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Viejos boliches camino a la Cruz
Alejandro Michelena

El viejo camino Carrasco, en su largo trayecto, tiene muchos bares con muy variadas características. De los más antiguos, como alguno con aires de pulpería que avanzado este siglo estaba por la zona de la Cruz de Carrasco, ya no queda ni el vestigio. Pero sin embargo se conserva sí un reducto centenario, que a pesar del tiempo y las reformas mantiene rasgos que lo ubican en la no muy extensa lista de boliches de barrio que no han perdido su perfil. Nos estamos refiriendo al bar La Virgen, de Camino Carrasco e Hipólito Irigoyen.

Los avatares del "progreso" han hecho que ahora esté formando parte de lo que vendría a ser la esquina comercial del populoso conjunto de viviendas conformado por Euskal Erría y varias cooperativas, pero se adivina aún su alejada condición de faro de las noches oscuras donde recalaban trabajadores de las chacras de Malvín (esas que en la década de los sesenta todavía existían a ambos lados de la avenida Italia y hacia el camino Carrasco, unas cuadras antes de llegar a Veracierto), los ladrilleros de las fábricas que todavía existían más adelante hasta no hace muchos años por el mismo "camino", e incluso algún italiano quintero de más allá de "la Cruz" en noche de farra. Desde afuera dice poco; los sucesivos retoques y reformas han desdibujado la que sería su original fachada. Lo que sí llama la atención es la virgen de la que toma su nombre, empotrada en la pared, casi sobre la puerta principal, la que según cuentan las historias del barrio –e incluso las que circulan en los tés de la tarde de algunas señoras de la zona– fue encontrada en la costa del Plata, a la altura de Carrasco, proveniente sin duda de algún velero hundido en el siglo pasado.

Sea como sea, la virgen está allí, y junto con la cruz de Bolivia y Camino Carrasco, transforma a esta última calle en una de las más "religiosas" de la ciudad. Pero entrando al bar podremos ver otros iconos venerados, de una religión más laica y popular: por un lado está Gardel, con su inalterable y canchera sonrisa, y por el otro Dogomar Martínez, con los guantes puestos y en actitud de espera del adversario.

El boliche ha sido modernizado, como lo atestiguan la cármica en sus sillas y mesas, el piso y el techo. No obstante, mirando las puertas enormes y desvencijadas, podemos hacernos una idea de los años que debe tener el local. El mostrador "de estaño" ya no está; en su lugar se encuentra uno de mármol, tal vez colocado hace unas cuatro décadas. Por detrás se puede ver una estantería de madera oscura –unos de esos típicos muebles para las bebidas– que es una verdadera reliquia.

Pero lo más interesante es la gente, los parroquianos, pocos pero en apariencia eternizados en gestos que seguramente se vienen reiterando desde hace quién sabe cuánto tiempo.

Alejandro Michelena

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