El asedio policial al edificio Liberaij
 

La sangre siempre es roja
Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 
 

Policías disparan durante el cerco al apartamento 9 del Liberaij

La película argentina Plata quemada, basada en novela homónima de Ricardo Piglia y protagonizada por Pablo Echarri y Leonardo Sbaraglia, puso en la primera plana un episodio resonante en la crónica policial montevideana: el asedio policial a los porteños atrincherados en el edificio Liberaij, suceso que comenzó a desplegarse el 3 de noviembre de 1965. Hace unos pocos años, muchos uruguayos de las nuevas generaciones comenzaron a preguntar a sus mayores sobre el tema, y el responsable fue Jaime Roos, porque una de sus canciones más populares, Brindis por Pierrot también alude al hecho: “Qué será de los porteños/ocupando el Liberaij”.

 Antes todavía, en la segunda mitad de los sesenta, Eduardo Galeano se inspiraba en el episodio para escribir su relato Los

fantasmas del día del león. Y muy recientemente, el año pasado, el periodista Leonardo Haberkorn retoma la historia y la lleva a un libro que tiene por título: Liberaij. La verdadera historia de Plata quemada (en alusión, y polemizando, con la novela de Ricardo Piglia).

Fue uno de los acontecimientos resonantes de la crónica roja. De los que quedaron grabados a fuego en el imaginario colectivo montevideano. Se une a la sangrienta galería que integran -entre otros- el asalto de los anarquistas al cambio Messina en los años treinta, la muerte del joven Gustavo Volpe al pretender auxiliar a una anciana que estaba siendo robada,  las míticas andanzas infanto juveniles de El Cacho en los años cincuenta, y la balacera policial que transformó al Mincho Martincorena en un colador humano en los setenta. Pero los superó a todos por su condición épica, ya que a los delincuentes argentinos atrincherados en el Liberaij no se les puede negar la cualidad -demencial tal vez, pero concreta- del coraje.

Retirando al agente Aranguren

Por un cambio de matrículas

Mario Malito que apenas tenía 24 años, Marcelo el Nene Brignone (de 33 años) y Roberto el Gaucho Dorda que tenían un poco más de treinta, y el Cuervo Merelles que había alcanzado el cuarto de siglo, intentaban cambiar las matrículas de un coche Volkswagen rojo -en Enriqueta Compte y Riqué y Marmarajá- cuando los sorprendió una patrulla policial integrada por Luis Cancela y Delci Meneses. Venían huyendo de la policía de Buenos Aires, y tenían a sus espaldas varios robos y nueve muertes. Hacía poco más de un mes que habían asaltado un furgón blindado del Banco de la Provincia de Buenos Aires, asesinando a tres custodios y alzándose con 300 mil dólares. Procuraban pasar desapercibidos en Montevideo, hasta el fatídico momento en que fueron sorprendidos por los agentes.

Pudieron huir, dejando al oficial Cancela mal herido -moriría muy pocas horas más tarde en el Hospital Maciel- y a un cómplice uruguayo baleado por los policías. Dos días después golpeaban desesperados

a las puertas de un delincuente uruguayo; sabían que la policía les estaba siguiendo el rastro de manera implacable. Necesitaban un enterradero, y para asegurárselo tomaron como rehén a la compañera del delincuente (cuyo nombre, por lo que el lector sabrá inmediatamente, nunca se divulgó).

El hombre, preocupado por la situación, al no encontrar a nadie en el submundo del hampa dispuesto a arriesgarse por quienes acababan de matar a un policía, optó por dirigirse a Jefatura. Allí sí que encontraron un "enterradero" adecuado para los delincuentes... Fue el apartamento 9 del céntrico edificio Liberaij, en Julio Herrera y Obes apenas a dos cuadras de 18 de Julio.

Los porteños se instalaron en él, creyendo que los acompañaba la suerte al dar con un sitio como ese, sin sospechar para nada la traición.

La suerte está echada

La ilusión terminó cuando oyeron por megáfono la voz del coronel Ventura Rodríguez, jefe de Policía de Montevideo, intimándolos a rendirse e informándoles que el edificio estaba rodeado. Los porteños, luego de la impresión inicial, se repusieron y contestaron: "¡Vengan guanacos!... ¡Vengan a pelear si son hombres!"

Se ordena entonces la entrada en acción de un grupo de choque de la Guardia Republicana, que fue repelido por los delincuentes. Se usan luego gases lacrimógenos. Se intenta convencerlos a través del portero eléctrico.

Los porteños siguieron en sus trece, pese a los intentos de hacerlos recapacitar del Jefe de Policía, que más tarde -fastidiado y colérico- selló su suerte con una frase lapidaria: "¡La vida de uno de mis hombres no vale la de ustedes cuatro!"

La tragedia final

Cuando se intentaba un nuevo ataque al apartamento 9, disparos desde el mismo hieren de muerte al comisario Santana Cabris, que cae desangrándose por la escalera. El coronel Pascual Cirilo, aislado en el corredor y expuesto al fuego de los porteños, se atrinchera en el vecino apartamento 11 donde estaba un padre con su pequeña hija de dos años. Gracias a varios colchones puestos contra la puerta de calle, se logra neutralizar 180 disparos que tuvieron por objetivo su posición.

Un policía herido es sacado

A las tres y media de la mañana los porteños salen, pero no para rendirse. Lo hacen a balazo limpio, dispuestos a copar el apartamento 11. Cirilo y un cabo que llegó en su auxilio por el pozo de aire los repelen y logran hacerlos volver al apartamento 9.

A esa altura se corta la luz y el agua del edificio, y se evacúa a todos los vecinos con una escalera de bomberos. A las cinco de la mañana Ventura Rodríguez declara a los medios de prensa que la única estrategia policial es "ganarles por cansancio". Se tiran toneladas de gases lacrimógenos dentro de edificio, que afectan a los policías que están apostados en diferentes pisos pero no parecen causarle mella a los porteños.

Toda la mañana sigue la intermitente balacera entre los atrincherados en el apartamento 9 del Liberaij y el enjambre de policías que los cercan. A las 12 y 30 muere acribillado el agente Héctor Horacio Aranguren.

La batalla sigue todavía hasta las dos de la tarde, cuando se hacen los últimos disparos directamente contra la puerta del apartamento, sin recibir en ese caso las balas de respuesta. Uno de los delincuentes, Merelles, fue sacado vivo del edificio, entre pedidos de la multitud para que lo mataran allí mismo y golpes del propio jefe de Policía. Expiró en el Maciel a causa de las innumerables heridas, atendido por médicos que recibieron presiones y graves amenazas para que no lo auxiliaran, e incluso para que lo mataran...

Todo había durado dieciséis largas horas. Las radios y la televisión transmitieron en directo los acontecimientos. Una sorpresa para la policía fue no encontrar en el apartamento a Enrique Mario Malito, de quien nunca más se supo. Obviamente, éste sospechó algo y evitó la trampa mortal del Liberaij.

 

 

Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 

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