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El Vaccaro: gran café de los barrios norteños
Alejandro Michelena

Hasta hace algunos años los cafés y bares fueron centros populares de encuentro informal, verdaderas "escuelas de todas las cosas". Pero pocos entre ellos –por su tradición y especiales características–llegó a constituirse en un auténtico imán a través del tiempo, incluso para los vecinos de zonas bastante alejadas. Este es el caso del clásico Vaccaro de General Flores y Domingo Aramburú.

Pero viajemos con la imaginación a la prehistoria del lugar. Al siglo XIX, cuando el terreno era parte de la extensa quinta de doña Dolores, conocida en esos parajes como La Loca. El establecimiento se extendía desde el camino de Goes (hoy General Flores) hasta el barrio Krüger, cerca de Garibaldi. Se dedicaba al cultivo de árboles frutales y verduras para abastecer a la cercana capital.

Allí trabajaba la tierra el inmigrante italiano Jerónimo Vaccaro –conocido por el apodo de Yirumín–, quien al morir doña Dolores, sobre el 900, compró la franja de terreno ubicada entre el camino de Goes y las actuales Domingo Aramburú y José L. Terra. En la esquina entre las primeras arterias nombradas instaló su negocio de "almacén y bar"; en la parte del despacho de bebidas, un coterráneo pintó una terrible y sangrienta escena de la itálica batalla de Solferino. Mientras Yirumín atendía la parte de almacén, sus hijos lidiaban con los cultores de las bebidas espirituosas. Este sector del negocio permanecía abierta toda la noche.

Poco después, por 1906, los Vaccaro instalaron en la esquina de enfrente el cine Fénix, lo que atrajo mayor concurrencia. Un timbre sonaba en el bar, alertando a los parroquianos sobre el comienzo de las películas calle por medio.

Fue sobre los años veinte, con la iniciativa de Perucho Bórmida, que el antiguo Yirumín (así se lo conocía) comenzó a transformarse en café y restaurante, adquiriendo renombre. Sobre General Flores estaba el salón comedor, y separado por una mampara el café propiamente dicho. En poco tiempo, a las diez de la noche ya no era posible encontrar mesa ni en invierno ni en verano.

La construcción de un nuevo local se imponía. Sobre las ruinas del Yirumín se alzó, cual el ave mitológica, el orgulloso edificio del nuevo café, con su elegancia y sus toques "déco" propios de la época.

Gran café del norte

El Vaccaro fue, desde los años treinta y hasta más allá de los cincuenta, el gran café de Goes, Villa Muñoz, Arroyo Seco y Reducto. Por extensión resultó también un amable faro para las noches de la juventud bohemia del Cerrito de la Victoria, Porvenir y Pérez Castellano. Su enorme salón vibraba intensamente al conjuro estimulante de la charla desplegada en decenas de grupos de todo tipo: políticos, deportivos, culturales, profesionales y comerciales.

Por su parte, desde las diez de la noche las mesas del salón comedor estaban repletas desde hacía rato. No era para menos: en toda estación se servía, entre otros platos suculentos, un puchero conteniendo una presa de gallina, un trozo de carne, chorizo, morcilla, tocino, boniatos, papas, garbanzos, zapallo, zanahoria y repollo. El responsable de la cocina era Felipe Medina, que también ofrecía milanesas de tres pisos y churrascos monumentales. Del otro lado del mostrador, su colega Roberto López preparaba sandwiches y, cuando había, perdices "a la escabeche".

"En tu mezcla milagrosa"

Al Vaccaro concurría un juez como Eduardo Artecona y políticos como Antonio Gustavo Fusco. Pero igualmente taximetristas como los Fabrelo, o Dante Cocito que fue el primer "chauffeur" de automóviles de alquiler (los precursores del taxi).

En un rincón del recinto tenía su mesa el sombrerero Benito Severi, quien llegaba al café siempre acompañado de su empleado Luis Ferrari, que años después fundaría la conocida (ya desaparecida) cadena de ropa de hombre El Mago. Se los podía vislumbrar casi todos los días hablando a media voz con los sastres Daniel Grecco y Nicolás Albano.

Juan el Tuerto era uno de esos personajes infaltables en los viejos cafés montevideanos. Hacía honor al nombre, yendo de mesa en mesa observando a los parroquianos con su ojo inquietante de cíclope. Se pasaba allí las horas, día y noche, comiendo cuando lo invitaban. Desafiaba a todos con apuestas inverosímiles, todas por rigurosos diez pesos. Tal era su pasión de apostador que una vez, cuando por no alimentarse adecuadamente se desmayó y hubo que llamar al médico, al advertirle el galeno que su vida corría peligro, Juan el Tuerto le replicó –con apenas un hilo de voz– "Doctor, le apuesto diez pesos a que no me muero"... Y hubiera ganado, pues en realidad falleció a los ochenta años.

Otro de los personajes típicos fue el Toto Mondutey, verdadero historiador oral del barrio, que además era considerado el rey de los bailarines del tango con cortes y quebradas.

En una mesa se podía ver tomando una ginebra a Rubén Trelles, el hijo de José Antonio y Trelles "El Viejo Pancho". En otra estaban los hermanos Armando y Raúl Bacigalupi, y más allá los también hermanos Soler –responsables de las tiendas de ese nombre– César, Bolívar y Guzmán.

"Aprendí filosofía"

La tertulia teatral fue un rito sostenido en el seno del Vaccaro. Uno de sus principales integrantes fue el Dr. Juan Carlos Patrón, autor de uno de los éxitos más resonantes en la historia del teatro uruguayo: Procesado 1040; que supo también constituirse en el cronista del barrio Goes y del propio café. Junto a él se podía ver a Carlos Brussa, auténtico patriarca de las tablas, que durante décadas supo llevar el buen teatro por todo el interior con su compañía. Pero también frecuentaba esa mesa un joven actor de apenas dieciocho años, que con el tiempo se iba a transformar en el primer actor de la Comedia Nacional: Alberto Candeau. Y en los veranos la rueda se agrandaba con la presencia de Santiago Arrieta, que venía de las luces de la calle Corrientes.

No menos poblada fue la mesa de los tangueros, donde recalaban –cuando sus éxitos en la Reina del Plata se lo permitían– tanto Roberto Fugazot (el autor de Barrio Reo) como Carlitos Roldán, que se hiciera famoso cantando con Francisco Canaro pero que de chico había sido lustrabotas en el viejo Yirumín.

Otros artistas visitaban habitualmente el café. Los payadores Juan Pedro López y Américo Chiriff, el cantor Néstor Feria, los integrantes del dúo Pascal-Canedo, el pianista Cachito Cernuschi, el parodista Félix "Cotorrita" Ramos, el murguero Porteño Nogara (que se destacara en los Saltimbanquis y La Milonga Nacional), el mítico Ñato Pedreira, y ese gran maestro de ceremonias de tantos carnavales que fue Carmelo Imperio.

El pintor Julio Verdié, un poeta como Roberto Ibáñez, un crítico literario de la talla de Rubén Cotelo. Todos ellos hicieron tertulia en algún momento en las mesas del clásico café goense. Lo mismo que Juan J. Severino, autor teatral, actor, director, escenógrafo y escultor.

"Esforzados atletas..."

Había en el Vaccaro una mesa de atletas, integrada por Raúl Laffite, Eugenio Bresciani, Atuel Velázquez y Juan Carlos Felito, quienes estaban siempre rodeados de admiradores. No eran menos asediados –un poco más lejos– Tito Borjas y Perucho Petrone, siempre evocando sus viejas hazañas del balompié.

La barra del Sud América estaba presidida por el Dr. Antonio Oreggio, y conformada por Ricardo Vitola, Ángel Fossa, el Dr. Oscar Raggio, Roque Lapenna y Julio Oddo, entre muchos otros.

Y muy cerca de los cultores del físico, solían reunirse los encargados de curar los cuerpos. Fueron tantos los médicos que recalaron en las viejas mesas, que en una de ellas comenzó a gestarse –allá por 1934- el Sindicato Médico del Uruguay. Fue en la que presidía el Dr. Carlos María Fosalba, con quien solían encontrarse los doctores José Pedro Cardoso, Ricardo Yanicelli, Oscar Raggio y Hamlet Suárez.

"Tiempos viejos"

Multitudes entraban y salían del café Vaccaro durante las horas de cada jornada. Las mesas estaban pobladas tanto en las tardes como en las noches. Esto pasaba sobre todo allá por los años treinta, cuando el café costaba $ 0.04, el paquete del tabaco Guerrillero $ 0.12, el librillo de hojillas de fumar Jaramago $ 0.02.

Una copa del vermut francés Noilly Prat salía $ 0.06. Mientras que el whisky era por entonces prohibitivo: el vaso estaba a $ 0.15. Pero la mayoría de los copetines se hacían en base a vermuts más baratos. Y la ginebra y el gin-fizz eran bebidas usuales.

Como buen café de antes, el Vaccaro tenía su sector para el juego de dados, donde se pudo ver apostando fuerte al cantor de tangos y futuro director de orquesta Antonio Cervino. Una noche en que se estaba jugando fuera de los marcos legales del momento, entró un sargento de policía con dos agentes justo cuando Cervino iba a tirar "los huesitos"... Este, sorprendido, tuvo reflejos y humor como para entrar a cantar "Arrésteme sargento, y póngame cadenas..." El milico, con buen sentido del humor, se retiró diciendo: "Vámonos, que son sólo muchachos que se están divirtiendo", y dirigiéndose a Cervino: "A ver si le sale un 7, mi amigo".

"Y los años pasaron, pasaron..."

Con la crisis de los sesenta, toda la zona comercial de Goes sufrió un estancamiento que se iba a extender por mucho tiempo. Y el café Vaccaro no pudo evadirse a ello.

Se lo fue modificando, en sucesivas reformas, quedando del perfil de su etapa de esplendor apenas si algo del piso y de los ventanales. De todas maneras, aquella parroquia que le dio vida por tantas décadas ya no estaba; las nuevas generaciones preferían los cines y bares del centro.

Alejandro Michelena
Esta crónica forma parte del libro "Antología de Montevideo" (Ed. Arca, 2005). La fuente más importante para la investigación que posibilitó su escritura ha sido el libro "Goes y el viejo café Vaccaro", del doctor Juan Carlos Patrón, referencia ineludible en estos temas.

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