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La prensa obrera del 900: 
una realidad olvidada
Alejandro Michelena

Los márgenes ideológicos 

Los años iniciales del siglo pasado fueron ricos en cuanto a la presencia actuante y vital de los nacientes gremios obreros a través de su prensa. Es más, recién va a ser en el último recodo del siglo XIX que -coincidiendo con las grandes oleadas inmigratorias- comenzó a sentirse la realidad proletaria, aunque todavía de modo muy incipiente. Era natural que sucediera así, pues Montevideo no contaba con desarrollo industrial, y sus pequeños talleres casi artesanales propiciaban más bien el aislamiento y la falta de conciencia en la clase trabajadora.

Es cierto que, en cuanto a ideas, se habían dado antes algunos esbozos de pensamiento socializante. Cuando la Guerra Grande aislaba la ciudad, a través de la pluma de los jóvenes exilados argentinos, como fue el caso de Esteban Echeverría, que escribían encendidas páginas en revistas como El Iniciador de nuestro compatriota Andrés Lamas. Pero se trataba de posturas individuales, provenientes de un sector del patriciado, radicalizado para su tiempo en algunas cosas pero no menos elitista y hasta aristocrático en los hechos. Ese socialismo lírico -asimilado por la vía de románticos como Víctor Hugo- era nada más que parte de las agudezas de una juventud dorada que muy pronto se encauzaría, al menos en su mayor parte, en el liberalismo que ideológicamente Francia y en lo económico Inglaterra sugerían como única posibilidad de progreso.

 

Debió darse -como siempre sucede- ese parto necesario de los hechos sociales que creara la base material de un comienzo de industrialización, para que entonces sí fructificaran en sus verdaderos destinatarios las ideas obreristas que en Europa estaban en pleno desarrollo. Así lo expresa en su Ambiente espiritual del 900, de modo preciso, Carlos Real de Azúa: "En las capitales del costado atlántico (hace el autor referencia a las de América Latina) se va formando por aportes extranjeros lo que ya tiene fisonomía de un proletariado; es allí también que las corrientes inmigratorias dan a la vida un tono que se ha calificado equívocamente de cosmopolita y que más valiera calificar de multinacional".

 

Este fundamento entonces, junto al peculiar clima democrático que se vivía en la primera década del siglo XX en el Uruguay, permitió que se generara ese crisol de ideas que fue marco ineludible de los periódicos obreros. Algo de esto es lo que evoca -con cierto matiz de añoranza- un testigo de ese tiempo, Roberto Giusti: "Soñábamos un orden mejor... una sociedad armoniosamente organizada sobre la ley de una más justa distribución de los bienes de la vida... Vagamente se creía que el fruto, sazonado por el irresistible calor de los movimientos populares, caería maduro del árbol. Ya veíamos la luminosa ciudad soñada, al extremo de la oscura calle por donde marchaba desde tantos siglos, fatigada y doliente, la humanidad". Más allá del estilo epocal, es un fragmento ilustrativo de como ciertos sectores juveniles de la pequeña burguesía urbana hicieron suyas las reivindicaciones libertarias, o más estrictamente, prestaron la fluidez de su escritura a la causa del naciente movimiento obrero.

 

A la vez, como no podía ser de otra manera, los trabajadores -es lo que se refleja a través de su prensa- eran influenciados por ese entrecruzarse de ideologías, en muchos casos contradictorias, que dio el perfil de nuestro Novecientos. Por allí se debe buscar la explicación para que junto con el positivismo pragmático (que era la doctrina de recibo para la eufórica clase alta del momento) se colaran de contrabando en los artículos de aquellos periódicos, tanto los ecos de conceptos nietzscheanos, como elementos de cristianismo social de raíz más eslava que franciscana en los que mucho tenía que ver la difusión de la obra de Tolstoi. Tampoco faltaba el matiz decadentista, aunque apenas insinuado y sin la importancia que tuvo en los ambientes intelectuales y artísticos. Toda esta mezcla no resultaba en el momento contradictoria con las renovadoras ideas sociales que se iban poniendo en circulación, entre las que confluían -al menos en los primeros tiempos-, las de origen anarquista, resabios del socialismo utópico y primeras noticias del marxismo.

 

Sólo comprendiendo la encrucijada ideológica, donde se daban lo viejo y lo nuevo simultáneamente, que fue una de las características más agudas del Montevideo de aquellos días, sabremos aquilatar mejor en su aspecto conceptual a los comienzos del periodismo obrero, con sus titubeos y confusiones pero también germinales y lúcidos aciertos.-

 

La escenografía

 

Al referirnos al 900, abarcamos más o menos un período de quince años; que es en definitiva lo que los estudios -tanto desde la óptica histórica como literaria- consideran el ámbito temporal de influencia de ese modo de ver el mundo y estar en él que caracterizó a la llamada "belle époque" (que no era tan bella, ciertamente). Por eso pudimos tomar en cuenta tanto publicaciones del primer año del siglo como del comienzo de la segunda década.

Montevideo era en aquel momento, una ciudad en muchos sentidos menos provinciana que hoy. Afirmamos esto, a partir del hecho de que un enorme porcentaje de extranjeros recorrían sus calles como recién llegados desde Italia, España y otros lugares (la actual zona del Cerro se llamó en primera instancia Villa Cosmópolis, aludiendo al sin fin de lenguas que hablaban sus pobladores). Eran los tiempos en que comenzaba a brillar con fuerza la personalidad política de José Batlle y Ordóñez, y también la de la última guerra civil que precedió al largo periodo de compromisos políticos entre los partidos tradicionales que está en la base de la solidez institucional del país anterior al terrismo. El incesante martillo de remates de Francisco Piria vendía terrenos por los alrededores -sin cuidar demasiado de la coherencia urbanística-, plantando la semilla de lo que hoy son gran parte de las barriadas de nuestra ciudad. José Enrique Rodó caminando encorvado y mal vestido por las calles de la Ciudad Vieja y Carlos Vaz Ferreira preparando sus primeras conferencias en la umbrosa quinta del Prado, se constituían ya en los dos vértices de nuestra reflexión intelectual. Los poetas modernistas en sus cenáculos añoraban una París generalmente nunca vista, y despreciaban la "aldea" que los rodeaba mientras la mayoría daba a luz versos que hoy nos parecen nada más que decorativos (salvo los del notable Julio Herrera y Reissig).

Pero no todo era protagonizado por élites de cualquier tipo. Una educación bastante extendida y una clase media en ascenso económico, junto a la masificación del libro -gracias a la editorial Sempere de Barcelona- que por primera vez era barato y estaba a mano, propició la aparición de esa especie que un lúcido protagonista de aquellos días como Alberto Zum Felde definiera como la del "intelectual de café". En antiguos recintos hoy desaparecidos, como el Polo Bamba, el Tupí-Nambá, el Británico y tantos otros, jóvenes de largas melenas y enormes chambergos leían con avidez literatura, pero también a Nietzsche y los clásicos del anarquismo, y hasta a veces escribían furibundos anatemas contra la sociedad capitalista que en general no trasponían las fronteras del café. Algunos de entre ellos llegaron a integrar los reducidos equipos que hacían las publicaciones obreristas de entonces.

Estas, por su parte, se imprimían algo precariamente, en sótanos donde se respiraba un clima de conspiración; en general los impresores venían de hacer ese mismo trabajo en sus países de origen, pero en un entorno de verdadera persecución de las actividades sindicales o afines, y en la nueva tierra seguían en la misma actitud semi-clandestina. Se vendían luego de mano en mano, en lugares de trabajo o en la oportunidad de algún acto. Las había de cierta permanencia y otras de circunstancia (a propósito del 1o. de Mayo, por ejemplo). Su prédica, en general dura y militante, no era bien recibida por la mayoría de la prensa "grande" de ese Montevideo donde apenas circulaban los primerísimos automóviles y el tranvía eléctrico era una novedad.-

 

Anarquismo lírico

 

La ideología que primaba en aquellos inicios del periodismo de los trabajadores, era naturalmente la que traían los tanos o gallegos, o los hombres de tantas nacionalidades -que conformaban la mayoría de los operarios de los pequeños y medianos talleres novecentistas-, motor de los avances hechos hasta el momento en ese campo en los centros industriales de la vieja Europa: el anarquismo.

Puede resultar curioso, en una observación superficial, que proliferara este tipo de prensa, siendo como era tan poco desarrollada todavía en ese entonces la actividad sindical, por estar el país muy parcialmente industrializado. Pero la explicación la encontramos, más que nada en dos aspectos: la tendencia especulativa y deliberante que es característica de los anarcos, unida al variadísimo crisol de ideas que fue nuestra ciudad en el 900, abierta a todos los vientos de renovación. Pero hubo otro factor, en cierta medida agudizante del afán teórico que estuvo en la base de aquel conjunto de medios de comunicación obrera, y es que muchos intelectuales del momento asumían -al menos en teoría- una postura a favor del explotado; por ese motivo surgió el Centro Internacional de Estudios Sociales, y por eso mismo Florencio Sánchez, Álvaro Armando Vasseur y Ángel Falco, junto con otros escritores colaboraron con el periodismo sindical e incluso llevaron a su obra el compromiso social. Todo esto se debe tener en cuenta a los efectos de comprender más cabalmente la insólita germinación de publicaciones de la clase obrera o dedicadas a ella en una ciudad de burguesía reducida y provinciana y clase media pujante, donde se estaban ya sentando las bases para el estado benefactor que daría el perfil del país por lo menos durante medio siglo.

 

En un vistazo genérico, podemos decir que tales periódicos estaban formados por no más de dos hojas, que oscilaban entre el tamaño de un cuaderno de los grandes y el tabloide de los actuales semanarios. No llevaban ilustraciones, a lo más un dibujo alusivo junto al título. Comenzaban con un editorial, que tenía siempre tendencia a culminar en la referencia directa a la meta final emancipativa de todos los explotados. Se trataba de incluir, también en primera página, una salutación a los proletarios del mundo entero (no se debe olvidar que aquel era un sindicalismo que fue definido sociológicamente como de "acción directa", en el que las reivindicaciones inmediatas no importaban demasiado y sí la lucha y su finalidad última). Luego se colocaban, en forma somera, las informaciones sobre el gremio específico, seguido de un noticiario breve de los conflictos y huelgas a nivel nacional y a veces hasta internacional. Era de rigor -por todo lo dicho antes y por el gusto popular de entonces- un poema de algún romántico que hubiera sido sensible a la injusticia social, junto con fragmentos de Bakunin y otros teóricos y las colaboraciones de intelectuales solidarios. Nunca faltaba la sección cultural, donde se anunciaba desde el último estreno de teatro a la presencia de Caruso en el Solís.

En ese momento -algo ingenuo, como todo comienzo- se consideraba necesario darle un vuelo lírico y altisonante a las propuestas o declaraciones que aparecían en esas humildes hojas sindicales, mal diagramadas y con problemas de impresión. Este era un claro resabio del estilo siglo XIX, cuando aún no se había llegado a encontrar el "tono" justo para el periodismo popular. También, como lo dijimos más arriba, hay que tener en cuenta que ese período fue entre nosotros particularmente privilegiado en lo que tiene que ver con la interconexión obreros-intelectuales. A la luz de este encuentro -que luego se quebraría por décadas, para volver a darse de modo, más maduro en los años sesenta- podemos comprender mejor por qué aparecían, por ejemplo, en El obrero panadero (de 1895), entre denuncias muy crudas acerca de la realidad de ese sector, apelaciones a la "fraternal armonía", o versos que decían: "Oh! potentados  ingratos... en su cueva embebecidos".

 

Revisando dos periódicos obreros

 

Tomamos en consideración, en primer lugar, el órgano oficial del Sindicato de Artes Gráficas, que tenía ese mismo nombre. En su primer número -de setiembre de 1916- leemos lo siguiente: "Horas hace que las campanas anunciadoras de la organización gremial han iniciado su vuelo, despertando del letargo a la Familia Gráfica, e infundiendo en esta nueva etapa de su vida, una dirección enérgica, para vitalizar todos sus músculos y lanzarse a la lucha en no lejano día". Una pátina florida en el estilo, que hoy nos puede resultar demasiado añeja; gusto por lo metafórico en la referencia a las campanas, y también en la comparación del gremio con un cuerpo que necesita fortalecer su musculatura (por otra parte, las imágenes de tipo gimnástico eran muy recurridas en aquel entonces, cuando recién comenzaba a valorarse el cultivo de lo físico como valor en sí). También encontramos la divulgación -que en nuestro país fue bastante precoz en relación a otros- de ideas como el evolucionismo darwiniano, en forma indirecta pero evidente, en estas líneas que atendían a la condición de la mujer: "... no olvidemos que esas obreras que hoy malvenden sus energías en los talleres gráficos, serán las madres del mañana, y con estos antecedentes, tendremos una generación de hombres inútiles, pues la ley de la herencia se cumple en todos los casos irremisiblemente". Es válido aclarar, por las dudas, que el articulista venía denunciando las increíbles condiciones de trabajo femenino, peores que las de los hombres.

En otra página se informa sobre una huelga en la imprenta La Rural -una de las peores en cuanto al trato de los obreros- que fue ganada logrando el inmenso triunfo de "puntualidad en el pago". Al no demasiado querido propietario de esa empresa se le llama "el burgués Ramos", o simplemente "el amo". Finalizando la entrega se dan a conocer, para juicio de todos los compañeros, Los balances trimestrales de entradas y gastos; los primeros por concepto de cuota sindical, los segundos por rubros tan variados que van desde el alquiler del local a la compra de "plumas" (los bolígrafos estaban aún muy lejos). El segundo número de esta publicación de los gráficos editorializa bajo el título de "Retrospectiva", analizando la problemática producida por la traición amarillista propiciada por las patronales, y acerca de la unidad que se concreta a través del sindicato. Después se informa sobre una noticia internacional, la huelga y el "boicot" establecidos en contra de la revista Caras y Caretas por la Federación Gráfica Bonaerense, donde se da un parte de la solidaridad que trasciende fronteras: "... hemos fijado en todos los rincones de esta ciudad una cantidad de afiches remitidos por la F.G.B. y destinados al pueblo uruguayo, lo que dio motivo a que fuéramos continuamente molestados por la policía".

Es interesante enterarse de cómo ciertos emblemas del periodismo no fueron ajenos a las idas y vueltas de la realidad, concretamente en este caso a la injusticia social. De tal orden es un suelto de este periódico, que informa sobre la manera poco digna con la que una empresa periodística mezquinó la rebaja de un aviso fúnebre a propósito de la muerte de un obrero de la misma y como unos días después: "despidió a un tipógrafo, porque éste, víctima de un accidente, sufrió fractura de un brazo, estando por lo mismo imposibilitado durante 20 días de concurrir al trabajo, cuando volvió, ya curado se le comunicó que estaba despedido, puesto que en la casa no querían obreros que se enfermaran" (el diario en cuestión era, nada más y nada menos, que la legendaria Tribuna Popular, de larga vida y fama populista).

El otro periódico al que le echaremos una mirada es La Siembra, de agosto de 1916. No tiene el tono de combatividad e inmediatismo del anterior y utiliza un lenguaje más sereno. En el editorial leemos: "impulsados por un sentimiento generoso, una mañana, la más hermosa de nuestra juventud, nos acercamos a la ventana de la Vida y acomodándonos a ella vimos... ...Una dolorosa e interminable caravana de hombres, mujeres y niños, tristes, pasivos, silenciosos que, en columna de marcha avanzaban pausadamente por medio de una pradera floreciente a enterrar su dolor y su martirio en las modernas ergástulas industriales, implorando, no el derecho a vivir, sino la dolorosa compasión que les permita morir junto a las grandes y complicadas máquinas". La larga cita es válida como forma de captar el enfoque, de más vuelo que el otro, más solemne (se utiliza la palabra "vida" con mayúscula, y el que escribe se ubica en una perspectiva algo privilegiada y bastante alejada del conjunto de esa multitud que a la postre es su preocupación primordial). No se le teme -pese a tratarse de un órgano obrero- a las palabras difíciles; ejemplo de ésto: "ergástulas", término de casi nula utilización popular, ni siquiera en aquella época. El conjunto es, indudablemente, rodoniano, en concepto, vocabulario, construcción; la influencia del autor de Ariel, muy poderosa en ese entonces a todos los niveles, también llegó, a través de esta revista, a la clase trabajadora. Hasta el tema de esa nota editorial: ¿no son acaso parecidos -paralelos diríamos- estos seres que el cronista contempla en su marcha con aquellos niños desolados de La pampa de granito, que estaban condenados a envejecer plantando y cuidando el crecimiento de un árbol en medio del yermo, bajo la fría mirada de un viejo implacable?

Si continuamos pasando las páginas de La Siembra, llegaremos hasta un texto muy jugoso, el "Credo del soldado"; "¿Qué pensáis, Capitán -le dije- del rol que desempeñan nuestros soldados? El capitán respondió: Yo no pienso. Obedezco. ¿Pensáis que es un deber vuestro matar a uno de vuestros compatriotas o contribuir al triunfo de un tirano? El Capitán respondió: Yo no pienso. Obedezco". En forma dialogal y cadenciosa, encierra sin embargo una áspera denuncia acerca de la estructura militar.

 

Más adelante nos enteramos de ciertos datos curiosos, como que Montevideo en esa segunda década del siglo XX tenía tres sociedades sindicales de mozos y dos de cocineros (cosa que al periódico le parece, naturalmente, contrario a la unidad), lo que habla a las claras del auge en ese periodo de los tradicionales cafés, de restaurantes, de los hoy mitológicos "cabarets". Nuestra ciudad -si nos ajustamos a los testimonios de cronistas populares como El Hachero o el Loro Collazo- poseyó desde ese tiempo y por unos cuantos años una vida nocturna dinámica y muy intensa.

Entre los avisos comerciales (que invariablemente se colocaban al final), se destaca uno que dice: "Restaurant vegetariano. Herbolario de la Institución Armónico-Naturista El Faro. Plantas medicinales indígenas y extranjeras". La moda del naturismo en medicina y costumbres fue también de gran arraigo en aquellos momentos, llegando incluso, por medio de "La Siembra" en este caso, hasta los sectores laboriosos de la población.

Alejandro Michelena

Este ensayo fue merecedor, en su primera versión, al Primer Premio en el concurso organizado por la revista HOY ES HISTORIA (1985)
aledanmichelena@gmail.com 

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