De cómo CANECA se vió dueño de cien cuadras

 
El campo de don Zeca Andrade -doce suertes de estancia- estaba, su parte mayor, en el Brasil; la menor en el Uruguay. Don Zeca cuidaba vacas y ovejas, tenía caballadas muy buenas, dos casonas -una en cada país- mujer, hijos, nutrida peonada, y un lote de gallos de pelea que durante muchos años fueron considerados invencibles. La estancia del Brasil se instituyó famoso centro de riñas. Allí llegaban de todas las comarcas vecinas, hombres acaudalados -y algunos sin caudal- llevando campeones. Muy pocos volvían con plata y gallo vivo; a los demás, Andrade les arrebata apuestas, peleadores y fama. "¡No hay gallos en el mundo como los de Zeca Andrade!"- comentaba donde fuera. Y éste era el máximo premio que aspiraba, pues lo ganado era repartido entre sus servidores.
En el lado oriental, lindera con la estancia del citado Andrade, tenía su hacienda don Benito Durán. Este don Benito era de los que concurría asiduamente, llevando sus gallos, a las famosas competencias. Pero jamás volvió con una victoria. Andrade le desplumaba la plata y los negros de Andrade los gallos, pues nunca regresó con uno. Durán mantenia un secreto rencor contra su vecino. Le habían contado que don Zeca, en el comercio de Polidor Reverbell, haciendo crtica de las últimos peleas, se refirió a los gallos de él, diciendo, con ciertas puntas de ironía: "Este seu Durán tene muy sobresalientes gallos. Cada vez que deja alguno pataliando en la estancia, el negro Chirú sóplale vino por el pico y dispués Ña Nica los mete en la olla. ¡Qué carne tienen los tales gallos, camaradas, mesmo como pulpa de butiá!
Bien. Por los últimos días de mayo, un atardecer lluvioso y frío, pidió paro hacer noche en lo de Durán un mulato de hasta sesenta años, que llegó en un caballo flaco y cansado. Se le dio hospedaje. El estanciero comía en la cocina, rodeado de sus servidores; era viudo, no tenía hijos. Allí, durante la cena, el tema recayó sobre la próxima temporada en lo de don Zeca.
-Viá llevar tres -habló don Benito- y entre esos tres un colorao que si queda pal puchero de don Andrade, no paso más pal otro loo.
Cinco años que llevo gallos y allí los dejo, pa qué el brasilero vaya a los pulperías a rebajarlos y a rebajarme.
Quedó pensativo un instante y luego murmuró:
-¡Pucha, daría cien cuadras de campo por un gallo que le quebrara las mentas a ese ensanchao!
Terminose la cena, cada cual marchó a su cama o catre. El silencio se aplastó sobre la casa de don Benito. Y en ese silencio el mulato forastero meditó algo para el bien suyo. Amaneció otro día y en un aparte que hicieron el ajeno y el patrón, aquel dijo:
-Vea, don: yo le puedo conseguir el gallo que usté precisa.
Durán lo observó de arriba a abajo, y luego le contéstó:
-Y yo le doy cien cuadras por ese gallo. ¿Diánde lo va sacar?
El mulato dio un paso hacia él y con actitud, acento y ademán de misterio, le expresó:
-¡Que naides, ni nada, ni sus botas, se enteren de esto que le viá declarar! En mi familia, don, semos siete hermanos. Tuitos viven. El más chico es lobizone.
A este preludio el mulato hizo una pausa en la que lió un cigarro en ancha y larga chala. Después prosiguió:
-Con ese hermano, mi mama y nosotros hemos ganao mucha plata... Anteayer tuve una diferencia con la vieja y resolví dirme, dejar mi pago... Mi hermano, don, haciéndose bicho, ha ganao a los parejeros más sin emparde, ha basuriao a los domadores de más fama, ha cantao como nengún sabiá cantó, ha hecho cosas, en fin, como nengún irracional ha hecho, prestando servicios en estancias y hasta en el mesmo pueblo. Y allá en el Norte, por el lao del Palmar de los Dijuntos, mató el gallo más fiero y más malo que ha habido ni haberá en el mundo, y que era del general Firmino da Fonseca, no sé si lo conoce. Por eso le digo..
-¿El qué me dice? ¿Y el gallo ande está?
-Desculpe, don; ¿cuándo comienzan las riñas?
-En cuanto dentre junio. Cinco días faltan.
-Pues yo pa esa fecha estoy aquí con mi hermano; en la primer media noche que usté ordene se hace gallo, usté lo carga pa lo de don Zeca y puede jugarse la hacienda entera.
-Traiga su hermano.
Salió el mulato; lejos de las casas torció el rumbo y enderezó o lo de don Zeca, lugar que conocia más que bien. Llegó al otro día, se le dió hospedaje, pues era de la relación del negraje y esa noche expuso su plan al pardo Juvenal Porto. Y al amanecer siguiente los dos compadres pusieron rienda a lo de don Benito Durán. En el camino iban redondeando el asunto.
-Mirá, Juvenal -hablaba el mulato- si el gallo pierde no perdemos nada; si gana, tenemos cien cuadras pa los dos.
Bajo el poncho Juvenal llevaba un gallo cenizo que había hurtado de entre los doscientos que don Zeca cuidaba; el mulato cargaba un cajoncito. Antes de llegar a las casas, en una islita de la sierra y en sitio seguro, dejaron el galio metido en el cajón, bien racionado. Luego se presentaron a Durán.
-Este es mi hermano Juvenal, pa servirlo. ¿Cuándo quiere que se güelva gallo?
-El tres marcho pa lo de don Andrade.
-Pues el dos a la media noche usté tiene su gallo a punto.
Dos días pasaron el mulato y el pardo comiendo y durmiendo a lo grande. De vez en cuando Juvenal se zafaba a lo zorro y se arrimaba al cenizo cambiándole el agua, Ilenándole la lata de ración y vareándolo bien, pues a fuerza de mirar hacerlo al negro Junco, en la estancia -directo de los gallos de don Zeca- aprendió bastante de esa ciencia. Había levantado del galpón los restos de una pintura colorada y con plumas recogidas en la cocina le dio tres manos al cenizo.
Llegó el día fijado. Salieran pardo y mulato galpón afuera.
-¿Pa ande van?- los interrogó Durán.
-Al monte. Es en ese sitio y a la media noche que mi hermano pega sus repeluses. ¡Que naide nos siga y bombée porque se pierde el gallo!
De madrugada volvió el mulato con el cenizo hecho gallo colorado. Con marcado asombro miró don Benito al animal. Y exclamó:
-¡Güena estampa tiene ese colorao, canejo!
Y con vn peón partió a lo de Andrade. En tanto Juvenal había quedado a monte, esperando el desenlace de las riñas.
Allí llegó el hombre. Lanzó el desafío, don Zeca recogió el guante. Al otro día se echaron los gallos. El negro Junco observó muy detenidamente al representante de Durán. Se rascó las motas. . . El caso fue que un overo enfrentado por Andrade quedó patas arriba. Al circo entró don Benito, triunfal, y levantó su héroe. Pero ya Junco estaba hablando con el consternado Zeca:
-Tengo hallado la falta de un cenizo, e1 ochenta y siete; tiña un ojo zarco....ese colorao...
A querosén y trapo fue lavado el gallo de Durán, y de esa lavada surgió un cenizo mondo y lirondo.
-¡Vocé, seu Durán -habló Andrade- me ha ganado con un animal gatunado; querer decir que me ha robado duas veces! ¡A ver cómo se arregla isto!
Y seu Durán no tuvo más remedio que arrumar. Y a su campo marchó de inmediato, pues aunque era medio ingenuo, tenía pocas pulgas. Llegó a su casa. En la puerta del galpón estaba el mulato, un poco ansioso, aguardando lo ocurrido.
-¡Ganamos, mulato! Traé a tu hermano, vamos a hacer el compromiso de las cien cuadras.
Sin pensar más nada salió nuestro hombre rumbo al monte. Poco después estuvo allí con Juvenal. Hubo banquete y beberaje. Cuando don Benito los consideró a punto los mandó atar, meter en un carro y marchó a lo de don Zeca, a quien dijo al llegar.
-Este es el lobizome y éste el hermano del labizome.
Con las sacudidas del viaje y el fresco de la mañana, el mulato y el pardo habían recobrado sus personalidades. Pero cuando abrieron los ojos no pudieron mover el cuerpo. Miraron el cielo, pues iban panza arriba, se interrogaron a ojo y calcularon algo muy fiero. Don Zeca ya tenía su programa hecho. Ordenó bajar la pareja y dirigiéndose al pardo, le dijo:
-Muleque Juvenal: ya he sabido que eres lobizone y me alegro de saberlo. Aura te vas a volver gallo y me vas a correr una riña de compromiso y mucha plata...
Juvenal, muy compungido, habló:
-No, don Zeca, ¡qué viá ser lobizone! Es Caneca (así se llamaba el mulato) que me ha metido en este batuque.
-¿Cómo que no eres lobizome, si ayer le ganaste la pelea a mi overo Marechal?
-¡Qué viá ganar!¡Jué un cenizo suyo que yo levanté de la gallera, don Zeca!
-¡Superior! Pues ahora vas a peliar a lo gallo con ese mulato que te ha metido en el batuque, pra bien de saber quién es el pícaro!
Los hizo dejar de busto al aire, calzados con gigantescas nazarenas, cada uno esgrimiendo un garrote; y los metió en el circo.
-¡Peléen a lo gallo, forajidos -gritaba don Zeca y Durán acompañaba- si no quieren salir de patas pra delante!
No tuvieron más remedio, Juvenal y Caneca, que trenzarse a garrote y nazarena para salvar sus vidas, pues les constaba que Andrade era hombre de cumplir promesa.
Doscientos espectadores presenciaron aquella riña nunca vista y gritaron, apostaron y gozaron. Caneca se sintió mal parado, pues Juvenal era joven y le daba sin lástima. En una de esas se tiró al suelo, fingiendo estar sin resuello, dándose por vencido. Don Zeca ordenó a Junco:
-¡Refriégale el trasero con vinagre a ese gallo, a ver si hace por la pelea! Bueno, la cosa terminó en cataclismo.
Dos meses después, nuevamente, pidió posada en lo de Durán el mulato Caneca.
-¡Pero amigo -habló el estanciero- cómo tiene coraje pa presentarse otra vez en mi casa! ¿Con qué lobizome me viene aura?
-Lobizome nenguno, don Durán. Pero aquí le traigo seis güevos que de la reserva le pelé al negro Junco. Vamos a hacerles nido y el que salga gallo, yo mesmo lo cuido y vareo. Aquel brasilero me tiene que pagar la riña que perdí con el pardo Juvenal.
Año y medio después Durán le ganó dos peleas a don Zeca Andrade, que hicieron época por lo fantásticas... y Caneca se vió dueño de cien cuadras de campo.

José Monegal
Almanaque del Banco de Seguros del Estado - año 1964

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