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En el nombre del hijo (Argentina, 1987)
 
 

Nueva película de Jorge Polaco: a favor de los feos, malos y sucios
Crítica de Alejandro Michelena

alemichelena@gmail.com

 
 

En el nombre del hijo (Argentina, 1987). Director y libretista: Jorge Polaco. Fotografía: Esteban Courtalon. Música: Pepe Motta. Producción: Jorge Estada Mora. Con la actuación de Margot Moreyra, Ariel Bonoml, Fernando Madanes, Goly Bernal, Jorge Sabate. Sala Cinemateca.

En este su segundo largometraje, Jorge Polaco radicaliza y al mismo tiempo madura su propuesta de una estética del "feísmo", de lo excéntrico, e incluso de lo repulsivo. Pero lo interesante radica en que no se limita, como en "Diapasón", a seguir —con una cámara ávida hasta la morbosidad— los inconfesables ritos sensuales de un solterón patético en el ámbito cerrado de un caserón decadente (con apenas fugaces incursiones al inquietante mundo externo). En esta película, por el contrario, la ciudad, la Buenos Aires del presente, está allí, se impone. Hasta se podría aventurar algo más: la rareza, la soledad, la desesperanza, el crepuscular infantilismo de los personajes, se arrastra y se desliza por las calles turbias, multiplicándose entre mucha gente.


Polaco elige, con precisión minuciosa, escenarios rotundamente marginales: los restaurantes de auto-servicio de la avenida de Mayo con su fauna gris y turbia (la que es recorrida, lentamente, en plano medio y desde arriba, por la cámara); la alucinante caravana —semi caminante, semi reptante— de los que le han hecho promesas a San Cayetano; las patéticas penas de ancianos donde se baila y recita en salones tan suntuosos como fríos, la antigua confitería Del Molino cargada de esplendores teatrales y anacrónicos.

De alguna manera, el realizador busca establecer que la gran ciudad posee muchos recovecos donde logran mimetizarse aquellos que no se integran, los que vegetan, llevando sobre sus espaldas la impudicia de una evidente infelicidad, los que tal vez no acepten ei estrecho rincón que su fealdad y/o vejez les impone en nuestras sociedades.

Acostumbrados como estamos a que lo aceptable sea la "venta" de un erotismo desplegado en torno a lo convencionalmente bello, resulta interesante un cine que exhiba sin escrúpulos un cuerpo fláccido de mujer de más de sesenta años. Quizá signifique esto hoy por hoy una saludable ruptura con el statu quo, más eficaz por cierto que tantas retóricas sociologistas. En definitiva, Polaco quiebra una lanza —es su muy personal contribución ética— por tantos anhelantes de plenitud y de vida que están sin embargo encerrados en cuerpos decrépitos, e incluso hasta por esos otros —como es el caso de Boby, el protagonista— cuya desmesurada pretensión de ejercer una sensualidad solitaria, fetichista y desviada, no puede ser tolerada impunemente por los siempre listos guardianes del orden (de cualquier signo).

Pero lo más importante es que "En el nombre del hijo" llega al espectador, aun en el desagrado, pero llega; porque es cine, se emplean a fondo los recursos de imagen —encuadres, planos, ángulos, movimientos— para que la historia se desarrolle a partir de la gramática que ellos generan. Esto —ya evidente en "Diapasón"— transforma a Polaco en excepción en medio de una cinematografía como la Argentina, donde superabundan las retóricas literarias y la dureza de imagen. Aquí las cámaras se mueven, juegan, se imponen, no podemos olvidar que se trata de una película, no hay lugar para la ilusión adormecedora de la mayoría de los filmes que hoy se exhiben.

Jorge Polaco declaró hace poco que ya no existía en el mundo un cine de autor, o sea el que busca plasmar una obra creativa personal e ineludible. El es sin embargo un buen ejemplo de ese tipo de cine en vías de extinción y en su país lo acompañan apenas Eliseo Subiela ("Hombre mirando al sudeste") y algún otro realizador más subterráneo.

La historia planteada es truculenta: vieja madre judía sobreprotege a su hijo ya maduro, solterón, dentista, que prefiere a la vida normal el lúdico arreglo de muñecas, ambos vegetan en medio de una pobreza que bordea lo miserable (hasta comen gatos callejeros). Ella estimulada por sus delirantes ensueños romanticoeróticos-, el hijo dedicado a la práctica de un erotismo perverso y desviado, cuyo epicentro son las muñecas y también las niñas pequeñas. La relación entre ellos va atravesando aceleradas etapas donde la situación inicial de madre absorbente e hijo aniñado deja paso a lo casi incestuoso, al sadismo, a la muerte. Por los costados de la realidad palpable la película tiene la cualidad de mostrar, en imágenes convincentes fragmentos de ese ámbito ambiguo de las fantasías y los deseos tornándose la misma acción, a veces en alegoría de experiencias más secretas de la siquis.

 

Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 

Texto publicado, originalmente, en "La Hora" (Montevideo), 20 de diciembre de 1987

 

Cedido por el autor en formato papel de diario. Escaneado e incorporado a Letras Uruguay, por su editor, el día 13 de mayo de 2013.
 

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