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El Cordón, cambiante y siempre el mismo
Alejandro Michelena

Hablar de "barrio" del Cordón puede extrañar a muchos lectores, dado que hace muchos años ya que la zona, sobre todo en gran parte de la franja de 18 de Julio y aledaños que le corresponde, es estrictamente una prolongación del Centro y cada día que pasa se mimetiza más con él. De todas maneras, persiste todavía - alejándose por ambos lados de la gran avenida - un Cordón que conserva sin claudicaciones su carácter esencial.

 

La antigua zona del Cardal, que así se llamaba comienzos del 800, fue en un principio una suerte de tierra de nadie ubicada en seguida de trasponerse los "ejidos" de la vieja ciudad amurallada. De todos modos las primeras edificaciones existieron desde aquellos momentos, ya estando entonces delineado como camino hacia el interior la actual 18 de Julio. Los avatares posteriores de la Independencia - con derrumbe de las murallas originales y guerra grande incluidos – determinaron el temprano destino del Cordón como zona poblada, casi antesala o satélite del cercanísimo Montevideo.

 

De esos tiempos idos, las crónicas evocan la cruz de piedra que estaba ubicada a la altura de lo que es hoy la Universidad, la que durante muchos años resultó punto de referencia de quienes por allí pasaban; era nada menos que un tradicional "crucero" traído de Galicia y que todavía se conserva en un costado de la fachada de la iglesia del Cordón.

 

La zona resultó, ya a partir de la primera mitad de la pasada centuria, una de las de mayor crecimiento en la llamada "ciudad nueva". Teniendo a "18" como columna vertebral, se fué desplegando hacia el río o hacia el norte, la edificación de un solo piso de entonces. Eran casas frugales en sus líneas, siguiendo la impronta colonial, con ventanas de rejas, grandes patios internos abiertos, un aljibe (todavía, si sabemos mirar a nuestro alrededor cuando caminamos por las calles cordonenses, podemos encontrar algún ejemplar edilicio de aquella etapa, sin reformas que lo hayan vuelto irreconocible).

 

Pero en aquel entonces había allí campo, quintas, como la que ocupaba -con ciertas partes arboladas y zoológico incluido- unas tres o cuatro manzanas, mas o menos entre las actuales calles Constituyente, Martínez Trueba, Canelones y Salto. Como tantos otros establecimientos de ese tipo de entonces -en éste caso con particular fama- su desaparición se precipitó con el trazado de nuevas calles, caso de Soriano, que atravesaron el predio como preludio a su fraccionamiento inevitable. Aunque parezca raro, todavía subsiste el portón de entrada y un muy pequeño terreno, último resto de lo que fue: es en la escondida calle denominada Bernabé Rivera, donde encontraremos una puerta de hierro con un sol presidiéndola, y si miramos por las hendijas apreciaremos un jardín grande, vestigio de la antigua quinta.

 

Las diversas épocas-empujes edilicios fueron dándole al Cordón los dos aspectos que los caracterizan: heterogeneidad y rasgos definidos. Es decir, fue mutando de manera proteica su apariencia, sin perder por ello la personalidad. Sin embargo, a pesar de las muchas transformaciones, gran parte del barrio en las calles mas recoletas y menos transitadas sobre todo, sigue estando conformado por esas casas que Giuria denominaba "arquitectura estandarizada popular" y que conocemos con la clásica denominación de "casas viejas".

 

Las mismas pueden ser de una o dos plantas, con patios de claraboya y techos altos, con zaguán y balcones de hierro o mármol. Este modelo se definió alrededor de 1880, a partir de parámetros que con adaptaciones de mero detalle venían desde la etapa colonial, y a partir de esa fecha -con variantes de mayor o menor lujo, con uno o dos pisos– subsistió sin cambios esenciales hasta bien entrada la década del veinte. Y de ese período de más o menos cuarenta años data todavía hoy gran parte del Cordón, al punto que, urbanísticamente, su perfil sigue estando signado por ese entrañable estilo popular, fruto en general de constructores o del gusto de los propietarios, más que de posibles corrientes arquitectónicas.

 

Quienes, por vivir o trabajar allí, tienen trato frecuente con la extensa geografía de ese antiguo barrio, pueden dar fe de un curioso hecho: basta caminar unas cuadras - no por "18", ni por Colonia ni por Mercedes - y será inevitable el encuentro con un par de monjitas, o con un fraile capuchino de barba y sandalias, o con el buen padre Vidal, párroco de la iglesia del Cordón - infatigable en su labor social - que sigue usando aún la clásica sotana.

 

Esto, no común en otros lugares de Montevideo, tiene su explicación en la cantidad de templos católicos que abarca en un radio de pocas manzanas, que son mas de siete incluyendo parroquias y capillas, así como otros tantos colegios y congregaciones religiosas. Son todos elementos que le otorgan al Cordón un toque peculiarísimo, mas cercano a otras realidades latinoamericanas y mas distante del tono "laicista" del resto de nuestra ciudad.

 

Otro elemento definitorio que posee es el área estudiantil, que alguien denominó alguna vez como el "pequeño quartier latin montevideano". La concentración del edificio central universitario (con la Facultad de Derecho), de la Biblioteca Nacional, de la vieja sede de "preparatorios" por el lado de atrás, del Liceo Francés, y de las cercanas facultades de Ciencias Económicas y Humanidades, posibilitan este clima, generando a ciertas horas un desplazarse bullanguero de estudiantes. Ciertos boliches, como "La Cumparsita" o el café "Sportman", se convierten entonces en escenario de discusiones políticas, de encuentros de estudio, de lecturas solitarias ante un examen.

 

Entre las muchas curiosidades de este barrio rico en historia, una todavía vigente tiene que ver con el caserón que hace proa en la intersección de Vázquez y Barrios Amorín. Para empezar, se trata de una mansión de esas que fueron usuales en el Pueblo de los Pocitos, pero que no "pega ni pegó" nunca en el sitio preciso donde fue construida. Se impone, con su alto mirador, a los cercanos edificios mucho más modernos.

 

Leyendas diversas se tejen sobre la casona, incluyendo un crimen que allí pudo haberse cometido hace décadas. Lo cierto es que el inmueble está en sucesión hace veinte años, y desde hace mucho más de dos lustros ha sido ocupado por mucha gente sin vivienda (al igual que gran parte de la manzana, o pera, por la forma triangular que tiene), en la cual no sólo una casa se encuentra al borde de la ruina.

 

De sus viejos fastos ya queda muy poco. A través de añares sus lujosas puertas se vendieron o colaboraron al fuego en el invierno - tal vez encendido en el medio del patio central del caserón - y tampoco le quedan ventanas. Sin embargo su mole se yergue, habiendo superado incluso el último "boom" de la construcción que no dejó de echarle el ojo, como vigía del Cordón en perenne mirar hacia la Aguada.

Alejandro Michelena
"Rincones de Montevideo"
Editorial Arca - Montevideo - 1988

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