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Rogelio Navarro: un filósofo a contrapelo 
Alejandro Michelena

Era un individuo peculiar. Solemne, formal, caballeroso, y al mismo tiempo desmesurado e inquietante. Así se lo veía en el viejo café Sorocabana de la plaza Cagancha en los años setenta, cuando asombraba a sus contertulios al dejar de lado una reflexión sobre Jean Paul Sartre para efectuar un comentario bizarro en relación a alguna mujer vistosa que se acercaba a alguna mesa.

Rogelio Navarro es hoy un perfecto desconocido, pese a haber publicado más de una decena de libros. Los volúmenes se caracterizaban por tener como elemento distintivo diversos sellos editores alusivos a barrios montevideanos (Ediciones del Faro de Punta Carretas, Ediciones del Cerrito de la Victoria, etc.). Era su personal manera de rendir homenaje a la mujer de turno, que aparte de mantenerlo le costeaba por lo menos un libro...

Más allá de lo anecdótico, era ostensible que le quedaba chico el provincianismo uruguayo y que añoraba sus años en Paris, cuando fue alumno de Merleau Ponty en el Collége de France.  

Algo parecido a un filósofo 

No entraremos a analizar el conjunto de su producción. No todas sus obras mantienen la misma pretensión filosófica y ni siquiera guardan similar nivel de calidad. Nos detendremos en Fondo Total, ensayo incluido en su pri­mer libro, que encierra el núcleo de sus reflexiones más valederas.

Su discurso reflexivo se entronca en una de las vertientes de la filosofía contemporánea: la línea que parte de Nietzsche y Kierkegaard y culmina en el existencialismo. También se lo ha emparentado con Emilio Oribe, con quien se ha sentido identificado explícitamente.

Tal vez su mayor trascendencia esté en el intento de construir, desde su circunstancia marginal, un aporte válido para el múltiple y matizado debate en el --ya en su tiempo-- definitivamente inseguro terreno de las ideas. En el prólogo a otro de sus libros, El pensamiento poético, lo manifiesta de esta forma: "Me he preguntado muchas veces si uno, simple uruguayo, tiene derecho a proponer su pensamiento... " "¿Acaso no basta con que el yanki, el alemán, el ruso, el chino o el francés, piense por nosotros?”

En un contexto cultural donde brillaron los eclécticos, Rogelio Navarro, como extraño caballo de Troya, introduce una voz discordante, solitaria y sin coros complacientes. En comparación con lo que le antecede —y en gran medida, sucede— resulta casi chocante. No debe causar asombro, entonces, el cerco sanitario que montaron alrededor de su pensamiento los siempre listos defensores del sano discurrir.

Fondo Total cala en profundidad en claves de la época: "el humanismo fes­teja el sacrificio de lo absoluto aprovechando todo el caudal de las disculpas. Reúne todas las que puede, sean las disculpas lógicas, o las sentimentales, o las instintivas, y con este cargamento va provocando el -estrepitoso suicidio del espíritu en forma interesada, variable y agradable". Y un poco más adelante nos golpea, de esta manera: "El carácter de síntoma se aprecia, por ejemplo, en el modo en que se debate hoy —y a veces por parte de personalidades aceptablemente serias— la cuestión de la comunicación. Parecería que desearan una comunicación mejor, más amplia, más abierta. ¿Cómo es posible que se ponga el acento en aquello que menos falta? Porque lo único que parece haber, hoy en día, es comunicación, y si ella falta, su disminución no puede deberse a otra cosa que a falta de soledad, de veracidad, de individuación"... "¿Cómo es posible que la comunicación —derecho, deber y necesidad fundamental de la especie— se haya convertido en un problema"...

Está claro que Navarro navega contracorriente. Esto le acarreó en vida la desconfianza de sus pares, y al presente sigue amenazando con condenar su pensamiento al círculo infernal del olvido irremediable. Pero este pensador atípico fue algo más que un contradictor; dejó planteada, con precisión, una postura intelectual válida, que podríamos sintetizar calificándola como una "desesperanzada lucidez."

Entre la reducida, por no decir escuálida, oferta filosófica que ha ido recibiendo en las últimas décadas el lector rioplatense, el rotundo "decir" de Rogelio Navarro se destaca. Y merecería al menos una revisión desprejuiciada, sobre todo de parte de investigadores más jóvenes, libres de los prejuicios de sus estrictos contemporáneos.

Alejandro Michelena

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