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Larga historia de La Unión
Alejandro Michelena

Tiempo después de fundada la ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo, el paraje que hoy conocemos como un dinámico barrio comercial vivía aún –parafraseando a Zorrilla de San Martín– su "salvaje primavera". Era conocido como El Cardal, por la presencia de grandes extensiones de cardos en esos yermos desolados en torno a la Cuchilla Grande. Un solo habitante se aventuraba diariamente por esas soledades: Perico el Canario, que vivía allí con sus perros y cabras. Entre los cardales se multiplicaban las liebres, las perdices, los teros y chajás, e incluso aparecía algún guazubirá proveniente de zonas escarpadas.

Este panorama empezó a cambiar lentamente hacia 1730, a causa de la adjudicación de tierras, que llegaban hasta la actual Unión, a Sebastián Carrasco. Treinta años más tarde ya tenían sus campos por esos lugares Francisco Ramírez y Antonio Camejo, que se dedicaban a la explotación ganadera. Y será en 1784 cuando compra su chacra don Miguel de Texada, militar hispánico que bordeaba en ese momento la cincuentena y que en dos oportunidades suplantaría en sus funciones al gobernador Joaquín del Pino. Solterón empedernido, don Miguel hizo construir en la calle de San Carlos –en la Montevideo amurallada– una casa lujosa para su tiempo (con azotea, mirador, patio enlosado, ventanas con rejas de hierro forjado, aljibe y corredor con techo de tejas), pero los mejores momentos los pasaba en la chacra, bien alejada entonces del casco urbano.

Tenía este hombre en su establecimiento perales, durazneros y manzanos de buena calidad, lo que era posible gracias a los manantiales que nacían justamente en su propiedad. El presbítero Pérez Castellano, gran conocedor de los secretos de la tierra y sus productos, elogió esos frutales en su libro Observaciones sobre agricultura. Cuenta la tradición que el sabio, que visitaba a menudo el campo de Texada, discutió con éste acerca de la oportunidad y eficacia de injertar un peral en un manzano... El diferendo se solucionó al darle la Madre Natura la razón al religioso, aunque el militar no se enteró de su derrota en materia de botánica porque falleció en el interín.

La primera calle de El Cardal era el Camino Real a Maldonado, que iba a estimular en sus márgenes con el correr de los años la concreción de un reducido caserío. Complementaron esta vía de tránsito más tarde el Camino Real a Paso Carrasco, abierto a partir de 1833, y el Camino Real de Propios.

En 1923 surgen en la zona un molino y el primer saladero. Al año siguiente los frailes franciscanos se instalan en el establecimiento rural que iba a ser conocido desde entonces como Chacarita de los Padres (extenso campo que iba desde lo que es La Unión a la actual Punta Rieles). En 1833 se detecta la apertura de una pulpería en la Curva de Maroñas, y en 1835 se establece el Juzgado de Manga, del que va a depender el Partido de El Cardal.

Un año más tarde adquiere su chacra en esos pagos la legendaria Mauricia Batalla, que será andando el tiempo figura consular en el naciente poblado. Construyó en su predio una capilla que funcionó "con todas las de la ley" en materia eclesiástica, dependiendo de la Iglesia del Cordón, y también un cementerio que resultó ser el primero por allí. Su campo daba, por el frente, sobre el Camino Real de Propios. Allí habitó por más de treinta años, siendo una matrona respetada pero también temible, que trabajaba en sus dominios a la par de los hombres y que fue capaz de pegarle con brea la Divisa Blanca a sus peones indecisos cuando el país –entonces recién nacido– comenzó a dividirse en forma sangrienta entre Colorados y Blancos.

Don Juan Martín Pérez, de notorio protagonismo en la vida cívica del país (como constituyente en 1830, y después como ministro), poseyó extensas tierras en El Cardal, donde cultivaba un viñedo que le proporcionaba las uvas con las que fabricaba un vino de respetable calidad. También plantó olivares, y trigo que enviaba al cercano Molino del Galgo, otra de sus propiedades.

Aguafuertes de la Restauración

El primer auge de La Unión en cuanto núcleo urbano llegó de la mano de las tropas de la Federación Argentina, enviadas por don Juan Manuel de Rosas. Estas fueron aliadas del Brigadier General Manuel Oribe en la estrategia militar del sitio de Montevideo. Comenzó en esos años bélicos un período de creciente urbanización, prosperidad y desarrollo, que favoreció en todos los sentidos al que pasaría a denominarse –por decreto de Oribe de 1849– Pueblo de la Restauración. En 1843 se había habilitado el Puerto del Buceo, comunicando con el mundo exterior al poblado que fue por varios años capital del campo rebelde.

Se instalaron entonces pulperías, boticas, tiendas de ultramarinos y reñideros de gallos. En 1849 se procedió al trazado de las nuevas calles de la villa; en ese mismo años los arquitectos Fontgibell y Mayol comenzaron las obras del Colegio Nacional (base del actual Hospital Pasteur) y de la primitiva Iglesia de San Agustín, llamada así en homenaje a doña Agustina la esposa del Brigadier Oribe. Y no podían faltar en ese pueblo, que a causa de la guerra tenía un crecimiento vertiginoso, los medios periodísticos: en 1844 comenzó a editarse el primero de ellos, El Defensor de la Independencia Americana, en la Imprenta Oriental.

Varios cafés eran buen pretexto para alargadas tertulias en los interminables períodos sin casi movimientos bélicos de esos nueve años de sitio a Montevideo (cuando unos y otros, tirios y troyanos, apenas se oteaban desde lejos). De Agustín Solari se llamó el establecimiento del ramo más notorio, ubicado en la calle Del Colegio, hoy Larravide. Pero hubo otros cafés, con nombres simbólicos sintomáticos para ese momento: Los Defensores de las Leyes y Los Federales.

Un centro urbano que estaba adquiriendo tanta significación requería de un desarrollo arquitectónico acorde. A ese período es que se remontan los más viejos resabios edilicios que todavía persisten en La Unión; por ejemplo: las construcciones en torno a la plaza Cipriano Miró, o las que hay por Lindoro Forteza y otras calles que corren hacia el norte de 8 de Octubre. Uno de los más significativos tesoros que el barrio mantiene es la planta baja del Hospital Pasteur, donde se pueden apreciar todavía las tres puertas en arco y las altas ventanas enrejadas.

La actual avenida José Serrato (la antigua Industria) surge como el camino de comunicación con el cuartel general de Oribe en la cumbre del Cerrito. A su vez, la actual Comercio era la vía de acceso al puerto del Buceo.

Ni vencidos ni vencedores

Esta fue la consigna que sintetizó el espíritu de la paz concretada el 8 de octubre de 1851. Un mes después, con la firma del presidente Joaquín Suárez y de su ministro Herrera y Obes, se le cambió el nombre a la localidad, que pasó a denominarse Villa de la Unión. Para los intereses del poblado el final de las hostilidades no trajo precisamente buenos augurios. La decadencia fue grande en poco tiempo, sobre todo por la clausura del puerto del Buceo, motor de su anterior prosperidad. Durante el gobierno de Juan Francisco Giró se buscó impulsar el desarrollo unionense; uno de los actos encaminados a ese fin fue la concreción del proyecto de Roberto Larravide, consistente en la implementación de una línea de ómnibus-diligencias desde Montevideo a la villa.

En tiempos de Venancio Flores se comenzó a colocar en las calles de la zona el empedrado "de cuña", todo un adelanto para la época; se empedró así toda la avenida 18 de Julio (hoy 8 de Octubre). Por las mismas fechas se instaló la Plaza de Toros. La misma fue construida por el arquitecto Fontgiball e inaugurada el 18 de febrero de 1855. El éxito fue rotundo, reuniéndose los días de corridas un promedio de cinco mil espectadores (la mayoría venía desde Montevideo, haciendo muchas veces colapsar los pocos medios de transporte entonces disponibles). La plaza fue demolida en 1923, a pocos años de haberse prohibido el toreo en todo el territorio nacional por iniciativa del presidente José Batlle y Ordóñez.

La primera línea de tranvías de caballo comenzará a circular en 1868. La novedad, que ya estaba en pleno desarrollo en todas las grandes ciudades del mundo, ayudó a una más rápida y fluida comunicación entre la villa y el centro de la capital. Muy poco después iba a surgir la competencia del tren; éste salía de una estación ubicada detrás de donde está hoy el Palacio Peñarol, cruzaba en diagonal lo que ahora es el barrio La Comercial, tomaba por la actual Monte Caseros, y bordeaba La Unión a la altura de Rousseau, encaminándose luego hacia el novel Hipódromo de Maroñas.

Sobre la década de los noventa del siglo XIX, la villa entraría en otro cono de sombra. Testimonios periodísticos mencionan el mal estado de las calles, el carácter ruinoso de su mercado, el desaliño de su plaza.

De la villa al barrio actual

La década de los los veinte del siglo pasado será testigo de la construcción de obras edilicias ambiciosas. Es el caso del complejo escolar Felipe Sanguinetti, construido gracias a los donativos del filántropo de ese nombre, e inaugurado en 1925. En el año 27 se va a inaugurar el Asilo Piñeiro del Campo, que hasta el presente sigue cumpliendo el cometido –albergar ancianos desamparados– que antes realizaba el edificio que fue después de esa fecha el Hospital Pasteur. En la misma década se promovió en la zona, al igual que en muchos partes de una Montevideo cada vez más extendida, la construcción de casas para una clase media en crecimiento.

La cercanía de las nuevas barriadas nacidas a partir de los fraccionamientos y remates de Francisco Piria, como Jardines del Hipódromo y la propia Maroñas, iba a incidir para que La Unión se fuera transformando en el polo comercial de una región todavía alejada del centro capitalino. El pujante desarrollo en tal sentido fue afianzándose a lo largo de varias cuadras de 8 de Octubre; su radio de influencia llegaba por una parte a la Cruz de Carrasco, por otra hasta el Buceo, por otra a la Blanqueada, y también al barrio obrero que surgió en torno al Cerrito de la Victoria.

Recién en 1947 será cuando La Unión queda incorporada por decreto a la zona urbana de Montevideo, perdiendo así su condición de "villa". Sin embargo, por un tiempo la seguirá separando un poco del casi céntrico Cordón una mediación oxigenante de añejas casaquintas.

Los años posteriores verán aumentar y desarrollarse al máximo el aspecto comercial de este barrio tradicional. Como consecuencia iba a menguar su importancia como zona residencial. Nuevas urbanizaciones cercanas posteriores al año 1970 (como los complejos del Euzkal Erría y las cooperativas de La Cruz) fortalecerán a La Unión como polo comercial y neurálgico de un fragmento sustancial de la geografía de la capital.

Alejandro Michelena
Esta crónica se publicó originalmente en la revista Posdata (Nº 9, 4 de noviembre de 1994). Más tarde se reprodujo en el periódico zonal Periscopio (abril de 1997), integrando al año siguiente el libro "Montevideo: historia de gentes, reuniones y lugares" (Editorial Cal y Canto). En el trabajo de investigación que la posibilitó, el autor reconoce su deuda con el doctor Luis Bonavita, el cronista cuya pluma recreó tantas veces vida y milagros del barrio de La Unión.

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