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El nombre de la rosa - Coproducción Italo-francesa de 1988, dirigida por Jean-Jacques Annaud
 
 

Una película atractiva y polémica en torno a idea de Umberto Eco
Crítica de Alejandro Michelena

alemichelena@gmail.com

 
 

El nombre de la rosa - Coproducción Italo-francesa de 1988, dirigida por Jean-Jacques Annaud, basada, libremente, en la conocida novela de Umberto Eco con el mismo título. Con la actuación de Sean Connery, F. Murphy Abraham, Christian Sister, Michel Lonsdale, Elya Baskin, Ron Perlman, Valentina Vargas, Fedor Challapin Jr., Michael Habek, Volker Prechtel y Urs Althaus.

Tal vez sea una de las películas más esperadas de esta temporada. Los comentarios fueron en aumento, se hablaba de los contradictorios juicios críticos que había merecido por ejemplo en la cercana Buenos Aires. A partir del jueves pasado, la inevitable polémica se desató entre los apasionados lectores de la novela de Umberto Eco que abominan de la realización de Jean-Jacques Annaud, y aquellos que no han leído el libro y sugestivamente encontraron el filme mucho más interesante. Este cronista se encuentra entre estos últimos por suerte (no es desmesurado plantearlo así, porque la experiencia que hemos tenido es que la novela que realmente nos ha entusiasmado, luego nos ha inhibido para valorar debidamente la versión cinematográfica) .

De todos modos, no resulta claro por qué tanto alboroto, desde el momento en que se sabe que si un texto literario es algo elaborado y complejo se hace prácticamente imposible respetarlo de modo estricto al volcarlo en clave audiovisual. Además, en los créditos se aclara que se trata de una versión buscadamente libre de la obra de Eco.

La película es capilarmente una historia de tipo policial —con el adecuado suspenso, con un Sherlock Holmes de hábito monacal acompañado de su Watson juvenil, con crímenes que se van develando a pura deducción racional— que está ambientada en la Edad Media. Por otro lado, hay también una minuciosa reconstrucción histórica y de época, para lo cual el realizador tuvo el asesoramiento historiador Jacques Le Golf y de siete expertos en el medioevo. Tal vez por eso, no sólo se reproducen con detalle vestimentas y objetos sino también la posible luminosidad de entonces (con la invalorable ayuda de Tonino Delli Colli, iluminador que trabajara junto a Pasolini en "El Decamerón" y otras películas que se recordarán por su riqueza plástica; para los interiores, la inspiración estuvo en los realistas holandeses y en Georges de la Tour, para las escenas externas el pie lo dio por ejemplo Caravaggio). También son correctas las alusiones a los problemas que sacudían a la Iglesia de entonces, amenazada en su condición de Institución privilegiada —vinculada al poder desde el edicto del Emperador Constantino- pero ya no por una herejía minoritaria y/o excéntrica sino por el vitalizante movimiento monacal generado por el franciscanismo en todo Occidente, predicando un retorno a la pobreza evangélica para los religiosos y la necesidad moral del reparto equitativo de la riqueza social entre los más desheredados.

Pero "El nombre de la rosa" tiene otra riqueza de "lecturas". Por detrás de la historia, que atrapa del principio al fin, subyacen otros aspectos: las disputas teológicas, los celos entre órdenes religiosas (la abadía donde tiene lugar la acción es benedictina, o sea que pertenece a la que en ese entonces —por el 1300— era la más antigua y venerable orden monacal de Europa), la Injusticia social, el oscurantismo y la fealdad de un tiempo que o se idealiza o se desconoce. Pero lo más interesante es que el filme de Annaud no queda aquí, sino que perfila una reflexión más profunda y menos circunstancial sobre los alcances del fanatismo, los limites y posibilidades de la razón, la múltiple y no siempre bien precisable presencia del Mal (con mayúscula, en su condición metafísica).

La actuación de Sean Connery en el papel del franciscano William de Baskerville es seguramente una de las mejores de su ya larga carrera, modulando su personaje con seguridad e inteligencia, logrando que el espectador lo perciba por encima de los condicionamientos de las circunstancias pero inmerso y comprometido con ellas. Otro gran papel corresponde a F. Murphy Abraham como el inquisidor Bartolomé Gui, el contrincante del anterior.

Una valiosa película, rica en sugerencias conceptuales y al mismo tiempo entretenida, con ostensibles refinamientos visuales y una bien pautada narración. Más allá y más acá de la polémica secundarla de la que hablábamos al principio, uno de los filmes más valederos de esta pobre temporada de estrenos.

 

Alejandro Michelena
alemichelena@gmail.com

 

Texto publicado, originalmente, en "La Hora" (Montevideo), 24 de junio de 1987

 

Cedido por el autor en formato papel de diario. Escaneado e incorporado a Letras Uruguay, por su editor, el día 15 de mayo de 2013.
 

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