Amigos protectores de Letras-Uruguay

 

Si quiere apoyar a Letras- Uruguay, done por PayPal, gracias!!

 
 
Pequeño canalla, Ricardo Prieto, Solaris, Montevideo, 1997, 158 pp.
 
 

Pequeño canalla
novela firme, atractiva y atrapante

Crítica literaria de Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 
 

Lo primero que se puede decir de Pequeño canalla es que se trata de una novela bien lograda. Lo que no es poco, refiriéndonos a la primera incursión del autor en el género. Hay en el libro personajes que tienen el debido espesor, fuerza y matices; hay además una historia atractiva que fluye con ritmo, un lenguaje cuidadosamente elaborado y hondura sicológica y conceptual.

Por cierto que en los diálogos se vislumbra claramente la mano experimentada del dramaturgo de trayectoria cumplida que es Ricardo Prieto. Y su gran pericia para narrar no se explicaría sin el antecedente de sus tres libros de cuentos y su entrañable nouvelle  titulada El odioso animal de la dicha[1]
[1]. El resultado es nada menos que el surgimiento de un novelista maduro, que estructura su texto haciendo un equilibrado uso de recursos tales como lo poético, lo farsesco y grotesco, dentro de un tono general realista donde los escenarios se delinean con pinceladas detallistas y a la vez sintéticas.

Todo gira en torno a un trío de personajes —que sugieren una lejana reminiscencia pitagórica— integrado por el adolescente Ulrico y sus abuelos adoptivos Mami y José Enrique. La tensión dramática se concentra en el inevitable abismo existente entre un joven rebelde y sensible con diecisiete años en este fin de siglo y los ancianos que lo han criado y que viven de la añoranza de tiempos mejores que se ubican en los cincuenta. El decadente y señorial edificio céntrico donde habitan reafirma metafóricamente la condición agobiante del entorno fantasmático que limita,

implacable, a un desconcertado muchacho en busca de sí mismo casi en la penumbra. La divertida y compleja corte de los milagros que integran los vecinos —tan o más patética que los dos viejos— es un ingrediente fundamental para enrarecer todavía más la clausurada atmósfera de ese verdadero microcosmos.

Lo primero que se puede decir de Pequeño canalla es que se trata de una novela bien lograda. Lo que no es poco, refiriéndonos a la primera incursión del autor en el género. Hay en el libro personajes que tienen el debido espesor, fuerza y matices; hay además una historia atractiva que fluye con ritmo, un lenguaje cuidadosamente elaborado y hondura sicológica y conceptual.

Por cierto que en los diálogos se vislumbra claramente la mano experimentada del dramaturgo de trayectoria cumplida que es Ricardo Prieto. Y su gran pericia para narrar no se explicaría sin el antecedente de sus tres libros de cuentos y su entrañable nouvelle  titulada El odioso animal de la dicha
[1]. El resultado es nada menos que el surgimiento de un novelista maduro, que estructura su texto haciendo un equilibrado uso de recursos tales como lo poético, lo farsesco y grotesco, dentro de un tono general realista donde los escenarios se delinean con pinceladas detallistas y a la vez sintéticas.

Todo gira en torno a un trío de personajes —que sugieren una lejana reminiscencia pitagórica— integrado por el adolescente Ulrico y sus abuelos adoptivos Mami y José Enrique. La tensión dramática se concentra en el inevitable abismo existente entre un joven rebelde y sensible con diecisiete años en este fin de siglo y los ancianos que lo han criado y que viven de la añoranza de tiempos mejores que se ubican en los cincuenta. El decadente y señorial edificio céntrico donde habitan reafirma metafóricamente la condición agobiante del entorno fantasmático que limita, implacable, a un desconcertado muchacho en busca de sí mismo casi en la penumbra. La divertida y compleja corte de los milagros que integran los vecinos —tan o más patética que los dos viejos— es un ingrediente fundamental para enrarecer todavía más la clausurada atmósfera de ese verdadero microcosmos.

Pequeño canalla es rica en situaciones que esconden referencias simbólicas y significantes que dimensionan la narración y la cargan de resonancias múltiples. Por ejemplo: no es casual que el controvertido cuadro que vende Ulrico como intermediario sea un falso Cabrerita; el chico, al igual que el pintor en su juventud, vive inmerso en la desolación, herido en su sensibilidad por un medio hostil, refugiándose en los costados marginales de la realidad (Cabrerita en la bohemia de aquel café Sorocabana pletórico de creatividad y novedad de los cuarenta; Ulrico entre los jóvenes anarcos de los noventa, que toman vino barato en las esquinas mientras se fuman un porro, que curten la onda del pelo largo con caravanita y ropa negra). También: las apelaciones a Herrera y las patriadas de Aparicio por parte de José Enrique, recalcan de alguna manera su tendencia a mirar al pasado, su raigal conservadurismo, su quietismo y rutina, que sólo serán superadas por el cariño que le tiene al muchacho, cuando tenga que ayudarlo ante ciertas amenazas y peligros (será la forma de reivindicar su vida, de justificarla).

Prieto establece interesantes y sutiles oposiciones en su novela: la proliferante gordura de Mami frente a la morbosa y arrugada vejez pintarrajeada de Ana L.; la jocunda y caricaturesca sensualidad crepuscular de Pancho Juárez y por otro lado la elegante y fría asexual¡dad del Dr. Ramírez; la irremediable condición reaccionaria de casi todos los habitantes del edificio y por otro lado la solitaria —aunque no menos patética-esquemática fe comunista de Lita Pedrera. Este reiterado recurso permite al autor establecer contrastes dramáticos más allá de los avatares de la propia acción narrativa.

Por encima de todo, podríamos ubicar a Pequeño canalla en la rica tradición de la novela de corte iniciático —entendido este término en su más amplio y comprensivo sentido— que comienza lejanamente con la peripecia homérica de Ulises, y que tiene en este siglo exponentes destacables como Retrato de un artista adolescente de James Joyce y La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa. En este caso también, lo esencial es el sendero iniciático que debe transitar Ulrico —empujado por un destino que sabe esconderse detrás de las circunstancias— para llegar a un punto de maduración y empezar a ser adulto, lo que sólo va a lograr al reconciliarse con la infancia melancólica sufrida junto a la triste pareja de viejos que son Mami y José Enrique (lo que coincide, en forma sugerente, con la iniciación erótica junto a la chica Pepsi).

Nota:

[1] Libros de relatos de Prieto: Desmesura de los zoológicos. Proyección, Montevideo, 1987; La puerta que nadie abre, Proyección, 1991; El odioso animal de la dicha, Banda Oriental, 1992; Donde la claridad misma es noche oscura, Banda Oriental, 1994. 

 

Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 

Publicado en la revista cultural Graffiti, correspondiente a Marzo - abril de 1998

 

Texto cedido por el autor en formato papel de diario. Escaneado e incorporado a Letras Uruguay, por su editor, el día 27 de febrero de 2014.
 

Ir a índice de Ensayo

Ir a índice de Michelena, Alejandro

Ir a página inicio

Ir a índice de autores