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El paseo mas popular de los montevideanos |
El
Parque Rodó es el segundo más antiguo de nuestra ciudad. Es también el
más céntrico. A fines del siglo XIX fue legalizada su concreción, y en
estos primeros tramos del XXI sigue vigente como paseo popular. Fue
el 18 de marzo de 1898 que la Junta Económico Administrativa –cuyas
funciones equivalían a las de la actual Junta Departamental– aprobó
los recursos para la construcción del que iba a ser el segundo parque de
la ciudad. Montevideo contaba con plazas atractivas, como la vieja Matriz
o Constitución, y las más recientes (por ese entonces) Zabala,
Independencia, Libertad y Artola, pero su único parque era el Prado
Oriental, constituido sobre la base de quintas como las de Buschental, De
Castro y otras. Para
implementar el nuevo espacio recreativo se utilizaron dos quintas de
cuarenta y cinco hectáreas, que habían pertenecido al Banco Nacional de
Emilio Reus y que cuando éste quebró pasaron a manos del estado. Se le
agregaron veinte más, llegando así al tamaño que sigue teniendo hoy. El
cumplimiento de la resolución municipal recién se pudo efectivizar con
el cambio de siglo, en 1900. El proyecto original fue obra del Director
municipal de jardines, don José Requena y García, pero luego
intervinieron los paisajistas franceses Charles Thays y Charles Racine.
Fueron sus manos expertas las que le otorgaron al Parque Urbano su toque
parisién, asemejándolo lejanamente al Bois de Boulogne con su lago
redondeado con islotes y cascadas. En
1903 se iba a construir el clásico castillo, réplica heterodoxa de una
fortaleza medieval. Y no mucho tiempo después, por el lado de la playa,
se instalarían la primera calesita, tiros al blanco y otros
entretenimientos, incluyendo la primera montaña rusa. A
la playa en tranvía Gracias
al tranvía –primero de caballos, y en pocos años eléctrico– por su
cercanía el Parque Urbano se transformó en el paseo más popular de los
montevideanos. Los baños de mar se habían puesto de moda, sobre todo por
razones terapéuticas, y la vecindad de la playa Ramírez potenció el
atractivo del espacio verde. El
elegante hotel, construido con estilo similar a los de la costa azul
francesa, fue el broche turístico que necesitaba el lugar. En poco tiempo
atrajo a los turistas argentinos, mientras los citadinos adoptaban Ramírez
como la playa por excelencia dejando de lado a Capurro. Varios elementos
fueron decisivos para ello: la condición de playa abierta al Río de la
Plata, el hotel que proporcionaba servicios interesantes para los bañistas
(de las carpas al agua caliente; del bar a las toallas), y el mismo parque
con sus arboledas y diversiones. Muchos
extranjeros venidos de lejanas tierras se hospedaron en el Parque Hotel.
Entre los más célebres, el poeta mexicano Amado Nervo, quien cumplía en
el Uruguay la función de embajador de su país. Nervo iba a morir en una
de las suites del hotel; su fallecimiento daría lugar a una enorme
manifestación de duelo popular, y luego un buque de la marina uruguaya
trasladara sus restos a su tierra natal. Rodó
se reencarna en un parque En
1917 muere en Palermo, Italia, el escritor José Enrique Rodó. Como
homenaje al autor de Ariel y Motivos de Proteo,
quien ya iba en camino de tornarse uno de los paradigmas en versión
uruguaya del pensador y el sabio –el otro ya era el filósofo Vaz
Ferreira–, se decidió llamar desde entonces con su nombre al que fuera
hasta entonces simplemente Parque Urbano. En
el año 1930 la colonia alemana hizo elevar el Pabellón de la Música,
que rinde homenaje a las grandes cumbres musicales germanas: Beethoven,
Mozart, Bach y Wagner. Se ubica a un costado del lago, y durante muchísimos
veranos sirvió como escenario para orquestas y grupos de cámara. Pero
otros ritmos musicales comenzaron a sonar muy cerca, en el Retiro, el
restaurante y bar municipal. Allí, desde fines de los treinta pero sobre
todo en los cuarenta, en tiempo de Carnaval amenizaban los bailes
orquestas como la típicas de Francisco Canaro y Juan D’Arienzo, y las
internacionales del catalán Xavier Xugat y los Lecuona Cuban Boys. La
muchachada del barrio vichaba de lejos, mirando por entre el cerco de
transparentes a las elegantes parejas moviéndose al ritmo de Siboney
o de un bolero cantado por Bola de Nieve, para pasar luego a
una conga pegadiza o un foxtrot de Xugat, y más tarde seguir con los
tangos enfáticos del Rey del compás o los más clásicos del director
maragato. En
medio de la arboleda, el misterio de las estatuas Promediada
la década de los treinta, una comisión reunida a tal efecto logra
concretar el busto a Florencio Sánchez. Ubicado en una altura, donde la
calle Sarmiento penetra en el parque, muestra al autor de Barranca
abajo exhibiendo su rostro bohemio -el cabello rebelde con su raya al
medio– mirando melancólicamente al río lejano. La
Fuente de los Deportistas es
creación del escultor José Luis Zorrilla de San Martín. Está colocada
muy cerca de Gonzalo Ramírez, y llama la atención por la especial armonía
de las tres figuras de músculos en tensión que sostienen el plato del
cual brota el agua. Unos
años después, en 1947, se inaugura el Monumento
a Rodó en la parte central del parque. Es una de las obras mayores de
José Belloni. Lejos de la ambición histórico-descriptiva que el
escultor desplegara en La Carreta
y La Diligencia. En este caso el artista tomó un saludable camino
metafórico, muy adecuado al espíritu del homenajeado. El busto en bronce
de Rodó, severo y grave, como agobiado de hondos y tal vez inalcanzables
pensamientos, tiene por encima –en mármol– al alado genio de Ariel,
elevándose. A los costados se despliegan escenas de la obra rodoniana; a
la izquierda: La despedida a
Gorgias, tomada en el justo momento en que el maestro –a punto de
morir condenado a beber la cicuta igual que Sócrates– eleva su copa
acompañando al discípulo preferido, quien brindó “Por
el que te venza con honor de entre nosotros...” (la frase rodea la
composición broncínea). Por el lado de atrás, una fuente semicircular
parece aludir a la serenidad del espíritu más allá de los avatares de
la vida. En
los años cuarenta se alzó también –sobre Julio Herrera y Reissig–
el Monumento Cósmico, donde el
maestro Joaquín Torres García buriló en piedra un constructivo que
sintetizaba su concepción del arte y de la vida (ahora ubicado en el jardín
del Museo de Artes Visuales). El
monumento más reciente del Parque Rodó es el que evoca a de Confucio.
Fue inaugurado en los años setenta en recuerdo del sabio chino cuyo
pensamiento y postura ética ha sido por siglos –pese a no haber fundado
ninguna religión– guía para millones de habitantes de ese país del
Lejano Oriente. El
encanto decadente de los juegos mecánicos A
partir de los años cincuenta, el área de juegos del parque recostada
contra la playa Ramírez llegó a transformarse en su mayor atractivo. A
la ya entonces añeja Rueda Gigante y a las clásicas calesitas, se le
agregaron novedades como el vertiginoso Látigo, el Tren Fantasma y los
autos chocadores. Más adelante vendrían El Gusano Loco, El Ocho, los
avioncitos voladores, la nueva Montaña Rusa. En
esa verdadera feria de ilusiones, parecieron eternos –dada su
permanencia– los tiros al blanco con muñequitos de cartón en los que
nadie acertaba, el laberinto de los espejos, y la Mujer Araña. De esta última
lo menos inquietante era su condición “arácnida”, teniendo en cuenta
que hasta los niños pequeños se daban cuenta que el cuerpo y las decenas
de patas estaban malamente confeccionados con lana; lo que perturbaba en
realidad era el rostro, con su maquillaje en extremo extravagante, y esa
mirada que oscilaba entre la perversidad, la lascivia y la tontería... Generaciones
de adolescentes tuvieron como uno de sus paseos dominicales el área de
juegos del Parque Rodó. Y la misma sigue tan campante, pese a la evidente
vejez y reiteración de sus propuestas. Sobrevivió incluso a la irrupción
de los coreanos en los ochenta, que llegaron a protagonizar reiteradas
peleas utilizando artes marciales en disputa de una prostituta oriental...
del Uruguay. Renovarse
es vivir El
Parque Rodó sigue siendo un paseo preferido para muchos montevideanos. En
años recientes la comuna capitalina lo acondicionó, mejorando su
iluminación, limpiando el lago, renovando en parte su riqueza forestal.
Luego de años de incuria y desidia volvió a lucir sus mejores galas. En
torno al parque se despliegan diversas actividades culturales. La
biblioteca infantil María Stagnero de Munar está ubicada en el castillo.
Muy cerca, en la esquina de Julio Herrera y Reissig y Tomás Giribaldi,
abre sus puertas el Museo de Artes Visuales, con su colección permanente
de arte uruguayo que vale la pena apreciar. Y todos los diciembres, a la
altura de 21 de Setiembre, se instala entre los árboles y en torno a una
fuente la Feria Nacional de Libros y Grabados. El Parque Rodó convoca a la experiencia de una serena comunión con la naturaleza. Tanto sentados en un banco a la sombra de sus árboles añosos, como surcando el lago en un deslizador, o recostados –románticamente– en la baranda del Puente Japonés, o filosofando en los semicirculares bancos de azulejos del Patio Andaluz, o –más prosaicamente– comiendo tortafritas y tomando mate sobre el césped mientras miramos a los paseantes. Las opciones son múltiples y para todos los gustos. |
Alejandro Michelena
Capítulo del libro "Antología de Montevideo" (Ed. Arca, 2005).
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