Amigos protectores de Letras-Uruguay

 

Si quiere apoyar a Letras- Uruguay, done por PayPal, gracias!!

 
 
 

El muro

(Fragmento de novela de próxima aparición)
Jaime Monestier
monest99@adinet.com.uy 

 
 

El muro cercaba el predio sin una fisura, como abrazándolo, un metro de espesor de piedra trabada, inconmovible. Era límite y obstáculo, división y marca; afuera la diversidad y el tumulto, las calles estrechas, desiguales y anónimas, el estruendo, el dinero, los pies presurosos y las ansias, la apetencia y los dientes, la desazón y la ira, la ansiedad y el lucro, la incertidumbre y el tedio, las armas y el poder; y dentro la seguridad y el reposo, el espacio inexpugnable, el sosiego, la certidumbre y el ritmo, la seguridad y el hábito, el ocio y la risa; aunque también las largas galerías del recuerdo,  la nostalgia y la ominosa inminencia.

 

Y por entre esas piedras grises, aparejadas y unidas por el cemento o el barro, la cal y el sudor de los hombres, se desliza ahora el estirado abrazo de las plantas, el lento y fresco beso de los musgos, la diminuta perfección del liquen, sorpresivas flores azules, aquellas que sólo vieron los ojos iluminados de Basho, y arriba, en la cima, irregulares y rugosas, alzadas y apuntando al cielo, otras piedras, agudas atalayas negras que detienen el tiempo y la curiosidad, y allí, también arriba, la lenta labra de las hiedras anilladas a otras plantas, abrazadas a sus troncos y avanzando su tejido en tiempos más lentos. Desde siempre, entre los estratos grises, negros y blancos, entre indicios veteados de rosa o verdiazul, corren también senderos, intersticios, el cauce negro y constante de la hormiga, vida que fluye entre otras vidas, ojos de cal, bocas y labios de piedra muda, palabras minerales y conchillas en las que anida el diminuto estruendo del mar, gránulos que un tiempo fueron hueso, médula y latido, polvo que supo amar y sonreír, bordes de heridas abiertas a espada o a cuchillo, y quizás ecos, quién lo sabrá, de un grito registrado en una mota de polvo, sonidos que un día imprevisible volverán, se harán furia, insulto, un ruego, una pregunta, una palabra de amor, porque todo está en ese muro milenario que une y que separa, en la intrahistoria de sus piedras, de sus cuevas y sus miedos. Y a su pie un sendero, ya sin huellas de tanto caminado, los pasos del hombre cada día, una vez y otra vez por la mañana, sigilosos al alba, porque quiere raquear los restos que la noche haya dejado enredados en las ramas, que hayan colado por entre las piedras, porque los árboles que asoman abren riesgos de que algo se deslice desde el ruido, desde el espanto que vuela por los aires, que traigan las escobas del viento por la noche, espinas, pétalos,  mariposas muertas, hojas aún con restos del invierno, insectos breves, alguna pluma de ave desalmada, el grito de una bruja, nocherniega y encovada en sus altas mansardas, hechizos, maleficios, filtros y ponzoñas que trepen sus insidias por entre campánulas y madreselvas; porque todo se detiene en el sendero, ensalmo de  vigilia que corre junto al muro y lame sigiloso su base de cemento y piedra ahogada, y que esa sombra, noche a noche, bajo el alba incolora, escudriña y ampara: "Madre nuestra, esta mañana / he corrido con las hiedras / al ver la azul caravana / de las piedras / de las piedras...", hombre simple que conversa con las plantas, el hombre que es amor sin gestos ni palabras, una ventana al pecho que diera al universo, "yo soy un ancho patio, una gran casa abierta, yo soy una memoria", un nido de misterios, esos guardados desde siempre, quizás por eso inútiles al hombre, y a los que él nació sin puertas ni ventanas ni palabras ni odios ni amores quejumbrosos ni dolores ni apenas simpatías, porque el viento le entró por esos ojos que sólo miran pájaros y flores, y sólo cava tierra y vierte agua en la raíz sedienta, con esas manos llenas de palomas que acarician la vida y la defienden del hombre y de la zarpa, sólo la risa abierta al sol del mediodía, o en las noches sin sexo ni preguntas ni respuestas, como un pedazo más del claro día, y repite: "yo soy un ancho patio, una gran casa abierta, yo soy una memoria", porque se acuesta y vela a la hora exacta hasta clarear la luz amanecida, las armas blancas desde su guarida; y se yergue y sonríe, y sale y corre y tropieza y se alza y se lastima por cuidar ese muro, límite y trinchera, el que divide la paz y la sonrisa del ruido y del negocio y de la guerra, corre Vicente por ese sendero una y otra vez la tierra yerma de tanto caminarla y recorrerla, ni un pasto, ni una flor, vigilia indemne cuidando que no pasen esos miedos que vuelan de las calles, insultos, panfletos y proclamas, los policías, las armas, los carros de la guerra, los gritos y sonidos y las órdenes que llegan desde lejos, desde las tierras del desasosiego; porque no pasen e ingresen al dominio, ese que nada sabe de palabras, de trueques y de pactos y negocios, sólo él con las plantas y los pájaros y el insecto pequeño que allí avanza entre el tallo y la hoja y el mundo subterráneo de arcilla, arena y polvo y sus gusanos y las ratas y sus cuevas insondables; a veces se detiene -igual que Basho- ante el pequeño milagro de la flor diminuta junto al seto, sí, entre dos piedras que una mano talló y otra allí puso para que amparara noche y día, más allá del dolor o la desdicha: tú te quedas aquí, hombre piedra para siempre, no sabes de tu cuna y tu  semilla que un viento de dolor aquí te trajo, alicaído entre los nobles robles, uno más entre ellos y has crecido y aquí tú vivirás para cuidarlos, para que aquí se detenga el enemigo, el invierno y la ira y la desdicha.

 

Porque todo esto es un sueño, un sueño sin palabras, y por eso es que al alba corre y corre por el sendero, desapercibido, guardián y ángel y esos ojos claros, blandiendo la inocencia, esa su arma, al mediodía, el corazón abierto al sol o a la confidencial llovizna.  

 

Jaime Monestier
monest99@adinet.com.uy 

 

Ir a índice de Narrativa

Ir a índice de  Monestier, Jaime

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio