La primera reflexión que surge al rever "Metrópolis", es que mantiene
una vigente modernidad —en su lenguaje visual, sintaxis, trabajo de
iluminación, fotografía— más allá de las inevitables ofrendas ante el
altar de la "estética de época", que en gran parte la transforman, a
nuestros ojos de cinéfilos de la década de los ochenta, en un producto
perfectamente "camp" (para utilizar la feliz categorización de Susan
Sontag para todo lo que sea a la vez estatizante pero ingenuo).
Tal vez lo más avejentado sea a esta altura el libreto de Thes von
Harbou, que comienza con la terrible demencia generada por las
consecuencias extremas de un capitalismo monopólico, para terminar en un
confuso planteo de concordia de clases.
"Metrópolis", como buena representante del expresionismo alemán, remarca
y extrema sus elementos: los detalles del decorado, el juego de luces y
sombras, el maquillaje, las actuaciones mismas. Todo ello buscando
transformar la peripecia mostrada en la pantalla en símbolo y metáfora.
Son múltiples las "miradas" que permite esta película, y la más obvia es
la critica del maquinismo, notablemente planteada en esa "usina-moloch"
central de la cual depende la subterránea ciudad de los obreros. Los
tópicos del gusto neorromántico, caros a la estética del expresionismo,
aparecen a menudo: el tema del doble en María y el robot maléfico que se
le parece, el diabollsmo del científico al servicio del poder, la
eterna pugna entre la luz y las tinieblas con sentido maniqueo. Esto se
reafirma por medio de los decorados "art decó", el barroquismo de los
engranajes, la concepción de las escenas de conjunto de esa urbe
modernista donde junto al racionalismo arquitectónico cohabitan estilos
más arborescentes.
El afiche original de la publicidad de "Metrópolis", que da una idea de sus líneas estilísticas.
