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La gloria eres tú


Escena de la película "La gloria era tu",
en el momento que canta Pedro Infante el bolero homónimo.
[1]

Cuento de Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

– variación narrativa inspirada en el cine de Jorge Polaco

“Dicen que la gloria está en el cielo
que es de los mortales consuelo al morir.
Bendigo a Dios porque al tenerte
no necesito ir al cielo
porque la gloria eres tú”.

Bolero de José Antonio Méndez

Hoy vivimos en tiempos capilares. Todo es piel... La misteriosa voz de la radio también lo es. La oigo con los auriculares, y a pesar de la distancia parece que la puedo acariciar.

El cigarrillo se escurre entre mis dedos. La niebla tenue y pegajosa del humo sofoca el ambiente. Parece que afuera hubiera viento... pero no estoy seguro. Para mí, de a poco, el día y la noche se van pareciendo. La claraboya de la casa engaña. Y ya casi he comenzado a perder la conciencia de mí, encerrado siempre en esta habitación. Más de una vez, últimamente, he tenido que pellizcarme para comprobar si soy diferente a la cama, al ropero, a la biblioteca polvorienta.

Al fin llegó René. Oigo su voz suave y aterciopelada como ronroneo de gata fina. Habla con su madre. Ella tal vez le recrimine algo. No acepta que su hijo haga tanto tiempo que no le permita limpiar su cuarto. Estoy preparado para cuando a la señora se le ocurra subir por su cuenta. La escena me atrae poderosamente. Puede que me ponga a llorar, o ría a carcajadas, o me mantenga imperturbable como un Buster Keaton cruzado con Peter Lorre. Seguramente goce con el desconcierto que voy a producir en la buena “doña”, que –aunque parezca increíble– en su ingenuidad no ha asumido la condición peculiar de su único hijo.

¿Por qué tardará tanto? Tengo mucha hambre. Siempre pasa lo mismo: tarda en subirme la comida. Sabe que estoy solo todo el santo día pero actúa como si no le importara... Me aterra que empiece a olvidarme. Que a sus ojos me transforme en un objeto más del decorado.

¡Se me cayó el cenicero! Espero que la señora no haya oído. Por suerte es algo sorda... Vivo inquieto y sobresaltado... Ya no aguanto más. Tengo que animarme a abandonar esta cueva. Estoy empezando a añorar la vida de afuera... Cuando era feliz recorriendo caminos polvorientos en una vieja camioneta destartalada vendiendo cualquier cosa (un día zapallos, otro libros, más adelante seguros, después afiliaciones a una mutualista). Me bastaba con que alcanzara para pagar la nafta, los cigarros y la comida. Dormía en la camioneta y dedicaba el tiempo libre a buscar encuentros placenteros. En cada pueblo me apasionaba algún muchacho delicado, y cuando parecía que al fin me había encontrado con mi par llegaba puntualmente la decepción.

Ahora mismo está ocurriendo, pero es mucho peor. Tardé un año en darme cuenta... Voy a huir esta madrugada. Aprovecharé el momento en que René duerme más profundamente, agotado luego de haberse entregado a mí una y otra vez.

Me va a costar poco sacarle las llaves. Necesito respirar. Sentir la calle. Ver los árboles agitados por la brisa y alzarse la luna quebrando la oscuridad.  

Son las dos de la mañana. No hay peligro. Puedo salir. Si llega a notar que me levanté y estoy bajando las escaleras no se va a inquietar; supondrá que, como en tantas noches, aprovecho la ocasión para desentumecer los músculos rondando por la casa en penumbras como una sombra.

Me voy a llevar todo el dinero que encuentre. Y también comida... Es urgente abandonar esta confortable tumba... Qué extraño me resulta el corredor, y las negras puertas de las habitaciones. Afuera debe estar frío... No sé por qué recuerdo ahora aquella vez cuando, siendo niño me encerraron en un sótano. Pasé horas acurrucado en el rincón más húmedo; al principio sentí miedo, pero al final me acostumbré y hasta encontré en un rincón un pequeño soldadito de plomo con el cual empecé a jugar... A la noche me vinieron a buscar, y lloré de angustia al enfrentarme al cielo estrellado, y al viento y a los ruidos cotidianos pero atroces. 

Por suerte no chirrían los goznes de la puerta. Pero, ¡qué frío más penetrante! La cabeza me da vueltas. Voy a sentarme un poco en el zaguán... Creía que al ver la calle iba a saltar de alegría, a correr como un loco. Lo que nunca hubiera imaginado es este malestar que ahora experimento.

Me quedo. Al menos por esta noche. Ya habrá tiempo de intentar una fuga mejor planeada. Necesito descansar, refugiarme en la tibieza de la cama, despertar angustiado por alguna pesadilla y sentirme bien al palpar a mi lado el cuerpo tibio y desnudo de René.

 

[1] Pedro Infante "La gloria eres tu"

 

Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com


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