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Recordando a "Papá" Hemingway
Alejandro Michelena

 

Mucho antes que se popularizara la expresión anglosajona "best-seller", Hemingway ya había logrado que sus libros, además de multiplicar ediciones en los idiomas más importantes del planeta, se fueran transformando -puntualmente- en exitosas películas hollywoodeneses.

Hablar de este escritor es hacerlo de una figura literaria que en el imaginario de millones de lectores fue el prototipo del escritor norteamericano triunfador. Amante de la acción, anti intelectual, individualista, viajero y rebelde. Fue admirado por los hombres debido a su coraje, y adorado por las mujeres a causa del enfático alarde de virilidad que encarnaba. 

Pero supo ser también, sobre todo en sus años maduros, un típico personaje del "jet-set" internacional. Una cara habitual en las tapas de las revistas ilustradas, junto a Ava Gardner y el Agha Khan, Grace de Mónaco y el play boy Porfirio Rubirosa.

Divorcio entre crítica y lectores 

Hay consenso en considerar que el mejor Hemingway está en sus relatos cortos. Algunos antológicos, como El río de los corazones, El gato bajo la lluvia o Los asesinos. Pero también Mientras los demás duermen y Un lugar limpio y bien iluminado. Muchos de ellos fueron escritos cuando el autor era un joven ambicioso que en estimulante Paris de los años veinte comenzaba a hacerse notar.

Mientras tanto, sus consecuentes lectores en todo el mundo no suelen estar de acuerdo con las opiniones críticas, y prefieren El viejo y el mar, esa nouvelle donde un viejo pescador cubano convierte la lucha con un gran pez en un desafío con lo esencial. También Por quien doblan las campanas, emocionados -aunque ya sean generaciones sucesivas de lectores- con los avatares de la pareja protagonista en medio de la guerrilla contra Franco (encarnados en la pantalla nada menos que por Ingrid Bergman y Gary Cooper). Pero muchos son los que siguen prefiriendo el impacto que causa la agonía -cargada de amargura y hasta de cinismo- de aquel cazador casado con una mujer rica a la que desprecia, en plena selva africana, en Las nieves del Kilimanjaro.

Papá Hemingway, como le llamaban casi todos, fue -qué duda cabe- un enorme narrador. Uno de los maestros indudables en el arte de decirlo todo con las palabras justas y precisas, un orfebre del diálogo y de la acción en sus relatos.

El engañoso personaje

Mientras escribía tanta maravilla, y sobre todo después, cuando su estilo se aflojó un tanto, y su producción se hizo más larga pero más laxa, Hemingway fue creando su propio personaje. 

La prensa masiva de los años cuarenta y cincuenta registró con lujo de detalles sus safaris de caza mayor en África, su amistad con toreros como Dominguín o actores como Gary Cooper, sus tan recurrentes romances con mujeres siempre glamorosas y envidiables, su afición por la pesca riesgosa en la costa de Cuba, sus evocaciones sobre las guerras en que participó como combatiente o corresponsal.  

Pero se daba también un fenómeno peculiar: gente que nunca lo había leído estaba al tanto de sus irrupciones -en el papel de "bon vivant"- en el Maxim´s de Paris, en el Harry´s Bar de Venecia, en el café San Marco de Trieste, en el Floridita de La Habana. Todos lugares rituales donde el escritor, en su madurez, cultivaba los deportes del narcisismo y el alcohol.

El compromiso del artista

El uso abusivo que durante décadas hicieran los medios masivos con su figura, no permitió apreciar debidamente los aspectos valorables en lo humano de su actitud intelectual. 

Hemingway no fue de los que ocultan o disimulan sus simpatías políticas. Tomó partido por la República Española durante la Guerra de España, colaboró con la resistencia francesa durante la Segunda Guerra, y simpatizó con la Revolución Cubana en sus comienzos. 

Su muerte por suicidio en 1961 cerró por fin el ciclo del personaje. A partir de entonces se fueron iluminando más claramente sus cualidades. Pero también quedaron a la vista sus limitaciones.

En el balance: crece el impecable cuentista, y se diluye el flojo novelista. Casi lo contrario de lo acontecido mientras vivió, cuando todo el brillo estaba destinado a sus novelas y sus relatos cortos eran leídos -fervorosamente, por cierto- por escritores más jóvenes. Estos colaboraron sin duda a transformarlo en un escritor de culto por ese costado más secreto de su producción, y el tiempo -el crítico más sabio- terminó por darles la razón.

Alejandro Michelena
Ensayo aparecido en el periódico Periscopio en octubre del 2004.

 

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