Los zapatos del tío Homero

 
Al Tío Homero le encantaba usar aquellos zapatos antiguos. En el pueblo sólo él tenía zapatos así, eran como de esterilla, llenos de agujeritos, de color marrón y taco alto. Siempre estuvo convencido que aquellos zapatos eran los más lindos del mundo, por eso, caminaba con paso firme y jamás se miraba los pies. Mamá siempre decía que eran un mamarracho los zapatos del tío, pero a mí me gustaban y no veía la hora de ser grande para pedirle que me los prestara.
Un día el tío se levantó de la siesta y no encontró sus zapatos. Los buscó por toda la casa pero no tuvo suerte. Puso un aviso en la radio dando todas las características pero sus zapatos no aparecieron. Entonces el tío inventó que le corría un sudor frío por todo el cuerpo y se metió en la cama enfermo de tristeza. Llamó a la tía y a todos sus hijos y empezó a despedirse y a dar gracias por la vida y cada tres palabras decía una moraleja. También habló de Aparicio Saravia como modelo para un tiempo de crisis y del "maldito de Erro", a quien culpó de la situación que estamos viviendo.
Sus palabras salían por la ventana sin que nadie las escuchara. Y aunque todos lagrimeaban mientras él hablaba, se dio cuenta que nadie le creía, entonces se puso más triste todavía. Y ahí sí, casi se muere. Cuando vino el doctor se puso a llorar y no supo decirle qué era lo que tenía. Entonces el doctor le recomendó un buen baño de agua fría. Pero él prefirió llamar a Doña Elvira y pedirle que le pusiera unas ventosas. Doña Elvira, aplicó las ventosas con mucho gusto y no quiso por nada del mundo aceptar dinero, pero antes de retirarse, también recomendó un baño de agua fría.
Lo cierto es que el tío estaba muy enfermo y nadie sabía de qué. Hubo que poner un cartón en la veladora para que la luz no le dañara los ojos, los tenía irritados de tanto llorar. Y todo el mundo comenzó a hablar en voz baja, de pronto la casa se empezó a llenar de gente y afuera el "Tuny" espantaba la muerte con aullidos interminables.
"Mi alma está descalza" - repetía el tío mientras lo sumergían en la bañera llena de agua fría. Al tercer día su alma descalza voló al cielo y en casa todos fueron al velorio, pero yo no quise ir, para jugar toda la tarde con aquellos zapatos enormes que le había robado.

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