Una pizca de nostalgia sería buena "como
forma de sintonizarse con un pasado no vivido y valorarlo", insiste
reivindicando la nostalgia como motor de su investigación y su
escritura.
Sin embargo, reconoce que los uruguayos cometen muchos pecados de
conservadurismo, como por ejemplo el de la gente a la que le caen mal
las peatonales porque tocan la calle Sarandí, o los que se ofendieron
porque McDonald's limpió la fachada del London París, afiliados a la
costumbre de tener una ciudad sucia, gris, sin tonalidad ni colores.
En cambio, se muestra encantado con la recuperación del Centro que se
viene impulsando, no sólo por razones personales ya que él vive en sus
fronteras. Para Michelena la decadencia de la zona comenzó en los años
70 pero en su aspecto comercial nunca llegó a bajar del límite crítico.
Por eso se esperanza con las perspectivas, y en este caso, como en
otros, los cambios se deben dar de acuerdo con la gente para no
transformar la ciudad en un museo.
Su propio pecado sería el de rechazar los shoppings, porque aunque la
razón le indique que constituyen una estructura comercial característica
de la época, prefiere caminar por la feria de Tristán Narvaja, dos
domingos al mes por lo menos, por la rambla Sur, paseo que debido a las
obras tiene actualmente vedado, o por las calles de Pocitos.
En tren de refutar reproches, Michelena justifica que en su libro tengan
mayor realidad las paredes o las calles que la gente, los estilos que
sus protagonistas, aduciendo que el personaje de su obra es la ciudad.
Conocerla, agrega, "es una vía para comprender a los que la habitan".
En el primero de los libros que integran la trilogía, Rincones de
Montevideo, aparecen los lugares más nombrados y prestigiosos;
en el segundo Más rincones de San Felipe y Santiago ganan
espacio los barrios alejados o ignorados. Y en el último libro,
Michelena junta hilos sueltos: torres, playas, el Santuario Nacional, el
hotel Carrasco y abre el juego hacia otras reflexiones como la
descripción de festividades anacrónicas, la sugerencia de lugares para
recorrer a pie, recordar el destino frustrado de la calle Agraciada o
dedicar una página a las "queridas cachilas".
Alejandro Michelena, que eligió como lugar de encuentro El Brasilero,
"porque es el café más antiguo del circuito céntrico que se conserva
restaurado con un criterio afín a lo que fue", recomienda especialmente
recorrer la Ciudad Vieja si se desea conocer Montevideo; durante el fin
de semana, cuando no hay tránsito ni ruido.
Y explica cómo en esa esquina de Ituzaingó y 25 de Mayo conviven el
edificio Centenario, ejemplo del modernismo de 1930, uno de los primeros
trabajos de De los Campos, Puentes y Tournier inspirado en la escuela
holandesa de De Stjil con una casa neoclásica del siglo pasado, otra de
estilo colonial y un edificio art noveau como el del café. "Montevideo
es una ciudad sincrética porque ha logrado aunar los aportes de
diferentes culturas y épocas".
"Y eso en Montevideo es una virtud, es su esencia. La del aluvión, el
puerto, la frontera que armoniza ideas y culturas".
Lo que no se logró solamente con nostalgia.
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Viejas playas del sur
"Cuentan algunos veteranos y veteranas de buena memoria cómo de niños
vivieron la aventura de ir a caballo hasta el Faro de Punta Carretas por
la costa; había que vadear las playas y superar los escollos de roca, y
más allá del Parque Urbano -donde sí existía una corta rambla-
aventurarse en los yermos de lo que luego fue el Parque de Golf. También
cuentan que la playa Santa Ana era linda, de buena arena y aguas
apacibles, quizá por el hecho de estar muy encerrada entre cordilleras
rocosas. "Pero en un momento de aquella tercera década del siglo se
comenzaron a concretar los trabajos previos a la construcción de la
rambla. Estos requirieron tiempo y esfuerzos, pues hubo que dinamitar
gran parte de las protuberancias pétreas y al mismo tiempo rellenar con
mucha tierra lenguas de mar a la altura de las playas". (De Otras
latitudes de Monte VI deo) |