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Críticas y comentarios de libros por Alejandro Michelena

Un "Ciudadano Kane" en la Argentina de los 70

Timerman: el periodista que quiso ser parte del poder, de Graciela Mochkofsky. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2003, 532 págs.

En un país como la Argentina, que ha tenido siempre figuras públicas polémicas y contradictorias, la personalidad del periodista y empresario Jacobo Timerman no resulta algo excepcional. En su desempeño profesional llegó a ser un influyente columnista político a fines de los años cincuenta.  Pero lo que más lo destaca, aquello por lo que será recordado, es su condición de creador de dos proyectos periodísticos que –en décadas sucesivas– renovaron la imagen y el concepto de los medios escritos en Buenos Aires. Promediados los sesenta fundó la revista Primera Plana, jugada al análisis de las noticias, a los reportajes creativos con toques literarios, al rigor en la crítica especializada, que entusiasmó a un lector exigente que por entonces –acompañando el crecimiento de la matrícula universitaria– se iba multiplicando. Va a reiterar la experiencia con éxito similar en 1971, a través del diario La Opinión, que inspirado en el francés Le Monde cosechó también sus fieles entre la clase media informada e inquieta.

El mayor mérito de Graciela Mochkofsky –en su libro Timerman el periodista que quiso ser parte del poder– radica en haber logrado, luego de una minuciosa investigación y decenas de entrevistas, presentar al conocido periodista en todas sus dimensiones, sin soslayar los aspectos menos simpáticos de su accionar, como su recurrencia en el apoyo a golpes militares.

Con Primera Plana cuestionó duramente al debilitado gobierno constitucional de Illia y apuntaló el cuartelazo de Onganía, en el 66. Pronto se iba a arrepentir, pero luego, desde La Opinión recaería en idéntica actitud, apostando por el golpe de la Junta Militar encabezada por Videla en 1976.

Esta última dictadura lo pondrá preso luego, en 1977, a causa de haber difundido en su diario pedidos de habeas corpus  por personas desaparecidas (lo único que era posible hacer públicamente, en esos casos y en aquel momento), y también por sus vinculaciones  con el banquero Gravier. La confusa muerte de éste, en un accidente aéreo en México, desencadenó un escándalo financiero que la dictadura argentina investigaría con  esmero, tanto por las relaciones de Gravier con cierto dinero proveniente de Montoneros como, sobre todo, porque su condición de “judío” servía de justificativo para las delirantes concepciones de cierto sector militar con relación a la “conspiración judía mundial contra el país”.

En cierta medida, como bien lo apunta Mochkofsky, Timerman estuvo preso más que por haber comenzado tenuemente a imprimirle a La Opinión cierto matiz opositor, porque a los ojos de alguien como el jefe de policía de facto, el siniestro general Camps –lector obsesivo de esa biblia fascista denominada Los protocolos de los sabios de Sión– al tratarse de un brillante e influyente periodista judío, no podía dejar de ser uno de esos “sabios”.

El libro se lee con sostenido interés. Su autora alterna, con buen criterio, la información histórica y documental con el relato de la vida del polémico periodista devenido empresario. Desde la llegada de su familia de Ucrania siendo muy chico, en 1928, pasando por la militancia juvenil en grupos sionistas de izquierda y sus veleidades literarias, hasta la transformación posterior en influyente periodista. Luego aparece la relación de Timerman con el desarrollismo frondizista, su decepción, y el apoyo reiterado a tres golpes militares.

Graciela Mochkofsky esboza con precisión el retrato del personaje.  El hombre que luego de una etapa juvenil de cierta bohemia se trazó la meta de llegar a ser famoso y también rico. Describe su gusto por el lujo, la ropa cara, los buenos habanos y los almuerzos en restaurantes finos. No quedan dudas que además de periodista fue un auténtico burgués. Pero el texto se preocupa en dejar claro que, junto a la capacidad de hacer buenos negocios Timerman poseía también la de crear medios de prensa que propiciaron la auténtica calidad periodística.

Hay lealtad hacia el protagonista de su historia. Exhibe sus claroscuros pero también destaca su valentía, como por ejemplo la sostenida firmeza que mantuvo, pese a las torturas brutales a que fue sometido en los pozos de la dictadura, y su denuncia sistemática –en el exilio– de la terrible situación argentina.

En síntesis: es un libro riguroso en la investigación, que además posee la cualidad de estar bien escrito. 

Alejandro Michelena
Nota bibliográfica aparecida en el semanario Brecha, el 16 de enero de 2004. 

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