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Los palmares de Rocha

 De "Nuevas fábulas"

Adolfo Montiel Ballesteros

En remotas épocas, seres sobrenaturales vinieron por el Oriente a traernos el milagro de la luz.

Hijos de Ariel, quizá; como él alígeros e ideales, intentaban crear la Ciudad del Sol de los generosos utopistas..

Las oscuras fuerzas del mal los sorprendieron en medio a su fatiga de semidioses y conspirando! contra su nobilísimo fin, los inmovilizaron en la, tierra, haciéndoles nacer tenaces raíces, volviéndolos palmeras.

En el transcurrir del tiempo no han perdido nada de su alcurnia y de sus atributos y por eso nos dan esa serena sensación musical y poética, esa emoción de ponernos en contacto con seres puros y espirituales.

***

Esbeltas, erguidas, sólidas, con esa elegancia acabada y fuerte de la columna, las palmeras rematan en el capitel de ondulaciones rítmicas de sus hojas —penacho verde, atenuado por un plateado gris, pacato y suave— dando idea de que continúan intentando enalzar un alcázar de cristales traslúcidos, para morada de los humanos transfigurados.

Todas poseen su heredada nobleza de criaturas reconcentradas sobre los azules surcos del pensamiento y si un afán social las aglomera en un enorme clan disciplinado, un celoso individualismo las aísla —cada una consigo mismo— subrayando la aristocracia de la personalidad.

Así abren, entre sus tallos de geométrica perfección, el camino del aire y la expansión de nuestra luz clarísima, que todo lo releva en línea, en color o en volumen, como una divinidad cuya matemática sabiduría reparte sus dones presidida por la equidad y la armonía.

El secreto impulso de la especie, la sublime afinidad electiva del sentimiento puro de la amistad, une a veces a dos de ellas, quizá amigas, quizá amantes, pero a las cuales jamás apercibimos en el acto amoroso, en el abrazo expansivo.

La pareja, que hasta hace un instante ha cantado el dúo ideal; cuando la descubrimos, ya está en el saudoso trance de la despedida.

En alguna oportunidad encontramos el triángulo simbólico, las tres palmeras que nos evocan las tres Gracias, de cuerpos eurítmicos y brazos trenzados con impecable y bellísima justeza, pero siempre en el momento tranquilo y dulcemente melancólico del alejamiento.

Alguna palmera curiosa, alguna palmera coqueta, se destaca en veces del conjunto y se adelanta hacia el terso y celeste espejo de las lagunas, quizá a peinar su crencha, a contemplar en el azogue de la linfa su gracia armoniosa.

A las plantas de los palmares, los geniecillos tutelares, prolijos, mondan de yuyos, espinas y malezas, la tierra maternal.

Es necesario. Para que pueda filtrarse fácil, líquido, fluido, gozoso, como una música de luz, el sol matinal, con el cual nos donan —cotidianamente— el áureo júbilo de la vida.
 

***
 

Esperando volver a reencarnarse en sus formas y sus almas prístinas, insisten en su divina misión, y porque saben que roban a la tierra alguna gala floral, que no puede cuajar entre el violeta de su sombra, maduran sus frutos, los coloran de un intenso naranja dorado —como un pomposo racimo de flores— y los endulzan, ¡hasta la miel!... para dejarlos caer a sus pies como un regalo!

El Palmar de Rocha

 

Adolfo Montiel Ballesteros

Libro "Nuevas fábulas"

Montevideo, 1932
 

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