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Jaime Monestier

Esta corbata no, dijo, y volvió a colgarla. Repasó la hilera con el índice, eligió otra con medallones azules sobre fondo dorado, la alejó y contempló; ésta sí. Tratando de no ajar el planchado, alzó la vuelta del cuello y pasó el lazo. Con aplicado empeño comenzó a hacer el nudo. Le gustaba que quedara siempre a la misma altura,  la punta angosta igualada con la ancha. Quedó perfecto. Finalmente se puso el saco de alpaca, previa observación del cuello, mangas y bolsillos. Antes de salir se miró en la luna del espejo. Repasó con ambas manos el escaso pelo y acomodó las ondas estiradas sobre las sienes,  juntó los pies, alzó el torso, observó la camisa impecable y su contraste con el saco oscuro, los filos recién planchados y paralelos de los pantalones, el brillo del calzado. Se acercó algo más y elevó y observó el mentón rasurado. Del estante superior tomó el frasco de colonia, volcó unas gotas en la palma de la mano, las restregó y frotó con energía la fragancia fresca en las mejillas y en el cuello. Respiró el aroma, se alejó algo, viró el cuerpo hacia la izquierda, hacia la derecha. Como último detalle pasó los dedos índice y medio sobre las cejas finas, volteó la cabeza hacia un lado, hacia otro, sacó la lengua, inspeccionó los dientes, se sonrió, alisó las solapas con ambas manos y satisfecho cerró las dos hojas del placard. Con paso medido se dirigió hacia la llave de la luz y la apagó, y al pasar por la cocina tomó como al descuido el pequeño bolso de la feria. Ya fuera, miró hacia uno y otro lado de la calle y caminó en dirección al confuso grupo de gente que se agitaba en la esquina. Era madrugada, había llovido y una niebla densa y algodonada apenas permitía ver a pocos metros. Se internó en el tumulto, entre los puestos de verdura recién instalados. Los vendedores se movían lentos en la espesura gris y húmeda, subiendo, bajando, acomodando los cajones en los estantes, hortalizas y frutas mojadas, coloreadas en el relumbre del amanecer. Los clientes caminaban despacio de un puesto a otro, formas difusas que se chocaban y estorbaban en discusiones de peso, de calidad, de precio. De tanto en tanto ofertas voceadas, pedidos,  palabras agrias, la grita unánime de las aves enjauladas, un violento olor a comida, la saeta de un insulto cruzando la luz gris. Entró a caminar erguido, el pequeño bolso en la mano balanceándose al paso. Sin mirar a los costados, su figura estirada y clara avanzó entre la gente hacia una esquina en la que estacionaba un camión grande cargado de quesos. El toldo -bóveda verde y mojada- cubría en su interior un arrume de grandes hormas prolijamente estibadas sobre el piso de madera dura. Tras de la caja del camión, sobre la vereda, un hombre enorme,  brazos cruzados, parecía esperar. Dentro, en un espacio intermedio  entre los quesos apilados, envuelto en la fragancia salada y agria y sentado en el suelo, un muchachón rubicundo entreparecía en la penumbra. Pese al frío húmedo, solo vestía pantalón vaquero y una camiseta con grandes agujeros que dejaban ver la piel morena y el vello del torso. Doblado sobre sí mismo, frotaba minuciosamente las plantas de los pies con un trozo de diario. El se acercó despacio, a ritmo impasible, y el  hombre enorme se apartó y dijo algo en voz baja; luego estiró la mano y recibió obsequioso el pequeño bolso de feria. De inmediato, como compelido por una orden, se agachó con premura, acercó un cajón grande y lo colocó tras de la caja del camión. El se ajustó maquinalmente el saco, observó una vez más el filo paralelo de sus pantalones y el brillo del calzado; los dedos se deslizaron veloces por sobre el cierre del pantalón y de inmediato, buscando apoyo en la mano que el hombre le tendió, trepó de un salto. En medio de la oscuridad, el muchachón alzó la cabeza y arrojó a un lado la hoja arrugada. Ante él se alzaba la alta y oscura figura recortada contra la luz rojiza de la aurora. Entonces la boca se le estiró en una sonrisa de desgano y comenzó a reclinarse.

Jaime Monestier
Publicado en "El Cuento Uruguayo", compilación de Lauro Marauda y Jorge Morón, Ediciones La Gotera, Montevideo, 2003, ISBN. 9974-7689-0-X

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