Reflexión “pascual” en torno a la ausencia de lectores genuinos, el “fragmento” como texto leíble hoy, y el consumo de mamotretos ultra publicitados
por Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

"Diario" de André Gide

El primer tomo del interminable Diario de Anaïs Nin.

Federico Amiel quería triunfar como poeta... pero lo conocemos por
su Diario Intimo.

Tal vez el fragmento sea el más adecuado soporte hoy para los llamados “textos del yo”. El tiempo que vivimos –con su vértigo, su necesidad histérica de estar conectados y comunicados, su falta de hondura e instancias de reflexión- no soportaría la lectura de Diarios monumentales, como el de André Gide y los de Anaïs Nin. El pobre Federico Amiel –que trascendió solamente por su Diario, llevado durante toda la vida- seguramente, de ser reeditado, no tendría quien lo lea.

Estos tiempos caracterizados por una modernidad más que “líquida” son justamente propicios para la lectura de “fragmentos” de Diario; apenas párrafos, resabios en los cuales atisbar al pasar la intimidad y secretos del autor. Encaja más con la prisa, aturdimiento y levedad de este presente sin futuro.

Paradójicamente se lee mucho y largo, aunque lo que se lee se explica por la misma casi unánime chatura y superficialidad que imponen los medios hegemónicos, la clase política –salvo excepciones excepcionalísimas-, las religiones que hoy son servidas “a la carta”, a gusto del consumidor. Interminables novelones de mil páginas son devorados, siempre que vengan acompañados por la saturación publicitaria que sólo pueden generar las grandes multinacionales del libro. Son best sellers de nuevo cuño, que simulan seriedad y calidad literaria, para que el público semi culterano al cual se dirigen se convenza de estar consumiendo libros imprescindibles.

¿Cuántas y cuántos leerán ahora “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust, o “El cuarteto de Alejandría” de Lawrence Durrell, o “Rayuela” de Julio Cortázar? Apenas si, en nuestra comarca, una minoría de culto sí lee –o intenta hacerlo- a Felisberto Hernández, a Mario Levrero, a Roberto Bolaño; esto no tanto por interés genuino en estos autores y sus obras, sino porque “están de moda”, y hay que conocerlos para no quedar pegados en el próximo vernissage, o en la milésima presentación de nuevos poetas (que nadie leerá).

 

Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 

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