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Dos figuras inolvidables de la cultura popular
Alejandro Michelena

En el lapso de apenas un mes, el Uruguay perdió a dos de sus mayores referentes en lo que tiene que ver con la cultura popular. Primero se fue Rubén Castillo, renovador de la radio en los sesenta, e impulsor –desde las ondas del éter y también a través del tubo catódico– de por lo menos dos generaciones de músicos uruguayos. Luego se ausentó un emblema del Candombe como lo fue Marta Gularte, una de las figuras rutilantes de nuestros carnavales desde los años cuarenta.

En ambos casos, aparte de sus cualidades profesionales y artísticas, ellos fueron también personas entrañables.

Rubén: renovador y pionero

Rubén Castillo fue siempre un espíritu inquieto, desde aquellas competencias del disco semanales –que le dieron nombre a su programa más duradero y recordado– que ubicaron a Sarandí a la cabeza de la entusiasta audiencia juvenil de los primeros años sesenta, hasta su destacada y extendida tarea de dirección teatral. Personalmente, recordamos su peculiar y contagiosa dinámica en aquellas tardes del Discodromo en versión televisiva que mantuvo durante una década, en donde hicieron sus primeras apariciones artistas como Rubén Rada, Vera Sienra, Dino y Mateo, junto a figuras que ya tenían su popularidad como Los Olimareños y Alfredo Zitarrosa.

Más adelante hay que destacar su valentía en el año 1973 –al convocar al pueblo a la manifestación del 9 de julio, ya iniciada la dictadura, apelando a los versos del Llanto a Ignacio Sánchez Mejías de Federico García Lorca–, y la digna independencia que mantuvo luego en su programa, posturas éticas que le valieron el alejamiento de la radio que colaboró a prestigiar.

 Pero una de sus virtudes fue la capacidad de renovación. Poco tiempo después tuvo nuevamente su lugar en las tardes, ahora en radio Centenario, en años oscuros donde se constituyó en un referente para la apertura y difusión del quehacer cultural genuino. Avanzados los ochenta volvería con envidiable ímpetu, primero en la desaparecida Emisora del Palacio y después en la antes nombrada, con su programa “Utopías”, una vez más como incansable promotor de los nuevos valores y militante sin par de la cultura. Rubén Castillo fue el pionero que inició y desarrolló el gran cambio de nuestra radiotelefonía, desde aquella radio-espectáculo de los años cincuenta a la radio-periodística que se desarrolló desde los setenta para acá.

Marta: auténtica luminaria

Cuando surgió, en aquellos legendarios carnavales de los años cuarenta, hacía poco que la impactante presencia de la Negra Johnson había agregado a la clásica comparsa –junto al Escobillero, la Mama Vieja, el Gramillero y los porta estandartes–  la figura de la vedette.

Eran tiempos en que nuestras carnestolendas se prestigiaban con aportes internacionales, como el de los Lecuona Cuban Boys con sus sones caribeños, o la orquesta espectáculo del catalán Xavier Cugat, o Pérez Prado imponiendo la rumba, o la orquesta de Juan D’Arienzo marcando el compás del dos por cuatro, o Alberto Castillo entonando el candombe Siga el baile a su manera. Junto a los nombrados brillaban con luz propia la orquesta de Donato Raciatti con sus tangos bien bailables, y la de Romeo Gavioli que además de hacer buen tango introducía el candombe en los clubes y salones.

Pero tanto brillo opacaba a veces los aportes populares más genuinos. Era común –por aquellos años– que mucha gente minimizara los valores del candombe afro-uruguayo, la auténtica música de Montevideo, considerándolo algo folklórico y nada más. Por eso fue tan importante que en el alborear de los años cincuenta, figuras como la Johnson, como Marta Gularte, y como un poco más tarde Rosa Luna, le aportaran presencias estelares al sonido y la coreografía tradicionales de los barrios del sur.

Marta Gularte, con sus veinte abriles y una belleza extraordinaria, con su capacidad notable para bailar tanto en los escenarios como para hacerlo desfilando en las Llamadas o los corsos, fue la figura artística decisiva en la renovación de las comparsas. Nada fue igual después de su aparición; su estilo, su energía, su duende, iban a ser un punto de referencia –hasta el día de hoy– de las vedettes que vendrían después.

El personaje que encarnó se inspiró en gran medida en figuras que el cine de entonces universalizaba, como la brasileña Carmen Miranda por ejemplo. El ámbito del glamoroso “club nocturno”, del mítico “cabaret”, hizo también su aporte, considerando que Marta Gularte alternaba las apariciones en Carnaval con su actividad artística en esos espacios habituales en las capitales latinoamericanas de aquel tiempo, que han quedado registrados en las películas argentinas y mexicanas. Pero el talento de esta artista estuvo en adaptar e integrar esa “figura” plenamente a la comparsa, como indudable presencia de singular destaque pero también una más, sin nunca desmerecer a las ya tradicionales y esenciales, apuntalando más bien la magia singular que crea el repiqueteo del tamboril.

Con el pasar del tiempo, Marta Gularte pasó a constituirse en una personalidad emblemática de la comunidad afro-uruguaya. Ella asumió plenamente ese papel de natural liderazgo: vivió siempre en su querido Barrio Sur, y nunca dejó de solidarizarse con su gente y sus problemas. Fue en sus últimos años, junto con Lágrima Ríos, uno de los referentes mayores de nuestra cultura negra.

Alejandro Michelena
Nota publicada en el periódico Periscopio, a propósito de la desaparición de estas figuras populares.

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