Amigos protectores de Letras-Uruguay

 

Si quiere apoyar a Letras- Uruguay, done por PayPal, gracias!!

 

Blasco Ibáñez
Adolfo Montiel Ballesteros

No soy muy amigo de las visitas a los artistas y hombres célebres, y no por el temor muy romántico de las decepciones, sino porque efectúo entrevistas imaginativas más pintorescas, sabrosas y cómodas.

El aspecto físico de Paul Valèry, de Luigi Pirandello o de Pío Baroja es de poca monta y, sin duda, lo más interesante que nos pueden decir lo encontramos o debe estar en sus versos, sus comedias o sus novelas.

No poseo esa curiosidad de saber de qué se rodea el hombre superior, y desconfío de las breves y superficiales entrevistas de veinte o treinta minutos.

Con todo, estaba en Niza cansado de azul, de blanco y de limpieza y, no sé si por contraste, se me ocurrió ir a ver a don Vicente Blasco Ibáñez.

Le hice cuatro líneas: "Admirado maestro: Me encuentro a un paso de su casa y aprovechando su gentil ofrecimiento (él nunca me había ofrecido nada), quiero cumplir con el deber y tener el honor de presentarle mis respetos. Sírvase, etc., etc. 

El groom del hotel interrumpió mi almuerzo con la respuesta de un secretario, quien me anunciaba que el autor de "Los cuatro jinetes del Apocalipsis" me concedería una breve audiencia a las dos de la tarde. Me aconsejaba la conveniencia de meterme el smoking porque el ilustre hombre sentaba ese día a su mesa a Bukarini, al novelista inglés Maklof, a un príncipe indio, a don Miguel de Unamuno y a diversas señoras.

Suspendí mi segunda botellita de vino de Orvieto, ya que me interesaba ir bien despejado, y fui a hacer mis preparativos.

El día era ligeramente cálido, y esos azules escandalosos del mar y del cielo convenían a los montes polícromos y a la languidez de las palmeras.

Aquella gente que debía almorzar en una terraza blanca, entre la pompa florida de Mentón, con la luz lírica del Mediterráneo y el cielo meridional en los ojos y en el alma, debía ser feliz.

A mí se me contagiaba su júbilo, y apresurábame por ver si era introducido al ágape y podía participar, más que del burbujeo del champán, de la gracia ligera de las amenas charlas de la fiesta.

Ya me esperaba el auto. Salté a él gritando órdenes, y la máquina, del primer bocado, se tragó íntegra la "Promenade des Anglais". Como en un sueño lucía la carretera, los cristales del mar, la "féerie" de las villas coloridas entre sus verdes y sus flores.

Mentón. Villa Fontanarosa.

Timbre. Lacayo. Y luego una espera incongruente inacabable.

Se habrán olvidado de mí?

Adiós mi príncipe indio, mi ruso Bukarini, las elegantes y curiosas señoras, el novelista inglés, mi Don Miguel... El champán...

Era como para dormirse.

A las mil y quinientas, un servidor me hizo una seña.

Lo seguí.

Atravesamos una serie de salones, de estancias, de "verande" y diciéndome:

-Sírvase tomar asiento... me introdujo en un vasto y magnífico estudio en penumbra.

Los grandes ventanales deberían abrirse sobre los maravillosos paisajes de la Cote d'Azur... Esos anaqueles altísimos repletos de libros, serían la fuente y el deleite del literato.. . Los cuadros tendrían firmas célebres... La amplia mesa debía conocer la fiebre ilusionada y creadora del mago de "Luna Benamor", del colorista de "Entre naranjos", del combativo de "la Catedral"...

El escritorio tomaba ante mis ojos un carácter de templo.

..............................

Un ronquido me hizo reparar en un rincón sombrío.

En una fastuosa poltrona de cuero dormía un hombre.

Vestía con elegancia; era pingüe; descubrí hebras de plata en su cabellera; en una mano desgonzada humeaba un aromado habano.

Era don Vicente Blasco Ibáñez!

Me puse de pie, respetuoso.

Me incliné, murmuré unas frases.

El continuaba durmiendo.


..............................

Famosa entrevista!

Me dije:

-Observémoslo.

Con sorpresa noté que más lejos dormía otro hombre.

Me acerqué en puntillas.

Pero si era el mismo don Vicente Blasco Ibáñez, vestido de otra manera!

Resolví: será un hermano...

En otro rincón había otro, más allá otro, junto a mí, atrás..

Conté veinte!

Aquello era fantástico.

Cómo era eso?

Y el mundo no sabía que existían 20 Blasco Ibáñez?...

Noté que todos diferían en la indumentaria, y asimismo en el gesto, en la dulzura, en la rudeza, en lo áspero, en lo calmo, en la violencia, en lo frío, en lo comunicativo de las facciones.

Quise identificarlos.

Este es el Blasco Ibáñez idealista; éste el colono; éste el revolucionario; éste el novelista; éste el historiador; éste el traficante; éste el restacuero; y así el burgués pacífico, el tenorio, el filibustero, el romántico, el leal, el traidor...

Cómo me las arreglo?.., A quién hablo? A cuál Blasco Ibáñez me dirijo...?

Pero en ese momento cesaron los ronquidos y los Blasco Ibáñez encendieron el habano, la pipa, el cigarrillo, la tagarnina, y empezaron a desperezarse en todos los tonos de la escala social.

Yo me hice pequeñito, tratando de disimularme entre la humareda.

Los Vicentes comenzaron a hablar; alzaban la voz para hacerse entender o para dominarse; gritaban, se apasionaban.

Uno hacia cálculos; otro apuntes; otro protestaba porque la Argentina pagó poco; aquél reía de Méjico. Uno suspiraba; el de más allá, cínico, lamentaba: Estados Unidos me hubiera dado veinte dólares por línea para atacar a Sud América... El novelista escribía; el hombre práctico planeaba empresas. El psicólogo se observaba, se contraloreaba, se vigilaba... Más allá un Blasco, encendido como una tea, inquieto y aventurero, comenzó a vociferar contra Mussolini, contra Alfonso XIII y a decir incendios del lamentable Marqués de Estella.

Seis Blascos intentaron hacerlo callar.

-Imbécil! Qué propagandas subversivas!

-Eh, lo que nos costaría editar un millón de folletos, introducirlos de contrabando con aeroplanos!

-No! No! No!

-Los editores italianos nos dicen: "porco antifascista"!

Y la voz del agitador romántico cubría el tumulto:

-Nos debemos a la Humanidad! La libertad es el cielo de nuestras alas!

-Calle el utopista!

-Fuera el loco!

-Examinemos el negocio..., insistía la cordura práctica.

La confusión llegaba al punto máximo. Como sucede entre los hombres y los pueblos, cuando no encuentran otro camino para entenderse, los Vicentes se decidieron a encargar a la fuerza la solución de sus controversias.
Y fue la conflagración.

Se embistieron, se golpearon, se liaron en luchas feroces entre imprecaciones, bufidos, insultos y gritos de fe.

-Viva la libertad!

-Viva el orden!

-Muera el socialismo!

-Abajo los burgueses!

Yo temblaba, mientras me hacía invisible, intangible, contra los muebles.

Un Vicente dictaba, un Vicente escribía, un Vicente ponía las cosas en orden, un Vicente tenía la cara bañada en lágrimas mientras pagaba los folletos y financiaba no sé qué revoluciones, un Vicente sonreía a unos dividendos, uno Vicente guiñaba el ojo a una bailarina...

Diez Vicentes conservadores se complotaron para arrojar por el balcón al más viejo, y que, sin embargo, se conservaba más joven, de los Vicentes, al subversivo juvenil de Valencia; otro, que debía ser el "meteur en scéne", lo impidió:

-No, señor; los personajes, para dar todo su resultado, deben salir a tiempo.

El hombre de ideas protestó, vehemente, llevándose la mano al pecho:

-Yo soy sincero!

Los otros, unánimes, se indignaron:

-Aquí todos somos sinceros, honrados y leales! Unánimes? He dicho mal. Uno había continuado sonriendo con cinismo.

Un Blasco, el traficante, alzó la voz:

-Eso es lo esencial para que el negocio marche.

Y no admitiré más, bajo ningún principio, cualquier gesto que no dé un resultado concreto. Veamos las ultimas cuentas.

El subversivo descamisado se puso a silbar, indiferente.

Los otros se inclinaron sobre los guarismos.

Yo aproveché aquella distracción para empezar a alejarme en puntillas; aun sentí que decían:

-El loco nos cuesta mucho, pero como reclamo resulta.

Posiblemente constataron un excelente tanto por ciento de ganancia.

Los diecinueve Vicentes lo miraron con simpatía, con cariñosa ternura, como a un chico idolatrado y bandido, como a un "enfant terrible"...

Lo invitaron:

-Por aquí, Vicentito...

Sentí los goznes sólidos de una puerta.

-Juraría que lo encerraron en la caja de hierro, con los demás valores.

Adolfo Montiel Ballesteros - Selección de cuentos
Biblioteca Artigas
Colección de Clásicos Uruguayos - año 1970

Digitalizado por el editor de Letras-Uruguay

Ir a índice de narrativa

Ir a índice de Montiel, A.

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio