Amigos protectores de Letras-Uruguay

La escultura como presencia cotidiana: tres ejemplos 
Alejandro Michelena

En todas las grandes ciudades, a partir del medioevo, la escultura en los espacios públicos volvió a tener la importancia y significación que había logrado –desde el punto de vista simbólico- en la antigüedad clásica. Esto se agudizó en los siglos que siguieron, en un proceso acompasado a la secularización de la sociedad y del propio medio urbano. Pero un nuevo cambio se operó a finales del siglo XIX, cuando la mera escultura ornamental iba poco a poco a dar paso a la presencia del arte de las formas ocupando por sí, por su valor intrínseco más allá de los asuntos tratados, los ámbitos de la ciudad. Montevideo no fue ajena a este proceso, y en la centuria pasada vio pobladas sus plazas, parques y rincones con manifestaciones un nivel estatutario caracterizado por una calidad y libertad creativa que la han destacado en el concierto latinoamericano (sobre todo en el período que va de comienzos del siglo a los cincuenta).

Vamos a dejar de lado aquí los ejemplos más conocidos -como La Carreta y La Diligencia de Belloni, o El Gaucho de Zorrilla de San Martín- para acercarnos a otros no menos significativos como interrelación “arte-espacio”.

En el Parque Batlle, en su costado sobre Avenida Italia y Ricaldoni, está el monumento titulado Al Maestro, de Bernabé Michelena. Conocido popularmente como La  maestra, es un ejemplo privilegiado de diálogo entre el lugar y la piedra. Construido en una pequeña elevación -en un cruce de senderos- es de piedra granítica y está formado por una gran figura emblemática, una mujer con sus brazos abiertos en cruz y su mirada en la lejanía; por detrás hay bajorrelieves que aluden a diversos pasos e instancias de la enseñanza. Todo el conjunto posee una armonía volumétrica y una perspectiva que no desentonan con las arboledas circundantes y no rompen tan abruptamente la visión del paisaje.

Por la calle Canelones, a la altura de Minas, desde lo alto de la iglesia de los Capuchinos otea las claraboyas de una parte del barrio del Cordón el estilizado San Antonio con el niño del escultor Severino Pose. Excelente nuestra de integración de una obra moderna a un contexto arquitectónico más conservador, llama la atención al curioso que levante la cabeza por la serenidad que emana de la limpieza de sus líneas.

En el Parque Rodó un escultor más contemporáneo, Armando González, dejó la simple y querible alegoría de la Niña de la Paloma, solucionándola a partir de una impecable síntesis.

Estos son apenas tres ejemplos muy estimables del arte escultórico integrado a los espacios urbanos. Hay muchísimos otros, más modestos -junto con algunos que podrían también destacarse, como El Obrero Urbano de la plaza del Reducto, del primer artista nombrado- diseminados en plazas, parques y jardines de la ciudad. El común denominador es el buen nivel promedio -en calidad de trabajo y de diálogo con el contexto- de la estatuaria con la cual nos topamos a cada paso en Montevideo.

Alejandro Michelena
Esta crónica es la adaptación de parte sustancial de un capítulo del libro Otras latitudes de Montevideo (Arca, 1996).

Ir a índice de Crónica

Ir a índice de Michelena, Alejandro

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio