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En el comienzo fue la pulpería
Alejandro Michelena

Las viejas pulperías son el antecedente más directo de nuestros clásicos y entrañables boliches de barrio. Y éstos han conservado muchos de los rasgos de aquellas: su condición de lugares de encuentro y sociabilidad, el ritual de los juegos de cartas, el consumo de bebidas como la caña.

La pulpería surgió en la época colonial como la mezcla o amalgama de la abacería y la taberna. Se extendió, desde el siglo XVIII, en un amplio territorio que abarcaba desde el sur argentino a Río Grande del Sur.

Para Daniel Granada, en su “Vocabulario rioplatense razonado”, la palabra “pulpería” proviene de la voz mexicana “pulque” (que hace referencia a la bebida espirituosa que se obtiene de la primera destilación del maguey). Pero esta hipótesis no es demasiado fidedigna, porque en las crónicas de viajeros o en documentos coloniales se hace referencia por un lado a la “pulquería”, como el establecimiento donde se bebe pulque (tradicionales en México), y por el otro a la “pulpería”, en referencia a un comercio de ramos generales con despacho de bebidas.

Pulperías coloniales 

El primer pulpero de la Banda Oriental fue el práctico del Río de la Plata, Pedro Gronardo, quien abre una pulpería en la joven ciudad de San Felipe y Santiago (corría el año 1724). En poco tiempo surgieron otras más. Estas pulperías montevideanas, igual que las bonaerenses, fueron denominadas “esquinas”, porque se ubicaban siempre en la intersección de dos calles.

Muchas familias patricias tuvieron en su lejano origen un pulpero. Es el caso de los Mitre; Bartolomé Mitre —abuelo y de igual nombre del que fuera Presidente argentino y fundador del diario La Nación— tuvo su pulpería en esta banda. Muchas grandes fortunas rurales tuvieron su arranque en una pulpería.

 En la soledad de la campaña, la pulpería era el lugar de reunión de los gauchos. En ella se creaban amistades y enemistades al calor de la caña fuerte. Se jugaba a la baraja (al Tres Siete, a la Brisca, al Banco y al Truque, el actual Truco). En el patio o terreno que tenían atrás se jugaba a las Bochas, la Rayuela, la Pelota y la Taba. En la pulpería se compraba de todo: comestibles, bebidas alcohólicas, cigarros, ropa, cuchillos, faroles, y hasta libros.

Durante la dominación portuguesa, cuando éramos Provincia Cisplatina, las pulperías se extendieron por todo el territorio de lo que iba a ser el Uruguay. Por esos tiempos, a causa de la inseguridad de la campaña, comienzan a usarse las rejas en los mostradores. De ahí en más, las pulperías comenzaron a parecerse a  un fuerte: amplias paredes, rejas, puertas muy seguras. Y no era para menos, ya que el pulpero, además de servir bebidas alcohólicas y vender de todo, oficiaba de banquero y prestamista, además de rematador (de ganado, tierras, inmuebles).

Los gringos “se toman una”

El naturalista francés Auguste de Saint-Hilaire, que estuvo por aquí en 1820, comenta sobre las pulperías: “Es allí donde los indios y los mestizos pasan la mitad de su vida, dejando el poco dinero que ganan”.

En 1832, cuando el joven Charles Darwin pasó dos meses en estas tierras —en una estación de su largo viaje de estudios a bordo del Beagle, que sería una experiencia clave para sus futuras y famosas teorías— tuvo oportunidad de visitar una pulpería en la ciudad de Minas. Y dejó un significativo testimonio de esa vivencia: “Un gran número de gauchos acude allí por la noche a beber licores espirituosos y a fumar. Su apariencia es chocante; son por lo general altos y guapos, pero tienen impreso en su rostro todos los signos de la altivez y del desenfreno... Tanto nos hacen un gracioso saludo como se hallan dispuestos a acuchillarnos si se presenta la ocasión”.

La clásica pulpería comenzó a ser sustituida poco a poco, sobre fines del siglo XIX, por dos tipos de comercio: los almacenes “de ultramarinos”, y los bares con almacén. De todos modos, no desaparecieron de golpe, y hasta bien entrado el siglo XX siguieron funcionando muchas pulperías en el interior del país.

En el presente quedan, en lugares apartados algunas pocas, como el vivo testimonio de ámbitos que permitían una forma de encuentro integradora y socializadora, civilizadora en suma.

Alejandro Michelena
Crónica inédita en esta versión - Febrero 2007

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