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El santo milagrero de la calle Inca
Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 

San Pancracio

Es más precisamente en Inca casi Nicaragua, donde se alza el templo dedicado a San Pancracio. Allí, todos los doce de cada mes se renueva un curioso ritual. Desde hace muchísimos años una verdadera multitud se acerca durante toda la jornada para pedirle al santo por la salud propia y de familiares, por trabajo y mejoramiento económico.

Hace unos setenta y pico de años  atrás corrió como reguero de pólvora por toda ciudad que la estatua de San Pancracio había llorado. Eran tiempos en los cuales los favorecidos por los beneficios en los que el santo se especializa llevaban luego ex-votos, que eran tantos que casi ocultaban el altar. Desde los años setenta la retribución por los beneficios recibidos se realiza mediante kilos de arroz, de azúcar y de yerba, que se reparten luego entre familias carenciadas.

San Pancracio nació en Frigia y de familia noble, pero a los 14 años ya estaba en Roma en tiempos del emperador Diocleciano. Con su tío Dionisio habían montado una suerte de “cooperativa de ayuda

mutua” dentro de la comunidad cristiana, la que entonces era mal vista desde el poder. Murió mártir, y en el sitio donde lo mataron se alza hoy la basílica que lleva su nombre.

El templo local data de la década del treinta. Perte­nece al último período de construcción monumental de recintos católicos. Por fuera su condición es algo indefinida en su estilo, pero si entramos simula el gótico, o mejor cabría decir que se trata de un muy liberal neo-gótico. Hay vitraux en las paredes, donde consta el nombre de la familia que donó el dinero para instalar cada uno de ellos. Lo mismo pasa con bancos y reclinatorios, en ninguno de los cuales falta la chapita dorada con el "recordatorio" del donante. En todo esto, así como en la permanencia de los altares laterales –uno dedicado a la Virgen de Fátima, otro al Sagrado Corazón– y confesionarios bien cuidados, conserva un aire entre anticuado y solemne.

Los días doce se instala en la cuadra frente a la iglesia una verdadera feria con puestos de venta de todo tenor, relacionados directa o vagamente con la devoción al santo. Incluso hay un comercio junto a la parroquia, en el cual la estatua de San Pancracio se vende en pie de igualdad con otras imágenes de dudosa filiación cristiana, entre velas de variados colores y sahumerios, en mezcla proliferante que no puede menos que hacer recordar a aquella "Biblia junto a un calefón" de la que nos hablara el sabio Discepolín.

Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 

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