Una luz incidente allá en la esquina
Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

La salvadora "luz incidente" en la ventana.

“A Loly, en memoria, a veinte años de su ida hacia el misterio

Eran tiempos de días melancólicos y noches tristes y muy desoladas. Por debajo de la chatura ambiente y la aparente tranquilidad de la vida cotidiana se podía adivinar, palpar, el trasfondo siniestro y ominoso, agazapado en los rincones más turbios que eran la realidad oculta de Montevideo y todo el país en ese entonces.

El joven poeta sufría todo eso de un modo muy intenso, por momentos angustiante, porque coincidió con una profunda crisis en su vida, en lo existencial y lo familiar. Su madre, sumergida en un constante estado depresivo, su padre fallecido no hacía tanto luego de una cruel y vertiginosa enfermedad, su hermano y su compañera detenidos en Buenos Aires y de los que nada sabían.

Una profunda y aplastante tristeza sobrevolaba el caserón familiar del Parque Batlle atrapando a todos sus integrantes: su madre y hermanas y sobrinas, la fiel Renata que siempre estuvo con ellos desde que tuvo uso de razón, y él mismo. Y esto ocurría en el momento más oscuro de una situación opresiva en lo político, social y cultural cuyo fin estaba todavía muy lejos.

Daniel de todos modos intentaba superar lo que calificaba, en su lenguaje juvenil como “bajón”. Pero en lo personal todo se agravó cuando de un día para otro lo dejó la muchacha con la que mantenía una relación  desde hacía algunos años, la que había sobrevivido a aventuras fugaces de su parte.  Le dolió más porque la fiel Griselda era en ese momento de crisis  lo más permanente y firme en su vida.

Y para agravar la situación, sus mejores amigos se habían ido del país buscando aires de libertad, algo que él había intentado unos años antes sin animarse a quemar las naves. Lo lamentaba en cierto modo en ese momento; pero sabía, oscuramente, que su lugar, su destino, estaba en ese agónico presente como puntal de su familia, pese a sus debilidades.

A todo lo anterior se agregaba una gran confusión respecto a sus posibilidades en la vida. No tenía trabajo hacía tiempo, había abandonado recientemente sus incipientes estudios de Antropología, y hasta le surgían dudas sobre su vocación literaria. Sentía, fuertemente, que estaba en un pozo, o mejor en un callejón sin salida… Había intentado hacer una terapia pero no la continuó. Caminaba en la noche temprana solo, sin rumbo, por las calles solitarias, cruzándose con silenciosos gatos callejeros y mirando las luces brillando a lo lejos, en un edificio, una buhardilla… imaginando que detrás de esas paredes habría un lugar cálido que a él le estaba vedado.

 

Hubo un episodio que al pasar del tiempo comprendió que fue clave en su vida. Una de esas noches, caminando solitario, desconcertado luego de casi un mes en el cual Griselda dejó abruptamente de dar señales de vida,  de llamarla y que le dijeran que no estaba, la angustia y la desolación lo cayeron sobre él como nunca antes… Tuvo necesidad perentoria de encontrarla, de oír su voz, y la llamó de un teléfono público. Y la encontró por fin.

El diálogo fue entrecortado, ella contestaba con monosílabos; no pudo lograr que le dijera por qué no quería verlo y qué le sucedía. Se alteró entonces, se puso violento, y ella le cortó. Volvió a llamar una y otra vez pero nadie atendía.

Desesperado se lanzó a deambular en esa noche de invierno desolada e inhóspita, en medio de una ciudad con miedo surcada de tanto en tanto por lentos patrulleros. Uno de ellos amagó detenerse –lo hacían sistemáticamente al ver un joven con el pelo largo, con libros y cuadernos bajo el  brazo- pero siguieron; consideraron “a ojo de buen cubero” como se suele decir, que no debía ser “un subversivo…”

De pronto se cruzó con una enigmática mujer de negro, atractiva a pesar de su blancura y languidez, que le había llamado la atención en otras noches. Esa vez le habló, más que nada para no sentirse tan irremediablemente solo. Fueron a un bar y la mujer le pidió que le pagara un cortado, medialunas, cigarrillos. Había cobrado unas colaboraciones a una revista y pudo satisfacer ese requerimiento. Después la mujer le aclaró que ella estaba trabajando, que era prostituta, lo que el joven poeta ya había adivinado. Le dijo que no pretendía sus servicios; que la abordó para charlar un poco, nada más. La mujer le pidió que la acompañara hasta un cercano almacén y a la parada del ómnibus. En todo ese tiempo seguía angustiado, sintiendo que esa triste presencia nada le aportaba, y sintió alivio cuando por fin se fue.

En ese momento miró hacia la cuadra siguiente y pudo vislumbrar la parte trasera de un edificio en el que había estado tiempo antes. Y vio una luz incidente brotando de una ventana que le pareció cálida y amable; y sintió deseos de estar ahí dentro, intuyendo que se iba a sentir protegido. Allí vivía una mujer algo mayor que él que le había presentado uno de los poetas de un grupo con el que se reunía. La recordó intensamente en ese momento, pese a que la había visto tres veces; encontró en ella una comprensión y una cercanía que mucho necesitaba en esos tiempos de tanta frialdad.

Hacía unos meses que había tenido ese fugaz encuentro con Loly, como la llamaban sus amigos, y luego sus problemas existenciales y sus líos con Griselda lo atraparon. Y ahora la recordaba intensamente, viendo esa luz cálida que supuso provenía de su apartamento. Y decidió visitarla no bien se recuperara del duelo por la pérdida de ese amor que lo colmaba en lo erótico pero lo dejaba vacío en las otras dimensiones de la vida.

 

Lo que vino después tal vez no importe. Hubo un encuentro fugaz, o  no… Quizá a partir de ahí se afirmó una relación firme y en cierto modo definitiva en la vida de ambos. Pero aunque se haya dado una u otra hipótesis, o incluso ninguna de ellas, lo que fue definitivo e inolvidable para el joven poeta fue el vislumbre de esa luz incidente en aquella esquina,  momento de iluminación único e irrepetible.

 

Alejandro Michelena
 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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