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Un poeta de guetos - Roberto Mascaró
Crítica literaria de Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 
Gueto, de Roberto Mascaró. Vintén Editor, Montevideo, 1991
 

La extraña fuerza, la soterrada intensidad -por momentos irónica y distante, a veces cruel- de este conjunto de textos que el convencionalismo literario invitaría a denominar "prosa poética" o "poesía en prosa" y que preferimos considerar más bien como "poesía poesía" (sin apellidos compensatorios o explicativos), lo torna inusual por no decir insólito en este medio caracterizado por las tibiezas, donde las pirotecnias formales sacadas de figurines de antes de ayer se alternan con exteriorismos más o menos populizantes, neorromanticismos cautos y leves desenfados posmodernistas pour épater la gauche. Mascaró, saludablemente, nos confirma en este libro -desde el título- algo que ya estaba claro en los anteriores: su pertenencia al reducido gueto de esos creadores, pocos pero existentes aún en "tontovideo" (o vinculados a ésta por origen), que prefieren seguir un camino auténticamente personal, y cuyo talento y trabajo les permiten originalidad y convicción artística.


Como bien lo apuntara algún crítico, este conjunto se filia -en varias líneas de la obra de este escritor- a su libro Chatarra/Campos. Con él comparte ese rescate y realce poético de lo marginal, de lo "fronterizo" a todos los niveles, de lo suburbano como espacio estético. Y lo hace, he ahí su aporte mayor, asumiendo ese "margen" diríamos que existencial sin cautelas: "Amo el Suburbio como a un pariente lejano que no puedo evitar echar de menos. Idolatro su arquitectura atroz". Su implacable, mordaz mirada, no oculta que el autor —al igual que el cineasta argentino Jorge Polaco, con el cual es parangonable a más de un nivel- siente verdadera predilección tanto por aquellos "viejos con boina vasca" de "Chatarra" como por la tal vez más vistosa pero no menos patética "mediocre Sota de Bastos" de su "Bolero" en Gueto.

Roberto Mascaró no es por cierto un "literato". Nutre su obra muy lejos de la academia o de lo culterano; más cerca está de un Bukovski, un Carver o un Sam Sheppard que del grueso de tantos "encorbatados" pares uruguayos. Es un marginal consciente de tal condición en su poesía, que se asume como tal mediante el gusto por ese límite de estéticas que se ha dado en llamar "video-arte", o a través del cultivo de ese híbrido -ni plástica, ni teatro, ni recital, ni espectáculo, y todo a la vez- que es la performance. En el curso de su obra, proteico y cambiante desde el original Estacionario, muestra una coherencia formal y conceptual que se va ampliando y enriqueciendo con los nuevos caminos por los que le lleva su avidez constante, algo así como un cosmos en expansión que más allá de las mutaciones mantiene su perfil esencial. El preciso trabajo del lenguaje, el cuidado estructural en cada texto, la convicción práctica del libro como un "todo", sirven de objetivo primordial: descubrir la "belleza" equívoca en una escena cotidiana del hotel de cuarta con portero nocturno, en la no aventura del insignificante y triste viajante de comercio, en la subcultura dé las letras de bolero, en los suburbios o guetos atroces pero estimulantes que pueden estar tanto en Estocolmo como en Montevideo.


 

Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 

Crítica literaria publicada, originalmente, en "Brecha" (Montevideo), el 20 de diciembre de 1991.

 

Texto cedido por el autor en formato papel de diario. Escaneado e incorporado a Letras Uruguay, por su editor, el día 19 de marzo de 2013.
 

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