Sobre estos Cuentos de Bichos

 
A través de su extensa trayectoria de narrador, Don José Monegal, en sus entregas dominicales del Diario "El Día", fue componiendo, como variaciones de su gran novela "Memorias de Juan Pedro Camargo", fábulas de variado contenido; patéticas unas, llenas de humor monegalesco otras. Lo que a cualquier demorado lector de este fabulista debe -perdóneseme el término- romperle ojos con su evidencia, es la profunda veracidad de sus relatos, y esto no significa condición únicamente realista o naturalista de sus cuentos, sino un poder de convencimiento que se desprende de su manera; la irrealidad, de determinadas situaciones, parece obviarse por la fuerza del relato.
Puede haber algo más todavía sosteniendo a este intenso narrador. Me explico: solamente quien convivió con nuestra fauna y flora, puede trasladar a limpia prosa sus avatares, sus complejas-sencillas existencias y, todavía, aparejándoles una estremecida lección de humanismo y sinceridad. Las "Memorias de Juan Pedro Camargo" con su irradiación anecdótica, permanecen más allá o más acá de los capítulos de la novela, escapan de la misma y como gajos de un río poderoso fluyen en el tiempo y van cobrando nuevos nombres, nuevos cuentos. Al referirnos, en el prólogo de los "Cuentos Escogidos", a los modos de Monegal, comprobamos dos maneras de fabular: la tradicional, la del epos esópico, vuelto extenso poema en el Roman de Renard medieval (ya con las andanzas de un zorro-odiseo fecundo en ardides) o en la revitalización goethiana de Reincke, o en los antitéticos zorros nacionales de Serafín J. García y Francisco Espínola; y la que llamamos "semi-fábula", porque conviven en su manera como dos planos o ángulos de la realidad, la existencia de los hombres y el vivir de los bichos. Con el toque ejemplarizante o la advertencia de que siempre la lección nos llega por boca de los bichos; el gesto redentor, el pensamiento elevado por boca de uno de los animalitos más vilipendiados por el hombre: el burro. La "semi-fábula" como una violeta entre las hojas, a veces se disimula y es la fábula dentro de un relato realista como en "Trabajo y música" o en "Un cuento para niños" o se manifiesta, en un giro insólito que trastorna el realismo de un cuento, como en: "Habló como el burro de Lima". Muchos lectores, acaso los lectores tipo-ráfaga, aquellos que sobrevuelan las palabras sin discernir claramente lo que ellas (a veces en profundas aguas) expresan, caigan en la trampa de suponer a Don José Monegal un agrio contradictor del género humano, un magister que niega. Les pido que penetren en los interiores cordiales de sus, relatos: que saboreen los olores a campo que desprenden: cedrón y aromo por aquí, zorrino o tigre por allá. Que reparen en la vitalidad de hombres y mujeres, de bichos y árboles que estremecen sus cuentos. Porque Don José Monegal vivió con la fuerza de quien sabe valorar la vida; porque en cada vuelta o recoveco de sus fábulas, un color (¿un verde?), un sonido (¿un tordo?), un acto de amor o de coraje están pregonando las victorias de la vida sobre la muerte, están cantando a todos los vientos (o lectores) que la vida, por encima de todos los quebrantos merece y debe vivirse.

Dramatis Personae

En los 26 cuentos (fábulas o semi-fábulas) que hemos seleccionado, la condición de protagonista o "deus ex machina" del caso, en once oportunidades pone en escena, a zorros o aguarás. Pero sin repetirse, sin caer en el bicho-arquetipo; desfilan, así, poderosos o débiles, discretos o audaces, terribles o simples en: "Drama en la quebrada", "Parecer sobre el hombre", "Tragedia ante dos zorros", "Un cuento de bichos", "Una historia corriente"; "Alegato y razones de Juan el Pelao", "Razón de carpincho y sinrazón de zorro", "Siga el baile", "Juan Mandinga", "La tragedia del Ñandú Jefe" y "Camino de la sierra".
Enumerar estos cuentos acarrea la tentación de glosarlos, la viva gana de hablar (de escribir) sobre sus deliciosos momentos. No quitaremos al lector, amigo del gran fabulista desaparecido, la gracia de descubrir por la magia de la palabra, la fuerza creadora de Monegal; porque ocurre con estos cuentos -lo he notado siempre, leyendo a Don José- que el lector atento de sus relatos se posesiona de tal manera de su fabulación que cree -por un instante- ser él mismo quien crea y lo escribe (al descubrirle el modo).
Siguen a zorros y aguarás, en esta antología, en orden preferencial, los burros. Ya hemos anticipado este aspecto originalísimo de la creación de Monegal; el burro se despoja de la leyenda amarga de su estupidez, y encarna los mejores valores de la humanidad, o los que considera de un orden superior el hombre que escribió estas fábulas. En 26 cuentos, ocho contienen la gracia, la fuerza sincera e irreverente del burro; rebelde con causa, polemista de terribles razones. El héroe es Jeromildo en la mayoría de estas fábulas. Burro escapado, por la maldad de los hombres, que se refugia en el monte y señorea entre los bichos por la sola y maravillosa fuerza de su experiencia sabia. Se le parecen: Perico y Simón (sosías de Jeromildo en duro destino y razones). Sus discursos pueblan: "Drama en la quebrada", "Razón del burro Jeromildo", "Cuestión en la sierra", "Certamen en el Manso", "Siga el baile", "Habló como el burro de Lima", "La tragedia del Ñandú Jefe" y en el incomparable "Camino de la sierra".
Vamos completando este "dramatis personae" con la mención de la importancia que cobran los pájaros en cinco relatos, líricos y conmovedores: "Certamen en el Manso", "Otro drama en el Manso", "La muerte de Don Sarandí", "La lección de la Paloma"; humorístico y desenfadado en "Incidente en el Queguay".
Embisten o razonan los carpinchos en cuatro fábulas: "Un cuento de bichos", "Asunto entre carpinchos", "Razón de carpincho y sin.. razón de zorro", "Incidente en el Queguay".
La ferocidad o la fuerza bruta del tigre o sus parientes menores (gatos monteses) gruñe en "Siga el baile", "Un cuento para niños", "Incidente en el Queguay" y "Camino de la sierra". Los perros sufrirán o pensarán sobre el hombre en tres fábulas: "Las razones de la crucera", "Parecer sobre el hombre" y "Aquilino y los perros". Los lobizomes, llamados así, con el dejo norteño y no "lobizones", transitan con sus míticos orígenes (el séptimo hijo, etc.) sus formas mutantes, en "Las razones de la crucera", "Razón del burro Jeromildo" y "Camino de la sierra". Aunque habría que agregar que el tema paisano del lobizome planea en una larga serie de cuentos monegalescos. Mencionaremos todavía en este fabulario a ñandúes (tontos, ingenuos, vanidosos), caballos, vacas; insectos (en "Trabajo y música", significativa vuelta de tuerca a la fábula de la cigarra y la hormiga, en la que se redime y se justifica al cantor); peces (en "Razón de carpincho y sinrazón de zorro" donde navega "La Misia" una vieja y terrible tararira, creación excepcional del autor) y árboles (en "La muerte de Don Sarandí" donde el protagonista, como en las más viejas leyendas de tantos pueblos, pertenece al mundo vegetal y a nuestra flora).

Conclusión

¿Qué permanece de la lectura de estas fábulas? Me animo a conjeturar que un sentimiento cordialísimo; porque creo a Monegal uno de esos pocos autores que se aviene a codearse con su público, anda con él por abras, grutas y arroyos (como ese Manso paradisíaco que holló un día el pie perturbador del hombre), le cuenta historias que los hombres bosquejaron en rueda fogonera o en la buena modorra de un almacén norteño. Pero siempre con el "toque Monegal", esa singularidad de su narrativa que parece repetirse en tema y modo y es sin embargo plural, plurivalente, undívaga. El hombre que seleccionó estos cuentos y apoyándose en una de sus fábulas llamó a esta colección "Cuentos de bichos", quiere en estas últimas palabras despedir al amigo muerto. Con la secreta esperanza de que permanecerá, horacianamente, en la calidad de sus relatos, en su prosa seguro hechizo.

Washington Benavides - Abril de 1969. Tacuarembó.

Cuentos de Bichos 
José Monegal
Ediciones de la Banda Oriental
Montevideo - 1973

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