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Los trabajadores como tema y preocupación literaria
Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 
 

Por diversos y complejos motivos -entre los cuales sobresalen los cambios socioeconómicos y las transformaciones científicas y tecnológicas- la literatura mundial ha tenido, desde hace más de un siglo, una tendencia constante a poner en cuestión sus propios mecanismos expresivos. En ese proceso, paulatinamente se ha vuelto más compleja en su forma y más problemática en sus búsquedas, transformándose cada vez más en arte para pocos. Basta pensar, en tal sentido, en cuántos lectores tiene una novela como Ulises de James Joyce al día de hoy, y su comparación con los que tiene Balzac en la actualidad; o el número de quienes han profundizado en poetas como Apollinaire o Ezra Pound, en relación al de los que siguen gustando de los Románticos del siglo XIX. También, como ya lo hemos apuntado en otra oportunidad, el  lector -ese factor decisivo, sin el cual no existe comunicación ni hecho literario- ha ido cambiando de una centuria para acá, en líneas generales y mayoritarias, tornándose más conservador y aferrado a los modelos del pasado, lo que vuelve más dificultosa aún la difusión de las obras entre públicos populares.

Esta situación, si se quiere de divorcio, en la que ninguna de las partes tiene lo que podemos llamar responsabilidad o culpa (al menos absolutamente), no es extensible a la totalidad de la producción literaria y su conexión con los lectores. Sí a toda la que consideramos de vanguardia, altamente renovadora en estilo y enfoque, la que coincide y no por casualidad con gran número de los exponentes mayores de la novela, el cuento y la poesía contemporáneas. Otro amplio sector de la literatura, no menos estimable que el anterior, ha tomado por otros caminos; sin desdeñar el cambio, pero preocupándose por llegar a los muchos, a partir de propuestas donde lo temático y la inserción social de lo que se escribe es algo primordial. No por casualidad en muchos textos provenientes del primer grupo nos cuesta a veces encontrar la relación con la sociedad en medio de la cual fueron realizados, y si admiramos en ellos la estructura y los hallazgos lingüísticos, la penetración sicológica o la creación de un microcosmos    estético, comprendemos sin embargo por qué no resultan, para millones de personas que entrarían en la categoría de gente común, elementos necesarios en sus vidas. Y también es entendible que algunos del segundo -más allá de sus defectos y carencias- sigan contando a través de los años con la fervorosa adhesión de miles y miles de lectores.

Los proletarios como protagonistas

Es claro que en el presente (entendiendo por tal las dos últimas décadas del siglo XX) las cosas no son tajantes como quizá lo hayan sido antes de la Segunda Guerra. Las vanguardias como experimentos extremos, adelantados a su tiempo, han cesado casi por completo en las letras; muchos escritores altamente preocupados en lo formal no desdeñan por ello la imbricación social de lo que hacen, como es el caso de parte de la mejor literatura de nuestro continente. De cualquier manera, esa división algo maniquea nos puede servir como pretexto para referirnos a un recodo particularísimo del quehacer literario: el que tiene que ver con la clase trabajadora, en cuanto personaje, realidad de inspiración, asunto en fin, de tantas obras. Lo haremos, por supuesto, de modo panorámico, planteando apenas líneas y nombres, pues esto es más bien materia para un trabajo de fondo exhaustivo que no correspondería aquí.

El interés de los literatos en el proletariado comenzó prácticamente con el surgimiento de esta clase a partir de la Revolución Industrial. Se afianzó en el correr del siglo XIX y madura en el que pasó. Esta es, en pocas palabras, la gráfica que podemos trazar al respecto. En el camino van quedando diferentes estaciones, que expresan momentos culminantes de comprensión e incomprensión de la vida obrera por parte de quienes aspiraban a trasmitirla al libro.

Se puede decir que el primero que logró, con eficacia y verdad, personajes de la nueva clase laboriosa, que manifestaran cierta conciencia de pertenecer a un delimitado sector social y que asumieran sus problemas, fue Víctor Hugo. Quién no recuerda su novela Los Miserables, y la galería de tipos populares -muchos indudablemente obreros- que allí aparecen; quién podrá olvidar al pequeño Gavroche, símbolo de todos los canillitas que en el mundo han sido, y su heroicidad y entrega en momentos de revolución social que tan bien nos pinta Hugo. No es aventurado decir que, para conocer lo que eran los trabajadores franceses de aquel momento, además de consultar los libros históricos que correspondan conviene repasar además al viejo Víctor Hugo.

Honorato de Balzac, aunque su tema fue la burguesía -a la que retrató en toda su cruda dimensión a través de la "Comedia Humana"-nos acerca igualmente personajes de corte popular, es claro que menos entremezclados con acontecimientos de masas. Mientras tanto aparecían, a instancias de las ideas socialistas que iban tomando cuerpo entonces, muchos textos, sobre todo poemas, de exaltación obrerista, los que hicieron eclosión sobre todo en torno a acontecimientos como la Comuna de París.

Por esos mismos años, en los confines de Europa, surgían narradores de gran profundidad y vitalismo que escribían con menos refinamiento pero con mayor intensidad que sus pares occidentales. La gran literatura rusa estaba en pleno desarrollo. Y ella como pocas supo reivindicar a dos sectores del trabajo que padecían en esa sociedad diferentes grados de marginamiento e injusticia social: los campesinos y los funcionarios. Estos, por ejemplo en Fedor Dostoievski, quien penetró en el drama sicológico de personajes inolvidables que ubicó en medio de la oscura burocracia encadenada a una pobreza irremediable pero alejada por normas, prejuicios, estructuras de rigidez social, del verdadero pueblo.  Aquellos, en León Tolstoi, con su esclavitud de siervos de un modo de producción todavía feudal, con toda su reserva de dignidad y grandeza en la que el autor depositaba su confianza en el futuro de Rusia.

Mientras tanto, en esta Latinoamérica que empezaban buscar sus propias sendas, ya se habían oído los Cielitos y diálogos patrióticos, a través de los cuales nuestro Bartolomé Hidalgo hizo hablar al gaucho de las guerras de independencia, en definitiva a los grupos realmente populares del Río de la Plata de entonces. El mestizo peruano Mariano Melgar, por su parte, en sus Yaravíes, incorpora ritmos y melodías indígenas y populares a sus poemas.

En el norte, un poco más adelante, emerge un poeta destinado a ejercer enorme influencia en la literatura posterior, Walt Whitman, el grande hombre barbado que le cantó torrencialmente a esa Norteamérica en su etapa de crecimiento, que hizo además de sus versos -o de parte de ellos- himnos al trabajo de la gente sencilla que con su esfuerzo construía el nuevo país. A partir de él se inaugura, en lo estilístico, un modo de poesía exteriorista, de verso libre y largo, apto para transmitir las grandes realidades colectivas de una época de irrupción de las grandes masas hasta el momento postergadas.

La radicalización del Siglo XX

En esta etapa se aceleran los procesos socioeconómicos como nunca antes, y surgen las revoluciones contemporáneas. Estas serán motivo para que llegue a darse casi un excluyente interés de los escritores en la problemática del proletariado. Comprobamos, en los primeros años de la Revolución de Octubre, la interesante unión entre experimentación de vanguardia y literatura social; de ese crisol fermental se destaca, por sobre todos, un nombre: Mayakovski. El poeta revolucionario por excelencia, que transporta a la poesía los acontecimientos colectivos que estaban sacudiendo a su país, así como interpreta el sentir de los hombres y mujeres que por primera vez eran protagonistas de su propia historia.

En los Estados Unidos comenzará a darse, en los años posteriores al Armisticio de 1918, el interesante fenómeno de una literatura que refleja la vida y las contradicciones populares, desde una óptica más bien individualista pero con certeza y veracidad. Los mismos escritores serán -al menos por períodos de sus vidas- trabajadores ellos también, rompiendo así con el estereotipo del hombre de letras de gabinete. Narradores como Hemingway (que tuvo varios oficios manuales; que supo redondear algunos personajes del mundo del trabajo a partir de un estilo sintético, preciso, casi periodístico), o como Faulkner (escribiendo en sus comienzos en los ratos libres que le dejaban sus tareas en una carbonería; recreando el ambiente sureño, con particular penetración para bosquejar a ciertas figuras inolvidables de negros y blancos del pueblo). O de pronto un poeta como Carl Sandburg -en la senda whitmaniana- con su juventud de leñador y sus retratos poéticos certeros del caleidoscopio social de Chicago.

La guerra civil española motivará a importantes escritores para que enfoquen su producción hacia los sectores populares que buscaban hacer una revolución a la vez que se defendían de los embates del fascismo. En esa línea -conmocionados por los acontecimientos que ensangrentaban la península y comprometiéndose con ellos- tenemos desde un consagrado como Antonio Machado hasta los jóvenes poetas encabezados por Rafael Alberti y Miguel Hernández, a los que se unieron los latinoamericanos Pablo Neruda y César Vallejo (el primero cantará más adelante y largamente a los trabajadores). Mientras tanto, desde el Asia Menor va llegando, a partir de esos años con más fuerza, la potente voz del poeta turco Nazim Hikmet, prisionero y perseguido gran parte de su vida, dedicado por entero a ser portavoz de las luchas de su pueblo.

Francia ocupada vio gestarse la trilogía sartreana Los caminos de la libertad, en la cual el pensador existencialista desarrolla novelescamente sus concepciones filosóficas; en ella aparece la particular mirada de un hiperintelectual sobre el proletariado. Al mismo tiempo, en nuestro continente, la América india llegaba a tomar categoría estética a través de las novelas de Miguel Ángel Asturias, Ciro Alegría, Jorge Icaza: a partir de un populismo algo fácil y simplificado pero  con el mérito de haber reivindicado literariamente al verdadero trabajador campesino de estas tierras.

 

Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 

Texto publicado, originalmente, en el diario La Juventud, Montevideo, primavera de 1995

 

Cedido por el autor en formato papel de diario. Escaneado e incorporado a Letras Uruguay, por su editor, el día 15 de setiembre de 2013.

 

 

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