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Petróleo y poesía en México
Crítica literaria de Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 
 

El destino de la poesía mexicana más contemporánea, sus líneas de fuerza, sus potencias y debilidades son una incógnita para cualquier lector uruguayo, por más informado e inquieto que sea. Lo mismo le sucede a los mexicanos con nosotros, estando la tan debatida causa de ello en la endémica balcanización cultural del continente, que hace que conozcamos (conociéramos más bien, pues esto es cosa de un pasado ya lejano) más de los nuevos escritores europeos que de los que comparten lengua, raíces culturales y avatares históricos. Esta realidad, que se proyecta a otros ámbitos de la cultura, a las ciencias, al pensamiento, de la cual hablan hoy hasta los políticos -tan sordos por lo general a estos temas- no sólo sigue igual que hace veinte años sino que se ha agravado en forma inusitada, al ser nada más que un recuerdo el boom editorial de entonces y sus repercusiones.

Por todo esto es que a un observador proveniente del sur, que cae de pronto en medio de la realidad mexicana y vive en ella unos meses, pueden sorprender los caminos paralelos pautados por el auge del fenómeno poético y su opacamiento posterior, que en casi los mismos años se dieron en nuestro país y en México. Por cierto que ambos fenómenos, de curiosa similitud, no se influyeron mutuamente, aunque existen marcos de referencia ambientales parecidos y un telón de fondo de procesos económicos sociales con aristas cercanas. De todos modos, ambas comunidades poéticas marcharon sin prestarse atención desmedida, por lo que no faltará quien crea ver en el similar destino sufrido de los setenta para acá un caso en que vale la aplicación de aquella teoría de Jung de la "coincidencia sincronización".

Después del 68

Como para casi toda Latinoamérica, como para el mundo entero, podríamos aventurar, esta fecha ha quedado como marco emblemático de una más radical eclosión de lo nuevo; una ruptura y un viraje en las costumbres, las ideas y el arte. En una medida o en otra, las cosas ya no pudieron ser iguales luego de ese año intenso, dramático, revulsivo, ni en Uruguay ni en Francia ni en Checoslovaquia y tampoco en México.

Ciertos críticos de este país consideran que los cambios operados entonces en la sensibilidad de las nuevas generaciones serían fuente nutricia para la renovación y auge de la poesía operados más o menos por mitad de los setenta. En esos momentos el panorama poético estaba ocupado por los grandes consagrados vivos, como Efraín Huerta, Alí Chumacero, Jaime Sabines, el inevitable Octavio Paz, a los que seguían -ya con obra reconocida- gente como José Emilio Pacheco y Homero Aridjis.

La producción mayor de los primeros estaba prácticamente cerrada y concluida desde hacía años (con la excepción de Paz, quien publica Pasado claro y Vuelta, respectivamente en el 75 y el 76). Por ahí, en senda solitaria y experimental, iba Rubén Bonifaz Ñuño, este sí en plena labor creativa, a la par de los jóvenes que iban surgiendo y cerca de ellos.

Fue en ese tiempo, posterior al setenta, cuando se dieron tal vez las condiciones justas para un reverdecer del impulso poético. Surgieron infinidad de revistas dedicadas a la poesía, así como editoriales marginales, cubriéndose de esa manera una demanda creciente de los autores y una auténtica avidez por esos materiales de parte de un público -si bien minoritario como es lo natural en estos casos-, activo e inquieto. El papel era barato, los procesos de impresión también, a nadie le costaba demasiado en último caso costearse su libro de poemas; detrás de todo esto se perfilaba la bonanza del petróleo bien vendido y la prosperidad relativa que esto trajo a una clase media urbana y cultivada.

Siempre es difícil -por no decir riesgoso y erróneo en cualquier caso- generalizar de manera forzosa en cuanto al rico y en general matizado torrente poético. Nos arriesgaremos a apuntar, de todos modos, siguiendo las líneas críticas de mayor consenso al respecto, un rápido esbozo de esa generación que comenzó a asomarse al panorama literario mexicano influida tanto por el poderoso magisterio de Octavio Paz, por Huerta y Sabines, pero también por la beat generation norteamericana y por la impronta transgresora de autores como Charles Bukowski.

El crítico Gabriel Zaid, en su libro Asamblea de poetas jóvenes de México (Siglo XXI Editores, 1980), pretendió de alguna manera -con un criterio amplio y tal vez extremadamente generoso- dar un muestrario de la eclosión poética que entonces estaba en su apogeo, reuniendo la friolera de 164 autores con su correspondiente texto como testimonio. Por su parte, las universidades comenzaron a arriesgarse en ediciones de poesía, proliferaron las becas y concursos para los jóvenes escritores, se multiplicaron por doquier los talleres literarios (en casas de cultura, locales universitarios, y hasta en ámbitos de los partidos políticos). Se dieron casos de surgimiento de poetas veinteañeros que en poquísimo tiempo pasaron del semi anonimato de la revista marginal a puestos clave en suplementos de circulación nacional. Los vates en ciernes tuvieron acceso generoso a medios masivos como la televisión y la radio.

Algunos de los nombres que asomaron en aquel pico de entusiasmo por la nueva poesía, fueron los de David Huerta, Alberto Blanco, Elsa Cross, Enrique Márquez, José Joaquín Blanco, Ricardo Yáñez, Erodio Escalante, Rogelio Carvajal, Kyra Galván, Rafael Torres Sánchez, Luis Miguel Aguilar, Jaime Reyes y Ricardo Castillo. Muchos de ellos publicaron muy poco, o lo hicieron en aquellos momentos silenciándose luego. Sus estéticas fluctúan entre la entonación social de corte exteriorísta y búsquedas de radicalidad formal y experimental. El común denominador que los unía fue por un lado la determinación de abrir espacios más amplios para la difusión de sus obras, y por otro la conciencia aguda de constituir una generación, de ser jóvenes y de distanciarse en cierto modo hasta de sus propios y pocos maestros.

El fatídico 82

Como lo establecíamos al comienzo: se puede notar un paralelismo entre nuestro tal vez tenue pero efectivo auge poético de los setenta -que coincidió con la dictadura, la que fomentó la obligada elipsis, la sugerencia, la metáfora de doble sentido- con ese vital y desbordante esplendor mexicano, no exento de metáforas por otros motivos, que estamos reseñando. Por supuesto que los poetas uruguayos no contaron con las ventajas de publicación y alcance de los aztecas, pues aquí faltó tanto la plata dulce petrolera como el ámbito de libertad sin el cual tampoco la poesía crece e incide.

Con la crisis económica de 1982 advino la retracción. Ya no fue en los años siguientes tan fácil llegar al libro, concretar la revista, acceder incluso a estructuras de proyección universitarias. También el moderado círculo de lectores se diluyó en parte, en medio de preocupaciones más urgentes. Lo cierto es que, tal como por mitad de la década anterior habían aparecido decenas de poetas nuevos como hongos después de la lluvia, con igual rapidez muchos de ellos -la gran mayoría- se perdieron en la multitud del gigantesco distrito federal (en donde circulaban casi todos, y tenían sus peñas y cafés que los nucleaban antes de que todo comenzara a ser más difícil, más esforzado).

No ha vuelto a darse hasta el momento un empuje tal de la poesía en México. Para muchos observadores quizás demasiado rigurosos, aquella agitación fue nada más que un "parto de los montes", que detrás de la interminable lista de nombres novedosos dejó a la postre pocos rescatables. El ratón parido por el monte en el viejo proverbio latino está -para esos críticos tan severos- en la falsa base de extrema facilidad y medios y en la poca obra como saldo. Y en esto no hay ya paralelismos con el caso uruguayo, que en igual período cronológico catapultó un puñado de nombres de rotunda firmeza.


 

Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 

Crítica literaria publicada, originalmente, en "Brecha" (Montevideo), el 18 de octubre de 1991.

 

Texto cedido por el autor en formato papel de diario. Escaneado e incorporado a Letras Uruguay, por su editor, el día 9 de abril de 2013.
 

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