Métodos para apoyar a Letras-Uruguay

 

Si desea apoyar a Letras- Uruguay, puede hacerlo por PayPal, gracias!!

 

El botín
Adolfo Montiel Ballesteros

No era que en aquellos duros y dulces tiempos de la vida bohemia se viviese en la luna, pero nuestra lírica despreocupación no nos permitía el cotidiano contacto con la terrena miseria.

Era una cosa normal, pues, el no detenernos en lamentosas observaciones sobre nuestras derrotadas prendas personales, vicio burgués y horteril al cual apenas si dedicábamos algún sarcástico desahogo rimado.

Éramos superiores...

Rodolfo Lanza, filósofo, relojero y salteño, pasando cuarenta y ocho horas dormidas de un tirón, envuelto en el manto del sueño para que no lo viese el hambre.. . Horacio Bueno, industrioso, comerciante, que era más buscavidas y había conseguido en "El Bajo" una popularidad de corredor de cuanto artículo necesitaban las franchutas, con las cuales él se entendía en un francés pintoresco y expresivo... Bueno, que amaba el invierno y los días de llovizna para adaptar a las circunstancias su único calzado, unos descomunales zapatos de goma rellenos de diarios... Jesús Méndez Bravo, un aragonés de mentón borbónico - y voz mandibularia, el Job de la compañía que, en noches interminables, trababa conocimiento con las tablas del piso, sobre las cuales dormía, soportando una lluvia finísima generada por nuestros colchones de pelo de caballo que se desventraban como japoneses estoicos.

Éramos superiores.. . comiendo de vez en vez en la "Cocina Económica", que nos impregnaba de olores a caldos y a frituras, hasta el punto de que, después del almuerzo, para no servir de aperitivo a nuestros compañeros en ayunas, debíamos someternos a una conveniente ventilación.

Éramos superiores.., devorando, sobre papeles impermeables, pues prescindíamos de los vulgares platos, los tallarines preparados por Horacio en la jarra del agua.

Y, quizá por eso, yo jamás había hecho descender a los botines mi mirada olímpica.

Pero, aquella mañana debía ver a un señor de mi pueblo, quien me prometiera el "empleito".

El "empleíto"! .... Varita mágica que me había abierto los ojos a las nueve de la mañana, -un madrugón-, y que ablandaría el corazón de granito del casero, del cual andábamos escapando como el diablo de la cruz. Y a mí, -a pesar de mi irreductible desprecio a las burgueserías-, me hiciera soñar con sastres y zapateros sonrientes y solícitos y con descomunales chops de cerveza, tamaños como el tanque de la Compañía del Gas, con los cuales invitaba a la "barra", gozosa y espantada.

El empleíto!

Pero qué saben esos respetables Catones que quieren tapiar las sendas ya polvosas, ya floridas, ya llenas de espinas que conducen a los ciudadanos de ambos sexos a la burocracia...

El empleíto con la cohorte de ventajas y beneficios, desde las buenas relaciones con el estómago, hasta las mejores con la vecinita de enfrente, que nos sonríe al saludarnos y que, seguro, cuando nos deleita con su canto, se le debe hinchar como un plumón el pechito de paloma blanca.

Ya me conmovía pensando en casarme y abandonar a mis amigos.

-Adiós, hermanos, deserto del infatigable gremio! Rodolfo me escuchaba, incrédulo, pronto a cambiar en desprecio su escepticismo.

-Renegado! tránsfuga!

Horacio cantaba:

"Chancho burgués, atrás, atrás!"

Jesús, a. quien era familiar Lafontaine, intervino con su vozarrón:

-Dejémosle hacer "La lechera".

Fue entonces cuando extraje un botín de debajo del catre.

-Horror!

¡Estaba imposible, intransitable, inverosímil!

Una babucha de Abu-Karem debía ser flor junto a mi tamango. 

Los ocho ojos de los cuatro ciudadanos debían estar incubando una lágrima de inconmensurable lástima...

Los tacos torcidos y mochos; la capellada con más tajos que la cara de un malevo; el cuero totalmente descolorido y los cordones anudados, ¡a pedazos!

No nos amilanamos frente a las solicitaciones de la lucha!

En un santiamén aparecieron los elementos de combate.

Una aguja con hilo blanco, los cordones anaranjados de unos zapatos de Rodolfo y una excelente mezcla de cosmético de los bigotes de Horacio, tizne del primus y el residuo de uno de esos retacones tinteritos de dos vintenes.

Empezamos a negrearlos maravillosamente.

Uno, casi terminado, -esperaba la segunda mano- fue recibido con hurras.

-Parecía salido de lo de Fattoruso!

Yo lo fui a colocar en nuestra alta ventana para que se secase.

Y.... y... maldita suerte!, como sobre un plano inclinado, se deslizó y zuuum! cayó en medio de la vereda.

-Jesús, me lo vas a buscar?

El españolito titubeó; luego iba a cumplir el pedido cuando yo mismo lo tomé de las solapas.

-Espera.

Enfrente, la encantadora vecinita se asomaba al balcón y con unos "buenos días" que parecían un poema, me envolvió en la más lírica, más luminosa y más tibia de las sonrisas.

Rociaba las plantas.

Le cambiaba el alpiste a los canarios.

-Dentro de un momento se va... Lo mira... Lo habrá visto?

-Vecino.

-Señorita.

-Cómo es eso, se le ha caído un botín?

Y yo, indiferente; estirándome un poco para mirar la estropeada prenda que parecía un sapo con la boca abierta, le contesto con despreciativa suficiencia:

-Eso?... eso no es mío!.., no es nuestro...

-Jesús, en cuanto ella se entre, te le vas al humo.


La muchachita se fue, y cuando dejábamos pasar un tiempo prudencial, apareció de nuevo y ¡con la costura!

Teníamos para toda la mañana! Si al menos se descompusiese del estómago!

Estúpidas pretensiones! Pero, quién me hizo a mí cometer la burrada de hacerme el interesante afirmándole que el botín no era mío? la negra honrrilla! Por lo menos nos resta eso, el amor propio, el orgullo del hidalgo de gotera!



-Y el empleíto?... El seguro almuerzo con mi coterráneo, el almuerzo en el "Suizo".

No me quedaba sino suspirar.

Rodolfo y Horacio, -uno tenía el pie pequeño como el de una dama, el otro sus clásicas chalanas de goma,- habían salido a rebuscarse.

Jesús y yo montamos la guardia.

Un señor pulcro, de zapatos relucientes, se entreparó frente a la ventana y con suma delicadeza y la punta del bastón desplazó el tamango de la vereda.

Menos mal.

De pronto apareció un chico con una botella.

Silbaba despreocupado cuando la vista del botín lo detuvo. Se le acercó, lo movió con un pie y giró:

-Penal!

Colocó la botella en el suelo, acomodó la víctima en posición estratégica, contó diez pasos y luego de imitar el silbato del juez, lo acometió con un furor de campeón olímpico.

Paf! Y el botín se levantó, medio destripado, y fue a parar como a veinte metros.

Un tipo que pasaba se detuvo con cara de "hincha":

-Bravo!

Seguro, entreveía un Petrone, un Andrade en el pequeño diletante, y éste se entusiasmó:

Paf! y paf! y paf! El muchachito era un soberbio shoteador.

¡No rompérsele el alma!

Por suerte, en una de sus violentas y forzadas parábolas, el botín tomó la dirección de la botella, ésta dejó de existir y el footballer se alejó llorando.

Pero... continuaba la odisea.

Un perrito, -¡tan mono! ¡con qué ganas le daba una tomita de estricnina! - lo atropelló y le metió diente, arrastrándolo, llevándolo, trayéndolo, hasta que se aburrió.

Un momento descansó melancólico el pobre!

Y ya una idea terrible atravesó mi cerebro

-El basurero! Señor, que no apareciese el basurero, porque si no, estábamos perdidos!

Era tarde; quizás ya hubiese pasado.

Y lo extraordinario era que teníamos que hacernos los indiferentes, pues aunque las peripecias del caído nos destrozaran el alma, la vecinita, desde su balcón, nos sonreía...

Yo me debo haber puesto a soñar con el menú del restaurant cuando Jesús me dispara:

-Se lo ha tragao la tierra! Efectivamente, había desaparecido. Dos canillitas venían discutiendo. Uno traía en la mano, como arma contundente, mi zarandeada prenda.

-Pegá!

-Pegá vos, ranfañoso!

-Pegá vos, primero!

Si se comete un crimen, pensaba yo, va a la Comisaría el cuerpo del delito.

Se arreglaron los peleadores y el botín volvió al arroyo.

Ahora, desde más cerca, lo veía irreconocible, gris de tierra, perdida la pátina conseguida con tanta prolijidad.

Hasta cuándo duraría aquel martirio?

Nuestra disimulada angustia ya se repartía entre el estado lamentable de mi prenda zapateril y el esfumarse del empleíto.

Un ruido apocalíptico nos hizo parar la oreja.

Con rumor de hierros, gris y pesado como un tanque guerrero, avanzaba imponente uno de los modernos carros de la limpieza pública.

-Maldición! He ahí la estupidez democrática e igualitaria del progreso! El hombre moderno siempre creando alguna deidad imbécil. La higiene! La cacareada higiene! Acaso aquí seríamos más felices que en Nápoles, Catania o Constantinopla porque nos lavábamos la cara y teníamos bonitos carros para la basura?

Ahora me llevaban el botín.

Qué inacabables segundos!

Qué dolorosa espera!

La última esperanza se cimentaba en la negligencia del basurero.

Al fin era un funcionario público...

Vana ilusión!

Con la punta del látigo, sin inclinarse, lo ensartó y voló de nuevo, ahora a confundirse con la inmundicia.

Adiós esperanzas, adiós empleíto, adiós almuerzo!

En medio de la desesperación, la historia nos enseña que nunca falta un chispazo genial.

Estábamos salvados!

-Jesús, toma un diario, mételo bajo un brazo y sigue los pasos del basurero. Cuando estés a una distancia conveniente o en una vuelta de esquina, le explicas el caso y le reclamas mi propiedad.

Me restregaba las manos.

Salvador basurero!

Jesús salió y yo fui a consultar el resto del cosmético y el tizne del primus.

Siquiera hiciese las cosas con cuidado, que no se apercibiese la vecinita.

Ahora sí me iba en una disparada, almorzaba, me conseguía la recomendación y me aseguraba el empleito!

Apareció Jesús sudando.

Me alcanzó el envoltorio.

-Hip, hip, hip, hurra!. - y lo desenvolví.

-Jesús! Gallego animal!!!

Me había traído una descangallada bota de señora.

Adolfo Montiel Ballesteros - Selección de cuentos
Biblioteca Artigas
Colección de Clásicos Uruguayos - año 1970

Digitalizado por el editor de Letras-Uruguay

Ir a índice de narrativa

Ir a índice de Montiel, A.

Ir a página inicio

Ir a índice de autores