda que "se tomen dos machos cabríos para expiación y un carnero para holocausto". Más adelante, en el versículo 10, agrega que "el macho cabrío sobre el cual caiga la suerte de Azazel será presentado vivo delante de Yavé, para hacer la reconciliación sobre él". En los versículos 15 y 16, el macho cabrío y el becerro aparecen como animales de purificación, que limpian de culpas al pueblo de Israel. Por eso, en algunas comunidades rurales europeas hasta hoy hay un cabrón al que nadie pega ni molesta. Es el encargado de captar el mal que amenaza al pueblo, protegiéndolo.

Cuerno y corona, poder y abundancia

Los cuernos están vinculados con la antigua creencia tántrica según la cual si el hombre logra retener su simiente, la energía mística sube hacia la cabeza, transformándose en poder y sabiduría, que se hacen visibles bajo forma de cuernos. En su obra El arte del Tantra, Phillip Rawson sostiene que: "lo que crece de la cabeza es específicamente significativo. Los animales cornudos son los más sagrados, puesto que llevan el signo visible de que el poder que se encuentra en el interior de la cabeza se ha desarrollado al punto de manifestarse exteriormente. Los toros, carneros, machos cabríos y ciervos muestran ese poder de fertilidad física y espiritual, de fecunda sabiduría. Hay amplia evidencia de que en Europa, hasta la Edad Media, existe una asociación entre los cuernos y la potencia sexual del varón". Todavía hoy, en italiano popular, la palabra corno designa el sexo viril. Por eso, romper un cuerno significa romper la potencia sexual y, en términos generales, el vigor y coraje. Aqueloo, transformado en toro, combate contra Hércules por el amor de Deyanira. Pero cuando Hércules le rompe un cuerno, se declara vencido.

Como los cuernos son un arma poderosa de los animales que los llevan, en la mente de los hombres se asocian con imágenes de fuerza terrenal o ultraterrena. Los jefes políticos y religiosos (reyes y chamanes) los colocan sobre sus cabezas. De ese modo, se apropian metonímicamente del vigor de los animales cornudos. La palabra "corona" viene del latín cornu y expresa la misma idea de elevación, poder, iluminación. Sus puntas imitan astas o rayos. El soldado romano victorioso añade un cornículum a su casco. Alejandro Magno se hace representar bicorne. Según algunos investigadores, busca asociarse con el dios Dionisos, simbolizando en las astas su poder y genio. De acuerdo con otras fuentes, toma la cerviz del Libro de los Muertos egipcio, donde el dios Amón es llamado "señor de los dos cuernos". Por medio de la cornamenta, Alejandro busca emparentarse con la naturaleza divina y asegurar la prosperidad de su imperio. Los guerreros de diversos pueblos (especialmente celtas y escandinavos) también llevan cuernos, como signo de vigor. En Montevideo se eleva un monumento al presidente Luis Batlle Berres que representa una parábola. El humor popular lo designa con el nombre de "cuernos de Batlle". Sin embargo, por debajo de la burla subyace el significado de "aptitud para el mando" que conlleva la cornamenta. De la tradición grecorromana nos viene el cuerno o "cornucopia", que connota significados de abundancia y de dicha. Lleno de semillas y frutas, con la abertura hacia arriba, lo vemos representado en múltiples cuadros, esculturas y frisos. Su imagen se vincula con la de Dionisos y Demeter, con constancia y buena fortuna. La cornucopia sería un cuerno de la cabra Amaltea, quien amamanta a Zeus en su niñez. Zeus lo rompe jugando con ella y se lo devuelve lleno de todos los dones divinos. Cuando se lo muestra como cornucopia, el cuerno roto de Aqueloo también se transforma en signo de opulencia y felicidad. Aqueloo es el río más grande de Grecia, hijo de Océano y Tetis, diosa marina, primogénito de todos los ríos de Grecia y padre de innumerables fuentes. Con el tiempo, los significados de la cornucopia se transforman en liberalidad, diligencia, prudencia, esperanza y caridad. Se relaciona con la estación otoñal de equidad, hospitalidad y cosecha abundante.

Yavé deja su signo (rayos o cuernos) sobre la cabeza de Moisés.

Cristo en los cuernos del ciervo

En sus Odas, Píndaro habla de una "cierva de cuernos de oro", que pertenece a Artemisa. La diosa lunar engancha cuatro ciervas a su carro. Hércules persigue a la quinta hasta el país de los sueños, entre los hiperbóreos, que habitan "más allá del viento norte". Esa cierva consagrada a la luna, tras la cual Hércules corre durante un año entero, sería la Sabiduría, difícil de alcanzar. También entre los celtas, la caza de la cierva simboliza la búsqueda de la sabiduría, que únicamente se encuentra bajo un manzano, árbol del conocimiento.

Por su alta cornamenta, el ciervo es mediador entre cielo y tierra. Como sus astas se renuevan periódicamente, se lo compara con el árbol de la vida. Hay una relación entre árbol, cuernos y cruz. En su Homilía III, Orígenes, uno de los Padres de la Iglesia, afirma que "el ciervo es el cazador de serpientes". Como, desde el Génesis, la serpiente ha dejado de ser signo vital de la Diosa para volverse signo de muerte y culpa, el ciervo que la destruye se transforma en enemigo del mal. Por lo tanto, constituye un símbolo de Cristo. Entre las leyendas cristianas relativas a la cornamenta del venado, cabe recordar la de San Eustaquio, un mártir probablemente venido del Este, que vive en una época incierta o no tiene existencia histórica. Los hagiógrafos (o biógrafos de santos) lo ubican en tiempos del emperador Trajano. Habría sido un general romano llamado Placidas. Durante una jornada de caza, después de una larga carrera en pos de la presa, se le aparece un ciervo con una cruz luminosa entre las astas. Generalmente se lo representa en el instante de encontrar ese ciervo. A partir del momento en que ve la cornamenta con la cruz, Placidas cambia su nombre y el de su familia, renuncia a su fortuna y muere en el tormento. Desde el siglo VIII se le dedican iglesias en Roma, Constantinopla e Inglaterra y alcanza gran popularidad. Otros santos conocen la revelación de Dios a través de la visión de una cornamenta. San Huberto (siglo VIII) es el obispo que evangeliza Ardennes (actual Bélgica). A partir del siglo XIV, probablemente a raíz de una superposición con la historia de Eustaquio, se cuenta que su conversión se produce un viernes en que sale a cazar. Al internarse en el bosque se le aparece un venado con la imagen de Cristo crucificado entre las astas. Huberto es representado con un libro donde hay pintado un ciervo o con un pequeño venado a sus pies. Porque el venado atrae hacia sí al cazador, se le compara con Cristo, que llama a las almas. Así, el ciervo es símbolo del esposo divino quien, infatigablemente, señala el camino a esas almas, sus esposas.

Cuerno de salvación

Hay otro animal cuyo cuerno está constelado de significados místicos. Esta vez se trata de una bestia mitológica: el unicornio, que se representa como caballo o cabrito con un solo cuerno sobre la frente. Algunas catedrales europeas guardaban entre sus tesoros el cuerno de un unicornio: una hermosa espiral de marfil, de alrededor de un metro de longitud. En la periferia de París, la catedral de St. Denis se jactaba de tener un cuerno de unicornio excepcionalmente largo y pesado. Un extremo del cuerno se mantenía sumergido en un recipiente con agua. Metonímicamente, esa agua producía curas milagrosas. Durante siglos se piensa que el cuerno de unicornio tiene propiedades curativas. Evidentemente, era difícil obtener un cuerno de unicornio. Por eso, originariamente, sólo testigos de sangre real pueden certificar su autenticidad. Hay varias formas de probar si el cuerno pertenece al unicornio. Una de las más simples es ponerlo en agua. El cuerno es real, como el de St. Denis, si el agua hace burbujas. Si se quema un cuerno auténtico, de él debe emanar el más dulce perfume. Otra prueba consiste en colocarlo en un recipiente junto con unos cuantos escorpiones. Luego se lo tapa y se lo deja por varias horas. Si, al descubrirlo nuevamente, los escorpiones están muertos es un cuerno auténtico. También se piensa que todos los animales y plantas venenosas mueren en presencia de un verdadero cuerno de unicornio. Una araña, colocada en la cavidad del cuerno o, simplemente, en la huella circular dejada por él, perece. Quien bebe en una copa hecha con el cuerno de un unicornio no sólo evita la embriaguez, sino que previene la agresión de cualquier veneno. Basta con colocarlo sobre una mesa en la que hay comida o bebida envenenadas: el cuerno transpira. Como en esos tiempos el veneno es un medio común para deshacerse de los enemigos, muchos hombres poderosos pagan altos precios a marinos y viajeros para obtener cuernos o trozos de cuerno que, supuestamente, provendrían de unicornios. En Inglaterra, Isabel I, Jacobo I y Carlos I tienen cuernos de unicornio. También se hacen cucharas y saleros de ese material. A veces, las copas se fabrican de oro y plata y se incrustan en ellas supuestos fragmentos de cuerno. Las familias más ricas suelen colgar de una cadena el cuerno de un unicornio y mantenerlo suspendido de una pared en aquellas habitaciones donde se despliegan banquetes y fiestas. También es de uso que, al comienzo de un festín, un sirviente con el cuerno en la mano rodee la mesa y toque con él todas las comidas y bebidas para demostrar que no contienen ponzoña alguna. Tal costumbre persiste en la corte de Francia hasta la Revolución Francesa. Hacia el fin del siglo XVI, los farmacéuticos prescriben polvo de cuerno de unicornio, no sólo como antídoto de venenos sino como remedio para fiebre, mordeduras de perro, epilepsia, parásitos y peste. La sustancia aparece con tal frecuencia en el recetario de la época que, en el siglo XVII, el unicornio suele ser signo distintivo de las farmacias europeas.

El unicornio aparece en algunas leyendas del rey Arturo, como por ejemplo un viejo romance francés llamado El caballero de Papegeau. En esa historia del siglo XIV, en el curso de su primera aventura, la barca del rey queda varada en una extraña tierra. Cerca de la costa, Arturo encuentra a un enano que vive en una torre roja. El enano le cuenta que también él y su esposa una vez se hallaron perdidos en la ribera misteriosa, pero ella murió al nacer su hijo. Después de darle sepultura, el enano toma en brazos al niño y se refugia en el tronco hueco de un árbol. Allí vive una cantidad de diminutas criaturas, semejantes a cervatillos, cada cual con un cuerno en el centro de su frente. Súbitamente aparece la madre de las pequeñas bestias: una enorme unicornia, de afilado y poderoso cuerno. El enano se esconde, pero el bebé llora de hambre en sus brazos. La madre unicornio se apiada y lo amamanta. También da leche al enano y lo ayuda a construir su casa. Gracias a la leche de la madre unicornio el bebé enano se transforma en gigante y construye la gran torre roja para proteger a su padre contra los animales salvajes. (Aquí aparece de nuevo la conexión prehistórica entre cuerno, leche y transmutación: lo que era diminuto pasa a ser enorme.) El enano le confía al rey Arturo que la madre unicornio todavía acompaña al gigante en todas sus aventuras (la sombra de la Madre se proyecta siempre sobre él, protegiéndolo). Después que el enano cuenta su historia, él y el gigante comparten una comida con Arturo (el hecho de compartir alimentos hasta hoy se relaciona con la figura materna). Con su cuerno, la Madre Unicornio desentierra el barco del rey, varado en la costa misteriosa, y Arturo puede regresar a Inglaterra.

En la base del cuerno del unicornio suele encontrarse un carbundo, el más hermoso de todos los rubíes, considerado como "el rey de las piedras preciosas". Dicho rubí debe llevarse sobre la piel como talismán protector y proveedor. No sólo tiene el poder de curar todas las enfermedades físicas que el cuerno propiamente dicho sana, hecho polvo y disuelto en un vaso de agua o vino, también alivia la tristeza con su escolta de pesadillas. Un verdadero carbundo encontrado bajo el cuerno de un unicornio brilla tan esplendorosamente que, cubierto con las ropas más gruesas, su luz se percibe en la oscuridad.

Único en medio de la frente, el cuerno del unicornio significa flecha espiritual, rayo solar, espada de Dios, revelación divina, penetración de lo divino en la criatura. De acuerdo con un bestiario muy apreciado durante la Edad Media, titulado El fisiólogo, el unicornio es un animal fabuloso por su fuerza, velocidad y belleza. Sólo una virgen sin mácula puede capturarlo. El delicioso perfume de su pureza transforma la natural ferocidad del unicornio en dulzura y mansedumbre. Como un cordero, reposa la cabeza en su regazo. En 606, el papa Gregorio el Grande es el primero en encontrar una analogía entre el unicornio y Jesús. Hacia el siglo XIV se ha vuelto una metáfora establecida para significar el amor de Cristo por la humanidad. Sería una forma de encarnación del Redentor, que alza un cuerno de salvación por nuestros pecados. La virgen que lo atrae es María, su madre, cuya virtud no puede resistir. María se sienta en el "huerto cerrado", símbolo de su doncellez, rodeada por otros signos de esa virginidad, como el oro y la planta de lila. El arcángel Gabriel, vestido de cazador, aparece con un grupo de perros que representan Justicia, Verdad, Misericordia y Paz. Asaltan al unicornio, cuya cabeza reposa en el regazo de María, y le imploran por la humanidad. Así, la joven acompañada por un unicornio representa a la Virgen fecundada por el Espíritu Santo o a la Encarnación del Verbo en el seno de la Virgen. También hay himnos medievales que describen a Jesús como al salvaje unicornio a quien la Virgen acoge y domestica. En 1563, el Concilio de Trento prohíbe esa alegoría de la Encarnación en el arte cristiano.

Considerando sus distintos significados, se desprende que el sentido general del unicornio es el de pureza obrante, fuerza sobrenatural que emana de lo inmaculado. Para los males físicos y espirituales trae cura y para las desgracias, salvación.

Los cuernos del diablo.

Es posible que el signo del diablo (dedo índice y meñique levantados) sea originariamente un signo de la Diosa o de un animal a través del cual se manifestaba. En Apocalipsis 12, 3:4, la "Serpiente antigua" (¿o Madre arcaica?) que los ángeles expulsan del cielo tiene "diez cuernos" y "siete coronas". Como ya señalé, en la sociedad griega patriarcal los cuernos pasan a divinidades masculinas, entre las cuales se encuentra Pan, con su cortejo de faunos (que todavía perduran en la música de Debussy). El diablo es cornudo porque toma elementos de Pan y de los faunos. Por desconocimiento profundo de su simbolismo, los cuernos de esas deidades se transforman en signo de ignominia. Ya en el siglo I A.C., en los Épodos 10 y 23, el poeta latino Horacio llama "libidinoso" al macho cabrío. Así, la libido empieza a significar desmanes sexuales y no fuerza generadora. En inglés, la palabra bornie (donde está la idea de born, cuerno) designa a la persona lujuriosa. Así, en Escocia, el diablo es llamado "viejo cornudo". Desde la Edad Media se lo muestra bajo forma de macho cabrío. En las representaciones del Día del Juicio, los pecadores están ubicados a la izquierda y, a veces, se los significa con un cabrón a la cabeza de una manada de cabras. Ese cabrón designa a los poderosos por dinero o prestigio, que arrastran por mal camino a los débiles. Pero, aunque sea para el mal, todavía hasta la Edad Media los cuernos son signo de un antiguo poder. Sobre el cabrón o sobre un palo de escoba montan las brujas para ir a rendir culto al diablo (culto que, como atestiguan recientes investigaciones, no es otro que un ritual propiciatorio para la fertilidad de la Diosa).

El marido cornudo

En muchas culturas de predominio masculino, el ideal del hombre honorable se expresa en la palabra "hombría". La misma incluye tanto coraje como virilidad. En España y otros países, ese "honor" se manifiesta a través de un signo sexual: los "cojones". En consecuencia, el concepto de "deshonor" se asocia con la idea de castración. Según Cirlot, el significado de los cuernos asociado con el marido engañado viene del simbolismo del buey, animal manso y laborioso, castrado por el hombre. Del significado "castración" derivaría el de "ignominia". También puede tratarse de un caso de inversión simbólica. En fiestas como el carnaval, las imágenes de potencia política y sexual atribuidas a la corona (y a los cuernos de los que ésta deriva) se revierten, transformándose en significados de incapacidad y debilidad. Por otra parte, en el folclor medieval se inicia la creencia de que en la cabeza salen cuernos cuando se dicen mentiras (a través de una identificación con el diablo, supremo príncipe de engaño e ilusión). O esos cuernos aparecen en la cabeza del marido a consecuencia del engaño de su mujer. En estampas italianas del siglo XVII se ve cómo ésta traiciona al hombre con ayuda del demonio, que sopla sobre aquél.

En las sociedades de predominio masculino, el honor de un varón y el de una mujer entrañan modos de conducta diferente. Una mujer queda "deshonrada" a causa de su conducta sexual ilegítima. En cambio, el hombre no mancha su honor a través de su propio cuerpo. Pero ese honor puede verse maculado por medio del cuerpo de su mujer. Un hombre debe emplear su hombría en defender la vergüenza pasada y presente de su esposa (debe cuidar de que no se "contamine" sexualmente o repudiarla si ya lo está). De lo contrario, él mismo queda contaminado y ensucia a la comunidad familiar de la que proviene. Así, la libertad sexual de la mujer constituye una falta al derecho del varón. Tradicionalmente, quien se casa con una mujer que no es virgen es "cornudo retroactivo", pues el marido debe exigir de su esposa un "cuerpo nuevo". La expresión "mujer usada" subsiste en el humor rioplatense, por lo menos hasta la década del sesenta. En la célebre novela decimonónica La dama de las camelias (que ha sido incansablemente adaptada a cine y tevé en este siglo), la cortesana Margarita Gauthier mantiene una relación amorosa con Armando Duval, un joven de "buena familia". Para que no recaiga una "cornamenta retroactiva" sobre esa familia excelente, el padre de Armando le pide a Margarita que renuncie al amor de su hijo. El cuerpo de una mujer que ha sido tocado por otros no sólo contamina a su amante sino a todos los que lo rodean.

Siglo XVII: Una mujer se apresta a engañar a un varón con ayuda de un diablo cornudo

Cuernos y homosexualidad

En el teleteatro Dueño del mundo, Felipe (Antonio Fagúndez) es un prestigioso y adinerado médico. La primera vez que el personaje aparece, está teniendo una aventura con una paciente en su consultorio. Mientras, el marido aguarda en la sala de espera. Posteriormente, Felipe comunica ese dato excitante a un amigo suyo: "Fue de locura. Y el esposo, sentadito". El mismo día se entera de que un empleado suyo está por casarse con una joven virgen (Malú Mader). Organiza viajes, destruye documentos, inventa mil mentiras hasta que logra colocar una "cornamenta retroactiva" sobre la cabeza de su funcionario: la esposa ya no es virgen cuando llega a la noche de bodas. Dueño del mundo propone el viejo tema del "otro hombre", que René Girard estudiara en la literatura occidental, desde Cervantes a Dostoievski. Lo que el seductor desea no es la virginidad o el cuerpo de una mujer, sino la posesión de un objeto que pertenece a otro. En última instancia, lo que desea es "ocupar el lugar", "tener", "ser" ese otro. El objeto anhelado no es la mujer sino su "dueño", cuya propiedad él manosea. El que, compulsivamente, "pone cuernos" sobre la cabeza de otros hombres, ¿no sería un homosexual reprimido, que toca "mujeres ajenas" porque no puede aceptar que desea tocar a los varones que las "poseen"?

Los cuernos del débil

En el Diccionario de la Academia, "cabrón" es aquél que consiente el adulterio de su mujer Consiente: siente con ella. A través de esa "solidaridad" con el sentimiento femenino, el marido queda profanado. Cae bajo dominio del diablo y debe llevar su signo como mancha que atestigua la concupiscencia de su esposa. Las sanciones populares son el ridículo y la burla, como destructores de reputación (aunque en algunas legislaciones se establece un castigo preciso para al marido complaciente).

Los cuernos del esposo traicionado también pueden representar el signo fálico del amante, con quien la mujer satisface su lujuria. En su estudio sobre el honor, el antropólogo Pitt Rivers menciona un caso, ocurrido en Andalucía, en que un hombre rico se hizo amante de la esposa de uno pobre. En los chistes populares, éste pasó a llamarse "cuerno de oro". Así, el adúltero no sólo traspasa al esposo el cuerno, signo de su virilidad, también desplaza hacia él su poder económico, que se transforma en signo de vergüenza del engañado. La literatura española ya había consignado un caso semejante. En el siglo XVI, Lazarillo de Tormes exhibe sus "cuernos" con aparente desvergüenza. Niño pobre y sin padre, su madre lo entrega a un ciego, que se lo lleva a trabajar con él. A lo largo de la infancia, pasa de un amo a otro, golpeado, humillado y hambreado. Al finalizar la obra, ya hombre, se casa con la concubina de un cura. Para él también los cuernos no son sólo signo de "ignominia" sino de un poder, político o económico, que se ejerce sobre marginales y desamparados. El antiguo signo de la Diosa se transforma en el de sus hijos despreciados por una sociedad de lucro e irreligiosidad. Originariamente, "religión" significa "religarse". Pero, en sociedades individualistas, donde el dinero es la primera meta y la naturaleza es degradada, los hijos, desligados de su Madre, llevan su cornamenta, no como signo de fecundidad sino de ignominia.

Los cuernos en la película La historia oficial

En su película La historia oficial (Oscar al mejor filme extranjero 1985), el director Luis Puenzo agrega un nuevo significado a la cornamenta. El protagonista masculino de la historia es Roberto (Héctor Alterio), importante jerarca de una empresa argentino-estadounidense. La misma se beneficia con el golpe de estado militar. La avasalladora intervención extranjera y el despojo de la economía nacional se significan a través de grupos de ejecutivos impecablemente trajeados que avanzan hablando en inglés, con el cuerpo muy erguido. La actitud corporal y la vestimenta les confieren un aura triunfante. Ante ellos, la cámara retrocede con un movimiento que, cinematográficamente, se conoce como travelling back. Dicho movimiento de cámara subraya el significado de fuerza incontenible. Sin embargo, uno de esos ricos empresarios estadounidenses está casado con una argentina quien, ostensiblemente, "le pone cuernos". La patria está siendo diezmada por extranjeros. Pero una argentina se las arregla para humillar a los interventores en la figura de su esposo. Adjudicándole "cuernos" a un "yanqui", Puenzo expresa su rechazo a la política estadounidense en América Latina.

La mujer no es cornuda

La gravedad de los cuernos masculinos es tal que, para borrar su ignominia, es necesario que corra la sangre de la adúltera, de su amante o de ambos. La novela de Jorge Amado Gabriela, clavo y canela se inicia con un crimen. Un marido ha "limpiado sus cuernos" matando a su mujer y al amante. El protagonista (que en el cine fue Marcello Mastroianni) ve el hermoso cuerpo de la joven esposa y decide no casarse nunca porque, en el caso de que su mujer lo engañe, no quiere verse obligado a asesinarla.

Otras veces, ante la mera duda se requiere un ignominioso abandono. El caso más célebre es el de César, que repudió a su mujer sin que el adulterio estuviese probado "porque nadie debe dudar de la mujer de César". El caso más popular es el de Red Buttler (Clark Gable), en Lo que el viento se llevó. Ante la sospecha, abandona a Scarlett (Vivien Leigh). Cuando ella le dice, llorando, que lo ama, él responde: "Francamente, mi querida, no doy un bledo". La versión original es mucho más grosera ("I don't give a damn"). Hasta hoy las revistas de difusión sostienen que se trata de la secuencia más aplaudida del cine de todos los tiempos. Más recientemente, en el popular teleteatro Vale todo, es claro que director y guionista están de parte del marido (Cacio Gabos Méndez), cuando violenta a su esposa (Gloria Pírez) al enterarse de su adulterio. La doxa exige que el esposo por lo menos humille a la mujer que echa sombra sobre su honor.

En cambio, la mujer tiene la ventaja de no transformarse en "cornuda" cuando su marido la engaña. No está obligada a matar al esposo o a la amante. Más bien, la doxa simpatiza con ella, porque tiene que soportar esas "cosas de varón". Como la mujer es buena semióloga, libros y películas tampoco la presentan como propiamente "burlada". Rosalie, la protagonista de la novela La engañada, de Thomas Mann, sabe que "los frecuentes desvíos de la fidelidad conyugal de su amable marido sólo constituían manifestaciones de una vitalidad exuberante". Rosalie no se siente "deshonrada" cuando afirma: "Constantemente tenía que cerrar yo los ojos ante su comportamiento, lo que prueba los elásticos límites de la vida sexual masculina". En el ya mencionado filme Un día muy especial, aunque él ni lo sospecha, Antonietta ha leído las cartas que el marido y su amante intercambian. En la película Sexo mentiras y videos, Anne (Andie Mac Dowell) encuentra en el suelo de su propio dormitorio la caravana que su hermana ha perdido. Pero, antes de hallar signo alguno, intuye el adulterio. "Si no me engañas, ¿por qué siento que lo haces?", le pregunta a su marido. En el filme de Woody Alien, Alice (Mia Farrow), revestida de poderes chamánicos, entra en el escritorio del esposo, sorprendiéndolo in fraganti. Algunas de estas esposas toman el "traspié" del marido con filosofía, otras con indignación. Pero sobre ninguna recae la ignominia. Aparentemente, los cuernos de la Diosa sólo pueden revestir significado de corona cuando están sobre las cabezas de sus hijas.

El cornudo como mal semiólogo

Sea que cierren los ojos o que los abran, esas esposas muestran que el marido adúltero debería ser mejor semiólogo, capaz de eliminar signos (cabellos, marcas labiales, perfumes) o de inventarles significados diferentes. En cambio, los maridos cornudos, cuando no son complacientes sino propiamente engañados, aparecen como semiólogos deficientes. En su pieza teatral La mandrágora, Maquiavelo presenta a Nicia, el marido cornudo, como alguien incapaz de "leer" la realidad. Nicia es un hombre mayor, casado con Lucrecia, una mujer bella y joven. A pesar de que el matrimonio dura desde hace un tiempo, los hijos no llegan. Entonces, el médico le aconseja que utilice la mandrágora. De acuerdo con una leyenda, ya Raquel, la esposa de Jacob, habría usado con éxito esa planta para combatir su esterilidad. Pero, según el médico, la mandrágora plantea un problema. La mujer que ha bebido un té hecho con ella, mata al hombre con el que tiene relaciones inmediatamente después de tomarlo. Sólo tras esa muerte, su cuerpo fértil deja de tener efectos fatales. En consecuencia, la estrategia sería la de ofrecer el té a Lucrecia y ponerla luego en brazos de algún infeliz, cuya desaparición nadie percibiría. A partir de entonces, los hijos vendrían en abundancia. Lucrecia se rehúsa a "someter su cuerpo a semejante vituperio y a ser la causa de que un hombre muera por vituperarla". Pero el marido solicita a su suegra y a un fraile que ejerzan presión sobre ella. Finalmente, la esposa accede. Así, Nicia demuestra ser un pésimo semiólogo, capaz de atribuir sólo un significado a los signos que lo rodean. Con su esposa, asocia únicamente la imagen de la reproducción. Olvida que otros pueden vincularla con imágenes de deseo y amor. Efectivamente, la historia de la fatalidad de la mandrágora ha sido inventada por Calimaco, un joven enamorado de Lucrecia. Una vez que pasa una noche en sus brazos, ella percibe la diferencia que existe entre él y su marido. En consecuencia, lo acepta como amante estable. Mientras, Nicia, encantado, la manda a la iglesia, pues piensa que, después de haber bebido el té de mandrágora, "Lucrecia ha nacido de nuevo".

En las últimas décadas, el cine ha ofrecido imágenes de maridos cornudos asociadas con autoritarismo, poder económico y libertinaje. Esos hombres están demasiado absorbidos por sus ideas fascistas o por hacer dinero. Sobre todo, están demasiado distraídos con sus aventuras amorosas. Por lo tanto, son incapaces de descubrir los signos del descontento de sus esposas. En Un día muy especial, la elección de los actores confiere un intenso halo semiótico a los personajes y a las relaciones que entablan entre sí. Antonietta, la esposa engañada, es interpretada por Sofía Loren, "diosa" internacional del sexo durante las décadas del cincuenta y el sesenta. Al iniciarse la película, el esposo se seca las manos en sus polleras. Cuando ella masculla que "no es un repasador", el marido contesta que "da asco". Mientras, los espectadores están viendo a una mujer que, por su belleza, ha salido en las carátulas de innumerables revistas y hasta ha dado su nombre a calles de ciudades. Si un hombre la trata como a un repasador y la considera "asquerosa", significa que no sabe "leer" la realidad. Durante ese "día muy especial", en que su marido y sus hijos se van a presenciar el encuentro de Hitler y Mussolini, Antonietta conoce a Gabriele y hace el amor con él. Es una experiencia sensual y emocional que nunca había conocido y se siente profundamente enamorada. Cuando el marido regresa, Antonietta lleva los signos de ese amor. El vestido está desprendido a la altura del escote. Durante la cena, su mirada erra, sin prestar atención a los relatos sobre el "histórico evento". A veces, una ligera sonrisa aparece en su cara. Pero lo único que percibe el marido es que Antonietta "es una infeliz: ¡qué día se ha perdido!".

En Sexo, mentiras y video, la primera vez que aparece John, el marido, se está lamentando de no haberse casado antes: "¡Las mujeres caen como moscas cuando ven en su dedo el anillo nupcial!". Mientras Ann, su esposa, le está contando al psicoanalista que el contacto físico con su cónyuge la repele. Hacia el final de la película, John se enfurece al saber que Ann ha aceptado dejarse filmar por Max (James Spader), un joven impotente. "Por lo menos, estoy seguro de que no tuvieron relaciones", dice. Ann lo mira en silencio. Max la atrae profundamente y ha logrado hacerle recuperar su virilidad. John la considera una "niña inocente", incapaz de tomar iniciativas sexuales. Demasiado convencido de su propio encanto, atribuye al rechazo de su esposa un único significado: el de la "inocencia".

En el filme de Woody Alien, Alice está casada con un hombre rico y buen mozo (William Hurt). Pero se siente infeliz. El primer signo de insatisfacción es el dolor de espalda. El segundo, su súbita atracción hacia otro hombre. Preocupada por su sintomatología, consulta a un chamán. Este le da unos polvos mediante los cuales cobra coraje y se declara al que será su amante. Luego, bebe otros polvos que la vuelven invisible. De ese modo, escucha los chismes de sus amigas. Así, se entera de que su marido siempre le ha sido infiel. Esa noche, al acostarse, le pregunta-"¿Me engañas?". El marido responde que no y luego, con aire irónico, pregunta a su vez: "¿Y tú?". Pero en seguida se arrepiente y dice: "Perdona, Alice. No tienes que contestarme". Alice ha pasado la tarde haciendo el amor con su amante. Pero el marido sólo puede asociarla con significados de formalidad conyugal.

También son interesantes las imágenes que estos filmes ofrecen de los amantes. Son hombres a quienes los maridos jamás vincularían con significados de seducción. Gabriele es homosexual. Max es impotente. Ninguno de los dos se asocia con la tradicional imagen del seductor experimentado y avasallante. Esos esposos creen que los únicos signos de seducción son los de viril agresividad. Son incapaces de imaginar que ciertas imágenes masculinas, consideradas ignominiosas (homosexualidad, impotencia) pueden ser muy atractivas para sus esposas. No consideran que esos hombres ofrecen modelos que permiten a sus mujeres identificarse con ellos. Por una vez, son ellas las que conquistan hasta conseguir no una "posesión" sino una entrega. "Con mi marido es tan diferente", le confiesa Antonietta a Gabriele después del amor. En el caso de Alice, su amante no significa para ella el descubrimiento de la pasión sino un paso hacia el conocimiento de sí misma. Deja al marido, no para casarse con otro hombre, sino para realizar metas frustradas que yacían en su interior. Pero las imágenes de confianza y ternura que Gabriele y Max suscitan en Antonietta y Ann o la imagen de realización personal que su amante despierta en Alice, no son comprendidas por sus maridos. Ellos sólo asocian con sus esposas significados fijos: "no es deseable", "no es deseante", "es inocente", "es católica". No ven que hay fisuras significativas y posibilidades paradojales. Sólo leen sus propios signos o los que impone la doxa. Así, en esas películas, el cineasta, el personaje femenino y el público disfrutan de la falta semiótica del cornudo.

Cuernos y heroísmo

Según una conocida definición, el héroe es aquél que va más allá de las regiones pobladas, más allá de creencias aprobadas y leyes establecidas, para traer a la comunidad un nuevo conocimiento. Muchos son los peligros de ese viaje. Su soledad y desamparo pueden desatar la locura. La búsqueda de un conocimiento prohibido o, simplemente, no previsto por la opinión común, suele desencadenar severos castigos de parte del orden social. Sin embargo, el héroe lleva adelante su aventura. A veces, después del ostracismo, la sabiduría adquirida le supone recompensas. Otras, el reconocimiento sobreviene tras su muerte. Así ocurre con las ideas planteadas en torno al matrimonio por Percy Bysshe Shelley (1792-1822), el ilustre poeta inglés. Es el inicio del siglo XIX, el imperio británico combate a Napoleón, también porque, hasta cierto punto, es un peligroso difusor de las teorías sociales de la revolución. En ese momento, caracterizado por un particular conservadurismo y autoritarismo de la sociedad británica, el joven Shelley se permite cuestionar las instituciones religiosas, las jerarquías sociales y la incipiente industrialización de Inglaterra, con su margen de cantegriles. Como consecuencia, es expulsado de Oxford y se le impide el acceso a todas las universidades del Reino Unido. Más tarde, sus padres no sólo le prohíben regresar al hogar paterno: también vetan la mención de su nombre entre las paredes del hogar. Casi todos sus amigos dejan de recibirlo. Un tribunal le retira la custodia de los hijos nacidos de su primer matrimonio. A los veintinueve años se ahoga, a consecuencia de un naufragio en el Golfo de la Spezia (Italia). Muchos diarios ingleses festejan su muerte como el fin de un demonio. Las demandas de Shelley en favor de la libertad religiosa o de una mayor igualdad social indignaron a la opinión pública. Pero nada desató tanto odio como su ataque a las instituciones encargadas de legislar amor y sexo y su puesta en práctica de esas ideas. Shelley defiende la libertad de hombre y mujer. Le repugnan las "escapadas" autorizadas al marido, cuyo precio de ignominia sólo la amante paga. Pero también afirma que es la amistad la que debe permanecer entre los integrantes de una pareja. En el caso en que uno de los compañeros se sienta atraído por una tercera persona, el otro debe aceptar esos sentimientos. Shelley desafía a "un sistema moral que tiene una tan estrecha concepción del amor*. En un "orden renovado, el llamado 'honor' del varón y la castidad de su compañera serán despreciados o no tendrán significado alguno", afirma. En la sociedad inglesa de la época y en algunas legislaciones vigentes hasta este siglo, el matrimonio sólo puede disolverse por adulterio de la mujer. "Hay que leer el contrato matrimonial, antes de someter a una mujer amable y amada a semejante degradación", escribe Shelley a un amigo. Lo que lo subleva especialmente es que la esposa aparezca como propiedad del marido en un sistema donde la propiedad es la mayor fuente de prestigio. Por eso, la infidelidad femenina constituye, sobre todo, un atentado al derecho de propiedad del varón. En un sistema semejante, no sólo las mujeres sino los propios hombres "generalmente sólo encuentran frustración en sus relaciones con el otro sexo". El poeta afirma que, si la exclusividad emocional y sexual (que se exige principalmente a la esposa) desaparece, las relaciones entre los sexos se volverán más felices para ambos. La doble moral, la resignación femenina, la convivencia de personas que han dejado de estimarse y que se faltan el respeto delante de sus hijos, el fracaso afectivo y sexual pueden solucionarse. En cambio, la amistady la aceptación por otras inclinaciones del compañero o compañera contribuyen a una relación más satisfactoria. "La unión de la pareja es sagrada únicamente mientras sus integrantes encuentran plenitud en ella." Reiteradamente, en sus cartas, sostiene que la pareja establece compromisos de amistad y mutua asistencia para los que la forman. Pero, como dice en su poema "Epipsychidion", "otros amores no dividen sino aumentan el amor". En 1992, en su investigación multidisciplinaria sobre Maternidad, lenguaje y subjetividad, Barbara Charlesworth señala que, más allá de un cambio institucional, lo que Shelley busca es una nueva comprensión de la afectividad humana. En el fondo de su crítica social, el poeta está proponiendo identidades emocionales más flexibles. Rechaza a una mujer cuyo centro es el marido y los hijos. Desaprueba a un hombre cuyo núcleo vital es el trabajo y, eventual-mente, alguna "escapada". Al tener escasa presencia en el hogar, el hombre entiende poco la vida afectiva que allí se desarrolla. La esposa se siente frustrada porque para ella el único hombre posible es un marido que no la comprende. En cambio, una mujer con mayor presencia social y una vida afectiva menos focalizada en la familia y un hombre más presente en la crianza de los hijos y más comprensivo de las necesidades de la compañera, pueden desarrollar una relación más feliz.

El "infame Shelley" paga un alto precio por esa búsqueda. En cambio, después de la segunda guerra mundial, las vidas y los trabajos de Sartre y Simone de Beauvoir son bien acogidos, por lo menos dentro de un círculo de opinión. La propuesta de la "pareja abierta" aparece como un ideal que pueden alcanzar las personas, si se muestran maduras y generosas. La novela de Simone de Beauvoir La invitada, y, sobre todo, sus libros de memorias, donde detalla los avatares de su "pareja abierta" con Sartre, constituyen un éxito en medios intelectuales y aun en otros, ajenos a la "vanguardia cultural".

El cornudo como héroe en cine y tevé

En las sociedades patriarcales existen leyes que protegen el derecho del marido. Pero, desde el surgimiento de la poesía trovadoresca, alrededor del siglo XII, existe una doxa que exalta, por lo menos desde el punto de vista estético, a la esposa adúltera. En su trabajo sobre El adulterio en la novela, Tony Tanner afirma que, sin ella, "la historia de la literatura occidental hubiera sido muy diferente y mucho más pobre". En cambio, tanto en el terreno moral como en el estético, el marido, "cornudo" porque comprende las necesidades de su esposa, está menos respaldado. Así, el cine lo ha mostrado relativamente poco. Pero, en general, cuando aparece, tiene carácter heroico. En 1970 , David Lean realiza su filme La hija de Ryan, que se ambienta en el inicio de este siglo, en un pueblo costero de Irlanda. Es la historia de un maestro mayor (Robert Mitchum) que se casa con la hija de Ryan (Sarah Miles), una joven alumna suya. Es ella quien se le declara. El futuro marido queda encantado con esa presencia juvenil que se le ofrece. Pero, desde el principio, muestra ser un buen semiólogo. Antes de aceptarla le advierte: "No me amas a mí sino a Byron, cuyos poemas estudias conmigo; o a Beethoven, cuya música te hago escuchar". Comprende que poemas y sonidos le han conferido una aureola de imprecisos significados. En el deseo de la joven, su maestro se ha transformado en músico, poeta, amante, héroe, porque lee libros de poetas heroicos y escucha a grandes músicos. Rápidamente, la jovencita experimenta su matrimonio como frustración. Poco tiempo después, conoce a un joven soldado de la ocupación inglesa en Irlanda. Porque es adúltera y porque se ha hecho amante del enemigo, la comunidad entera la rapa y desnuda públicamente. Pero también el marido recibe una golpiza y es obligado a presenciar el castigo de su mujer. En una conversación con la esposa hacia el fin de la película, admite haber conocido su romance desde antes que se iniciase: "¿Pero tenía yo derecho a impedir tu felicidad?". Después de la afrenta pública, abandonan juntos el pueblo. Ella lleva su cabeza rapada cubierta por un sombrero y se sujeta al brazo de su esposo. Todos los postigos están cerrados. Pero una jovencita se escapa corriendo de su casa y les entrega un ramo de flores. John Boldman, el guionista de la película, dijo que había sido una difícil tarea escoger al actor encargado de representar al marido. Sólo un intérprete con un halo semiótico de fuerza y valor, elaborado a lo largo de muchos roles, podía encargarse de ese papel, que la doxa considera "ignominioso".

La misma difícil elección recae sobre Claude Sautet cuando, en 1972, filma César y Rosalía. César es un chatarrero enriquecido que tiene una relación de convivencia con la bella Rosalía (Romy Schneider), una mujer de condición cultural mucho más alta que la suya. Al iniciarse la película, Rosalía reencuentra al hombre que amó años atrás (Sami Frey). César tiene violentas explosiones de celos. Finalmente, compra la casa de playa donde Rosalía pasó su infancia y logra así separarla del amante. Pero, pocas semanas después, va a buscarlo. Rosalía no es feliz. César es un hombre poco familiarizado con la llamada "gran cultura". Sin embargo, su explicación del estado de Rosalía tiene que ver con la definición de "imaginario" que da el psicoanalista Jacques Lacan: "Rosalía está enamorada de tu ausencia. Yo no puedo combatir las fantasías que le produce. Que sea feliz contigo. Si tu presencia la defrauda, tal vez vuelva a mí. Pero yo no deseo ser la causa de su infelicidad". De nuevo, para interpretar a César, Sautet eligió un actor cuyo halo semiótico es el de la poderosa seducción. El encanto de Yves Montand hace tolerable la práctica "ignominiosa" de su personaje.

Recientemente, un teleteatro también planteó el tema. En La reina de la Chatarra, Laurita (Gloria Meneses) confiesa a su cuñada que está enamorada de un hijo de su marido, unos años menor que ella. La cuñada murmura: "Fedra". Como a Fedra, a Laurita le espera una muerte terrible, que significa el castigo debido a su "culpable amor". Por otra parte, el teleteatro la asocia con todas las maldades. Así, paga tributo a una opinión que todavía exige la fidelidad de la esposa y prohíbe a la mujer mayor enamorarse de un hombre joven. Sin embargo, su marido no es Teseo. Para él, los milenios no han pasado en vano. A causa de un accidente, hace años que no mantiene relaciones con su mujer. En una secuencia filmada tan rápidamente que pasa casi desapercibida, le plantea que la ama bastante como para comprenderla. El no puede colmar sus necesidades emocionales y sexuales. Por lo tanto, el contrato matrimonial no debe ser un obstáculo para su libertad. Pero Jorge Fernando, el director del teleteatro, no se atreve a desarrollar la propuesta del marido. A pesar de la libertad que le reconoce, Laurita mata al esposo. Quiere verse viuda para iniciar la (infructuosa) seducción de su amado. Con el crimen de Laurita, el teleteatro desautoriza el planteamiento de relaciones menos tradicionales y, acaso, más satisfactorias.

Referencias

Batjín, Mijaíl, La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais, Alianza, Madrid, 1988.

Brown, Nathaniel, Sexuality and feminism in Shelley, Cambridge, Harvard University Press, 1979.

Charlesworth Gelpi, Barbara, Shelley 's Goddess, Maternity, language, subjectivity, Oxford University Press, Nueva York, Oxford, 1992.

Chevalier, Jean y Gheerbrandt Alain, Diccionario de los símbolos, Herder, Barcelona, 1985.

Cirlot, Juan Eduardo, Diccionario de símbolos, Barcelona, Labor, 1981.

Eurípides, Baccbae, The Loeb Classical Library, Londres, 1951.

Famier, David Hugh, The Oxford Dictionary of Saints. Oxford University Press, Oxford, 1992.

Farmer, David Hugh, The Fathers of the Church, The Loeb Ciassical Library, Londres, 1951.

Fernando, Jorge, La Reina de ¡a chatarra, teleteatro. Con Regina Duarte, Laura Meneses.

Freud, Sigmund, "El Moisés de Miguel Angel" Obras completas, Vol. XIII, Amorrortu, Buenos Aires, 1991.

Girard, René, Mentira romántica y verdad novelesca, Anagrama, Barcelona, 1985-

Horace, Odes and Epodes, The Loeb Classical Library, Londres, 1951.

Howatson, M.C., Diccionario de la literatura clásica, Alianza, Madrid, 1991.

King Hele, Desmond, Shelley, His thought and work, MacMillan, Londres, 1960.

Landon, Kristin, Unicorns, Ariel Books, Nueva York, 1992.

Lean,David, Ryan's daughter, Inglaterra, 1970. Con Robert Mitchum, Sarah Miles, Cristopher Jones.

Machiavelli, Niccoló, La mandragola, Feltrinelli, Milán, 1965-

Mann, Thomas, Jacob and his brothers, Alfred A. Knopf, Nueva York, 1990.

Mann, Thomas, La engañada, Sudamericana, Buenos Aires, 1963.

Pitt Rivers, Julián, "Honor y categoría social" en Peristiany, J. G. (comp.) El concepto de honor en la sociedad mediterránea, Barcelona, Labor, 1968.

Pitt Rivers, Julián, Antropología del honor o política de los sexos, Grijalbo, Barcelona, 1979.

Puenzo, Luis, La historia oficial, Argentina, 1985. Con Norma Aleandro, Héctor Alterio, Chunchuna Villafañe.

Rawson, Philip, The art of Tantra, New York Graphic Society, Greenwich, 1973.

Rolland, Romain, Gandhi, Siglo Veinte, Buenos Aires, 1962.

Serrano Poncela, Segundo, "Lorca y los unicornios", Insula, N°221, abril de 1965.

Shelley, Percy Bysshe, Poetical works, Oxford University Press, Londres, 1967.

Soderbergh, Steven, Sex, lies and videos, USA, 1989. Con James Spader, Andie Mac Dowell, Laura San Giacomo.

Sautet, Qaude, César el Rosalie, Francia, 1972. Con Yves Montand, RomySchneider, Samy Frei.

Singer, Irving, La naturaleza del amor, Vol. 3, Siglo XXI, Madrid, 1992.

Tanner, Tony, Adultery in the novel. Contractand transgression, The John Hopkins University Press, Baltimore, 1979.

La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, Castalia, Madrid, 1972.

El manar misterioso

Como señalé en los capítulos anteriores, el cuerpo de la mujer ha sido representado con signos de poder (los cuernos). Los mismos constituyen una metáfora que señala al cielo (más precisamente a la luna) o a animales sagrados (vacas, toros, cabras). Posteriormente, los cuernos pasan a significar la majestad religiosa o política del varón. Sin embargo, a causa de una reversión semántica ocurrida probablemente en la Edad Media, los cuernos sobre la cabeza del hombre son signo del ignominioso comportamiento sexual de su esposa. Pero el cuerpo femenino tiene otros inevitables "comportamientos", que también aparecen asociados con la luna. Del mismo modo, esos ineludibles signos de la mujer han revestido significados ambivalentes y en perpetuo devenir.

Menstruación y política

Cuando empecé a estudiar los significados de la menstruación, un primer contenido político atribuido a la misma apareció de manera ostensible. Los significados negativos asociados al ciclo menstrual, característicos de las sociedades de predominancia masculina, connotan la lucha por exiliar a la mujer de todo ámbito de poder (templo, gobierno, universidad). Daré, de entrada, varios ejemplos, oriundos de terrenos muy diversos (leyendas, religiones, ciencia, historia, creencias populares). Analizaré algunos de esos ejemplos a medida que avance el capítulo.

En muchas sociedades llamadas primitivas se piensa que el menstruo puede atraer demonios o espíritus malvados. En consecuencia, se limitan las actividades femeninas por miedo a que la mujer esté menstruando mientras las realiza. En varias de las grandes religiones (mazdeísmo, judaismo, Islam), los libros sagrados recomiendan que la mujer menstruante se mantenga lejos del templo y, a veces, apartada de la comunidad en su conjunto. Entre los celtas existe una epopeya del siglo VII u VIII titulada La incursión del ganado de Cúchulainn. En ella, la reina Mebd, una mujer poderosa y bella, es guerrera formidable y digna rival del héroe Cúchulainn. Pero, en medio de la última batalla, Mebd menstrúa y debe abandonar su carro. Su enemigo la captura y el lugar de su derrota recibe el nombre de "lugar hediondo de Mebd". En otra epopeya, titulada Táin Bó, después de la derrota de la reina, el que había sido su fiel lugarteniente culpa a todos los súbditos por haber seguido "el trasero de una mujer extraviada". En el marco del discurso histórico, sir David Hamilton piensa que la reina Ana, que rige los destinos de Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVII, no debe ocuparse de los asuntos de Estado durante su menstruación, pues la mujer padece desequilibrios psíquicos mientras transcurre su período. En el terreno de las ciencias sociales, la menstruación aparece asociada a significados semejantes. En El estudio de la sociología (segunda mitad del siglo XIX), Herbert Spencer afirma que el cuerpo femenino interrumpe su evolución con la llegada de la regla. Como resultado, la mujer muestra una perceptible deficiencia en las facultades intelectual y emocional. Así, el flujo de sangre "paraliza la capacidad para el razonamiento abstracto y el sentimiento de la justicia, que es la más abstracta de las emociones". En el campo de las ciencias naturales, desde Hipócrates (siglo V AC.) hasta el siglo XVII de nuestra era, los médicos piensan que la matriz es fuente de miles de enfermedades. La mayoría de los disturbios de salud que padecen las mujeres estaría relacionada con desórdenes menstruales. Desde La generación de los animales, de Aristóteles (siglo IV A.C.), hasta el siglo XVII, a causa de la menstruación los médicos ven a la mujer como variante inferior e incluso deformada del hombre, por lo cual la consideran apta para un número limitado de tareas. La menstruación es interpretada como una enorme tensión en un sistema de por sí débil. Aun en el ámbito de la ciencia, el ciclo femenino permanece por mucho tiempo cargado de significados misteriosos (el óvulo se descubre sólo en 1827 y, hasta entrado el siglo XX, se ignora que la fecundación ocurre en la mitad de dicho ciclo). Parecería que el motivo de la tardanza de dichos descubrimientos habría que buscarla, por lo menos en parte, en la Psicopatología de la vida cotidiana, de Freud. El hecho de que la mujer no sólo aporte el continente y el alimento del embrión sino que también dé su propia simiente, puede haber transformado al óvulo en un elemento indescubrible por intolerable para el varón. Por otra parte, la comprobación de que la mujer no se ve necesariamente disminuida ni física ni intelectualmente durante su mes, aún constituye una seria amenaza para algunos hombres. Mientras escribía este capítulo, un uruguayo nacido en la década de los veinte me dijo, en tono terminante, que las mujeres no pueden permitirse grandes esfuerzos a causa de su "debilidad natural".

Pero hasta que viajé a Estados Unidos a dar conferencias sobre el tema en 1993, poco sabía que, desde hace unas dos décadas, las feministas de distintas partes del mundo usan la regla como signo reivindicativo y estético de la condición femenina. A mi regreso, comenté ese descubrimiento con mi amiga la poeta Silvia Guerra, quien tuvo la gentileza de reunir documentos similares producidos en Uruguay. A ellos me referiré cuando estudie los significados de la menstruación en nuestra literatura.

En estos últimos años, mujeres de todo el mundo han escrito poemas a ese manar en otro tiempo considerado "ignominioso" .Varias narradoras le han concedido espacios importantes en sus novelas. Faith Wilding, Judy Chicago y otras artistas plásticas estadounidenses han organizado exposiciones y happenings menstruales, donde usan con abundancia el color rojo y se sirven de texturas (algodón, fibra) y de espacios y objetos (baño, cesto) que se asocian a la mujer durante su regla. En el terreno de la investigación, existen varios libros completamente focalizados sobre menstruación y menopausia (Historia cultural de la menstruación, Magia de sangre, etcétera). Otros, como La gran madre cósmica o Enciclopedia de los mitos y secretos de la mujer, le conceden un amplio espacio.

Menstruación y evolución de la humanidad

En los últimos años también se han publicado teorías que atribuyen a la regla un significado especial en el desarrollo de la humanidad. En 1978, Penélope Shutle y Peter Redgrove publican una obra titulada La sabia herida. Menstruación y mujer. La tesis del libro es que la menstruación constituye el umbral mismo de la humanidad. En la medida en que la hembra humana no tiene el ciclo de estro, que marca la vida de las hembras de otros primates, puede independizar su sexualidad de su fertilidad. Ese cambio de las hormonas sexuales habría repercutido en la actividad cerebral. Así quedaría biológicamente demostrado que el papel de la mujer no es sólo reproductivo. La idea según la cual la principal función de la mujer es la de madre biológica constituiría un invento del patriarcado. Al contrario, su propio ciclo permite que la mujer no concentre toda su energía en la reproducción física, sino que la invista también en otras formas de reproducción social, como arte, técnica y política. Autorizaría también el acceso al amor físico con independencia de la gestación y, de ese modo, a una gran riqueza de relaciones afectivas que sólo producen hijos cuando son deseados.

A través de la supresión de la sexualidad autónoma de la mujer, las sociedades de predominio masculino intentarían cambiar el curso mismo de la evolución biológica. Al impedir la libre actividad sexual femenina, la cultura patriarcal trataría de llevar hacia atrás a la humanidad. Porque la menstruación abre a la mujer semejantes posibilidades de libertad, se habría transformado en blanco de odio e instrumento de sujeción en el marco de las culturas patriarcales.

En su trabajo sobre La diosa, Christine Downing sostiene que las numerosas investigaciones en torno a una percepción femenina de la divinidad testimonian acerca de una necesidad humana: la de significar por medio de mujeres (que dan vida, alimento, consuelo y, también, inspiración creadora) a las misteriosas fuerzas cósmicas. Por otra parte, la mujer menstrúa. Vincularse con una divinidad femenina y, por lo tanto, menstruante, sería una de las formas en que la humanidad podría participar en los grandes ciclos del universo.

El sagrado tiempo de sangrar

En las antiguas comunidades matriarcales cuyo eje sagrado es la Diosa, lo divino es experimentado bajo forma de mujer. El ciclo femenino dura aproximadamente igual que el ciclo lunar y éste parece ejercer un influjo sobre aquél. En consecuencia, se piensa que la Diosa Madre, una de cuyas manifestaciones es la luna, sangra también. Así, el ciclo de su sangre preside la vida de la comunidad. En Babilonia se cree que la Diosa Madre Istar menstrúa durante la luna llena. De acuerdo con la psicoanalista Esther Harding, la palabra sabat tendría origen babilónico. En la antigua Babilonia se habría designado con ese término al descanso menstrual de la diosa Istar. Cada veintiocho días la luna reposa: está llena, no mengua ni medra. El tiempo de la menstruación estaría gobernado por la luna y por múltiplos del número siete. De ese modo, mientras en el Génesis bíblico el reposo se celebra el séptimo día de la creación, en la antigua Babilonia tendría lugar cada veintiocho días. Durante el vigésimooctavo (que, según Harding, sería precursor del sabat de los judíos, quienes aun conservan el calendario lunar), todas las actividades cesan y los viajes se postergan. Originariamente, los sabats de las brujas, tan perseguidos por católicos y protestantes, también habrían sido observancias del período sagrado de la luna llena, que a la vez estaría revestido de peligro y poder.

El reino de la luna

En lenguas muertas y vivas quedan remanentes de ese calendario lunar, que preside el tiempo de los pueblos más antiguos. Luna se dice mene en griego y mensis en latín. Así, los meses de nuestro calendario solar todavía llevan su nombre. También las palabras inglesas month (mes) y moon (luna) son muy semejantes. Hay un día de la semana que conserva el signo de la celebración lunar: el lunes, que se dice lundi en francés y lunedi en italiano. En inglés se llama monday y, como ya dijimos, la luna se designa con la palabra moon. En ese idioma también se perciben trazas del astro en la palabra fortnight (quincena), la cual connota que los días se cuentan por sus noches. Y, en la mayoría de las lenguas europeas, tenemos la expresión luna de miel, que guarda vestigios de la luna como aquella que propicia fecundidad y amor.

En los calendarios lunares, el tiempo se mide de acuerdo a las faces del astro. De ese modo, el mes está dividido en tres partes, que corresponden a los tres estadios de la luna: llena, menguante, creciente. La faz creciente indica el gradual aumento de su fuerza, vestigios de la cual se conservarían en culturas patriarcales como la islámica, cuyo símbolo es la luna que aumenta.

La luna desaparecida significa el poder de la oscuridad, el misterioso y atemorizante mundo de las profundidades. Como la luna plenamente presente, la luna ausente se vincularía mágicamente con el flujo menstrual. Esas dos o tres noches de oscuridad estarían cargadas de fuerzas terribles, así como las mujeres poseerían poderes pavorosos durante el tiempo en que fluye su sangre. Por tal razón, en la ausencia de la luna, muchos pueblos antiguos harían ayuno y orarían, como modo de mantenerse intactos durante su tránsito por la oscuridad. Y sus mujeres se retirarían a las "cabañas menstruales" para que el poder de la luna pasara al de sus propias mentes.

Según las investigadoras Monica Söö y Barbara Mor, a través de sus raíces indoeuropeas los términos luna y mes se relacionarían con las palabras mente (en latín: mens) y medida (en latín: mensura). Sería la mente de la luna la que establecería las medidas, entre las que, como ya señalamos, se incluyen los calendarios.

En el vocablo lunático, que también existe en el francés lunatique y en las expresiones inglesas lunatic y moon-madness (locura lunar), se reflejan los aspectos negativos de la relación establecida entre la luna y la mente. Así, los términos luna, mente, medida, mes y menstruación estarían relacionados. Los significados cósmicos, culturales y menstruales se entretejen.

La creencia en un vínculo entre la luna y la menstruación es casi universal. Los Mohave de Estados Unidos piensan que toda mujer sana menstrúa con la luna nueva. Armando Pérez de Nucci, que investiga la medicina tradicional del Noroeste argentino, señala que, en los medios populares de esa región, hasta hoy el símbolo más frecuente de fertilidad femenina es la luna. De allí que en algunas zonas se piense que los eclipses de luna son peligrosos para la mujer. El eclipse sería un signo de enfermedad del astro; y la mujer, conectada desde su matriz con él, podría enfermar y hasta morir.

También en Europa hay ejemplos de creencias similares. En el segundo acto de El sueño de una noche de verano, la reina Titania, que es un espíritu lunar, llama a la luna "gobernadora de fluidos". El médico inglés A. Mead (siglo XVII) escribe un Tratado sobre el sol y la luna, donde se ocupa del ciclo femenino. Jacques Duval, un médico francés del mismo siglo, sostiene que "el momento más favorable para que la sangre de una mujer alegre y sana fluya del vergel humano, es el de la luna llena: es entonces cuando el astro tiene más fuerza sobre el cuerpo femenino. El temperamento tierno y delicado de las muchachas hace que su sangre aparezca antes en el ciclo lunar. Las mayores tienen el cuerpo endurecido y, en consecuencia, no admiten tan fácilmente la impresión de esos rayos siderales".

Cuando la menstruación cesa sin motivo (amenorrea) se piensa que la sangre es demasiado espesa y hay que aligerarla. O que los músculos son demasiado duros y no la dejan salir. Los médicos del siglo XVII aconsejan, entre otros tratamientos, las sangrías. Pero éstas sólo deben practicarse en el período de la luna creciente. Todavía hoy en Europa se habla de la regularidad y abundancia del menstruo del mismo modo que de las mareas regidas por el astro lunar. El color rojo que reviste a veces a la luna y que, en algunas regiones de Francia, se llama "sangre del cielo", estaría provocado por una lluvia de sangre que manaría de dicho astro. En nuestro siglo, en Uruguay, Juana de Ibarbourou inicia su poema "Angustia" (Las lenguas de diamante) refiriéndose a una "hemorragia de luna".

En su libro Lunacepción, Louise Lacy señala que, como muchos animales y plantas, los humanos alternan luz y oscuridad excepto cuando, a causa de la luna llena, la oscuridad no es completa. Lacy sugiere la posibilidad de que la hembra humana haya desarrollado una respuesta genética a la luz de la luna, pues el factor lumínico constituye un importante estímulo de los ritmos biológicos. Según ella, tampoco es improbable que la luz artificial haya afectado los ritmos corporales (ya que nunca hay completa oscuridad en las ciudades). Así, la tecnología habría interrumpido la armonía entre la periodicidad lunar y la menstrual. De ese modo, tal vez también se hayan perdido importantes conocimientos relativos a métodos naturales de contracepción.

Hasta hoy, en el vocabulario técnico, la primera menstruación se llama menarca. La luna está presente al inicio de la palabra (men), cuya terminación, arjó (que, en griego, significa mandar, regir, gobernar), se encuentra igualmente en términos como monarca y patriarca. Literalmente, al sangrar por primera vez, la muchacha queda bajo el reino de la luna. La primera menstruación permitiría a la que hasta entonces había sido una niña, la capacidad de compartir la naturaleza misma de la Madre Cósmica y de su rostro pleno, la luna. La menstruación significaría a la vez un cambio en la relación de la mujer con la luna y, en términos generales, un cambio mental.

La civilización occidental tiende a eliminar los ceremoniales explícitos en torno a la menarca y a mantenerla como un secreto entre amigas y
parientas. De acuerdo a la psicoanalista Helen Deutsch, la ausencia de ritualización en torno a su cambio físico suele producir en la niña
civilizada un sentimiento de decepción: su cuerpo se transforma, pero su posición en la sociedad no manifiesta alteraciones importantes. Sin embargo, algunos festejos subsisten, debidamente disfrazados con gasas y tules de color rosa: es la fiesta de quince o la presentación en sociedad, que todavía se hace en las ciudades del Interior del Uruguay.

Primera menstruación en ritos y cuentos de hadas

En diversas sociedades, la menarca se confunde con la desfloración. Luego viene el parto. Después del nacimiento, ocurre el misterio de la sangre que se transformaría en leche (blanca como la luna). Esa leche conduce a la boca que la bebe hasta la palabra y, así, al conocimiento espiritual. En la religión de la Diosa, la leche se relaciona simbólicamente con el pecho y la matriz tanto como con las dimensiones trascendentes. Ese tránsito femenino desde la primera sangre hasta la plenitud de la leche estaría simbolizado paso a paso en la versión que los hermanos Grimm dan del cuento popular Blanca Nieves. Antes de concebir a la niña, su madre derrama tres gotas de sangre sobre la nieve, mientras piensa en su futura hija. Las tres gotas son signos que anuncian menarca, desfloración y parto, mientras la nieve aparece como metáfora del alimento lácteo que nutre cuerpo y espíritu. Esos significados se manifiestan más claramente en una versión italiana del cuento, que se titula La ragazza di latte e sangue ("La muchacha de leche y sangre"). Ese título se explica porque, en numerosas variantes italianas de la historia, las tres gotas de sangre no caen sobre la nieve sino sobre la propia leche, o sobre queso blanco, metonimia o efecto de esa leche.

Los datos recogidos en el marco de algunas culturas llamadas "primitivas" permiten suponer que, en la prehistoria, la primera menstruación no es un hecho íntimo sino un dato del grupo, que se celebra con ritos iniciáticos. Esos ritos tienen varias funciones. Una es festejar el poder femenino de dar la vida. Otra consiste en instruir a la jovencita para que use dicho poder con sabiduría, de modo tal que el mismo redunde en beneficio de la comunidad.

La historiadora de las religiones Merlin Stone ha investigado la figura de una Diosa Madre azteca llamada Teteu Innan. Su influjo parecería conservarse entre los indios Cuna (Panamá), quienes celebran la menarca de sus niñas con un ritual que denominan inna, palabra que también significa nacimiento. Los Cuna adoran a la Diosa Madre Mu, quien dio a luz al sol antes de que el mundo existiese. Luego, como tantas grandes diosas veneradas por culturas muy distantes entre sí, Mu tomó a su hijo por amante y dio a luz a la luna, que sería varón. Al unirse a su nieto lunar, Mu engendró las estrellas y, al amarlas, su matriz quedó henchida de todas las plantas y animales que habitan la tierra. Mu alumbró al universo, dio vida a todo lo que existe.

Los antiguos Cuna establecen sus hogares en las cavernas de Tarcaruna, sobre las aguas del golfo de Darien. Cerca de esas cavernas crece la arboleda sagrada de los saptur, unos árboles cuyos frutos contienen un jugo rojo que sería la sangre menstrual de Mu. Cerca de esa arboleda se encuentra la choza sagrada de inna, el altar de la pubertad femenina, al que la niña cuna tiene acceso sólo cuando baja su primera sangre. En la proximidad de la choza, la iniciada se acuesta sobre la tierra para significar que es una con ella, mientras las mujeres mayores refuerzan ese significado cubriéndola con el polvo de la Gran Madre. Este acto también puede connotar la muerte de la niña, que da lugar al nacimiento de la mujer. Reunidas en círculo en torno a la jovencita, las mayores se sientan en bancos que significan un Anillo de Protección, mientras el humo se eleva desde sus pipas como signo que invoca a la Diosa Mu. Luego, retiran la tierra del cuerpo de la que se está iniciando y pintan su cara con el jugo del saptur, mientras cantan bendiciones y danzan para honrar su feminidad naciente. Al progresar la ceremonia, las mujeres mayores conducen a la jovencita hasta el interior de la choza. Antes de entrar, le cortan los cabellos, signos de la niñez que abandona. Al salir de la caverna, la iniciada, con el rostro untado de rojo, es una mujer. Ahora conoce los secretos de la Gran Diosa, secretos que no debe revelar a ningún hombre. Un ritual semejante es realizado por los indios Navajo (Estados Unidos).

 

Blanca Nieves protegida por los enanitos durante su pasaje hacia la edad adulta

 

Es posible que el recuerdo de una ceremonia parecida se preserve en el cuento Los cisnes salvajes de H. Ch. Andersen. En ese cuento, la reina pone tres sapos en el baño de la princesita Elisa. Aunque el sapo aparece tardíamente asociado con significados diabólicos, desde tiempos prehistóricos es símbolo de la luna y la fertilidad femenina. La historiadora de la menstruación Janice Delaney señala que en Estados Unidos, en diversas regiones habitadas por culturas prehistóricas, se han encontrado "anotaciones menstruales". Las mismas consisten en dos sapos mirando en direcciones opuestas con una luna entre ellos. En el sexto milenio A.C., en la región que hoy se denomina Bohemia (Europa Oriental), la Diosa del Nacimiento suele manifestarse bajo la forma de sapo. El sapo también está vinculado con agua, tierra, humedad y, por lo tanto, con la mujer. La arqueóloga Marija Gimbutas señala que, en numerosas iglesias de Baviera, Austria, Hungría, Moravia y Yugoslavia hasta hoy se ofrecen a la Virgen sapos hechos de cera, hierro, plata y madera. Algunos tienen cabeza humana. Otros llevan una representación del sexo femenino en la parte de abajo. Significan un pedido de protección contra la esterilidad o la interrupción del embarazo. Todavía hasta la década del cincuenta, en Uruguay, las curanderas suelen pedir a las posibles madres que les traigan un sapo para diagnosticar la existencia de embarazo.

Cuando la princesita Elisa sale del baño, en lugar de los sapos hay tres amapolas rojas. Los signos lunares se han transformado en la sangre que la luna preside. Al verla, la reina cubre el cuerpo de Elisa con tierra y jugo de frutas, de manera que nadie pueda reconocerla. Probablemente, la acción de la reina simbolice que nadie puede reconocer a la niña porque se ha transformado en mujer.

Aunque son numerosos los intentos de estudiar los significados rituales de la pubertad femenina, la mayoría de ellos permanece oculto a causa de la tesonera mudez guardada por las mujeres. En 1949 el antropólogo y psicoanalista George Devereux analiza las ceremonias correspondientes a la menarca entre los Mohave, una comunidad india de Estados Unidos. Según éstos, la menstruación fue instituida por un dios durante el período de la creación del mundo. De ese modo, el mes femenino queda asociado con significados sagrados y cósmicos. La aparición de la sangre trae felicidad a la niña y a su familia, pues significa el florecimiento de la feminidad. En cuanto a los ritos que la acompañan, son aceptados como un mal necesario. La niña mohave es informada por su madre con cierta anterioridad y no se siente repugnada o asustada por el hecho. Cuando ocurre, lo comunica a aquélla para que tome las medidas necesarias a fin de que los rituales se inicien. Tales ceremonias son secretas, pues afectan a la reproducción de la sociedad y todo lo que tenga que ver con la continuidad por vía sexual debe permanecer en silencio. El propósito de estos ritos es asegurar la belleza y la salud de la niña pubescente y conferirle una larga fertilidad. Tcatc, una informante de Devereux, atribuye la esterilidad creciente de las mujeres mohave a la falta de observancia del ceremonial. Es probable que el mismo empiece con cantos y danzas. Luego viene un período de encierro en la choza de la niña pubescente. Lo más importante de tal encierro es que la jovencita permanezca sola, aunque de vez en vez la madre o la abuela vengan a verla, para confirmarle que ya no es meramente una criatura y recordarle cuáles son sus nuevas obligaciones. La tercera parte del ritual consiste en el entierro de la niña. El pozo en que se la sepulta es semejante a los que se hacen para colocar a un recién nacido. De acuerdo a otros informantes, el pozo sería similar a la cama de la madre del recién nacido. De ese modo, la comunidad significaría la muerte de la niña y el parto o nacimiento de la mujer.

El sopor mortal de la niña pubescente ha quedado consignado en famosos cuentos, como Blanca Nieves y La Bella Durmiente. En el caso de esta última, el largo sueño sobreviene precisamente después que la princesita se pincha un dedo, derramando así su sangre.

La iniciada mohave yace en el pozo, cubierta de tierra hasta las axilas. Se apoya sobre su estómago o espalda con las piernas estiradas para que su cuerpo se desarrolle bien. (Si se acostara sobre un costado, uno de sus pechos crecería más que el otro.) De acuerdo a distintos informantes, debe pasar de una hora a cuatro días en el pozo. Se le da un palito para que se rasque, ya que no debe tocar su cuerpo. Mientras duran las ceremonias, tampoco debe mirarse en un espejo ni en la superficie de un estanque, pues terminaría bizca. (Devereux supone que el verdadero significado de esa prohibición sería prevenir el narcisismo propio de la jovencita.) La finalización de los ritos va acompañada de un baño purificador.

Es probable que tradicionalmente las niñas mohave se sometieran a las cuatro etapas del ceremonial. Sin embargo, cuando Devereux realiza su investigación, se está procesando un deslizamiento a favor de una sexualidad placentera y estéril y muchas niñas dejan de plegarse al mismo.

La historiadora de África Sylvia Ardyn Boone, se refiere a estudios realizados en la costa norte de Guinea, que describen iniciaciones de niñas pubescentes. En comunidades radicadas en esa región en el siglo XVI existen dos sociedades secretas, una de varones y otra de mujeres. Para ambas, al llegar a la pubertad, las niñas se revisten de la mayor importancia social. Son mantenidas en un área apartada durante un período de alrededor de un año bajo la vigilancia de un anciano. (¿Blanca Nieves entregada a la custodia de los siete enanitos, sexualmente inofensivos como el anciano?) Durante ese tiempo de ostracismo reciben nuevos nombres (que significan la muerte de su identidad infantil y el nacimiento de su identidad de mujeres). Se les dan, además, los elementos de una "cultura femenina" (consistente en cocinar, cuidar, curar). Al finalizar su aislamiento, se las viste con los mejores trajes y se las lleva a fiestas donde los hombres jóvenes eligen esposa. (Pensemos cuántos cuentos de hadas relatan una historia semejante: la Cenicienta, la Cuidadora de Ocas, Piel de Asno son niñas confinadas entre la ceniza del hogar o en una porqueriza, donde sufren penosas pruebas durante un período prolongado. Finalmente, en el marco de un baile, encuentran marido.) El explorador John Matthews hace la siguiente descripción de los rituales guineos: "Durante la estación seca, la primera vez que aparece la luna las jovencitas en edad de casarse son reunidas. En la noche anterior al día del ritual iniciático (que supone dolorosos cortes en sus cuerpos) son conducidas por las mujeres del pueblo a lo más profundo del bosque. En el camino se colocan toda clase de encantamientos con el fin de mantener alejados a los curiosos. Mientras dura ese confinamiento en el bosque, cuando el cuerpo está sometido al dolor y la mente se va tranquilizando gradualmente a causa de la completa quietud reinante, las flamantes mujeres aprenden las costumbres y creencias de su pueblo. Antes de la iniciación, aunque las hubieran oído, no habrían sido capaces de escucharlas".

También Blanca Nieves se interna en las profundidades de un bosque que, en la versión cinematográfica de Walt Disney, recibe caracteres aterrorizadores. En cuanto a Elisa, la protagonista de Los cisnes salvajes, una vez que la reina la cubre de tierra se interna en un bosque que "se hizo más y más oscuro. Estaba tan quieto que podía oír sus propios pasos: el sonido de cada palito, de cada hoja que se desmenuzaba bajo sus pies. Los árboles crecían tan cerca unos de otros que Elisa sentía que estaba presa en una empalizada. ¡Oh, en ese bosque estaba más sola de cuanto hubiera podido nunca imaginar!". Allí Elisa aprende la sabiduría necesaria para salvar a sus hermanos, hacerse amar y respetar por un esposo, ser madre y reinar sobre un pueblo.

Ardyn Boone estudia la actitud ante la menarca de los Mende, una comunidad que vive actualmente en Sierra Leona (África Occidental). Los Mende constituyen una organización patriarcal y los maridos a menudo tratan con dureza a sus esposas. No obstante, es opinión común que las mujeres tienen más posibilidades que los hombres y que en su destino hay más acontecimientos sorprendentes. Tales sucesos y posibilidades son los de la vida y el deleite. La niña mende se prepara para ellos en el seno de una sociedad exclusivamente femenina, llamada Sande. Su ingreso a la misma es considerado un acontecimiento mayor. La sociedad Sande tiene una arboleda iniciática, la kpanguima. El núcleo de la kpanguima consiste en una choza encerrada por altas murallas de arbustos. La misma ha sido construida por hombres dirigidos por un ngegba (el único varón admitido en el interior de la vivienda, cuya función consiste en cuidar el mantenimiento de su estructura). Ngegba es un hombre que ha debido pasar por alguna forma de iniciación femenina: de otro modo no podría soportar las calamidades físicas y espirituales que recaen sobre el que viola el recinto de las mujeres.

La sociedad Sande pone especial énfasis en el aprendizaje de ciertas actividades como el baile y la preparación de los alimentos (una actividad casi universalmente reservada a las mujeres y que, como veremos, les confiere cierto poder a veces relacionado con la regla). Las niñas están bajo el cuidado de las sowei, mujeres mayores y poderosas, quienes las entrenan alternando el afecto con el rigor extremado. La figura de estas mujeres, que suele revestir un carácter amenazador, también parece encontrar su correlato en cuentos de hadas. En esos relatos a menudo hay madrastras o malvadas madrinas (que son siempre reinas, hadas o grandes señoras) quienes exigen de las jovencitas que trabajen penosamente. En su estudio sobre los cuentos de hadas, el psicoanalista Bruno Bettelheim sostiene que esas exigentes figuras femeninas simbolizan a la madre. Durante la adolescencia, ésta suele volverse odiosa para su hija, pues requiere de ella el penoso entrenamiento sin el cual no podría acceder a la vida adulta.

En el interior de la kpanguima las niñas mende son nutridas en abundancia. Con ello se procura darles una reserva de energía que facilite el inicio de su ciclo menstrual. De acuerdo con el Centro de Estudios sobre Población de Harvard, el régimen a que son sometidas esas niñas prepúberes es mucho más saludable que el adoptado por las delgadas adolescentes estadounidenses. De ese modo, la comunidad hace un esfuerzo para asegurarse la fertilidad de sus mujeres.

En Poderes del horror, Julia Kristeva señala que la intensidad de los sentimientos suscitados por la menarca y la dureza de los rituales a los que la jovencita es sometida, en parte dependen del ecosistema de la comunidad a la que pertenece. De hecho, la primera menstruación es el signo del poder recién adquirido por la niña para incidir sobre su grupo social reproduciéndolo o teniendo hijos con varones de otros grupos. Semejante poder es tan significativo para cualquier sociedad como misterioso resulta el súbito manar de la sangre femenina.

Ese manar misterioso suele revestir significados benéficos, no sólo como promesa de fertilidad, sino de cura física y espiritual. Entre los apaches, los sacerdotes se arrodillan ante las niñas en su menarca para recibir la bendición de su contacto. Tal contacto también curaría a bebés y ancianos.

Pero el misterio de la sangre también puede asociarse con significados maléficos. En las creencias de diversas comunidades indias, el primer período coincide con la posesión de la niña por un espíritu maligno, que le confiere gran poderío. Por eso, a la llegada de la menarca, en muchas sociedades se intenta expulsar el mal de la niña purgándola, pegándole, lavándola y fumigándola con humo con tal intensidad que, en ocasiones, su vida corre riesgo. Lo que con estos procedimientos se intenta detener no es un mal físico. Más bien se busca una purificación espiritual. Se trata de alejar una fuerza sobrenatural y desconocida. Acaso ese "mal" que ha penetrado en la mujer es el deseo que se desenrosca en ella, dejando sentir plenamente sus exigencias. Recordemos que, en Génesis (3, 16), una de las tres maldiciones que Yavé lanza sobre Eva es su deseo del varón.

Los medios de comunicación siguen explotando estas creencias con finalidades de lucro. Es el caso del best-seller Carrie publicado por Stephen King en 1972 y llevado al cine en 1976 por Brian de Palma, con la protagonización de Sissi Spaceck. Al llegar la primera menstruación, Carrie adquiere poderes parapsicológicos de funestas consecuencias para la comunidad en la que vive. Su madre, una fundamentalista fanática, los asocia con el despertar de la sensualidad. (Sobre esta novela de gran éxito comercial volveremos más adelante.)

La convicción de que no sólo la sociedad debe protegerse de la pubescente, sino protegerla de sí misma, es común a un gran número de pueblos. Así, la joven debe permanecer con la vista fija en el suelo. Tampoco puede tocarse la cabeza (que generalmente significa la sede del alma) ni los cabellos (que usualmente se asocian con significados de fructificación). En general, no debe rascarse ni acariciarse. El significado de esta prohibición sería impedir que la jovencita lleve la contaminación menstrual a otras partes de su cuerpo. Pero, probablemente, por debajo de ese significado denotado exista otro. Aunque muchas comunidades llamadas primitivas son tolerantes con respecto al onanismo infantil, desde el momento en que la niña se vuelve fecunda sus propias caricias pueden impulsarla a buscar un deleite compartido, que ahora tendría consecuencias para ella y su comunidad. En numerosas sociedades, las muchachas, al aproximarse el tiempo de su menarca, son encerradas en jaulas suspendidas a alguna distancia del suelo, para que queden aisladas de cielo y tierra. En algún caso pueden permanecer allí durante años hasta que se reintegren a la comunidad como esposas. De ese modo su fertilidad y también su posible curiosidad sexual permanecen bajo control. Otras jóvenes son obligadas a guardar cama o a recluirse en sus casas. En Camboya, por ejemplo, la nubilidad de la joven da lugar a su "retirada en la sombra". Ese período de reclusión varía de una a varias semanas, según el apego de las familias por las costumbres ancestrales. La joven debe vivir en una cámara tapizada de tejidos blancos (para olvidar acaso el color rojo de su sangre) y no ver a ningún hombre.

El antropólogo James Frazer y, posteriormente, el antropólogo y semiólogo Vladimir Propp sostienen que muchos mitos y cuentos de hadas que circulan en Occidente encontrarían su significado profundo en esa costumbre. En Rapunzel, un cuento perteneciente a la tradición europea y recogido en el siglo XIX por los hermanos Grimm, al cumplir doce años la princesita Rapunzel es encerrada en una torre. Sale de ella para desposar al príncipe. Otras veces todas las precauciones resultan inútiles. Dánae, hija del rey de Argos, es confinada por su padre en una torre para que nadie pueda aproximársele. Sin embargo, Zeus desciende sobre ella bajo forma de lluvia de oro, fecundándola. En un cuento ruso, la princesa también es encerrada en una torre. Pero entre los ladrillos hay una raja. La princesa se para delante y el viento la fertiliza. En otras versiones, la princesa sale de su reclusión para pasearse por el jardín, pero pasa una serpiente (símbolo fálico y también metáfora menstrual, pues la serpiente muda su piel periódicamente) y se la lleva.

Cenicienta no derrama sangre

En muchas partes del mundo, todavía tienen lugar ceremonias de desfloración durante las cuales la jovencita es "abierta", a veces por un anciano o una anciana dotados de poderes mágicos, que se valen para ello de un instrumento cortante. Se piensa que, de otro modo, la niña no sería fértil. Mediante el procedimiento de "abrir" se pretende provocar la primera menstruación. La confusión entre la sangre virginal y la menstrual persiste tal vez porque en ciertas culturas las mujeres son entregadas en matrimonio hacia el fin de su infancia. En consecuencia, se debe pensar que la desfloración provoca la menstruación. Algo de esa tradición perdura en Cien años de soledad. La sangre de la menarca de Remedios Buendía y su sangre virginal se derraman casi simultáneamente.

De acuerdo a la Ginecología, de Sorano, médico de la corte romana en el siglo II D.C., la palabra "virgen" sólo corresponde a las niñas antes de su menarca. Trazas de esa idea se encuentran en la versión que los hermanos Grimm dan del famoso cuento Cenicienta. El príncipe busca a la jovencita a quien pertenece el zapato perdido para hacerla su esposa. El zapato, como toda cavidad, es símbolo del sexo femenino. Las hermanastras de Cenicienta se cortan los dedos o los talones para que sus pies entren en el zapato. El príncipe, por dos veces engañado, lleva primero a una hermanastra, luego a la otra, en su carroza. Pero el zapato es de cristal y los pájaros, al ver a través del material transparente, gorjean: "Hay sangre en el zapato". Según el psicoanalista Bruno Bettelheim sólo Cenicienta, cuyo zapatito está completamente limpio pues no ha sangrado aún con su menarca, es la virgen perfecta. Por eso, únicamente ella puede desposar al príncipe.

Sangre ecológica

Parece existir una incompatibilidad entre la mujer y las presas de caza, que se debería a la semejanza entre la sangre menstrual y la sangre de la víctima. Es imposible registrar el número de poblaciones llamadas "primitivas" en las que las mujeres representan un peligro para el cazador. Por no mostrar más que unos pocos ejemplos, entre los kiwai de Nueva Guinea, un hombre cuya mujer tiene la regla (o está dando a luz) no debe ir de caza o de pesca. De lo contrario, un jabalí o un tiburón lo matarían. Los comanches, que se hacen llevar el escudo por sus esposas preferidas, no salen cuando éstas menstrúan. Los pescadores de ballenas en las Islas Aleutianas (que se extienden desde Alaska a la costa oriental de Asia), no dejan sus amuletos de pesca en contacto con mujeres menstruantes. De lo contrario, en el momento de matar al cetáceo serían atacados por una violenta hemorragia nasal, capaz de conducirlos a locura o muerte. Las mujeres no deben tocar las armas de los hombres, pues las volverían ineficaces o las romperían. Tampoco pueden cazar ni frecuentar sitios por donde pasan animales de caza. No tienen que encontrarse con sus maridos en las salidas de las excursiones de caza ni aproximarse a animales muertos antes de ser troceados. Prohibiciones similares existen en caso de guerra. Porque la mujer sangra, no sólo puede impedir que el hombre mate sino también exponerlo a que se le mate. Desde la óptica de nuestra propia cultura, estas costumbres de pueblos llamados primitivos pueden dar al menstruo significados políticamente aprovechables en favor de la paz y el respeto por las demás especies. Así, esa sangre de la vida constituye un potencial estandarte de la lucha ecológica y antiarmamentista.

La diosa lunar y el cine argentino.

Es grato pensar que en los matriarcados prehistóricos reinaban paz y respeto por las especies. En su libro sobre La Diosa Madre, el psicoanalista Erich Neumann exhibe fotos de estatuas que muestran a la Diosa cubierta de pechos de cuello a cintura. De esos pechos innumerables reciben alimento niños y animales: nutre por igual a todas las especies vivientes. Sin embargo, la Diosa Madre también puede significar violencia. A Astarté le gusta bañarse en la sangre de los guerreros. Hécate sirve a Perséfone, que reina sobre los muertos. También protege a los cazadores, por lo que a veces se la confunde con Artemisa, que preside la matanza de animales silvestres. Sin embargo, esas diosas se asocian a una multiplicidad de significados que no se encuentran en los dioses guerreros. Thomas Mann describe a la diosa india Kali en su cuento "Las cabezas trocadas": ella es "La que da la muerte mientras trae la vida", es decir, la que destruyendo renueva, portadora de inmortalidad. Artemisa, diosa cazadora, es también diosa lunar y, por lo tanto, está vinculada a la sangre femenina. En su investigación sobre la mujer griega, la historiadora Hellen King analiza un conjunto de textos conocido como Cuerpo hipocrático. Los mismos reciben su nombre de Hipócrates, un médico del siglo V considerado como "el padre de la medicina". El Cuerpo es tá formado por tratados escritos por sus discípulos, que datan probablemente del siglo V o IV AC. El mismo incluye un estudio titulado "Sobre las enfermedades de las vírgenes". Dicho estudio propone dos abordajes a la primera menstruación. Uno constituye una mirada estrictamente médica. La otra aproximación es a través del culto de Artemisa: después de la menarca, se le hacen ofrendas.

Artemisa no menstrúa, no es desflorada ni da a luz. Sin embargo, a pesar de ser virgen, es divinidad lunar. En consecuencia, rige el ciclo femenino. De nuevo se manifiesta la relación de exclusión entre "virgen" y "sangre derramada". Artemisa, eterna doncella, no se enrojece con ninguna de las funciones femeninas. En cambio, derrama la sangre de otros. Es cazadora y preside el proceso a través del cual una virgen se convierte en mujer con familia, que sangra en menstruación, desfloración y parto. Estar pronta para el matrimonio es estar lista para sangrar. Por ese motivo, en Grecia, las futuras esposas son comparadas con ensangrentadas presas de caza. Artemisa, que preside la caza y las transiciones femeninas, ayuda a las mujeres a cruzar los umbrales que, en tanto que hembra independiente y poderosa, rechaza para sí misma.

La percepción de la jovencita como "presa de caza" perdura hasta nuestro siglo. Cuando es "de buena familia", suele vigilársela para mantenerla lejos del "depredador". En el filme Miss Mary (1986), la directora María Luisa Bemberg muestra las costumbres del patriciado rural argentino durante un período que va desde la década del treinta a la del cincuenta. A la llegada de Miss Mary (Julie Christie), la gobernanta que debe hacerse cargo de dos adolescentes, el padre tiene una conversación con ella. Le advierte que no debe perderlas de vista ni por un momento. Miss Mary se asombra: "¿La Argentina no es un país civilizado?". El padre contesta que "no hay país civilizado donde se encuentran solos un hombre y una mujer". Y pregunta, con tono insinuante, si los ojos de la miss son azules o violetas. Las imágenes del hombre como cazador y de la mujer sola como víctima que hay que proteger se dibujan claramente.

En una secuencia posterior, durante la noche, la menor de las niñas corre a la habitación de Miss Mary gritando: su hermana está por morir. Ante los gritos, el hermano se asoma para informarse de lo que ocurre. Miss Mary le contesta que "no es asunto de hombres". Ese silencio tenaz en lo que se refiere al propio ciclo recuerda el que preside los ritos de la menarca en algunas sociedades que estudiamos. Pero, en las sociedades arcaicas, el silencio significa poder y orgullo, mientras que en ésta significa pudor y vergüenza.

Al llegar al dormitorio de las niñas, Miss Mary encuentra a la mayor, perpleja en medio de sus sábanas rojas. Las dos niñas quedan horrorizadas al saber que eso ocurrirá todos los meses. Con algunas dificultades, Miss Mary las tranquiliza: "La menstruación es un signo natural; comunica la capacidad de ser madre". Dado que su ciclo le es presentado como inicio de una nueva etapa de la que debe estar orgullosa, la niña mayor quiere hacer una fiesta. Pero la sociedad occidental y patricia está lejos de ser un espacio donde la sangre femenina se venere. Miss Mary queda horrorizada: "Nadie debe saberlo. Es un secreto de mujeres". Le ordena a la niña que no salte, no nade, no cabalgue y no se lave los cabellos. Está enferma: debe permanecer en cama durante varios días con las piernas planas y los brazos paralelos al cuerpo "para que la sangre circule bien". Esta última recomendación, sin embargo, trae a la memoria el rito Mohave de acuerdo al cual la niña debe permanecer en una posición horizontal precisa durante un tiempo determinado.

En el discurso de Miss Mary se percibe una figura que ha sido estudiada por expertos en comunicación como Paul Watzlawick y su equipo. Watzlawick la llama instrucción paradójica. La misma consiste en dar una orden ("Alégrate que se trata de un signo natural y positivo") y la contraria ("Cuídate y ocúltate que se trata de una enfermedad vergonzante") al mismo tiempo. El uso permanente de la instrucción paradójica en el seno de una familia puede acarrear esquizofrenia. Hacia el fin de la película, en parte a consecuencia de ése y otros discursos paradójicos relativos al cuerpo femenino, esa adolescente contrae una severa enfermedad mental.

"Ella que con su sangre creó al mundo"

Cuando se confrontan los diversos significados atribuidos al menstruo en diferentes culturas, se comprende que, por lo menos hasta cierto punto, los mismos dependen del poder de cada sexo en esa comunidad dada. Así, los kaliaia de Nueva Bretaña, que constituyen un grupo de fuerte predominancia masculina, sostienen que el embrión está constituido exclusivamente por la simiente paterna. La madre se limitaría a proporcionar el continente en el que éste se desarrolla. En cambio, en sociedades matrilineares, donde la identidad del grupo familiar se transmite a través de la mujer, se afirma que el embrión se forma con el menstruo. Por ejemplo, entre los habitantes de las islas Trobian (Melanesia), cuya concepción de la vida ha sido exhaustivamente estudiada por Malinowski y, más recientemente, por el antropólogo Bruce Knauft, el embrión está totalmente integrado por la sangre de su madre. El líquido masculino no desempeña papel vital alguno. La madre concibe cuando los espíritus baloma, que también pertenecen al linaje materno, fertilizan su mes.

Sin embargo, en algunas sociedades patrilineales, como los mae, de las montañas de Nueva Guinea, parecen existir trazas de un culto a lo femenino. Dichas trazas se manifiestan en el significado atribuido al menstruo. Los mae también creen que el embrión está formado por sangre materna y dan muy poca importancia al papel biológico del padre.

En otras sociedades patriarcales, existen tradiciones de acuerdo a las cuales, en tiempos remotos, el poder sobre todas las cosas habría pertenecido a las mujeres. Estas lo adquirirían gracias al influjo de su sangre menstrual. Según las investigaciones de la antropóloga Françoise Héritier, los baruya de Nueva Guinea, que constituyen una sociedad patriarcal, reservan significativas instancias rituales de iniciación para sus varones. Durante las mismas, les cuentan que son las mujeres quienes inventaron el arco y las flautas ceremoniales. La flauta es un medio de comunicación con el mundo sobrenatural de los espíritus. Por lo tanto, al inventar semejante instrumento las mujeres adquirieron poder absoluto. Pero los hombres se las robaron de las cabañas menstruales donde ellas las ocultaban y, de ese modo, lograron someterlas. Los dogón de África Occidental tienen un mito de acuerdo con el cual las mujeres fueron desposeídas de su poder sobrenatural cuando los hombres les robaron sus máscaras teñidas de rojo. En todos esos casos, el poder del hombre busca justificarse en la lucha contra un matriarcado original que atribuye a la menstruación importantes significados.

En India, la grande y terrible diosa madre Kali, está cubierta con ropas ensangrentadas. Esos vestidos se consideran de gran valor medicinal. Se piensa que la diosa, como la tierra, necesita sacrificios sangrientos para renovar el de su propia sangre, con la que luego recrea a sus hijos. Esos sacrificios se entretejen con otros ritos sexuales, con el duelo por los muertos y con la roturación de la tierra, que luego renacerá pródigamente, dando abundantes frutos. La asociación del menstruo con la flor o el fruto reaparece en diversas lenguas de India, donde la sangre es nombrada con palabras que significan "flor" o "néctar". Cuando una niña menstrua por primera vez se dice que "ha dado a luz la Flor". El historiador de las religiones Robert Graves habla de una bella figura femenina presente en la mitología celta. Su nombre es Blodeuwedd. Se inicia con la partícula blod, que parece aludir a la sangre (en inglés: blood). Su cuerpo está enteramente hecho de flores. Como toda flor lleva un fruto, también la sangre uterina sería la flor que contiene potencialmente a las futuras generaciones. En inglés todavía hoy se utiliza eufemísticamente el vocablo flower para designar la regla. En realidad la palabra remite literalmente a lo que fluye (to flow= fluir). Más adelante veremos la persistencia de la metáfora menstruo/flor en la literatura y en el material onírico de nuestros contemporáneos.

La sangre menstrual significaría así la esencia del poder de la Gran Madre, cuya flor da el fruto de todas las criaturas vivientes. Rastros de ese poder estarían presentes todavía en ciertas religiones y en ritos practicados por grupos marginales.

En el yoga tántrico se piensa que el hombre puede alcanzar su meta última sólo si tiene relaciones con una mujer menstruante, de modo que ella le traspase su energía roja. Según la tradición tántrica, la sangre menstrual sería el vino de los sabios. De ese modo, existiría un ceremonial para cuya celebración sería indispensable que la sacerdotiza encargada de significar a la diosa estuviese menstruando. Después de haber tenido contacto con ella, un hombre podría transformarse en gran poeta y señor del mundo.

Algunos Sacerdotes católicos de la Edad Media afirman que las brujas usan sangre menstrual para comulgar. El brujo Thomas Rhymer se pone bajo la tutela de la Reina de las Hadas, quien le dice que en la falda tiene una botella de vino clarete y lo invita a descansar la cabeza en ella. El clarete es bebida tradicional de los reyes y también simbolizaría la sangre. Su nombre connota las ideas de claridad, clarividencia, iluminación. De acuerdo a una tradición celta, el vino clarete estaría relacionado con la sangre lunar. Todavía en el siglo XVII, los médicos británicos comparan la fermentación de la sangre menstrual con la fermentación del vino.

Entre las poblaciones indígenas de América se encuentran numerosos ejemplos de la recuperación de la fuerza negativa de la sangre menstrual. En Alaska, los tinné la emplean para curar enfermedades y atan al cuello de los niños endebles materiales impregnados con ella para acrecentar su resistencia. En otros casos, se pide a una mujer menstruante que corra desnuda sobre sembradíos afectados por alguna plaga. El mal se vuelve contra el mal y el campo fructifica.

Entre grupos juveniles marginados, como los autodenominados "Ángeles del Infierno", que habitan los suburbios de ciudades de Estados Unidos al promediar los años setenta, un aspirante a miembro no puede integrar la comunidad juvenil si no prueba que ha tenido relaciones con una mujer menstruante. De ese modo significa su virilidad y coraje delante del grupo.

Otro símbolo antiguo del manar misterioso perviviría en la alfombra roja. Aunque su significado de fuerza vital se haya olvidado, continúa siendo recorrida por aquellos que tienen un poder especial (reyes, líderes, jefes religiosos) y por las oficialmente encargadas de propagar la vida: las novias.

"Nada más inmundo que una mujer..."

Pero el triunfo de la Madre es sinuoso. En cambio, es ostensible su derrota. Ella determina que, en la tradición grecolatina, entre judíos o musulmanes, la menstruación, signo de maternidad potencial, cambie de significado. El flujo de sangre se inserta en una nueva productividad significante, sobre la que pesa una ley patriarcal de separación de lo materno. Bajo la severidad de la norma, como un eco, se escucha el miedo (mezclado con envidia) del hombre ante el sangrante abismo de la vida, atributo exclusivo de la Madre. A medida que las sociedades de predominio masculino se generalizan, la Gran Madre se transforma en diosa terrible o en despreciable pecadora. Lo sagrado se vuelve inmundo. Lo que fue poder se convierte en maldición y vergüenza. Para muchos pueblos llamados "primitivos", el rojo signo parece producir exclusivamente imágenes mentales de horror y repelencia. En su clásico trabajo antropológico titulado La rama dorada, sir James Frazer dedica un amplio espacio al significado que, entre algunos de esos pueblos, se atribuye a la sangre menstrual. Comunidades localizadas en territorios muy lejanos entre sí como Australia, Asia, África o América manifiestan idéntico deseo de abyectar (arrojar lejos) ese manar misterioso conjuntamente a aquella de quien fluye. En la Isla de la Reunión (Océano Indico), una mujer menstruante que se deja ver por hombres es apaleada por su padre o marido: se piensa que el varón que la mira encanece y pierde su vigor. La mujer australiana en su período tiene prohibido bajo pena de muerte tocar nada en uso de los hombres. Ni siquiera se le permite caminar por el sendero por donde éstos circulan, pues se cree que el varón que posa los ojos en ella corre el riesgo de morir. En términos generales permanecerá apartada del fuego, que constituye un principio masculino. Durante sus reglas la mujer contamina la pesca si come pescado. Los ganados mueren al pisar una gota de su sangre. Las flores se marchitan y los árboles se secan. Si mira el cielo, el tiempo será malo. Por eso algunas comunidades le solicitan que se cubra la cara y el pecho con un gorro especial hasta después de haber pasado su muda menstrual: su sola vista constituye un daño social y cósmico. En otras sociedades, se le exige que salga de la casa por una puerta especial y que se bañe lejos. Así, la reclusión mágica en la choza menstrual adonde se retiraba para reunir su poder se transforma en limpieza, purificación de la comunidad. En la cabaña puede ser visitada únicamente por mujeres, quienes le alcanzan alimentos, frecuentemente sujetos a severas restricciones.

No son sólo las sociedades "salvajes" las que apartan a la mujer en su muda. En las leyes de Manú (India) se declara que la sabiduría, poder y vitalidad de un hombre que se acerca a una mujer en su mes se desvanecen para siempre. Por oposición, si la evita mientras está en esa condición, su energía aumentará. En El Corán, o libro sagrado de los musulmanes, Alá dice a Mohamed, su profeta, que la menstruación es una enfermedad y que la mujer debe permanecer sola durante ese período (Surah II, 222).

La cultura grecorromana atribuye al significante "menstruación" los significados de "abyección" y "pestilencia". En el ya citado Cuerpo hipocrático, el menstruo es descrito como sangre que puede errar a través del cuerpo, causando tuberculosis si entra en los pulmones. En el libro 7 de su Historia natural, Plinio el Viejo (siglo I D.C.) dice que el contacto con una mujer en su período agria el vino. Las cosechas se vuelven estériles, los injertos mueren, las semillas se secan, los frutos caen de los árboles. La superficie de los espejos se enturbia, el brillo del marfil y el acero se apagan, el bronce y el hierro se herrumbran. Las abejas mueren, los perros enloquecen y su mordisco infecta con un veneno incurable, mientras un horrible olor colma el aire. Las afirmaciones de este ilustre hombre de ciencia de la antigua Roma circulan largamente por Europa. Hasta entrado el siglo XX, en regiones rurales de diversas partes del continente europeo se pensaba que la presencia de una mujer menstruante agriaba la leche, echaba a perder el vino y estropeaba la cerveza. Hasta la década del cincuenta en Uruguay se decía que una mujer con su regla no podía hacer mayonesa pues, bajo su contacto, las yemas no se unían.

Si la metonimia es la figura semiótica que actúa por contagio, contigüidad, irradiación, el menstruo, tanto en el seno de las comunidades "primitivas" como en el de las "civilizadas", opera metonímicamente. Mácula roja, cuyo poder se expande por los reinos mineral, vegetal y animal hasta que, trascendiendo las fronteras de lo sensorial, repercute en las inasibles regiones donde mal y bien se enfrentan.

Para muchas comunidades patriarcales, el cuerpo de la mujer parece albergar el mal justamente porque está "sucio" de esa sangre que, en otros contextos, ha tenido significado sagrado. El terror que suscita atrae nuevos significados, como el de culpa y pecado. Se piensa que la mujer menstruante paga el precio de un mal esencial, el cual formaría parte de su naturaleza. En su investigación sobre los símbolos de la sangre, el historiador de las religiones Jean-Paul Roux recopila una serie de mitos que presentan curiosas semejanzas con la historia del Génesis y las leyendas, judías y católicas, que la misma suscitó. Por ejemplo, entre los bambara se cree que la menstruación se origina en una falta. Por lo tanto, es el resultado de un castigo. En Tierra de Fuego ese castigo explica los tabúes relativos a la menstruante: no reír, mantener los ojos bajos, no jugar con los niños y obedecer. El tema de la serpiente que ha mordido el sexo de la mujer se relaciona con el simbolismo fálico de ese reptil y justifica la idea de que la mujer con la regla sea particularmente proclive a atraerlo. Entre los selk'nam de Tierra del Fuego, se cuenta que es un héroe el responsable de la aparición de la regla y, al mismo tiempo, de la instauración de la monogamia. Según ese mito, una joven está casada con dos hermanos. Mientras el mayor se ha marchado al bosque para cazar y recolectar, el menor y la joven permanecen abrazados. Cuando el cazador regresa, la esposa le dice que prefiere al otro. Furioso, el cazador la hiere diciéndole: "En adelante no todos tus días serán iguales y tendrás por esposo a un solo varón". De ese modo, la mujer pierde el libre uso de su cuerpo y debe considerar como castigo las funciones del mismo.

En Nuevas Hébridas la menstruación se relaciona con el origen de la agricultura y la rivalidad de día y noche. Este mito muestra la importancia de la luna y, al mismo tiempo, manifiesta una particular analogía con la historia del Génesis. Tortal, amo del sol y espíritu del día, tiene una esposa humana, Avin. Avin vive feliz y ociosa en un huerto maravilloso, que a todas horas le procura los más preciados alimentos. Una noche, despreciando las advertencias de Tortal y aprovechando su ausencia, se une a Ul, señor de la luna y espíritu de la noche. A su regreso, Tortal se entera del adulterio y expulsa a Avin del huerto. A partir de entonces, la mujer está condenada a trabajar para alimentarse y a sangrar periódicamente.

Eva (en hebreo Hawab) significa "madre de todos los vivientes". Los griegos traducen su nombre como Zoé (vida). Ese nombre sería un signo residual de la creencia en la Gran Madre. Sin embargo la exégesis rabínica lo conecta con el arameo hewva (serpiente), observando que "ella fue la serpiente de su marido". Pero sabemos que la serpiente es signo de la menstruación y, en términos generales, de la Gran Diosa. La etimología de Eva se conecta no con "la serpiente de su marido" sino con la serpiente divina Hwt, adorada por los fenicios. También puede ser que el origen de Eva como costilla de Adán no sea sino otro signo residual de la Diosa. La palabra sumeria significa a la vez costilla y vida. Así, puede ser que la Diosa de la Vida mesopotámica esté detrás del motivo costilla/vida en la historia bíblica. En todo caso, de acuerdo a ciertas leyendas judías recopiladas por el folclorista Louis Ginzberg, Satán elige a la serpiente para seducir a Eva. O la serpiente misma quiere hacer pecar a Eva, pues la desea. Se acerca a ella en lugar de Adán, porque sabe que las mujeres se dejan persuadir más fácilmente. Inicialmente Eva vacila, pero al tocar el árbol y ver que no le ocurre ningún daño, come el fruto. Inmediatamente el Ángel de la Muerte se presenta ante ella. La investigadora Nel Noddings estudia específicamente la reversión de los símbolos maternos en la tradición del Antiguo Testamento. La mujer nace del hombre. El árbol que da fruto y que, por lo tanto, es símbolo femenino, se transforma en árbol de la tentación. La serpiente, signo de la Gran Madre y de su menstruación sagrada, se convierte en símbolo de mal y destrucción. Como en otras culturas patriarcales, el mes femenino se vuelve uno de los castigos que acompañan la expulsión del Paraíso. Louis Ginzberg muestra que, en las leyendas judías, el menstruo es visto como una maldición que se atrajo Eva por haber comido del fruto (lo que, en estadios matriarcales de la sociedad no habría significado sino ponerse en contacto consigo misma).

En Levítico (15: 19-31), Yavé habla faz a faz a Moisés y a Aarón, diciendo que cuando la mujer tiene flujo de sangre es inmunda y debe ser apartada durante siete días. Pero no sólo ella es "sucia": también son sucias su ropa y quien la lava, así como los muebles sobre los que se sienta o recuesta. Su presencia contaminaría el tabernáculo divino que está entre los hijos de Israel. Y si la mujer padece el flujo de su sangre por mucho tiempo, durante todo ese tiempo será inmunda.

En su estudio sobre la mujer judía en la Antigüedad, Léonie Archer avanza una hipótesis según la cual las prohibiciones de Levítico no habrían sido estrictamente observadas hasta el cautiverio en Babilonia, durante el siglo VI A.C. Por mucho tiempo el culto de Yavé coexiste con el de una Diosa Madre Ashera o con el de su hija Anath, Istar o Astarté, la Reina de los Cielos. Esta Diosa aparece en Jueces, en los dos libros de los Reyes y en el del profeta Jeremías. En Jueces y en Reyes, pero también en Génesis, Éxodo y el primer libro de Samuel se representa a mujeres asociadas con hombres santos o a mujeres que cumplen funciones en el culto. Sería después del dramático acontecimiento de la destrucción del Templo a manos de los babilonios en 587 A.C., que los varones hebreos se habrían hecho un replanteamiento fundamental frente a su Dios. El mismo habría significado el triunfo de una percepción neutra (pero representada mediante palabras de género masculino) de la divinidad. Habría supuesto también el abandono del culto a cualquier manifestación divina de tipo femenino. Así, las funciones corporales de la mujer habrían perdido definitivamente su significado sagrado para conservar sólo el significado "inmundo", adjudicado en Levítico. Esto tiene gran importancia tanto desde el punto de vista de la concepción misma de lo divino como desde el ángulo de quienes practican el culto. Los legisladores del exilio están obsesionados por la "limpieza ritual". Como consecuencia, las mujeres se habrían visto expulsadas del templo durante buena parte de su vida fértil. Dicha expulsión signa la tradición hebrea posterior y dura hasta hoy entre los judíos ortodoxos. En el Talmud (recopilación de comentarios de la religión, leyes y tradiciones judías) se afirma que si una mujer menstruante pasa entre dos hombres, uno de ellos muere. En el Misná, colección de comentarios jurídicos judaicos, existe una parte que trata sobre la menstruación. Continuando la tradición establecida en Levítico, se explica su carácter poderosamente impuro. En las leyendas judías contenidas en el Génesis Midrash (600z 1200 D.C.) se sostiene que la menstruación constituye un signo recordatorio de que fue Eva quien derramó la sangre de Adán. Entre algunos sectores sociales ingleses y estadounidenses el período femenino sigue designándose con la palabra curse (maldición), que recuerda que el cuerpo femenino fue maldito al abandonar el Paraíso. En Uruguay todavía se hacen preguntas como "¿Caíste?" o "¿Te enfermaste?", para averiguar si una mujer ha comenzado su regla.

El papel de Eva en el relato de la Caída, combinado con los misterios de su sangre, contribuye a que a menudo mujer y serpiente (que, en última instancia, significarían la mujer y su menstruo o la Gran Madre) sean representadas como el Mal. Los hermanos Limbourg y Jerónimo el Bosco en el siglo XV, el pseudo Met de Bles y Miguel Angel en el XVI, pintan al Diablo con cola de serpiente y torso de mujer. Los especialistas en demonios que viven entre los siglos XV y XVII examinan los nombres, aspectos exteriores y actividades específicas de los diversos demonios, recogiendo para ello creencias esparcidas en la Antigüedad, pero recibiendo también algunas tradiciones populares. Así, por ejemplo, entre los diablos en cuya existencia se cree está Gomory, que tiene forma de bellísima mujer y otorga el amor femenino, especialmente el de las muchachas. Esa tradición continúa en la llamada "literatura gótica", que se inicia a fines del siglo XVIII. En una de las novelas góticas más populares, El monje, de Malcolm Lewis, el diablo se aparece al monje bajo la apariencia de la irresistible Matilde. En el siglo XIX Cazotte escribe la historia de El diablo enamorado, en que, bajo forma de hermosa mujer, el demonio intenta seducir al protagonista. (Sin embargo, importa destacar que, por lo menos en una ilustración de El espejo de la salvación humana, de 1470, la serpiente tiene torso de varón.) A fines del XIX, Paul Gauguin produce un cuadro titulado "Palabras del maligno" en el cual una figura demoníaca está hablando a una mujer. Esta se lleva un trozo de tela al sexo, como signo de su menstruación.

Al contrario, en muchas representaciones cristianas, María, la nueva Eva, aparece aplastando bajo su pie a la serpiente. En contraposición, la Gran Madre de la antigua civilización minoica muestra triunfalmente a ese//animal como a uno de sus más genuinos atributos, que sostiene en las manos o enrosca en los brazos. Noddings analiza esa particular imagen de María (quien, sin embargo, como veremos más adelante, reivindica el valor de las funciones femeninas). Pero según Noddings, representada con una serpiente bajo el pie, parece un llamado a repudiar los antiguos poderes maternos así como la fisiología de la mujer.

Algunos Padres de la Iglesia afirman que la menstruación tiene la capacidad de polucionar. "Nada tan inmundo como una mujer en su período. Lo que toca se vuelve impuro", dice San Jerónimo en el siglo IV. En el siglo VII los mitos atinentes al poder destructor de la sangre menstrual están en su apogeo. El arzobispo Isidoro de Sevilla insiste en que el contacto con una mujer en su período puede evitar que un fruto madure y hasta provocar la muerte de la planta. Los grandes eclesiásticos de los siglos XII y XIII hablan de la menstruación como de una fuente de contaminación. En 1486 el Papa solicita a Heinrich Kramer y Jakobus Sprenger, dos dominicos alemanes, que escriban un tratado donde se explique por qué la brujería está más difundida entre las mujeres que entre los hombres. El resultado es un libro titulado El Martillo de las maléficas, que se edita en 1487 en la Facultad de Teología de Colonia. En 1520 se han publicado dieciséis ediciones y en 1660, treinta y dos, con traducciones al alemán y francés. En este texto oficial, que conoce una popularidad tan extraordinaria en los siglos XV y XVI, se sostiene que: "... la mujer es más carnal que el hombre, lo que es claro si se tienen en cuenta sus numerosas abominaciones carnales".

Ese temor, vivo en la Edad Media, se habría visto reafirmado por lecturas populares en el siglo XVI, como la Magia Natural de Giovanni Battista della Porta y El secreto de las mujeres (supuestamente) de Alberto Magno. Así, la menstruación aparece como uno de los principales signos del "satanismo" femenino. De manera intermitente, hasta el siglo XVII, se desaconseja a la mujer menstruante que tome los sacramentos y aun que concurra al templo. Hasta la década del setenta, las iglesias rusa y etíope mantienen tal restricción. En esa misma década, la historiadora Joan Morris escribe su libro La dama era un obispo, que se agota rápidamente. De acuerdo al mismo, la limitación de la autoridad femenina en la Iglesia encontraría sus raíces en el antiguo miedo a la pestilencia del menstruo. El hecho es que, en su seno, la autoridad de la mujer ha permanecido limitada.

Menstruación y caridad cristiana

Jesús dirige su prédica a hombres y mujeres por igual. Las cosas del cuerpo (y, en consecuencia, la menstruación) le interesan poco. En Mateo (9: 20-22), Marcos (5: 25-34) y Lucas (8: 43-48) se cuenta que una mujer que padece flujo de sangre desde hace doce años viene por detrás de Jesús, toca su manto y se cura. Jesús conoce que ha salido poder de sí y la mujer, que tiembla por no haber quedado oculta, se postra a sus pies. Jesús le dice: "Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz".

Este es un episodio de particular significación para la mujer, pues remueve uno de los obstáculos que le han sido impuestos para acercarse a lo sagrado. El papa Gregorio Magno muestra entender el mensaje de Jesús cuando, en 601, recibe una carta del arzobispo Agustín de Canterbury, quien le pregunta si una mujer menstruante puede entrar en la iglesia. Gregorio contesta:"... si aquella mujer que padecía flujo de sangre tocó el manto de nuestro Señor y fue justificada en su atrevimiento, ¿por qué lo que se le autorizó a una no sería permitido a muchas...?".

Gregorio, sin embargo, se mantiene apegado a la tradición de acuerdo a la cual la menstruación es un efecto del pecado de Eva. Y, como ya adelantamos, los Padres de la Iglesia no se apoyan tanto en el legado de Jesús como en las leyes y creencias judías y en el pensamiento aristotélico.

En la Generación de los animales, Aristóteles sostiene que el embrión está hecho con el menstruo (lo que, de nuevo, parece ser un signo remanente de la Gran Madre). Pero la simiente paterna es la que le confiere la forma o espíritu. El papel femenino sería entonces, según Aristóteles, exclusivamente material. Del mismo modo, los Padres de la Iglesia ven a la mujer como signo de la materia y al hombre como signo espiritual. San Jerónimo recomienda a Eustóquima, una joven que se halla bajo su dirección espiritual, que evite la comida y el vino. También le aconseja que busque como compañeras a aquellas que se encuentren empalidecidas y adelgazadas por el ayuno. El ayuno es prescripto para ambos sexos. Pero, en el caso de la mujer, por ese medio se procura hacer desaparecer la menstruación, temporaria o definitivamente. Así, la maldición de Eva quedaría eliminada. Blesilla, otra adolescente que se encuentra bajo la dirección de Jerónimo, habría muerto a causa de la severidad de la dieta impuesta.

Si bien ese caso extremo suscita la indignación eclesiástica, la equiparación de carne, menstruación y mal continúan. Cuando se llaman a sí mismos "mujeres", los varones cristianos del Medioevo frecuentemente buscan denigrarse, recordando la "sucia" característica de la feminidad. En algunos de sus Sermones y en su Epístola a los Gálatas, Helinando de Froidmont castiga a sus hermanos con una metáfora recurrente: "¡Ved que sois comparables a las mujeres... y no meramente a las mujeres, sino a aquellas que están menstruando!".

Así, la mujer medieval se ve a sí misma como símbolo de la materia y usa ascetismo y ayuno como instrumentos para elevarse espiritualmente y hacerse semejante al hombre. En el siglo XIII, Alberto Magno nota que algunas mujeres santas dejan de menstruar a causa de sus ayunos y de su extrema austeridad y que no pierden por eso la salud. En el mismo siglo, Richard Bacon trata de explicar el fenómeno de un modo naturalista, argumentando que la materia que la mujer no deja fluir hacia el exterior le permite sobrevivir sin comer.

Es posible que esas mujeres desearan suprimir la sangre propiamente femenina porque significaba parte del castigo de Eva. Juliana de Comillon, María de Oignies, Catalina de Siena y Catalina de Génova, casadas o no, empiezan a ayunar a partir de la pubertad. Así, aquellos procedimientos imaginados para suprimir la menstruación connotarían un significado negativo del propio cuerpo. Sin embargo, en su investigación sobre la mujer medieval en el marco de la Iglesia, la historiadora Caroline Walker Bynum muestra la ambigüedad de la actitud religiosa masculina en lo que se relaciona con la mujer. Bynum analiza numerosos escritos de varones católicos de la Baja Edad Media donde la comparación hombre/mujer aparece en un contexto positivo. Muchos religiosos desean expresar su renuncia al poder y al prestigio mundanos ante un Dios que ha bendecido a los humildes y a los mansos de corazón y que ha dado la vida por sus amigos. En sus Obrítas, San Francisco de Asís habla de los frailes piadosos como "novias de Dios" y les enseña que deben asumir actitudes maternales para con sus hermanos. Por otra parte, se hacen frecuentes los testimonios de mujeres cuyos cuerpos se vuelven fuente nutricia no sólo de leche, sino de otras sustancias milagrosas como el aceite o una dulcísima saliva que tiene la propiedad de curar. Esos prodigiosos efluvios están relacionados con oclusiones prodigiosas: a menudo, las mujeres santas no menstrúan. Los hagiógrafos conectan la cesación de la regla con el manar de líquidos extraordinarios. Más aun, la sangre que fluye misteriosamente de otras partes del cuerpo femenino se interpreta como signo de gracia que se combina con la desaparición de la regla. Ida de Lovaina, Ida de Léau, María de Oignies, Lutgarda y Beatriz de Nazaret tienen violentas hemorragias nasales durante sus éxtasis, hemorragias que son consideradas como signos del favor divino. Sobre la frente de Rita de Cascia aparece una herida que recuerda a las producidas por la corona de espinas.

Colette de Corbie es una monja franciscana del siglo XV que, tras superar el rechazo oficial del clero, funda diecisiete conventos y reforma otros tantos, algunos de los cuales continúan existiendo. Como la de Francisco de Asís, la devoción de Colette por Jesús se expresa a través de un amor maternal por todas las criaturas: hombres, animales y plantas. Su hagiógrafo enfatiza el hecho de que nunca menstrúa. También el hagiógrafo de Columba de Rieti afirma que ésta le confió a su superiora que no menstruaba jamás. La misoginia internalizada y el deseo de asimilarse al varón no constituirían el significado dominante de la cesación de la regla. Según Bynum, la disciplina del ayuno sugiere otro significado, más hondo. Al cerrarse a la comida común y absorber sólo al Señor en la Eucaristía, la mujer santa se hace una con el cuerpo divino. Así, de ese cuerpo femenino santificado ya no manan flujos involuntarios, sino efluvios libremente escogidos. De ese modo, lo que podría haber sido "corrupto" se convierte en sustancia de nutrición y purificación, que salva al mundo. Lo que tratan de hacer las mujeres al manipular sus cuerpos a través del ascetismo y el ayuno va mucho más allá de emular al cuerpo de los varones: es una búsqueda de imitar el cuerpo mismo de Dios, que se transforma en alimento de vida y salvación.

Juana de Arco

Jean d´Aulon, escudero de Juana de Arco, asegura que la Doncella de Orleans nunca menstruaba: "Lo he oído decir por muchas mujeres, quienes vieron a la Doncella mientras se desvestía y que conocían sus secretos. Ella jamás sufrió de la secreta enfermedad de las mujeres. Nadie pudo notarla ni por medio de manchas en su ropa ni de ninguna otra manera". Este testimonio se transforma en uno de los signos de la representación tradicional de Juana. El Almanaque de Gotha, escrito en 1822, constituye un sobrio resumen de su historia. Pero también insiste en el punto: "Finalmente hay que agregar una notable peculiaridad. La misma manifiesta claramente los planes que Dios tenía para Juana. Femenina por su pudor pero eximida, por un designio particular, de la debilidad de su sexo, tampoco estaba sometida a esas periódicas e inconvenientes deudas que, más que la ley y la costumbre, impiden a las mujeres comunes el hacerse cargo de las tareas de los hombres". En 1844, Jules Michelet publica su Historia de Francia, donde afirma que: "En cuerpo y alma, Juana había recibido el don divino de permanecer como una niña. Creció, se volvió bella y fuerte, pero no conoció nunca las miserias de la feminidad". Sabemos que, como otras mujeres cristianas, Juana comía poco y procuraba tener el mayor control posible sobre su cuerpo. Para sus contemporáneos, la falta de menstruación era signo de su santidad. Era mujer pero permanecía en su estado primordial, como Eva antes de la expulsión del paraíso. Marina Warner, una de sus más importantes biógrafas contemporáneas, señala que la tensión de la vida guerrera bien pudo ocasionar la ausencia de la regla. En mi opinión, hay todavía otro significado en el que pensar. Tanto en la cultura occidental, deudora de la tradición bíblica, como en culturas no occidentales de predominio masculino, se establece una gran diferencia entre las imágenes de la sangre femenina y la masculina. De la mujer fluye pasivamente: es algo que le ocurre sin que pueda evitarlo. El hombre derrama la sangre de otros hombres o de animales por su propia elección. La sangre femenina se transforma así en signo que muestra a la mujer como mero objeto de la naturaleza. La sangre que corre por voluntad del cazador o el guerrero es signo de su poder y libertad. Sin embargo, como vimos a través de diversas prácticas, las santas medievales eligen interrumpir su menstruación. Así significan la libertad ejercida en relación con sus cuerpos. Juana no sólo ejerce esa libertad. También escoge no derramar la sangre de sus adversarios. La Doncella lleva el estandarte de Francia y va a la cabeza del ejército. Pero no mata y se esfuerza por proteger a los enemigos heridos. Después de transcurrida la batalla, no niega a nadie sus cuidados. En las horas de desesperación de los suyos, es fuente de fe y esperanza. Nunca derrama su sangre de madre. Organiza el derramamiento de la sangre viril, sin embargo, se singulariza por su compasivo gesto de inspiración e indiscriminado consuelo.

Hay una figura femenina de nuestro siglo que también comandó ejércitos sin perder esa actitud de piedad tanto para los suyos como para sus adversarios. Es Mika Etchebehere, combatiente de la guerra civil española. En su libro Mi propia guerra de España, Mika cuenta esa época de su vida. Hipólito Etchebehere, su marido, es un joven alto, de cabeza un poco desguarnecida, que muere luchando a los veintitantos días de iniciada la guerra. Mika encara la posibilidad de no sobrevivirlo. Pero siente la voz del compañero: "¿Y nuestros principios? Ya pondrás orden en tu pequeño destino individual una vez que termine la guerra, si no consigues que te maten. Esta no es hora de morir por sí mismo". Mika siente piedad por sus enemigos y nunca termina de aceptar el espectáculo de una violencia que detesta, la ejerza quien la ejerza. Pero cuando le piden que se haga responsable de una brigada del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), acepta. No sólo conduce a los hombres a la batalla. También hace de hija y de madre para ellos. Sus milicianos se inquietan porque come y duerme poco y porque arriesga mucho su vida. Mika les toma el pulso, les pone ventosas, les da medicamentos. Ella misma se asombra: "¿Se habrá visto a un capitán administrando a sus soldados jarabe para la tos en plena guerra, en el fondo de una trinchera cavada a ciento cincuenta metros de las posiciones enemigas? Frasco y cuchara en mano, les tiendo la poción a los enfermos con el aire más natural del mundo y ellos la tragan de igual modo". Alguno bromea: "¡Qué no habremos visto! Una mujer comanda la compañía y los milicianos lavan los calcetines. ¡Para una revolución, es una revolución!". Mika es joven y bella. A menudo comparte el jergón con un soldado. Pero jamás tiene un amante. La castidad es una condición para que esos marxistas, muy autoritarios en el terreno sexual, continúen respetándola. Y aprovecha que los hombres están dormidos para arrojar al fuego, disimuladamente, un algodón que no está embebido en sangre enemiga sino en su "impura" sangre de mujer. Recordemos que, en muchas comunidades, la mujer menstruante no puede permanecer en presencia de un cazador o de un guerrero, pues su sangre le acarrearía la derrota. ¿Es acaso porque quien derrama la propia sangre no puede evitar un sentimiento de amor y compasión hacia la sangre derramada, sea de amigos o de contrarios?

María

Porque su cuerpo produce leche milagrosa, que cura tanto las enfermedades corporales como los pecados, en la Edad Media se reivindica la menstruación de María. Los eruditos medievales, que buscan signos del Nuevo Testamento en el Antiguo, encuentran una referencia a María en el Cantar de los Cantares (4,7), donde se lee: "Eres perfecta, amada mía; eres inmaculada". A partir del significado de la palabra "inmaculada" se populariza la creencia de que la Virgen habría sido concebida "sin pecado". Los eruditos medievales se dicen que también es probable que María se haya visto libre de la maldición de Eva. Sin embargo, por un lado los primeros textos sobre los que se basa el culto mariano, como el Protoevangelio de Santiago (siglo III), aluden a su menarca. Por otra parte, desde un ángulo laico, la medicina europea, apoyándose nuevamente en La generación de los animales, sostiene que la leche es sangre menstrual transformada. Como ya dije, esta creencia es decisiva: desde el siglo II al siglo XV se extiende el culto a María Lactans (María que nutre con su leche), quien, con su blanco efluvio, salva al mundo.

Por otra parte muchos teólogos, atentos al mensaje del cristianismo, afirman que, al aceptar la misión de ser madre de un Dios venido a compartir su vida con todos los hombres, María acepta también compartir las funciones de todas las mujeres. Existen pocos datos relativos a ese aspecto de la vida conventual en la Edad Media, pero parecería que, cuando las niñas tienen su menarca en los conventos del Medioevo, las monjas les presentan el ejemplo de María. Así como su Hijo asume los pecados de los hombres aunque él mismo no tiene pecado alguno, la Virgen asume la menstruación, aun cuando se halla libre de la maldición de Eva. Henry de Bracton, un famoso abogado del siglo XIII, señala que no hay rey que pueda gobernar con su sola voluntad y prescindir de la ley. Como ejemplo, muestra a Cristo, que por su propia voluntad se somete a la ley de aquellos a quienes debe redimir. Lo mismo ocurre con la Madre de Dios quien, como tal, está por encima de la ley. Sin embargo, para dar ejemplo de humildad, no se niega a someterse a las leyes establecidas. Así, la menstruación de María, nueva Eva como Jesús es un nuevo Adán, no significa maldición o castigo. Al contrario, se convierte en signo de mansedumbre, solidaridad y amor.

Menstruación y necesidad de amor

La comida es una tarea históricamente vinculada con la mujer y susceptible de conferirle poder. Es posible que la razón por la cual, entre muchos pueblos, ésta sea apartada de los alimentos durante su mes se deba a la suma de significados mágicos atribuidos a menstruación y cocina. Tanto entre comunidades africanas como americanas, se destruye la vajilla tocada por una mujer menstruante. Esta tampoco puede preparar la comida de su familia ni, en particular, la de su marido. En Nueva Guinea algunos maridos se muestran complacientes con sus esposas por miedo a que los embrujen dándoles de comer gotas de su menstruo mezcladas con la comida.

Cuando los hombres medievales proyectan su hostilidad sobre las mujeres, sospechan que sus esposas manipulan los alimentos, mezclándolos con veneno. Entre muchos pueblos, no existe veneno más poderoso que la sangre menstrual. Un relato de origen dominicano cuenta que, cuando se la hierve, se impregna con ella una cantidad de abejas y luego se las lanza contra los enemigos para que los piquen en los ojos, aquellos son inexorablemente derrotados. En el Noroeste argentino suele usársela para "hacer el mal", ya que se la asocia con bajas pasiones, impurezas corporales y diabolismo mental.

La creencia en el carácter venenoso de la sangre menstrual no se encuentra sólo en el marco de pueblos primitivos o creencias populares. Se incluye también en el discurso científico. Como lo explica el médico francés Riverius en su obra La práctica de la medicina (siglo XVII), cuando la sangre menstrual queda retenida en el interior el cuerpo se corrompe, transformándose en un veneno de malignos poderes. Una creencia semejante, que sería de origen precolombino, existe en el Noroeste de Argentina. Si la sangre no fluye hacia el exterior, se va a la cabeza, enloqueciendo a la mujer. En ese mismo siglo, en Inglaterra (como en otras partes del mundo, aun hasta hoy), se piensa que algunas mujeres (generalmente de costumbres "ligeras") hechizan a sus enamorados dándoles pociones en las que entreveran gotas de su sangre. Las mismas operarían como poderoso afrodisíaco. Según la Enciclopedia femenina, de Barbara Walker, ése habría sido el procedimiento seguido por Madame de Montespan para aumentar el deseo de su amante, el rey Luis XIV. Pero en 1651, en Inglaterra aparece un libro titulado Los secretos revelados del cuerpo humano, según el cual la sangre menstrual no puede provocar amor sino apenas una ilusión fugaz. Es a Satán a quien la sangre deleita y su reino es pasajero.

En cambio, en diversos casos de brujería ocurridos en México durante los siglos XVII y XVIII, las mujeres forman cadenas de todas las clases y castas para despertar las fuerzas mágicas que duermen en ellas y transmitírselas más allá de barreras sociales, cuando un hombre se muestra violento o infiel. Esas fuerzas están vinculadas con menstruación y comida: frecuentemente los sortilegios consisten en usar gotas de sangre en la elaboración de bebidas que se sirven a maridos o amantes. Por medio de su propio fluido, las mujeres intentan subvertir hasta cierto punto el orden social, adquiriendo más poder que los varones. También utilizarían su deber de cocinar con el fin de revertir el orden natural, penetrando al hombre y dejando en su interior el líquido femenino. Para dar sólo un ejemplo, Francisca de los Ángeles, una mulata casada, comparece ante la Inquisición en 1692. Desea confesar "ciertas cosas que habían despertado sus sospechas porque parecían extrañas". Ana, una indígena amiga de la familia, se había dado cuenta de que Francisca era desdichada con su marido, quien "le daba mala vida y la hacía sufrir mucho" y le había revelado que "para atontar y amansar a un hombre, es bueno darle la costumbre de las mujeres". Francisca se lo confiesa al sacerdote, quien la envía a la Inquisición para que la absuelvan. También en Guatemala las mujeres piensan que los desechos menstruales son un arma poderosa contra golpes, insultos y engaños de los esposos. En el Noroeste argentino, la sangre menstrual sigue teniendo poderes mágicos, cuyo origen se remonta a la época precolombina. El hombre indiferente que la bebe ya no puede olvidar a la mujer que se la dio.

Parecería que en esas culturas, el grupo femenino, marginado y oprimido, rechaza los esquemas religiosos de la mayoría opresora (en este caso, el catolicismo sustentado por varones). Las mujeres invierten esos esquemas, confiándose a una religión demoníaca, contraria a la oficial. Esta inversión también incluye residuos de patrimonios religiosos anteriores a la colonización.

Sin embargo, en muchas mujeres, a pesar de malos tratos e injusticias, se desarrolla un fiel amor a Jesús, inspirado probablemente por su costado manso y materno. Por lo tanto, tarde o temprano, se niegan a aliarse con el demonio. En su investigación sobre la mujer colonial, la historiadora Ruth Behar presenta varios casos de mujeres contritas, que confiesan ante el sacerdote o el tribunal inquisitorial el haber llevado a cabo tal alianza. En dichas confesiones, el diablo suele aparecer como signo metafórico: físicamente es muy semejante o completamente igual al marido o concubino. Pero se diferencia de él en que nunca es violento, infiel o indiferente. Al contrario, da a la mujer innumerables pruebas de aprecio y ternura. Así, el supuesto "diabolismo" femenino no expresaría sino una necesidad de más amor, respeto y comprensión.

Cuando se confiesan, en general estas mujeres aducen que prefieren "estar del lado de Dios" o que "es Dios quien debe castigar al esposo y no ellas". La enseñanza cristiana, que les ha sido transmitida por vía eclesiástica, suele ser percibida por las teóricas feministas como signo de humillación. También puede ser comprendida como signo de dignidad. No sólo la moral de Jesús aconseja ocupar el lugar del bien, aunque sea un lugar doloroso. Esa es, también, la moral que imparte Sócrates a sus discípulos, exclusivamente masculinos, en la Grecia clásica. Así, con sus confesiones, las mujeres darían prueba de autocontrol, capacidad de resistencia y coherencia con sus principios. Estas virtudes, tradicionalmente consideradas como características varoniles, no son demostradas sino negadas por los hombres que las maltratan.

Horror menstrual, "alta cultura" y best-sellers

A causa de su menstruo, las mujeres también han sido acusadas de traer monstruos al mundo. En el siglo XVI un médico flamenco llamado Lievin Lemnes escribe un trabajo titulado Ocultos milagros de la naturaleza. El capítulo VIII está dedicado al nacimiento de monstruos. Una copia de esa obra puede encontrarse todavía en la Universidad de Boloña. Junto al título, una mano de ese mismo siglo ha escrito su advertencia: "Para aquella gente casada que es loca y mugrienta".

En su libro, Lemnes se refiere a las esposas que "quieren gratificar sus poco honestos deseos sin esperar el tiempo oportuno". Agrega que las mujeres flamencas, especialmente aquellas que viven cerca del mar, se precipitan atolondradamente sobre sus maridos. Estos, que son marinos y, en consecuencia, están ávidos de un postergado abrazo, tampoco se preocupan por el mes femenino. Sin embargo, durante ese período, la simiente del varón no puede dar forma a la materia femenina. (Lemnes se apoya en la mencionada teoría de Aristóteles, según la cual la madre proporciona la materia del embrión, que sería la sangre menstrual; pero el padre, con su simiente, le imprime la forma.) Así, continúa el médico flamenco, a causa de la desobediencia a la ley de Moisés vienen al mundo monstruos.

Sin embargo, aunque en Levítico se prohíbe cualquier contacto con una "mujer inmunda", no se menciona que el mismo pueda producir criaturas enfermas o deformes. En cambio, un signo de esta idea se encuentra en uno de los cánones del Primer Concilio de Nicea, escrito probablemente después de 325. Allí se afirma que "no está permitido a los maridos el acercarse a sus esposas cuando están menstruando, para que no aparezcan en sus cuerpos ni en el de sus hijos los efectos de la lepra o la elefantiasis".

En el siglo XII, para comentar el libro de Levítico, Robert de Deutz se inspira en ese canon para afirmar que los niños concebidos durante el mes femenino nacen leprosos o afligidos de elefantiasis. En El secreto de las mujeres (siglo XIII), se advierte que se debe evitar el contacto con una mujer menstruante por sobre todas las cosas, pues el hombre que la toque puede contraer lepra. Cuando analiza los textos aristotélicos (pero sin duda con la Historia Natural de Plinio en la cabeza), Michele Savonarola hace un curioso juego de palabras: "Se dice menstruo casi monstruo, porque Aristóteles ha explicado que la substancia menstrual tiene propiedades extraordinarias".

En 1573, Ambroise Paré, médico de la corte de Francia, publica su libro De la generación, donde observa que, si la concepción ocurre durante el flujo menstrual, el embrión puede tener alguna marca en su cuerpo. Pero si la mujer es sana, su sangre también lo será y no transmitirá al bebé enfermedad alguna. Ahora bien: la palabra "monstruo" tiene la misma raíz que la palabra "mostrar" y durante mucho tiempo se pensó que los monstruos eran signos divinos a través de los cuales Dios buscaba demostrar la maldad de los hombres (y, especialmente, de las mujeres). Así, en las primeras páginas de su libro Sobre los monstruos, aparecido en ese mismo año, el propio Paré explica que los niños deformes son el resultado de un juicio divino contra los progenitores que cometen abominaciones, sin respetar las leyes que se encuentran en el libro de Esdras (Antiguo Testamento).

La creciente severidad sexual que caracteriza a la Europa del siglo XVI muestra la interacción entre lo teológico y lo embriológico. Así se pone en evidencia la dificultad, propia de cualquier época, de pensar sin contradecirse cuando se está sumergido, consciente o inconscientemente, en corrientes de opinión de diverso orden. Sin embargo, si se lee el libro del escriba Esdras, ubicado entre Crónicas y Neemías, el pasaje aludido no se encuentra. Es que el Esdras mencionado por Paré es el conocido como 4 Esdras, uno de los libros apócrifos del Antiguo Testamento, que fue dejado fuera del Canon en el Concilio de Trento.

4 Esdras es una compilación escrita en arameo por un judío desconocido que habría vivido entre los siglos I y III D.C.. La versión original se perdió completamente, pero quedan fragmentos de la versión griega y se conservan íntegras las traducciones al latín, arábigo, armenio y etíope. En 5:8 de la versión latina se halla la afirmación: "La mujer menstruante engendra monstruos". Como la palabra "menstruante" no aparece en las versiones arábiga, armenia ni etíope, la historiadora Ottavia Niccoli señala la probabilidad de que se trate del error de un traductor anónimo. En las otras versiones sólo dice "La mujer engendrará monstruos", como un signo que anuncia el fin de los tiempos.

El error de este copista no puede analizarse sólo con criterios filológicos. Tal vez una lectura de La psicopatología de la vida cotidiana, de Freud, permita comprenderlo mejor. En todo caso, es otro buen signo del horror experimentado por los hombres ante el mes femenino.

Hasta el siglo XVI la versión latina de 4 Esdras se difunde ampliamente en Occidente, en parte debido al extenso uso que de él hace, en el siglo IV, el obispo Ambrosio en De la buena muerte, que todavía se usa indirectamente en la liturgia católica. Hasta el siglo XVII, 4 Esdras también aparece en numerosas Biblias vernáculas católicas y especialmente calvinistas, en Italia, Francia, Suiza, Holanda e Inglaterra. Lutero, en cambio, se niega a traducirlo, por lo que casi no tiene difusión en territorios luteranos.

La opinión científica según la cual el menstruo engendra el monstruo desaparece de la literatura médica bajo la presión de los descubrimientos anatómicos realizados en el siglo XVII. Pero susbsiste como superstición popular. En su Higiene del amor, publicada en 1877, el médico Mantegazza observa que alguna gente cree todavía que la relación con una mujer menstruante puede generar un monstruo. En sus "Notas sobre superstición", publicadas en 1915, el doctor Crawford señala que, de acuerdo a tradiciones ampliamente expandidas, la relación con una mujer en su regla es susceptible de engendrar un ser deforme. En el contexto de la Europa que inicia la Era Moderna esta creencia es uno de los signos de la actitud negativa hacia las funciones femeninas.

Dicha actitud continúa siendo central en la literatura médica de este siglo, desde donde pasa a los medios masivos de comunicación. Por ejemplo, en 1950, en la Revista internacional de psicoanálisis aparece la investigación de un médico llamado Isidor Silverman. Este pretende mostrar que "la mujer, durante cada período menstrual, regresa a niveles pregenitales como respuesta a experiencias psicológicas que surgen de la embestida hormonal". Algunas mujeres, dice el doctor Silverman, muestran una obsesión por la limpieza que traduce rasgos paranoicos. (El hecho de que estos "rasgos paranoicos" no sean el resultado de la "embestida hormonal" sino del peso de una tradición social muy negativa no se plantea.) Otras mujeres manifiestan tendencias involutivas que se expresan a través del deseo de estar en los brazos de la madre o de permanecer en cama en sus dormitorios. Especialmente una de sus pacientes tiene la creencia, supuestamente enfermiza, de acuerdo a la cual adquiriría una fuerza renovadora durante cada mes. ¿Probablemente un psicoanálisis de este doctor pondría en evidencia su pánico inconsciente ante el antiguo poder de la Madre? En todo caso es de lamentar la falta de perspectiva cultural que acompaña a menudo a aquellos que deben ocuparse de la salud. Todos experimentamos nuestro cuerpo, enfermo o sano, a través de un marco cultural. Es acaso el recuerdo ancestral de las cabañas menstruales, es sin duda la necesidad profunda de tranquilidad y aislamiento durante el ciclo, lo que hace que algunas mujeres prefieran el silencio de su dormitorio. La teoría de una "involución patológica" lleva en cambio el signo inconfundible de Plinio, Levítico, 4 Esdras, etcétera. Este signo se hace estridente a medida que la investigación del doctor Silverman avanza. Por ejemplo, le parece "importante enfatizar que todas las mujeres observadas, incluso aquellas que aparentan ser maduras y normales, muestran ciertas reacciones patológicas hacia el flujo mensual". Por más que a una niña se le explique que la menstruación es signo de salud y crecimiento, dice Silverman, cuando ve su propia sangre se siente sobrecogida por un miedo inmenso a causa de su aterrorizante complejo de castración. Según este médico, cuando, en casos excepcionales, la niña experimenta orgullo por haberse transformado en mujer, tal orgullo tiene como finalidad la de equilibrar su terror a la castración y su enorme sentimiento de inferioridad frente al varón. El doctor Silverman señala que, "para toda mujer, la menstruación es una espada de Damocles que pende sobre su cabeza, como un eterno recuerdo (¿Silverman cree que la menstruación dura toda la vida?) de que el destino o la naturaleza tienen un castigo reservado para todas las mujeres, en la medida en que, en mayor o menor grado, todas quieren volver a la niñez". (Sería interesante que el doctor Silverman leyera a una colega suya, la psicoanalista Christiane Olivier. En Los hijos de Yocasta, Olivier señala que, en la medida en que la esposa se encarga de su comida, los cuidados de su salud y de su vida práctica, el hombre, aunque parezca un profesional adulto y responsable, permanece hasta cierto punto en la niñez. En cambio la mujer excepcionalmente encuentra un marido dispuesto a ocuparse de la casa, los hijos y la salud familiar, aun si ella trabaja. En consecuencia, reencuentra más difícilmente el paisaje de la infancia.) "Aunque se supone que las mujeres vuelven a ser equilibradas después de cada menstruación -continúa Silverman- no todas lo logran. Los primitivos, con sus actitudes irracionales y sus supersticiones, muestran la misma tendencia a la regresión." (Lamentablemente, el doctor no especifica a cuáles "primitivos" se refiere. ¿A Aristóteles tal vez? ¿O a los autores bíblicos?) Según él, durante la menstruación todas las mujeres muestran, desde signos psicopáticos más o menos leves hasta síntomas maníacodepresivos. o esquizofrénicos. En el material clínico de sus pacientes, durante esos días abundan las expresiones de un deseo de castración dirigido indiscriminadamente hacia todos los varones, así como fantasías suicidas o asesinas.

Tales pesadillas médicas continúan ejerciendo un poderoso atractivo a nivel masivo. En la ya mencionada novela de ciencia ficción Carrie, se narra la historia de una adolescente que, desde la niñez, viene soportando espantosas agresiones, tanto de parte de su madre como del círculo social que frecuenta. También es portadora de un gen identificado como "TC", que le da enormes poderes parapsicológicos. En dos oportunidades en que ve amenazada su vida, Carrie usa esos poderes.

Después de su primera menstruación, percibe algunos signos de simpatía de sus compañeros. Como consecuencia, se hace ciertas ilusiones de llegar a tener una vida normal. Pero, por el contrario, sus pares la someten a una humillación particularmente brutal. Como respuesta, Carrie no sólo destruye su colegio sino todo el pueblo. El texto narrativo está entretejido con otro, supuestamente científico, que describe el gen "TC". Aunque Carrie es la única portadora conocida, el futuro puede deparar nuevas portadoras. Ese hecho plantea un dilema a la sociedad: "El potencial TC se manifiesta como parte de la pubertad. Y ¿permitiría el pueblo de Estados Unidos que una hermosa chica fuese separada de sus padres a los primeros signos de la pubertad para ser encerrada en una bóveda por el resto de su vida?". Después de esta lectura debemos inferir que Carrie no se vengó como una reacción a malos tratos de carácter aterrorizador. Se habría transformado en una asesina porque, como dice el doctor Silverman, y como sostiene una larga tradición de textos que no son novelescos, la menstruación conlleva impulsos homicidas.

El macho envidioso

Pero sabemos que todo lo prohibido, vedado, peligroso es susceptible de recubrir significados sagrados. Como vimos, la actitud masculina hacia la menstruación denota repelencia y connota deseo de dominación. Pero connota, también, un profundo atractivo. Ese manar misterioso es percibido como ambivalente e insólito. Por su separación y aislamiento del resto de la cotidianidad, toma un valor suplementario y enigmático, como si otra cosa lo habitase bajo su apariencia (desde el demonio hasta el gen "TC").

Por otra parte, las prohibiciones que rigen sobre las personas impuras son las mismas que las que recaen sobre las personas sagradas. Las cosas manipuladas por una mujer menstruante matarían al que las toca. Pero lo mismo ocurre con aquellas que roza un jefe sagrado. En Totem y tabú, Freud señala que el ceremonial desplegado en torno a los reyes, que denota respeto y protección, también connota una venganza de los súbditos por los honores concedidos. En su libro Heridas simbólicas, que lleva por subtítulo El macho envidioso, el psicoanalista Bruno Bettelheim sostiene que en el hombre existiría una envidia de la menstruación por lo menos tan poderosa como la envidia del pene que, según Freud, experimentaría la mujer.

Bettelheim plantea una hipótesis según la cual, como signo evidente de fecundidad, la menstruación ha elevado a la mujer en tal medida ante los ojos del varón que, por envidia, ha necesitado denigrarla. Para ello, se apoya en una amplia documentación antropológica, así como en el material proporcionando por adolescentes perturbados bajo su observación. En varias ocasiones, esos muchachos le confían su envidia de las chicas, cuyo cuerpo les parece "más dramático" que el del hombre. A través de la menstruación, ellas pueden saber que han madurado sexualmente, mientras que, según esos adolescentes, los hombres nunca pueden alcanzar tal certeza. Bettelheim también observa que muchos adolescentes perturbados se inflingen heridas mensuales de carácter ritual y que atribuyen a la pérdida de sangre el significado de una menstruación. El propósito de esos ritos sería el asegurar que el hombre también puede alumbrar. En consecuencia, Bettelheim rechaza la teoría sobre la circuncisión, expuesta por Freud en Tótem y tabú.

Según Freud, en épocas primordiales, el padre habría castrado a sus hijos adolescentes. La circuncisión, que entre los primitivos constituye frecuentemente un elemento ritual de acceso a la edad viril, sería un residuo de aquella ceremonia. Sin embargo, otros psicoanalistas, al observar las reacciones de analizandos ante sus propias circuncisiones, testimonian que éstos vivencian la herida en su pene como una vagina sangrante. Tal vivencia va acompañada de sentimientos mezclados de temor y deseo de tener el otro sexo. Bettelheim sostiene que, mediante la circuncisión, los hombres intentan probar su madurez sexual y adquirir funciones y órganos equivalentes a los femeninos. El secreto que rodea al rito entre muchos pueblos podría servir para disimular la imposibilidad de alcanzar una meta semejante.

La menstruación es una camelia

Entre animales y también entre comunidades humanas donde el curso de la naturaleza regula los asuntos tribales, las uniones se rigen por el deseo de la hembra, no del varón. Sólo cuando está en celo, aquélla permite a éste que se acerque. De acuerdo con la psicoanalista Esther Harding, desde el punto de vista psicológico debería considerarse la menstruación como equivalente al celo. En consecuencia, de acuerdo a las prácticas animales, los días del menstruo deberían estar eximidos de prohibición. En el mundo animal, nada contiene el influjo que ejerce el deseo de la hembra en celo. Todos los machos son atraídos desde un amplio sector hasta ella, incapaces de fijarse en otra meta mientras la hembra permanece en esa condición. No comen ni duermen. Si están domesticados, abandonan sus deberes como bajo eL imperio de un embrujo. Si ocurriera lo mismo en sociedades humanas, se rompería la organización comunitaria. Cuando los hombres tienen que bailar toda la noche para concentrar su atención en la próxima cacería, una mujer menstruante, con el poder de su deseo, puede hacerlos abandonar su danza y deponer esa cacería. Tal sería una de las razones profundas por las que la mujer en su regla es considerada como particularmente peligrosa para cazador y guerrero. La supervivencia de la tribu depende de que se aparte a quien ejerce un influjo tan poderoso como para desestructurarla.

Antes que Esther Harding, en su trabajo Tótem y tabú, Freud había sugerido que la mujer menstruante entraría dentro de la categoría de aquellos que se hallan "en un estado apto para despertar las apetencias prohibidas de otros". Esas "apetencias prohibidas" también constituyen una amenaza para las mujeres. Algunos mitos primitivos sugieren que, ante la excesiva exigencia viril, las mujeres se impusieron abstinencia. Se sobrepusieron al zenit del deseo, que sobrevierte en los días inmediatamente anteriores o posteriores al mes. Por ejemplo, de acuerdo a un mito australiano, la menstruación se originó porque, durante la edad heroica, los hombres del clan bandicoot tenían intercambios demasiado frecuentes con las mujeres del clan lubra (los bandicoot pueden casarse con las lubra pero no con las bandicoot). El exceso de abrazos produjo gran pérdida de sangre en las mujeres, que se pusieron hierba en la cabeza y se escondieron en agujeros, para que los hombres no pudieran encontrarlas. Desde entonces, durante su mes, permanecen recluidas y los hombres no tienen derecho a tocarlas.

Hasta hoy es conocido el recurso de usar la menstruación para alejar a esposos o amantes no deseados. Pero, también, para aguijonear su deseo. La creencia en la atracción de la sangre menstrual es retomada por best-sellers gruesos, como el de Stephen King. La madre fundamentalista de Carrie se indigna cuando sabe que la hija ha tenido su menarca: "Después de la sangre vienen los chicos. Olfateando como perros...".

Otros best-sellers, anteriores e incomparablemente mejores desde el punto de vista artístico, también han aludido a esta creencia. La exhibición metafórica de su ciclo es tal vez uno de los muchos atractivos de Margarita Gauthier, la célebre Dama de las Camelias que protagoniza la novela de Alejandro Dumas y, más tarde, una ópera e innumerables versiones para cine y tevé.

Durante veinticinco días del mes, las camelias de Margarita son blancas, y durante cinco, rojas. Los habitúes del teatro al que concurre asiduamente (y entre los cuales se encuentran sus clientes del momento o del futuro), observan ese cambio de colores. Armando Duval, el protagonista masculino, que es también el narrador de la novela, recuerda la ocasión en que le pide a Margarita que sea su amante. Ella vacila y se desprende de sus brazos. De un gran ramo de camelias rojas y frescas toma una y la coloca en el ojal del hombre, respondiéndole "que no siempre se pueden cumplir los tratados el día en que se los firma".

Para Armando la respuesta resulta "fácil de comprender". Pero, abrazándola de nuevo, le pregunta ansiosamente cuándo volverá a verla: "Cuando cambie de color esta camelia".

En la versión cinematográfica de George Cuckor, Margarita (Greta Garbo) le tiende la flor a Armando (Robert Tylor), diciéndole: "Cuando esta camelia se marchite". El estruja la flor, vuelve a estrechar a Margarita y, con esa efusión, termina la escena. Como la película es en blanco y negro, el espectador permanece recatadamente ignorante del color de la camelia. La influencia ejercida por esta novela en sueños que figuran inocencia, menstruación y deseo, ha sido consignada por Freud. En La interpretación de los sueños recoge el sueño de una mujer que "desciende por extraños barandales, alegre de no desgarrar por ellos su vestido. En la mano lleva una rama florida".

Al interpretar su sueño, la soñante piensa primero en la imagen del Ángel de la Anunciación, que generalmente es representado con una rama de azucenas blancas. La rama representaría su propia inocencia. Pero la vara del sueño está cargada de flores rojas, muy parecidas a las camelias. Esas flores se marchitan a medida que avanza. En su camino encuentra a un hombre joven, quien la abraza y la invita a ir a otro jardín. La invitación, que se parece a la de traspasar los límites del jardín del Edén, es sentida por la soñante como un intento de transgredir alguna ley sin recibir perjuicio alguno. El sueño presenta simultáneamente significados de inocencia premenstrual (inmaculada como la de Cenicienta), menstruación y amor carnal. El vestido que permanece sin desgarrarse a pesar del largo camino y del abrazo, y la sensación de no recibir castigo, significarían que no hay culpa en el deseo y la caricia.

Mes femenino, duelo y consolación

Numerosos son los testimonios de mujeres encarceladas, torturadas, sometidas a trabajos forzados o encerradas en campos de concentración que pierden su capacidad de menstruar. En algunos casos, simplemente la necesidad de adaptarse a situaciones nuevas conlleva la ausencia de la regla. Esa falta aparece como un signo de luto que transmite el organismo. O, en ocasiones menos dramáticas, constituye el modo a través del cual el cuerpo femenino expresa el extremado esfuerzo al que se ve sometido. Pero, de acuerdo a algunos psicoanalistas, el menstruo en sí puede ser vivido como un signo de duelo por diversos motivos. Según Helene Deutsch, la menarca confirma el sentimiento de castración de la niña. Con su primera sangre ésta lloraría la esperanza, definitivamente cancelada, de tener el sexo del varón. Pero, paulatinamente, al transformarse en mujer, se consuela pensando que el nacimiento de un hijo puede compensarla por el miembro que le falta. En consecuencia, cuando cada mes pierde sangre, en ella significa un niño perdido y llorado. Más recientemente, desde otra corriente psicológica, Erik Erikson afirma que, para muchas mujeres, su menstruación es "un grito que clama al cielo por el hijo que no fue". Ninguno de esos psicoanalistas considera los casos (numerosísimos a lo largo de la historia) de mujeres que han elegido no ser madres. No se refieren tampoco a los casos, aún más numerosos, de mujeres que desean controlar el número de sus hijos.

Muy otro es el significado que atribuye al menstruo el dramaturgo John Pielmeier en su obra Agnes de Dios. Aunque no he podido leer ese texto, conozco la versión cinematográfica de Norman Jewson. En dicho filme, Agnes, una monjita adolescente (Meg Tilly), no come para tratar de evitar su regla. La Madre Superiora (Anne Bancroft) le hace repetir una y otra vez que la menstruación no es pecado. Luego, tomándole tiernamente la cara entre sus manos, le cuenta la historia de una monja amiga suya. Esta mujer recibía su mes como un consuelo. Aunque había escogido libremente renunciar a la maternidad biológica, su cuerpo le daba un signo periódico de su capacidad para gestar.

Menstruación, historia y lucha popular

Durante siglos, la menstruación ha estado ausente del discurso histórico. Por un lado, es considerada función biológica femenina sin significado alguno (como si pudiera existir alguna función corporal desprovista de múltiples significados culturales en permanente evolución). Por otra parte, la "decencia" la exilia de ese discurso. Las sociedades patriarcales imponen mudez a las mujeres. Pero también ellas cubren sus cuerpos de silencio, como forma de reservarse la exclusividad en algún área de conocimiento y acción. Después de la Segunda Guerra Mundial, los historiadores manifiestan un mayor interés por temas tales como demografía y estructura familiar. Entonces se vuelve imposible evitar una función básica para comprender el funcionamiento general de una sociedad. Demos sólo un ejemplo de la importancia histórica de la menstruación. Menarca y menopausia dependen de la dieta, el ejercicio y la relación que mantiene el tejido graso con otros tejidos. En consecuencia, el conocimiento del tiempo que dura la menstruación en las mujeres de una época dada constituye un factor muy importante. El mismo permite determinar la alimentación de las distintas clases sociales, la distribución del trabajo entre los sexos, las actividades autorizadas a las mujeres, etcétera. Ya en el siglo XIX, el novelista Emile Zola comprende esos significados menstruales y los usa para la defensa de la clase obrera. Así, en su novela Germinal, que, en el siglo XX, se transforma en uno de los estandartes del Partido Comunista francés, Zola describe el infierno que es la vida de los mineros franceses. Jornadas interminables, trabajo físico durísimo para niños, mujeres y ancianos, pésimas condiciones higiénicas, ausencia de seguro de salud, falta de protección contra accidentes, alimentación descompensada, etcétera. Todos esos factores retrasan la menarca de Catherine, la protagonista, quien tiene relaciones con un hombre antes de haber conocido su mes. Más tarde encuentra a Stephan, un joven obrero que es lo contrario del hombre brutal con el que Catherine mantiene relaciones: la trata con respeto y dulzura. Por no ser virgen pero también por no haber menstruado nunca, Catherine se siente disminuida frente a él: "...se acusaba como de una falta de aquel largo retraso de su pubertad". En Germinal, Zola contribuye a echar los cimientos de un nuevo abordaje ético de la vida. Aquí estamos lejos de la "maldición de Eva". En el mundo que comienza a emerger en el siglo XIX, lo sentido por la muchacha como culpa personal y lo denunciado por el escritor como injusticia social, no es la sangre femenina sino su ausencia. Hacia el final de la novela, Stephan y Catherine se ven encerrados en la mina por un desprendimiento que los patrones, por ahorrar, no se han ocupado de prevenir. En medio de la horrible situación, los jóvenes conocen, sin embargo, una alegría: finalmente ven llegar la menarca de la muchacha. Por abrazarla después del descenso de su primera sangre, a Stephan le parece que es el primer hombre que la abraza. Ese hecho, que los llena a los dos de ternura, los consuela un poco a ambos ante su inminente muerte.

Pero no son sólo los escritores socialistas los que abordan el "tema prohibido". En el siglo XIX hay un historiador francés que se ocupa extensamente de la regla femenina: es Jules Michelet. Michelet no busca en ella los mismos significados que le solicitan Zola y los historiadores contemporáneos. Aunque le atribuye significados contradictorios, descifra en esa sangre un sentido del tiempo diferente al del tiempo social y cultural que protagoniza el varón. En tal sentido, por algunos aspectos de su reflexión, Michelet se aproxima a las poetas y pensadoras femenistas que están escribiendo sobre el mes de la mujer en el momento actual. Michelet habla de "ese ritmo divino" que, mes tras mes, mide el tiempo femenino. De esa sangre obtiene una nueva organización del universo. Su muda periódica identifica a la mujer con la naturaleza y, por ello, la opone al hombre, que no conoce crisis ni renovaciones corporales de índole comparable. Sin vaivenes de fortaleza y debilidad, el tiempo del hombre es cotidiano, pero no sideral. El varón puede encontrar una función cósmica en la cultura y en la historia, mientras que la mujer la encuentra en sí misma. Por eso Michelet se refiere a la menstruación como a una "crisis sagrada", que pone a la mujer más allá de la historia. Su sangre está regida por los astros, como el océano. El tiempo histórico es recto, fugaz e irremplazable, mientras que los astros, los mares y las mujeres participan del tiempo de la eternidad. Ese tiempo cíclico circular, regido por el manar de la sangre, es completo y triunfante. Como ocurre en las antiguas sociedades matriarcales, Michelet asocia la menstruación con la serpiente, atribuyéndole a tal asociación un sentido positivo. En su obra La mujer, compara a ésta con Melusina, una legendaria figura medieval característica del Sur de Francia, "que siendo periódicamente una tímida culebra, se ocultaba para mudar. ¡Feliz de aquel que puede tranquilizar a la bella hada Melusina! Tanto exceso de intimidad sólo puede ser para el hombre que sienta dicha y fervor ante la sangre femenina".

La menstruación en ia novela

En el terreno de la literatura, el ostracismo menstrual es semejante. En primer lugar, durante siglos hay comparativamente pocas mujeres que escriben. En segundo término, aquellas que se atreven a hacerlo, sufren bastantes ataques por permitirse ocupar un espacio intelectual o artístico que, supuestamente, corresponde al varón. En consecuencia, jamás mencionan un tema que probablemente ellas mismas consideran "ignominioso". La ya mencionada Historia cultural de la menstruación contiene un capítulo dedicado a las imágenes de la regla en la literatura, donde se destaca su casi total exilio hasta la segunda mitad del siglo XIX. A partir de entonces, se consignan varias novelas y poemas en que se la menciona en un lugar secundario o central. Dada la extensión de mi propio libro, me referiré solamente a ese escritor pionero que es Emile Zola y a Doris Lessing, una novelista sudafricana contemporánea, candidata al Premio Nóbel.

En La alegría de vivir; Zola acuerda un amplio espacio a la menarca de Pauline, la protagonista, y a la paulatina adaptación de ésta a su nuevo cuerpo. En su reciente investigación sobre la mujer, las historiadoras Anderson y Zinsser recogen testimonios dejados por mujeres del siglo XIX en cartas o diarios íntimos. En estos textos se registra que las madres no sólo se niegan a informar a sus hijas sobre las funciones corporales, en el esfuerzo por "preservar su inocencia", llegan a decirles, por ejemplo, que la sangre proviene de una herida en un muslo. Del mismo modo, en La alegría de vivir, la madre adoptiva de Pauline retrasa el momento de revelarle ese "gran secreto". A pesar de que el médico de la familia le dice que ha visto jovencitas que se enferman de terror ante la marea de su sangre, Madame Chanteau se calla:"... hay muchas niñas a quienes nadie previene. Siempre habría tiempo de decirle que las cosas eran así, sin exponerse de antemano a preguntas y explicaciones inconvenientes".

El descubrimiento llega con la violencia de lo inesperado. Ante ese "arroyo rojo", Pauline cree que su vida ha llegado al fin. Un tiempo antes, Lazare, el primo de Pauline, había permanecido largo rato tendido sobre la playa, cerca de la niña, con la mirada sumergida en la bóveda estrellada.

Súbitamente, para el asombro de su pequeña prima, había murmurado "Dios mío, Dios mío", sobrecogido por ese cielo infinito. Es sólo después de ver su nueva sangre que Pauline recuerda y comprende esa especie de lamento de Lazare ante el cielo sin límites. Lo que ocurre en el microuniverso de su cuerpo, que se transforma siguiendo leyes ocultas y eternas, le parece una fuerza tan lejana y misteriosa como la que rige a las estrellas innumerables. Zola, que se caracteriza por el desprecio fulgurante hacia las convenciones y el apasionado amor por la naturaleza, establece una comparación que le da a esa sangre un significado semejante al de los espacios siderales.

Zola es un escritor naturalista, heredero del entusiasmo científico de los grandes románticos nacidos a fines del siglo XVIII. En consecuencia, cree que el universo puede ser enteramente conocido por el ser humano. De ese conocimiento nacerá una humanidad más feliz. Así, aprovechando los descuidos de Madame Chanteau, Pauline estudia los libros de medicina de su primo. Quiere "saberlo todo para curarlo todo". De ese modo, llena de respetuosa piedad, se asoma sobre el paisaje de las enfermedades venéreas. Pero descubre también las respuestas a los enigmas de su propio cuerpo. Su menstruación le parece "un racimo maduro a la hora de la vendimia", "una lluvia roja que sube y estalla", colmándola de orgullo. En esta novela, el mes femenino no sólo adquiere un nuevo significado moral. Transmite también una diversa actitud artística: "Es la vida aceptada, la vida amada en sus funciones, sin repugnancia ni miedo, y saludada por la canción triunfante de la salud".

Sin embargo, en 1954, la representación del período todavía constituye un problema estético para una artista. En su novela El cuaderno dorado, Doris Lessing transcribe una página del diario de Anna, una escritora inglesa que milita en el Partido Comunista. Dicha página corresponde al día 15 de setiembre de 1954. En ese día Anna consigna hechos muy importantes en su vida pública y privada. Por un lado, después de largas reflexiones en tomo al descubrimiento de las represiones estalinistas, notifica al Partido que ha decidido dejar atrás sus muchos años de militancia. Por otra parte, es el día de la ruptura con Michael, su amante.

Junto con estos dos acontecimientos tan dramáticos, la escritora, una mujer divorciada con una pequeña hija, anota los hechos más cotidianos: preparar la comida, conversar con la niña sobre su jornada escolar, contarle un cuento. Quiere representar también los hechos más íntimos. En consecuencia, registra el agua entre sus muslos para borrar el olor del amante tras su última relación. También consigna el descenso de su sangre menstrual. Al anotar este último hecho, deja constancia de su vacilación: un problema estético que todo artista debe considerar es el del tacto. ¿Qué es lo representable y qué es lo "ignominioso", lo que debe permanecer sin nombre, exiliado de la representación?

En su Poética, Aristóteles sostiene que aquellos objetos que acostumbramos rechazar por repugnantes en la vida, pueden producirnos admiración cuando son adecuadamente representados por el arte. Anna es una mujer que ha conquistado penosamente su independencia política, personal y literaria. Sin embargo, sobre ella pesa todavía la antigua "maldición". Recordando el episodio de la defecación en el Ulises, de Joyce, decide escribir sobre su menstruación. Se siente llevada por un sentimiento de honestidad artística que la obliga a registrar la totalidad de la experiencia que conoce. Los acontecimientos políticos, laborales, amorosos y los hechos más menudos, quedan ritmados por el periódico cambio de sus compresas. No obstante, no puede referirse a esa muda sin consignar también un estremecimiento de asco. Finalmente, escoge condensar las treinta páginas que ha necesitado para describir su día. El 15 de setiembre de 1954 es reescrito en menos de media página. Hay una sola oración para su separación del Partido. Una sola para su ruptura con Michael. Para la menstruación, nada. Sin duda, el dolor de los dos cortes es la razón determinante de tal condensación. Hay una voluntad artística de sintetizar la representación de la pena para darle así, por ausencia, un mayor peso emocional. Pero tal vez hay otra razón que justifica un tan magro resumen. Después de pensarlo bien, acaso Anna decidió que, en el terreno literario, la menstruación debe permanecer privada de nombre por vergonzante.

Literatura uruguaya: "menstruación y agua de rosas"

En la literatura uruguaya, dos importantes narradores, Felisberto Hernández y Juan Carlos Onetti, se refieren a la menstruación. Escriben sobre ella en la marco tradicional que la asocia con "lo inmundo".

Hernández alude a la regla de modo eufemístico en su cuento "El comedor oscuro", incluido en la serie Nadie encendía las lámparas. El protagonista es un pianista pobre que se ve obligado a dar conciertos en el comedor oscuro de una dama sucia y vulgar, llamada Muñeca. Muñeca tiene una sirvienta, Dolly. La correspondencia de los nombres de esas mujeres significa una correspondencia mucho más profunda: la de la suciedad esencial de ambas. La primera vez que el pianista ve a Muñeca, la confunde con "una mancha violeta pegada al zaguán". Esa misma dama corta una conversación sobre música para ir a hablar con el carnicero. Así, conforme a una corriente que parte del pensamiento aristotélico y de la literatura del Antiguo Testamento, la mujer queda designada como materia. El hombre, un músico, representa en cambio la cultura, la civilización, el espíritu. Cada mes, dicha señora y su sirvienta interrumpen la música del pianista porque necesitan, para el mate, una caldera de agua que está en el baño. Esa agua mensual, que no se busca en la cocina sino en el espacio reservado a las necesidades íntimas, parece constituir un eufemismo para designar el flujo menstrual. Mujer, carne y menstruación ensucian el mundo. Así, en "El comedor oscuro" estas mujeres tienen, efectivamente, la capacidad de macular: mármoles, objetos exquisitos, recuerdos contenidos en ese comedor quedan profanados por un olor a lechón adobado que ellas han colocado sobre el mismísimo piano. Cuando el pianista protesta, la sirvienta lo invita a su cama a comerse con ella un pedazo de lechón.

El cerdo es un símbolo del arquetipo femenino. En Roma y otras ciudades era sacrificado a Demeter, hermana de Zeus, protectora de la agricultura y diosa de los misterios eleusinos, de los que debían mantenerse alejados los que no tuvieran puras las manos. Los días siguientes a los sacrificios, los iniciados permanecían ayunando. El poeta yámbico Semónides de Amorgos (s. VII A.C.) convirtió el símbolo sagrado en burla. Escribió una famosa sátira en la que llama "cerdas" a una categoría de "malas mujeres". Así, en la civilización griega, lo femenino se transforma paulatinamente en elemento de peligro o en motivo de burla, que procura mitigar dicho peligro. El cuerpo antes sagrado de la Madre se vuelve fuente de miedo. Todavía hoy la literatura registra signos de tales reacciones, donde temor y asco se entremezclan. El personaje de "El comedor oscuro" no quiere perder su empleo (su música, su cultura, su vida espiritual) por un pedazo de lechón y se niega a acostarse con la sirvienta.

De manera particularmente explícita, Onetti busca fragmentar la figura de la Madre. Justamente porque es la que gesta y alumbra, quiere arrebatarle su poder de dadora de vida espiritual. En la novela El Pozo, Eladio, el protagonista, sostiene que "...el espíritu de las muchachas muere siempre; terminan siendo todas iguales, con el deseo ciego y oscuro de parir un hijo. Piénsese en eso y se sabrá porqué no hay grandes artistas mujeres". En consecuencia, la menstruación como signo potencial de maternidad aparece asociada con desesperanza e inmundicia. En su cuento "La novia robada", para mostrar hasta qué punto los valores de los hombres se han mecanizado y envilecido, los vincula con la sangre femenina: Barthé, un farmacéutico "sucio de años y moscas era, también, líder de algún grupo trotzkista que redactaba y firmaba, con ritmo menstrual, manifiestos, declaraciones y protestas sobre temas exóticos y diversos". Como vimos más arriba, el historiador Michelet atribuye a la menstruación el significado de "crisis sagrada". Esa sangre está regida por los astros, como el océano. Al revés, en la narrativa de Onetti, los ciclos mismos del universo se vuelven a la vez triviales y maculados al asociarse con el ciclo de las mujeres:".. .aquel otoño empezó sin violencia, tan suave como el Kleenex que esconden las mujeres en sus carteras, tan suave como los papeles de seda, sedosos, arrastrándose entre nalgas".

En cambio, en la novela Mesías en Montevideo, de Teresa Porzecanski, la sangre es signo de la Diosa en su aspecto terrible. Las mujeres le rezan: "Ah, Coruya, no viertas sobre mí tu sangre oscura". "Coruya" es otro nombre de la lechuza, signo de divina sabiduría femenina. La sangre también representa la periódica muerte de la mujer y su renovación, su tiempo no lineal sino multidimensional. Es líquido mágico, misteriosa sustancia del universo: "Las mujeres... debían primero darse a luz a sí mismas, desnudas entre sus vísceras, donde habían guardado durante milenios, la alquimia que, una y otra vez, repitiera ese código humano". Sangre que roza lo eterno, sangre que es lenguaje ("código") de entrañable verdad, fundamento mismo de la humana especie.

El solo hecho de incluir la regla en una obra poética significa darle entrada a un terreno que durante siglos permaneció casi siempre reservado a aquellos elementos tradicionalmente considerados como "hermosos". Integrada al mundo poético, la menstruación adquiere nueva identidad estética. Así, es con significado muy diverso que aparece en un poema de Amanda Berenguer, incluido en su libro Materia prima. (El título del libro ya es significativo. Porque ¿no creían acaso los antiguos que la sangre era la materia primera, con la que están formados hombre y universo?) El título del poema es "Inventario solemne". Es el nombre que, en jerga notarial, se da a un inventario hecho en presencia de testigos. Esta es la lista de elementos que componen una "herencia yacente": ha muerto el último miembro de una familia compuesta mayoritariamente de mujeres. Las cosas que se van registrando permiten a la poeta reconstruir esas vidas femeninas. De la reconstrucción surge el Universo. Con resonancias de la Diosa prehistórica y de sus pétreos santuarios, van emergiendo los diversos signos de la Madre y de su poder ilimitado. Hay reptiles y peces, gemas y plantas. Hay muchos pájaros, símbolos de la Diosa Celeste, volando en las cuatro direcciones (su influjo es infinito). Está la araña, capaz de extraer de su propio cuerpo la materia con la que teje su mundo. Hay animales venenosos, como la escolopendra y el escorpión que, en la noche, es signo del mal. Pero, durante el día, simboliza la abnegación materna pues, según la leyenda, sus hijos le desgarran los flancos y le comen las entrañas antes de salir a la luz. Hay "un gato montés copulando con una garza rosada". De acuerdo con una antigua tradición, el animal cazador sobre el lomo de una presa no significa muerte sino matrimonio sagrado, que trae fertilidad sin fin. Se menciona el santuario de la Diosa (o su sexo divino): "una cueva o nacimiento y sus bisontes cuaternarios". Allí están los cuernos, que la señalan como reina. También se habla de una corona. Evidentemente, no puede faltar la serpiente pájaro: "boas blancas o negras de avestruz o marabú". Hay también un microuniverso de "objetos chicos, lisos y pastosos, amasados con menstruación y agua de rosas". Como en la tradición de tantos pueblos, la sangre femenina se relaciona con las flores. Pero los signos de la Diosa aparecen en medio de un contexto que los desacredita. La corona está "seca". Araña, escolopendra y escorpión se encuentran guardados en una "caja de madera" o ataúd. Los bisontes cuaternarios se hallan en medio de una "tácita cacería urbana". Los pájaros están enjaulados. Las serpientes emplumadas y los animales que copulan yacen en "un charco de naftalina". Los signos de la Diosa ya no se comprenden, transformándose en "materiales inservibles", "cosas para después y nunca", en medio de ese "libro de actas, puntual, al día" que es el de la vida contemporánea. Semejante al caso de la narrativa de Porzecanski, el poema aparece como una emergencia de la Diosa humillada que, a pesar de todo, logra despertar imágenes de su esplendor y solicitar atención hacia sus criaturas, aunque estén muertas y transformadas en carcomidas pieles. Sus signos parecen "inservibles" y, aparentemente, apuntan al fin. Sin embargo, nada es insignificante y la presencia de la Diosa significa, después de la terminación, otro comienzo.

Entre 1987 y 1990, Rosana Malaneschi escribe dos poemas donde, acaso sin saberlo, recoge tradiciones científicas y folclóricas en torno a la mujer, que se pierden en la noche de los tiempos. Como Hipócrates, piensa que los hombres son "secos y calientes", mientras ella es helada y está humedecida por su sangre. Como probablemente hadan las mujeres prehistóricas, quiere estar sola, lejos de las miradas masculinas, para concentrarse en la vida que se significa a través de su sangre. También para ella, el menstruo se asocia con la flor: "Entre algodones cubro mis amapolas". Lalo Barrubia también reitera menciones a la menstruación en su libro de poemas y fotos Suzuki 400. Uno de los poemas ha sido editado, significativamente, bajo la forma de hoja de agenda (la sangre que reaparece periódicamente, mide el tiempo). Fluye de su "concha", que en español rioplatense es una forma brutal de designar el sexo femenino. Sin embargo, la concha, asociada al mar, es símbolo del origen de la vida. De ella emerge Afrodita, la Diosa del Amor, cuyo origen nos recuerda hasta hoy la famosa pintura de Botticelli. Para Lalo Barrubia, esa sangre la "ilumina", vinculándose no sólo con la manifestación física sino también mental de la vida: suele aparecer en su cabeza.

Un número de Alternativa, correspondiente a enero de 1990, publica un poema donde Marisa Silva reconstruye los sagrados ritos de la menarca. Pero también aquí aparece la degradación: "desesperaré sangre/ tendré once años/ seré sobre la tierra/ todo mi cuerpo". Ya hemos visto a las jovencitas puna y mohave, a Blanca Nieves y a la Bella Durmiente tendidas en la tierra. Simbolizan la muerte de la niña y el nacimiento de la mujer. Pero el ritual de renovación se ha transformado en algo "desesperado". Es que, como la poeta dice: "Se me ha prohibido la sangre/ que me nutre/se ha desnombrado la sangre" (de sagrada se volvió ignominiosa). El poema también protesta contra esa larga tradición que Miss Mary contribuye a propagar: "la sangre nunca me ha enfermado", dice Silva. Al contrario, representa su "tanto de misterio". También le confirma la reiteración de los ciclos: "La naturaleza/ me organiza/ me desorganiza/ me organiza". A través de ella, siente lo que acaso sentían las mujeres prehistóricas cuando, durante su mes, procuraban ponerse en contacto con la Diosa lunar: "soy millones de mujeres/ en los tiempos".

La menstruación en Ia reina de la chatarra

Supuestamente, los teleteatros están dirigidos a un público femenino. La historia que cuentan (con variantes) es la que empezó contando la novela helenística en el siglo III. Tanto en la novela griega como en este género tan actual, la anagnórisis o reconocimiento preside el acontecer narrativo. De acuerdo con mis investigaciones, no hay ningún teleteatro durante el cual un hijo no reconozca a sus padres tras un largo período de separación, o viceversa. Ese reconocimiento tardío ocurre porque la madre se ha visto obligada a abandonar su pequeño bastardo, porque una malvada suegra lo ha raptado, etcétera. En consecuencia, la función femenina de la gestación se transforma en una función narrativa central. Sin embargo, es tradición teleteatral que otras funciones femeninas permanezcan silenciadas. La única alusión explícita a la menstruación que yo conozca se produjo en el teleteatro Brillante, de Gilberto Braga. Luisa (Vera Fischer) señala que debe ver a un ginecólogo, pues "ha sufrido un atraso". Obviamente, la razón es que espera un hijo de Paulo César (Tarciso Meira), hijo que éste reconocerá muchos capítulos después.

Cuando no está vinculada directamente a la función reproductiva, la menstruación permanece teleteatralmente "ignominiosa". Siempre en el marco de mi conocimiento, los teleteatros jamás incluyen a una madre que explique a su hija en qué consiste el ciclo femenino ni a dos amigas que conversen acerca de las características físicas y emocionales de la menopausia.

Sin embargo, en el primer capítulo de La reina de la chatarra, un exitoso teleteatro de Jorge Fernando, hay una escena que condensa dos secuencias relativas a la menstruación. Las mismas pertenecen a la ya citada novela Carrie (y al filme correspondiente). El primer capítulo de Carríe muestra a un conjunto de adolescentes tomando una ducha después de una clase de gimnasia. Entre ellas se encuentra Carrie, cuya madre padece de una religiosidad demencial. La dama cree literalmente en la leyenda judía (no bíblica) de acuerdo a la cual Yavé habría maldecido a Eva con la menstruación. Por lo tanto, piensa que si mantiene a su hija en una completa ignorancia respecto de la corporalidad, tal vez sobre ésta no caiga nunca semejante maldición. La extraña madre que tiene y la educación que ésta le da hacen que Carrie sea una niña diferente. Como ocurre en muchas comunidades humanas y en algunos grupos animales, el individuo que presenta diferencias es repelido por ese grupo. Carrie recibe permanentes hostigamientos por parte de sus compañeras. Pero éstos llegan al colmo ese día, en las duchas, cuando Carrie comprueba, horrorizada, que está perdiendo sangre y cree que ha recibido una herida. Las compañeras la encierran en un círculo mientras la insultan, se ríen de ella y le arrojan tampones y toallas higiénicas, con las que Carrie no sabe qué hacer. Como consecuencia de sentirse arrepentida por haber participado en una agresión tan brutal, una de esas chicas le pide a su novio que invite a Carrie al baile de graduación. Carrie y su compañero son elegidos los reyes de la fiesta. Pero otra compañera, que odia a la desdichada muchacha, ha preparado una trampa especial. Cuando la pareja se acerca para ser coronada, el novio de la enemiga deja caer sobre ellos dos baldes llenos de sangre de cerda (que, como sabemos, es un símbolo femenino). Carrie se transforma en una sinécdoque: no es sólo de una parte de su cuerpo que mana sangre. Toda ella está enrojecida y chorreante.

Para elaborar la mencionada secuencia de La reina de la chatarra, Jorge Fernando toma elementos de ambas escenas, los comprime y sustituye el significado menstrual por otros, de diversa índole. María del Carmen (Regina Duarte) es la hija de un recolector de chatarra (Lima Duarte) que se ha enriquecido con su trabajo. Por lo tanto, puede enviar a su hija a un costoso colegio. Sus compañeros, que vienen de familias patricias, la desprecian. Pero ella, a fuerza de tesón e inteligencia, consigue las notas más altas. Como premio a sus méritos, es elegida reina del baile de promoción por las autoridades del colegio. Es coronada por Edú (Toni Ramos), otro estudiante, que viene de una aristocrática y haragana familia venida a menos. Luego de coronarla, éste hace un gesto como para invitarla a bailar. Pero, cuando ella extiende sus brazos hada él, Edú se aleja bailando con otra chica. María permanece en medio de la pista, desconcertada. Como no tiene pareja, intenta alejarse, pero sus compañeros han hecho un círculo a su alrededor, manteniéndola prisionera. Contra sus espaldas han pegado un cartel que dice "la reina de la chatarra", por lo que la señalan y se ríen sin que ella entienda porqué. Luego, tras un signo de Edú, sobre la corona de María cae un balde lleno de barro.

La reina de la chatarra: la sangre se transforma en inteligencia

Como tantos otros productos de la red O Globo, este teleteatro apunta, por una parte, a un público tradicional. La estructura del relato es bastante semejante a la de las soap operas estadounidenses. Se trata de la lucha por la hegemonía económica de una firma comercial, perteneciente a la protagonista. Hay también pasiones amorosas, hijos de origen misterioso y una "suegra madrastra", lejanamente emparentada con las brujas de los cuentos populares. Los largos besos y el permanente suspenso advierten a ese espectador convencional que no será defraudado.

Pero el teleteatro busca captar también a otro espectador, de gustos más exigentes. Ese será el cinéfilo que descubrirá, encantado, que casi cada capítulo mantiene un diálogo con clásicos del cine pertenecientes a los géneros más variados (suspenso, comedia, musical, etcétera). Cada semana, ante los ojos de ese espectador alternativo, desfilan escenas pastichadas de Los caballeros las prefieren rubias, Domando al bebé, Luz de gas, Cabaret, El show debe continuar, etcétera. Por otra parte, si bien la estructura narrativa es, como indicamos, altamente previsible, hay elementos nuevos. El poder económico no está en manos de un hombre sino de una mujer. María del Carmen no vence a sus adversarios haciendo que se enamoren de ella. Los conquista con su inteligencia superior y su mayor capacidad de trabajo. Es ella quien solicita a Edú en matrimonio y no a la inversa. Para ese espectador alternativo, susceptible de captar el sentido ideológico de tales modificaciones, el significado del episodio que alude a Carrie resulta muy interesante. Por medio de la alquimia teleteatral, Jorge Fernando transforma la menstruación de Carrie en la inteligencia y la capacidad de trabajo de María del Carmen. La sangre de la adolescente inventada por King suscita asco entre sus pares. En La reina de la chatarra, ese asco se trasmuta en envidia. Lo que atacan los jóvenes patricios es el talento femenino y no la función por la cual, durante siglos, se le adjudicó a la mujer una inteligencia inferior. Y el rotundo triunfo de María, obtenido a pesar de muchos obstáculos a lo largo de cientos de capítulos teleteatrales, connota que la mujer tiene posibilidades en todos los campos de la vida.

Menstruación y publicidad

Los teleteatros aún usan eufemismos para representar la regla. Pero, en términos generales, puede decirse que hoy, en los medios de comunicación, el cuerpo femenino se ha "liberado". La menstruación ha dejado de ser "un secreto de mujeres". Un corto publicitario realizado por la tevé argentina muestra a la modelo Araceli González en un torbellino de actividad. Se viste a toda prisa. Monta una moto (conducida por un hombre) que, probablemente, la lleva a su trabajo. Termina su jornada recibiendo homenajes de dos admiradores. Todo eso ocurre en medio de la precipitada euforia de la "novela de publicidad" (sonrisa permanente, movimientos estilizados, semejantes a los de la gimnasia aeróbica, banda sonora llena de dinamismo). Esas imágenes se alternan con otras, velocísimas, que representan chorros de agua. La sangre ha sido debidamente domesticada, pasando de la vividez del rojo a un neutro transparente. Los chorros rebotan sobre una toalla higiénica que parece cristal. Así, el publicitario "demuestra" que, por medio de esa toalla, la mujer logrará todos los días la misma eficacia y el mismo vertiginoso placer de vivir. Conseguirá, también, evitar el supuesto "horror" del varón (Araceli atrae la atención de dos hombres.)

Otro publicitario muestra a una adolescente de unos trece años mientras camina, en shorts, por una calle. La muchacha se detiene, intimidada. Unos pasos más adelante ve un grupo de varones de su edad, entre los cuales debe pasar para continuar su camino. Una voice over la incita a no detenerse: "Estás protegida. Estás segura. Nadie notará nada". El publicitario termina con un primer plano de objeto que muestra un tampón, mientras la voice over le aconseja al público femenino que lo use. Con un tuteo cómplice, ordena: "Siéntete segura todos los días de tu vida". A nivel paraverbal, el mensaje es amable y seductor. Pero a nivel conceptual, se asemeja mucho al de Miss Mary: "Nadie debe saberlo. Es un vergonzoso secreto de mujeres".

¿Es ésa una verdadera liberación? La nuestra es una época de eficiencia y placer inmediatos. Es también una época que corre incesantemente tras el lucro. Quien trabaja no puede detenerse. Tampoco puede parar el lanzamiento de nuevos productos al mercado. Esos imperativos son ajenos a las tradiciones culturales. Son extraños, también, al significado de las funciones corporales. Lo importante es que dichas funciones no obstruyan gasto, placer y producción. Por lo tanto, en esos días, el mensaje publicitario nos muestra a la joven veloz, incansable, siempre seductora. Bajo su esplendorosa feminidad, la publicidad ofrece modelos masculinos de mujer.

Este hecho no se relaciona sólo con el capitalismo. La parte masculina de la mujer ha despertado y quiere desarrollarse para su beneficio y el de la sociedad. Pero tal desarrollo genera un conflicto entre la adaptación al principio masculino de esfuerzo y logro y el respeto de lo femenino que reside en el interior de cada mujer. Muchas afirman que hay sólo una diferencia corporal entre los sexos. Así, permanecen esclavas, no del hombre, sino del principio masculino. Pierden contacto con el principio femenino de interioridad y subjetividad, que no sólo ellas precisan. También los hombres necesitan un lazo con lo femenino, para entender mejor a las mujeres y a sí mismos y para relacionarse con el mundo interior o espiritual. Ya en los años treinta, la psicoanalista Esther Harding saluda el enriquecimiento que supone, para mujer y sociedad, la activación del principio masculino que hay en la primera. Pero señala que la armonización de lo femenino y lo masculino es una meta vital para nuestro tiempo. De lo contrario, dice Harding, la infelicidad emocional signará la época. Por lo mismo, el legado de los "primitivos" no debería ser olvidado por nuestra civilización científica y tecnológica. Entre las costumbres de aquellos suelen ocultarse importantes vetas de sabiduría. Como en esas sociedades el principio de producción no lo rige todo, le permiten a la mujer vivir su tiempo cíclico: alternar vida comunitaria y solitaria, trabajo y reposo. Así, muestran comprender el significado psíquico y orgánico de la menstruación. Acaso una comprensión no "publicitaria" sino profunda de ese fenómeno contribuiría a equilibrar la hiperactividad sin rumbo, propia del mundo occidentalizado, volcado hacia lo exterior y enajenado de la interioridad.

Menstrúan las hijas de Grande Pá

Cuando este libro ya se encontraba en prensa se me solicitaron varias asesorías sobre "Semiótica y televisión". Las mismas venían de sectores de población bastante heterogéneos. Fui invitada por psicólogas de un par de colegios pagos (clase media alta de Montevideo). Pero también se me llamó desde algunas escuelas y liceos del Interior. Uno de esos liceos se encuentra ubicado en un barrio obrero de Maldonado. El programa televisivo que debía analizar para dichos psicólogos, docentes y padres, pertenecientes a grupos socioeconómicos tan diferentes, era Grande Pá. Dicho programa había sido escogido por niños y adolescentes de entre cinco y quince años, que lo señalaron mayoritariamente como favorito. Algunos de esos niños y adolescentes estuvieron presentes en mis charlas, y, como veremos, participaron activamente en ellas. Grande Pá oscila entre la serial (cada entrega constituye una unidad comprensible por sí misma) y el teleteatro (existen elementos de suspenso que suelen vincular un capítulo con otro). El planteamiento es relativamente anticonvencional. Se trata de un padre viudo (Arturo Puig) que se ocupa de "maternar" a sus tres hijas. (Al iniciarse la serie hace varios años, éstas eran todavía niñas.) De todos modos María, la empleada doméstica (María Leal), ofrece una figura de madre. Prepara comida, lo que constituye, al mismo tiempo, una tarea práctica y simbólica: en el acto de alimentar se significan la protección y el amor. Soporta fastidios cotidianos y brinda sugerencias y consuelo. Pero el padre también es capaz de cuidar, escuchar "secretos de mujeres" y mantener con sus hijas una relación de tibieza y contacto físico que, tradicionalmente, es más propia de la madre.

Como todo mensaje televisivo, Grande Pá está presidido por la figura retórica de la redundancia. Es necesario reiterar varias veces las ideas que se desean comunicar. Ello se debe a las condiciones de la situación comunicacional a que está sujeta la tevé. Si un espectador, requerido por cualquier exigencia del hogar, debe desatender un instante el programa, no puede perder los signos clave del mismo.

Para mi sorpresa, el capítulo con el que debí trabajar giraba en torno a la menarca de Flo, la hija menor. El tema permitió al guionista una revisión de varios de los más importantes prejuicios en torno a la menstruación y a las identidades sexuales. Me parece interesante, no sólo analizarlo, sino consignar algunas reacciones de madres y maestras, especialmente aquellas que viven en el Interior y provienen de ambientes relativamente carenciados.

Para iniciar el planteamiento del problema, el guionista escoge un espacio tradicionalmente considerado como "viril". Se trata de la cancha de deportes del liceo al que asiste Flo. Un grupo de adolescentes de ambos sexos se encuentra entrenando para un partido de pelota. Algunos varones están desconformes por tener que jugar con niñas. El argumento que dan se pierde en la bruma de las tradiciones. Sostienen que "las mujeres lloran por cualquier cosa". Flo responde: "Lo que pasa es que ustedes son unos brutos. La última vez que jugué, me tiraron al piso". ¿Protesta contra una identidad masculina que recurre innecesariamente a la violencia? En todo caso, la niña desmiente rápidamente la "cobardía femenina". Hace gol tras gol y es elegida capitana del plantel del colegio. En compañía de su amigo Facu, regresa a casa. Ambos se sienten orgullosos de ella. Facu le dice a María: "No sabés los bombazos que tira. Es mejor que un chico". De ese modo, se refuerza la idea de igualdad y ocasional superioridad de la niña sobre el varón. El planteamiento resulta particularmente convincente por el hecho de que es justamente un varón quien lo hace.

María quiere prepararles el almuerzo, pero Flo no desea comer. Este ayuno femenino tiene un significado nuevo: se trata de disciplina deportiva. Facu la apoya, pues "¡Con Flo tenemos el partido asegurado!". Es más importante una buena jugadora, aunque sea mujer ("débil" y "cobarde") que un varón menos diestro. Sin embargo, durante el transcurso de la conversación, Flo se dobla a causa de un súbito dolor y sale corriendo. En la secuencia siguiente la encontramos en el baño (espacio menstrual por excelencia). Ahora ya no lleva el uniforme del colegio, que la igualaba con sus compañeros del otro sexo. Viste una remera a rayas rojas y blancas, que parece significar el conflicto que se está desarrollando en su interior. No puede detener el manar de su cuerpo (franjas encarnadas) aunque quisiera permanecer "limpia" (franjas blancas). El espejo constituye un rico símbolo en la medida en que refleja la variabilidad temporal y existencial del individuo. Flo se está sintiendo dramáticamente afectada por la ley de discontinuidad y cambio que rige este mundo. Así, proyecta en el espejo su imagen mutante. El espejo simboliza también la toma de conciencia de ese nuevo estado, de esa transformada identidad. Por otro lado, todavía devuelve la imagen de la niña prepúber que aceptara en el pasado. Refleja a aquella Flo que hasta hace unas horas estuvo frente a él y ahora comienza a alejarse. Pero, al mismo tiempo, el espejo significa la capacidad de adaptación de los que lo visitan. De un modo connotado, nos tranquiliza. En un futuro próximo Fio aceptará y hasta dará la bienvenida a este nuevo estadio de su vida. Finalmente, es pertinente recordar que, por estar relacionado con la luna, el espejo es atributo femenino y, en consecuencia, se vincula con el manar mensual. Mientras, llega María, quien desea interesarse por la salud de Flo. Pero ésta se niega a contarle su "problema". (Siente que la menstruación es "ignominiosa".) María la abraza, diciendo: "Esta niña es el bebote de la casa". Si la chica que representa a Flo fuese buena actriz, seguramente la mímica que hace comunicaría el sentimiento de dolor del personaje ante esa niñez perdida. La secuencia siguiente nos la muestra acostada en la parte alta de una cucheta. Como las adolescentes de las sociedades llamadas "primitivas", Flo se recluye en esa metáfora de la cabaña menstrual que es su dormitorio. Facu entra y le pide que le enseñe a ejecutar un tiro en el que es particularmente diestra. Ella se niega y el varoncito la acusa de egoísmo. De ese modo, se plantea la existencia de una cultura femenina y otra masculina, que tienen conocimientos y experiencias diversas. Así la diferencia sexual queda presentada, también, como diferencia cultural que suele redundar en incomprensiones y malentendidos. Por desconocer (u olvidar) la vivencia menstrual, el chico sólo puede atribuir el significado de "egoísmo" a la negativa de Flo. Es interesante destacar que, mientras la adolescente permanece en lo alto, Facu está en el suelo, más abajo que ella. Generalmente, la posición más elevada se utiliza como signo de jerarquía. A través de la distribución espacial de los personajes, el director connota que su menarca confiere a la adolescente una riqueza (en conocimiento, experiencia, posibilidades) que el varón no tiene.

En una secuencia posterior, Flo aparece en primer plano, de frente a la cámara. Se halla enfrascada en la lectura de un libro titulado El cuerpo humano. En el fondo de la escena, Jose, la hermana mayor, habla y abraza a su novio. De nuevo, la distribución espacial de personajes y objetos resulta significativa. Flo todavía tiene una experiencia teórica (debe leer libros) y atemorizada de su cuerpo (está de espaldas a las posibilidades sexuales y amorosas que se están abriendo para ella). Jose se dirige a su hermanita llamándola "piojo". Como María, todavía percibe en ella al "bebote". Más adelante la encontramos en el gimnasio. Pero esta vez erra los tiros. Cuando la entrenadora quiere saber qué le ocurre, se obstina en no contestar, obediente a la tradición de acuerdo con la que la menstruación es "ignominiosa". La entrenadora le aconseja que se vuelva a casa, tome una ducha y descanse. Pero la adolescente contesta que no quiere jugar nunca más. La profesora se asombra: "Si vos jugás muy bien y te encanta el deporte". Flo responde: "Eso era antes". Pero rehúsa contestar a la pregunta "¿Antes de qué?". La menarca aparece percibida como ese vergonzante umbral que, durante milenios, apartó a la mujer de los diversos ámbitos públicos para recluirla en el silencio del hogar. En la secuencia siguiente, María pide a Grande Pá que hable con Flo porque "vino rara del colegio". Cuando éste entra en su dormitorio, Flo se indigna porque no golpeó la puerta. Como los integrantes de muchas culturas, Flo siente que, con la menstruación, se ha demarcado un límite que los varones no deben franquear. De nuevo, está enfrascada en su libro sobre el cuerpo. Pero pretende que se trata de una tarea escolar. Está "estudiando el aparato respiratorio". Así, se muestra tributaria de la antigua doxa de acuerdo a la cual algunas funciones corporales tienen un nombre compartible, comunicable, socialmente aceptado y otras no. A la pregunta acerca de por qué no quiere hacer más deportes, responde que es "porque antes jugaba mejor que un varón y ahora...". Ya hemos visto esa vieja creencia según la cual la menstruación marca una barrera que separa ineludiblemente a los sexos, dejando a la mujer detrás. Flo insiste en privar de nombre dicha barrera. Cuando el padre le pregunta: "¿Y ahora qué pasa?", contesta "Ahora no tengo ganas". Como su nombre lo indica, todo aquello que es vivido como "ignominioso" no puede alcanzarse ni siquiera a través de la palabra. Entonces, se transforma en lo no querido, en lo despreciado. El padre insiste en saber si no le ocurre nada. La adolescente arroja el libro con furia y se va. Pero una vez que su dormitorio ha quedado solo, Flo regresa con un paquete de toallas higiénicas. Camila, su primita menor, la sigue. Flo exige también de ella que llame a la puerta. La menstruación adquiere así el significado iniciático que no sólo separa a mujeres de hombres sino a niñas de adultas. Más tarde, la adolescente recibe la visita de Facu. El plantel del colegio perdió el partido. Facu erró todos los tiros. Parecería que el guionista quiere connotar que, sin mujeres, todas las actividades (aun las tradicionalmente desarrolladas por hombres) se hacen mucho más difíciles. Al mismo tiempo, le adjudica a Flo el antiguo significado de "musa inspiradora". En su ausencia, al varón le falta aliento para llevar adelante sus planes. Facu insiste en su acusación de egoísmo. ¿Por qué Flo no le enseñó cómo realizar aquel tiro tan eficaz? La adolescente le contesta que "no podía" y que "tampoco puede contarle por qué". Facu se muestra consternado: "Antes nos contábamos todo. ¿Por qué cambiaste?". "Vos no cambiaste", responde Flo. La primera parte de la respuesta parece coincidir con la teoría de la psicoanalista Helene Detsch. La niña mantiene la ilusión de poder adquirir el sexo masculino. (Flo se esfuerza en jugar a juegos tradicionalmente varoniles y jugarlos mejor que un varón.) Pero la sangre de su menarca es el signo que disipa definitivamente tal ilusión. Sin embargo, Flo agrega: "Seguís siendo un nenito". En su parlamento hay signos de luto por la niñez perdida. Pero también hay signos de condescendencia. La adolescente, ubicada en la parte alta de la cucheta y en una nueva etapa de la vida, mira hacia abajo, adonde se encuentra el varón, todavía sumido en la infancia. Facu le contesta que siempre "se conformaba de no tener un hermano porque la tenía a ella". "¡Yo no soy tu hermano! ¡Tarado!",grita Flo furiosa. Y lo echa de su cuarto, mientras masculla: "Soy una chica". Las palabras y la actitud sugieren una primera emergencia de su feminidad, sentida como positiva y violentamente reivindicada frente a los ojos ciegos del amigo. Posteriormente, la pequeña prima se desliza nuevamente en el dormitorio de la adolescente. Quiere averiguar qué hay en la misteriosa bolsita de toallas femeninas. Flo la descubre y la golpea. El griterío de las chicas atrae a Grande Pá, quien exige a la adolescente que pida disculpas por su actitud violenta. ¿La menarca desencadena una agresividad incontrolable, como sugieren algunas novelas y algunas teorías médicas ya estudiadas? ¿O dicha agresividad es suscitada por su tradicional significado "ignominioso"? El guionista connota que, al permanecer sepultada, privada de nombre, despojada de socialización, la menstruación se transforma en problema que estalla bajo forma de ira. Flo no quiere excusarse de nada, con lo que parece significar una nueva reivindicación de la función que tanto ha rechazado. Grande Pá no puede comprender su cólera: "¿Qué te hizo tu primita?". Como toda respuesta, la cámara muestra la pantalla de una lámpara, enteramente roja. Más tarde, Camila se dirige a Grande Pá para decirle, contrita, que, sin permiso, ha estado revolviendo las "cosas escondidas" de su prima. Admite haber revisado una bolsita que decía "toallitas femeninas". "Aunque pinta de toallitas no tenían", agrega la niña. Entonces, Grande Pá sube al dormitorio de su hija para cumplir con una función que generalmente corresponde a las mamás: la de explicar el significado de la menarca. Camila queda sola con María. A ellas se une Jose, que acaba de entrar. Camila le pide a María que le explique el significado de las "toallitas femeninas". María invita a Jose a participar en esa explicación. Por un lado, el programa pretende levantar la tapa de "ignominia" que pesa sobre la menstruación. También las más chiquitas deben comprender esa función. Por otro, la secuencia recuerda las reuniones de algunas comunidades primitivas ya estudiadas, en las cuales el grupo de mujeres se reúne para develar ante las más pequeñas el misterio de la primera sangre. Pero la secuencia clave es la que ocurre entre padre e hija. El director los ubica sobre la misma cama, muy cerca uno de otra. Parecería que Grande Pá quiere enseñar a Flo a comunicarse verbal y físicamente con un hombre en la inmediatez y la ternura, facilitándole de ese modo el camino hada la pareja. Inicia la conversación diciéndole que debe perdonar a Camila. Revuelve sus cosas "porque ve en ella a la chica grande que quisiera ser" (connotando que toda niña desea menstruar para transformarse en mujer). Pero Flo sostiene que ella quisiera ser hombre, porque "son más fuertes, nadan más rápido, juegan a la pelota". Es la doxa en su plenitud. Grande Pá responde diciendo que, sin embargo, las mujeres se llevan la mejor parte: "Convertirse en una mujercita debe ser lo más lindo del mundo". El parlamento recuerda vagamente las investigaciones de Bettelheim según las cuales muchos varoncitos envidian a las adolescentes su capacidad de menstruar, que les señala de modo inequívoco el pasaje de un estadio a otro. Flo quiere saber si a Grande Pá le hubiera gustado tener varones. Este responde que la primera vez deseó un varón. Se connota así el deseo de perpetuación del apellido, el impulso narcisista de verse reflejado en el hijo, acaso la creencia en la superioridad masculina. La segunda vez, también quería un varón, "para hacer la parejita". Pero cuando nació Flo decididamente quería una nena. Había comprendido que con las niñas el padre establece un lazo de cariño, de mimo, de dulzura física que es único. De ese modo, Grande Pá reivindica el vínculo edípico que psicoanalistas como Christiane Olivier juzgan tan necesario para el desarrollo emocional de la mujer. También brinda un ejemplo de la teoría propuesta por Nancy Chodorow. Según esta investigadora, no sólo la madre biológica sino todo ser humano y, especialmente, el papá, debe poder realizar las funciones de cuidado y ternura, tradicionalmente consideradas como "maternas". Flo disiente: "Hay mil cosas que no podés hacer". El padre le hace notar que, sin embargo, "la naturaleza la prepara para la más grande de todas: ser mamá". Le cuenta que los mayores sueños de su vida son que Flo se case y tenga hijos. Y que se convierta en mujer: "Prometeme que cuando eso pase me lo vas a decir. Quiero agradecer a Dios por verte crecer". El significado sagrado de la menstruación se confirma, mientras padre e hija se abrazan, La secuencia siguiente muestra a Grande Pá que, ya fuera del dormitorio de la adolescente, enjuga lágrimas. No sólo el padre ha compartido con la hija su primera menstruación, resignificándola como un acontecimiento comunicable y de valor casi religioso. También rompe la doxa con la que se inicia la historia, según la cual las niñas no pueden jugar a la pelota porque lloran. En este mundo narrado, las niñas pueden hacer cualquier cosa, hasta derramar su sangre sin avergonzarse. Como contrapartida, los hombres se permiten derramar lágrimas, un fluido que, tradicionalmente, conlleva significados no masculinos. En la penúltima secuencia regresamos a ese "espacio menstrual" que es el baño. "Quiero hablar contigo", dice Flo a Jose. "¿Tiene que ser aquí?", responde la mayor. "Precisamente aquí", insiste la adolescente. Pregunta si es verdad que, mientras dura el período, se pueden practicar deportes: "¿No se sienten dolores?". "No te duele nada y podés hacer todo lo que quieras", es la respuesta. Jose señala la cabeza de Flo: "Todos los problemas están ahí y en ninguna otra parte", le dice. La contestación de Jose es similar al resultado de las investigaciones de Irving Zola, relativas a la percepción del cuerpo y a las razones para consultar un doctor. A través de ese trabajo, Zola muestra que la consulta médica está marcada y encauzada por la percepción cultural del propio cuerpo. El ambiente sociocultural genera sensaciones, concepciones y respuestas distintas aunque, de hecho, el proceso biológico sea el mismo.

La última secuencia muestra una fiesta, que recuerda los rituales de la menarca realizados en el marco de culturas de predominancia masculina. Las hermanas traen comida y el padre, flores. (¿Ofrendas simbólicas que aluden a la necesidad de un cambio en la nutrición y a una nueva concepción de la propia identidad?) Así, la familia entera celebra la primera sangre de Flo. Facu llega de sorpresa y pregunta cuál es el motivo de la fiesta. El padre contesta, orgulloso, que están felices porque Flo es "toda una mujercita". "¿Y antes qué era?", pregunta el niño, señalando una vez más las dificultades de comprensión que suelen plantearse entre miembros de las culturas masculina y femenina.

Exhibido ante madres, profesoras y algunas niñas de ciudades del Interior como programa anticonvencional, este capítulo de Grande Pá suscitó respuestas contradictorias. Si bien el padre que conversa con la hija y le festeja su primera menstruación aparece como una imagen nueva, también transmite otros significados que esas espectadoras percibieron como peligrosamente rígidos. Los cuestionamientos fueron los siguientes: "¿Por qué la imagen de esposa y madre es presentada como el mayor sueño de la vida?". "Una mujer puede ser feliz casándose pero no teniendo hijos, teniendo hijos pero no casándose o no casándose ni teniendo hijos." "Una mujer puede 'maternar' a otras personas sin ser madre biológica y a pesar de verse privada de la menstruación." "La televisión ofrece modelos demasiado estrechos de felicidad. Aquellas que optan por caminos menos convencionales no cuentan con ningún sueño televisivo en el cual apoyarse." También corresponde consignar la observación de Garita Corti, una niña de nueve años, quien señaló que Grande Pá proponía una visión opuesta, paso a paso, a la que ofrecía el filme Miss Mary. Según esta niña, una comparación pormenorizada entre la película y el teleteatro hubiera ayudado a comprender mejor los cambios de mentalidad que se han operado en el correr del siglo.

A pesar de que, en lo personal, la propuesta de Grande Pá me pareció llamativa, me resultaron muy interesantes las críticas de estas televidentes. Por otra parte, me gustaría recordar una vez más el pensamiento de la psicoanalista Esther Harding. Ser una "mujer plena" no es sólo dejar emerger el principio masculino y vivirlo intensamente. (A Flo se le dice que puede seguir practicando deportes y cualquier otra actividad.) También es permanecer en contacto con el principio femenino de receptividad e interioridad. Los significados positivos asociados con el movimiento permanente, el logro concreto y ostensible, la eficacia y el éxito mundanos pertenecen a este estadio de la cultura occidental. No son los únicos. No son necesariamente los mejores.

El manar milagroso

Hemos interrogado muchas tradiciones. Algunas, pertenecientes a sociedades matriarcales, se apoyan en escasa documentación escrita. Pero, en esas comunidades, el fluido mensual parece revestir significados sagrados. En cambio, en tradiciones de predominio masculino, generalmente se asocia con imágenes de impureza y vergüenza. Actualmente, desde movimientos sociales como el feminismo, desde las disciplinas humanas y las artes hasta los medios de comunicación se está produciendo una importante reversión simbólica.

Sin embargo, ¿es verdad que en el marco tradicional del catolicismo la menstruación permanece casi innominada y en el del judaísmo, ignominiosa? En el marco del pensamiento cristiano actual, encontramos trabajos como La mujer, espacio de salvación de la teóloga uruguaya Teresa Porcile. En esa obra, Porcile cita estudios cristianos contemporáneos que distinguen varias maneras de expresarse con respecto al cuerpo femenino. Una consiste en juzgar negativamente la influencia que la Iglesia ha tenido sobre el cuerpo de la mujer. Están los descubrimientos de mitos femeninos y el retorno al culto de la Gran Madre. También hay mujeres cristianas que buscan un nuevo modo de pensar teológicamente la corporalidad femenina. En ese grupo se halla Porcile, quien ve la sangre periódica como signo de fuerza y capacidad que constituye un dato peculiar del cuerpo, el espacio y la identidad de la mujer, aun cuando no se produzca la experiencia de la maternidad concreta. La sangre es símbolo de su capacidad de abrirse a otro, de recibirlo. A través de ella se significa la posibilidad de un encuentro profundo y el modo de elegirlo y asumirlo en libertad.

Dentro de la literatura y el cine que plantean una problemática católica también aparecen abordajes interesantes. La película Agnes de Dios, Agnes, la monjita adolescente (Meg Tilly), representa la fe que desafía el absurdo. La doctora Martha Livingston (Jane Fonda), una ex católica, afirma el saber psiquiátrico, científico, racional, que busca una explicación lógica a todos los fenómenos. En una secuencia inicial, Agnes le pregunta a Martha si le gustaría tener hijos. Martha contesta que no puede, pues ha dejado de menstruar. En un episodio posterior, la madre de Martha le recuerda a ésta que una vez se hizo un aborto. Los expresivos signos faciales de Fonda muestran el dolor del personaje ante la pérdida de su posibilidad de ser madre. En la obra original de Pielmeier, Agnes es encerrada en un hospital psiquiátrico, adonde muere. Pero, al morir, le hace el don de su fe a Martha quien, contra toda explicación racional, recomienza a menstruar. El manar misterioso se transforma en manar milagroso.

La historia de Pielmeier encuentra, acaso, sus fundamentos en una milenaria tradición hebrea de acuerdo a la cual la sangre menstrual es signo de Dios. Según las leyendas judías recogidas por Louis Ginzberg, Jochabed, la madre de Moisés, tenía más de ciento veinte años cuando lo concibió. Hannah, la madre de Samuel, contaba ciento treinta cuando éste nació. Y, a pesar de que, en Levttica, Yavé tache al menstruo de "inmundo", en Génesis(.18:10-12)

Agnes de Dios: la sangre como signo de amor

es el signo de su milagro. Dios se aparece a Abraham y le dice: "Sara tu mujer tendrá un hijo (...) a Sara le había cesado ya la costumbre de las mujeres. Se rió pues, Sara entre sí...". El hijo que concibe se llama Isaac (Itzjak). Itzjak es una voz futura del verbo "reír". Así, en todos los Isaac del mundo resonará, para siempre, la risa de ese manar milagroso.

Referencias

Andersen, Hans Christian, The complete fairy tales and storles, Doubleday, Nueva York, 1983.

Archer, Léonie J., "The role of jewish women in the religion, ritual and cult of graeco-roman Palestine" en Cameron Averil and Kuhit, Amélie

          (comp.),

          Images of women in Antiquity. Wayne State University Press, Detroit, 1985.

Aristotle, Poetics. The Loeb Library, Londres, 1953.

Aristotle, The generation of animals. The Loeb Library, Londres, 1952.

Ardyn Boone, Syivia, Radiance from the waters. Ideals of feminine beauty in Mende art Yale University Press, New Haven, Londres, 1986.

Barrubia, Lalo, Suzuki 400, Comunidad del Sur, Montevideo, 1986.

Barthes, Roland, Michelet, Seuil, París, 1954.

Behar, Ruth, "Brujería sexual, colonialismo y poderes femeninos" en Lavrín, Asunción (comp.) Sexualidad y matrimonio en la América hispánica, Siglos XVI-XVII, Grijalbo, México, 1991.

Bemberg, María Luisa, Miss Mary, Argentina, 1986. Con Julie Christie, Luisina Brando, Nacha Guevara.

Berenguer, Amanda, "Inventario solemne" en Poesías, Arca, Montevideo, 1980

Bettelheim, Bruno, Heridas simbólicas. Los ritos de la pubertad y el macho envidioso, Seix Barral, Barcelona, 1974.

Bettelheim, Bruno, Psychanalyse des contes de fées. Robert Laffont, París, 1976.

Blanco, José, "Mika", Ficción y reflexión, Fondo de cultura económica, México, 1988.

Bologna, Corrado (a cura di), Libro delle mirabili difformitd, Bompiani, Milán, 1977.

 

Bynum Walker, Caroline , Holy feast and holy fast. The religious significance of foodto medieval women, University of California Press, Berkeley, Los Angeles, Londres, 1987.

Cazotte, Jacques, Le diable amoureux, París, Librairie des Bibliophiles, 1868.

Crawford, Patricia, "Altitudes to menstruation in seventeenth-century England", Past andpresent. Journal of historical studies, N°91,1981.

Cukor, George, Camille, Estados Unidos, 1936. Con Greta Garbo, Robeit Tylor

Delaney, Janice, Lupton, Mary Jane, Toth, Emily, The curse. A cultural history of menstruation. First University of Illinois Press, Illinois, 1988.

Deutsch, Helene, The psychology of women, Gruñe, Nueva York, 1944.

Devereux, George, "The psychology of feminine genital bleeding. An analysis of Mohave indian puberty and menstrual rites", The intemational journal of psycho-analysis Vol XXXI, 1950.

Encyclopaedia judaica, Keter Publishing House, SD, Vol 12, Jerusalen

Erikson, Erik, Identity: youth and crisis, Norton, Nueva York, 1968.

Frazer, James George, La rama dorada. Magia y religión, Fondo de Cultura Económica, México, 1986.

Freud, Sigmund, La interpretación de los sueños. Amorrortu, Buenos Aires, 1976, Vol IV y V. Tótem y Tabú. Vol XIII.

García Márquez, Gabriel, Cien años de soledad, Buenos Aires, Sudamericana, 1969.

Ginzberg, Louis, The legends of tbe jews, Jewish publication society of America, Vol I, II, III, Philadelphia, 1988.

Grande Pá, teleteatro argentino. Con Arturo Puig, María Leal.

Grimm (Brüder), Kinder- und Hausmárchen, Eugen Diederichs Veriag, Colonia, 1962.

Harding, Esther, Los misterios de la mujer, Obelisco, Barcelona, 1987.

Héritier-Augé, Franfoise, "El esperma y la sangre: en torno a algunas teorías antiguas sobre su génesis y relaciones" en Feher, Michel, Naddaff, Ramona y Tazi, Nadia (comp.), Fragmentos para una historia del cuerpo humano, Taurus, Vol III, Madrid, 1992.

Ibarbourou, Juana de, Las lenguas de diamante. Obras completas, Aguilar, Madrid, 1953.

Jewson, Norman, Agnes of God, Estados Unidos, 1985- Con Anne Bancroft, Jane Fonda, Meg Tilly.

King, Helen, "Bound to bleed" en Cameron Averil and Kuhrt, Amélie (comp.), Images of women in Antiquity, Wayne State University Press, Detroit, 1985-

King, Stephen, Carrie, Plaza y Janés, Barcelona, 1984.

Knauft, Bruce M., "Imágenes del cuerpo en Melanesia: sustancias culturales y metáforas naturales" en Feher, Michel, Naddaff, Ramona y Tazi, Nadia (comp), Fragmentos para una historia del cuerpo humano, Taurus, Vol III, Madrid, 1992.

Hernández, Felisberto, "El comedor oscuro", Novelas y cuentos, Ayacucho, Caracas, 1985.

Lacy, Louise , Lunaception, Warner Books, Nueva York, 1976.

 

Lessing, Doris, The goldett notebook, Penguin Books, Hardmonsworth, 1962.

Lewis, Malcolm, Le Moin. París, José Corti, 1958.

Mann, Thomas, Las cabezas trocadas. (Leyenda india), Elite, Santiago de Chile, 1943.

Niecoli, Ottavia," 'Menstruum quasi monstruum': parti monstruosi e tabú menstruali nel "500" en Quademi Storici, N° 44, 1980.

Noddings, Nel, Women and evil, University of California Press, Berkeley, Los Angeles. Londres, 1989.

Olivier, Christiane, Los hijos de Yocasta. La huella de la madre. Fondo de Cultura Económica, México, 1984.

Onetti, Juan Carlos, El Pozo en Obras completas, Madrid, Aguilar, 1979.

Onetti, Juan Carlos, "La novia robada" en Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1979.

Pérez De Nucci, Armando M., La medicina tradicional del Noroeste argentino. Historia y presente, Ediciones del Sol, Rosario.

Phillips, John A., Eva, historia de una idea, Fondo de Cultura Económica, México, 1988.

Porcile Santiso, María Teresa, La mujer, espacio de salvación. Misión de la mujer en la Iglesia, una perspectiva antropológica. Trilce, Montevideo, 1991.

Propp, Vladimir, Las raíces históricas del cuento, Fundamentos, Madrid, 1981

The Glorious Qurlan, Muslim World League, Nueva York, 1977.

Rousselle, Aliñe, Porneia. Del dominio del cuerpo a la privación sensorial, Península, Barcelona, 1989.

Roux, Jean-Paul, La sangre. Mitos, símbolos y realidades, Península, Barcelona, 1990.

Silberman, Isidor, "A contribution to the psychology of menstruation" The intemational journal ofpsycbo-analysis Vol XXXI, 1950.

Sissa, Giulia, "Los cuerpos sutiles" en Feher, Michel, Naddaff, Ramona y Tazi, Nadia (comp.), Fragmentos para una historia del cuerpo humano, Taurus, Vol III, Madrid, 1992.

Warner, Marina, Joan of Are. The image offemale heroism, Alfred A. Knopf, Nueva York, 1981.

Watzlawick, Paul e.a., Teoría de la comunicación humana. Interacciones, patologías y paradojas, Barcelona, Herder, 1985.

Wood, Challes T., "The doctor's dilemma: sin, salvation, and the menstrual eyele in medieval thought", Speculum. A journal of medieval studies. October 1981, No 4, Vol 56.

Zola, Émile, Germinal, La Pléiade, Vol III, París, 1964.

Zola, Émile, La joie de vivre, La Pleiade, Vol IV, París, 1964.

Zola, Irving K., "Pathways to the doctor. From person to patient", Social Sciences and Medicine, 7, 1973.

Zola, Irving K., "Culture and Symptoms. An analysis of patients", American Sociological Review, 31,1966.

 

 

Se terminó de imprimir en el mes de julio de 1994, en Pettirossi srl, Adolfo Lapuente 2289, Montevideo, Uruguay
Edición amparada en el Artículo 79 de la ley 13.349. Depósito Legal N" 291 097
 

Hilia Moreira
hiliamoreira5@gmail.com

 

Libro "Cuerpo de mujer - Reflexión sobre lo vergonzante", de Hilia Moreira

Colección Pandora
Ediciones Trilce, 1994
ISBN: 9974-32-072-
0

 

Digitalizado e incorporado a Letras Uruguay, por su editor, el día 13 de octubre de 2015. Twitter: @echinope

o echinope@gmail.com  (Autorizado por la autora)
 

 

Ir a índice de ensayo

Ir a índice de Moreira, Hilia

Ir a página inicio

Ir a índice de autores