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Vieja historia del Pasteur 
El hospital que fue un asilo
Alejandro Michelena

Uno de los edificios más característicos de La Unión es el que alberga al Hospital Pasteur. Supo ser colegio de estudios superiores, asilo de mendigos y ancianos, y hasta cárcel, antes de transformarse —en los años veinte del siglo pasado— en uno de los principales hospitales montevideanos. Conserva todavía rasgos que lo singularizan, como la torre, los portales y el jardín trasero.

Fue en plena Guerra Grande cuando Manuel Oribe tuvo la iniciativa de construir una casa de estudios superiores en Villa Restauración. La situación era propicia, ya que existía un terreno de tamaño considerable y céntrica ubicación, donado por Tomás Basañez. Eran 6 mil 500 metros cuadrados, que se prestaban adecuadamente para considerar una obra ambiciosa que incluía una plaza y una capilla.

Se encargó el trabajo a los constructores Netto y Cunha, que culminaron la obra en 1849. Oribe se manifestó orgulloso por esta realización, al punto que se ufanaba del emprendimiento ante visitantes extranjeros, caso del norteamericano Samuel Greene Arnold, quien lo visitara por ese tiempo. El problema fue que al terminar la contienda el Brigadier General no pudo seguir pagándole a los constructores, quienes por tal motivo tomaron posesión del edificio desalojando las oficinas policiales que se habían instalado allí provisoriamente.

Más adelante, por un tiempo pasaría a cumplir las funciones educativas para las que había sido proyectado, albergando la Academia de Jurisprudencia. Esto fue hasta el 19 de agosto de 1860, cuando se instaló allí el asilo de ancianos y mendigos. Por entonces tenía una sola planta, pero ya lucía la característica torre. La ceremonia de inauguración fue presidida por el Presidente de la República, don Bernardo Prudencio Berro.

De las celebraciones al tan temido cólera

Las fiestas de apertura del asilo fueron solemnes. Por la mañana tuvo lugar el Tedeum en la iglesia de San Agustín, oficiando el presbítero Juan José Brid. Luego habló el doctor Magested, y acto seguido la concurrencia cruzó la plaza hacia el edificio, en cuyo jardín se bendijo una imagen de San Francisco de Asís. Hizo uso de la palabra el presidente de la junta, Luís Lerena, recordando que la iniciativa de un albergue para ancianos y desamparados tenía su lejano antecedente en 1818, cuando el padre Dámaso Antonio Larrañaga gestionara la posibilidad de concretarlo ante el cabildo de la época. Por fin, el Presidente procedió a la apertura solemne del establecimiento. Y de inmediato, Francisco Acuña de Figueroa —viejo y casi ciego, pero siempre lúcido— improvisó unos versos para la ocasión.

Mientras se desarrollaban los actos, los trece viejitos iniciales permanecieron sentados, muy tiesos, en los largos e incómodos bancos del comedor. El propio Presidente Berro y los miembros de su comitiva se encargaron después de repartir el pan para esa primera frugal comida que los abuelos iban a hacer en su nueva casa.

En ocho años el asilo llegó a albergar a varios cientos de ancianos y menesterosos. Durante un tiempo los huéspedes se mantuvieron estables, con las naturales pérdidas a causa de muerte compensadas por nuevos ingresos. Esto fue así hasta 1868, cuando la temible epidemia de cólera asoló la villa, perdiendo ésta la décima parte de sus habitantes. Por cierto: el mal diezmó de manera dramática a la población del asilo.

De nada valieron los conjuros de algún curandero criollo, ni las recetas que el licenciado Lázaro escribía en las puertas de las casas y luego se retiraba por temor al contagio. La pandemia fue implacable.

De asilo a cárcel

La prensa de la época destacaba el trabajo productivo de los viejos del asilo, que confeccionaban almohadillas para los duros asientos de la Plaza de Toros. Porque salvo el episodio dramático del cólera, la vida transcurrió apacible para el establecimiento.

En 1874, el gobierno de Ellauri decide transformar el lugar en cárcel, instalando allí a los condenados a trabajos forzados en las cercanas canteras. Fue algo habitual entonces ver transitar pesadamente por las calles cercanas, rumbo al sur, a la fila de penados arrastrando cadenas.

Ya algunos años antes, en 1861, por exceso de presos en la cárcel del Cabildo se había destinado un pabellón del edificio a convictos peligrosos.

Surge el hospital

Después de algunos años como cárcel, el inmueble vuelve a su anterior función de asilo, carácter que mantendrá hasta los años veinte del siglo pasado, cuando se inaugura muy cerca un flamante edificio "modelo" para esos menesteres, que es el actual Piñeiro del Campo, todavía en funciones. Entonces, en el viejo edificio que Oribe quiso para colegio, que fue luego asilo y cárcel, se ubicó el Hospital Pasteur, y permanece —a pesar de los pesares— hasta el día de hoy.

A través de los años el añejo edificio ha sufrido muchas ampliaciones y modificaciones, las que sin embargo no han tergiversado su perfil original.

Alejandro Michelena
Crónica aparecida en Periscopio Nº 25, octubre de 1997. Se reproduce con modificaciones.

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