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Miradas urbanas
 

La nostalgia como motor
por Margarita Michelini

 
 

La publicación de su cuarto libro en menos de diez años, el tercero de una serie dedicada a retratar la ciudad que fue y rescatar los valores que perduran, da a su autor credenciales suficientes para opinar sobre el personaje de su obra: Montevideo

Cuando lo acusan de nostálgico, Alejandro Michelena, mostrando un desparpajo que no vuelca en sus crónicas, responde que "para poder hablar de lo que se ha perdido o puede perderse en la ciudad o de lo que se debe rescatar hay que ser urbanista, arquitecto o nostálgico". Y él no es ni lo primero ni lo segundo sino un periodista e historiador vocacional que ha descubierto caminando con los pies y las palabras casi todos los barrios montevideanos.

Su tercer libro dedicado a la ciudad, Otras latitudes de monte VI deo, se lee con facilidad, entretiene, enseña, pero deja caer a menudo, de manera directa o metafórica, la idea de que todo tiempo pasado fue mejor.

Una pizca de nostalgia sería buena "como forma de sintonizarse con un pasado no vivido y valorarlo", insiste reivindicando la nostalgia como motor de su investigación y su escritura.

Sin embargo, reconoce que los uruguayos cometen muchos pecados de conservadurismo, como por ejemplo el de la gente a la que le caen mal las peatonales porque tocan la calle Sarandí, o los que se ofendieron porque McDonald's limpió la fachada del London París, afiliados a la costumbre de tener una ciudad sucia, gris, sin tonalidad ni colores.

En cambio, se muestra encantado con la recuperación del Centro que se viene impulsando, no sólo por razones personales ya que él vive en sus fronteras. Para Michelena la decadencia de la zona comenzó en los años 70 pero en su aspecto comercial nunca llegó a bajar del límite crítico. Por eso se esperanza con las perspectivas, y en este caso, como en otros, los cambios se deben dar de acuerdo con la gente para no transformar la ciudad en un museo.

Su propio pecado sería el de rechazar los shoppings, porque aunque la razón le indique que constituyen una estructura comercial característica de la época, prefiere caminar por la feria de Tristán Narvaja, dos domingos al mes por lo menos, por la rambla Sur, paseo que debido a las obras tiene actualmente vedado, o por las calles de Pocitos.

En tren de refutar reproches, Michelena justifica que en su libro tengan mayor realidad las paredes o las calles que la gente, los estilos que sus protagonistas, aduciendo que el personaje de su obra es la ciudad. Conocerla, agrega, "es una vía para comprender a los que la habitan".

En el primero de los libros que integran la trilogía, Rincones de Montevideo, aparecen los lugares más nombrados y prestigiosos; en el segundo Más rincones de San Felipe y Santiago ganan espacio los barrios alejados o ignorados. Y en el último libro, Michelena junta hilos sueltos: torres, playas, el Santuario Nacional, el hotel Carrasco y abre el juego hacia otras reflexiones como la descripción de festividades anacrónicas, la sugerencia de lugares para recorrer a pie, recordar el destino frustrado de la calle Agraciada o dedicar una página a las "queridas cachilas".

Alejandro Michelena, que eligió como lugar de encuentro El Brasilero, "porque es el café más antiguo del circuito céntrico que se conserva restaurado con un criterio afín a lo que fue", recomienda especialmente recorrer la Ciudad Vieja si se desea conocer Montevideo; durante el fin de semana, cuando no hay tránsito ni ruido.

Y explica cómo en esa esquina de Ituzaingó y 25 de Mayo conviven el edificio Centenario, ejemplo del modernismo de 1930, uno de los primeros trabajos de De los Campos, Puentes y Tournier inspirado en la escuela holandesa de De Stjil con una casa neoclásica del siglo pasado, otra de estilo colonial y un edificio art noveau como el del café. "Montevideo es una ciudad sincrética porque ha logrado aunar los aportes de diferentes culturas y épocas".

"Y eso en Montevideo es una virtud, es su esencia. La del aluvión, el puerto, la frontera que armoniza ideas y culturas".

Lo que no se logró solamente con nostalgia.

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Viejas playas del sur

"Cuentan algunos veteranos y veteranas de buena memoria cómo de niños vivieron la aventura de ir a caballo hasta el Faro de Punta Carretas por la costa; había que vadear las playas y superar los escollos de roca, y más allá del Parque Urbano -donde sí existía una corta rambla- aventurarse en los yermos de lo que luego fue el Parque de Golf. También cuentan que la playa Santa Ana era linda, de buena arena y aguas apacibles, quizá por el hecho de estar muy encerrada entre cordilleras rocosas. "Pero en un momento de aquella tercera década del siglo se comenzaron a concretar los trabajos previos a la construcción de la rambla. Estos requirieron tiempo y esfuerzos, pues hubo que dinamitar gran parte de las protuberancias pétreas y al mismo tiempo rellenar con mucha tierra lenguas de mar a la altura de las playas". (De Otras latitudes de Monte VI deo)

Margarita Micheleni
El Observador (Montevideo, Uruguay)
Miércoles 31 de enero de 1996

El presente reportaje fue cedido por el entrevistado, en papel diario. Fue escaneado, procesado y publicado por el editor de Letras-Uruguay, el 13 de marzo de 2013

 

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